ENSAYO-ΔΟΚΙΜΙΟ,Jorge Eduardo Arellano
INTRODUCCIÓN AL POEMA EN PROSA DE RUBÉN DARÍO
Un grupo significativo y digno de atención [de la obra dariana] es el de los poemas en prosa, tal vez muy pocos en número, pero interesantes y susceptibles de cierto estudio por las singularidades estilísticas que ofrecen.
Raúl Silva Castro
(1968)
NO FUE Rubén Darío el primer creador en Hispanoamérica de una prosa dotada de conciencia estética. Juan Montalvo (1832-1889) y José Martí (1853-1895) le antecedieron, transformando la prosa en pleno instrumento expresivo. El mismo Darío asimiló los estilos de ambos desde muy joven y logró el suyo en Azul… (Valparaíso, Imprenta y Litografía Excélsior, 1888). En esta catapultante obra reveladora, ya concibe y ejecuta el poema en prosa caracterizado por su brevedad, concisión temática, plasticidad del lenguaje, autonomía de las imágenes y esencia lírica. Pero en cada uno de los modernistas hispanoamericanos cimeros la nueva modalidad cobraría visos bastantes variados.
Teorizando sobre el poema en prosa, un antólogo centroamericano del género en su país (Costa Rica) establece que dicha modalidad, aunque escrita en prosa, no es prosaica, dado el potencial poemático que contiene. Transfiguración verbal del mundo, es poema debido a tres razones: a la valoración con y desde el lenguaje figurado, a la función del ritmo como recurso expresivo y al predominio de la figura del hablante […] Un mundo se transforma porque el hablante imagina (hace imagen) un mundo, si no nuevo, al menos paralelo. Y añade:
Con el lenguaje poético hay invención y transformación desde la subjetividad. El ritmo se conserva; no es el de las regularidades métricas o prosódicas, sino el de la calculada composición de las frases, la progresión de los enunciados y el empleo oportuno, con voluntad estética, de figuras de dicción: anáforas, gradaciones, paralelismos (MONGE, 2014: 9).
En Chile: pioneras trasposiciones pictóricas
Darío y José Asunción Silva (1865-1896) utilizaron la trasposición pictórica para trazar cuadros donde no “pasa” nada, pero se describe una mise-en-scéne. Me refiero a los doce poemas en prosa de la serie En Chile inserta en Azul… (DARÍO, 1888: 82-102): seis pertenecientes al Álbum porteño (En busca de cuadros, Acuarela, Paisaje, Aguafuerte, La Virgen de la Paloma y La cabeza) y los otros seis al Álbum santiagués (Acuarela, Un retrato de Watteau, Naturaleza muerta, Al carbón, Paisaje y El ideal). En ellos, se desarrolla el anhelo de conquistar la correspondencia inter-artística, es decir: la ampliación del signo verbal mediante la equiparación del arte del pintor con el de escritor. Así en el cuadrito, La Virgen de la Paloma —anotó Darío en la nota 22 de la segunda edición de Azul… (Guatemala, Imprenta de la “Unión”, 1890)— “tengo la convicción de que daría motivo, tratado por un pintor de talento, a una obra artística original y de alto valor” (DARÍO, 2008: 235). Y los cuadros La cabeza y Al carbón finalizan, respectivamente, con estas líneas explícitas:
Y los colores agrupados estaban como pétalos de capullos distintos confundidos en una bandeja, o como la endiablada mezcla de tintas que llena la paleta de un pintor…
Y aquel pálido rostro de virgen, envuelta ella en el manto y en la noche, en aquel rincón de sombra, habría sido un tema admirable para un estudio al carbón.
En otras palabras, las lecturas francesas —tan tempranas y constantes— facultaron a Darío para desplegar esa intención ecfrástica que en las viñetas de En Chile serían los de la plástica. Por algo, para un moderno crítico español, el poema en prosa modernista es inseparable del impresionismo. “Y de un modo más concreto: del impresionismo pictórico” (DÍAZ PLAJA, 1956: 6). De ahí que las estampas de En Chile conforman una sección autónoma de Azul…, con su estética propia: la breve y condensada del prosema (ARELLANO, 2020: 148).
En “Historia de mis libros” (1913), el poeta no pudo ser más claro: define esta docena de cuadros como “ensayos de color y de dibujo que no tenían antecedentes en nuestra prosa. Tales trasposiciones pictóricas debían ser seguidas por el grande y admirable colombiano J[osé] Asunción Silva –y esto, cronológicamente, resuelve la duda expresada por algunos de haber sido la producción del autor del Nocturno anterior a nuestra Reforma” (DARÍO, 1988: 48).
En Chile no correspondía en su estructura a los “cuentos en prosa” de Azul…, ya que era fragmentada y la condicionaba tanto su carácter pictórico como “la fuerte impronta impresionista de la técnica acumulativa”, según detalla un crítico alemán (KÖHLER, 1967: 602-631). Resulta evidente el “efecto kaleidoscópico” que Köhler constata en esos cuadros, mas no pueden considerarse un cuento, por más que estén interrelacionados con los elementos narrativos del mundo de Azul…
De acuerdo con LE BIGOT (1995: 83-114), Köhler no explica que el fragmento –o poema en prosa– tiene de por sí una tradición literaria, a la cual Darío se incorpora novedosamente en sus dos álbumes ya referidos. El primero corre a cargo de un narrador omnisciente, el cual revela los hallazgos de Ricardo (poeta lírico incorregible) al ejecutar primorosas descripciones. Mientras en el segundo –el de la capital chilena– un narrador-testigo comunica sus impresiones ante las escenas contempladas y su metamorfosis mediante el dominio del lenguaje, de los sonidos o de los colores, según las artes. El fragmento manifiesta la intención de llegar a la síntesis de una realidad compleja y multiforme, captada a partir de todas las facultades sensoriales. Se observará en la casi totalidad de los cuadros la presencia del retrato: una vieja inglesa como extraída de una novela de Dickens; o Mary: una virginidad en flor; un huaso (campesino en Chile) de cabellos enmarañados, tupidos, salvajes; varios obreros forjadores del hierro que vestían camisas de lana de cuellos abiertos y largos delantales de cuero; una mujer pálida, augusta, madre, con un niño tierno y risueño, a quien mostraba una paloma blanca; una dama en su tocador, entre dos grandes espejos […], vanidosa y gentil […], aristócrata santiaguesa que se dirige a un baile de fantasía, de manera que el gran [Jean-Antoine] Watteau [1684-1721] le dedicaría sus pinceles; y una mujer orante: vestida de negro, envuelta en un manto, su rostro se destacaba severo, sublime, teniendo por fondo la vaga oscuridad de un confesionario.
Aún más: el propio autor se retrata interiormente, identificado con Ricardo, soñador empedernido, admirador de un paisaje porteño: en el fondo —dice una de sus descripciones— se divisaban altos barrancos y en ellos tierra negra, tierra roja, pedruscos brillantes como vidrios. Bajo los sauces agobiados ramoneaban sacudiendo sus testas filosóficas –¡oh gran maestro Hugo!– unos asnos; y cerca de ellos un buey gordo, con sus grandes ojos melancólicos y pensativos, donde ruedan miradas y ternuras de éxtasis supremos desconocidos, mascaba despacioso y con cierta pereza la pastura. O, enamorado de un bello y pequeño jardín con jarrones, pero sin estatuas; con una pila blanca, pero sin surtidores, cerca de una casita hecha para un cuento dulce y feliz. En la pila un cisne chapuzaba revolviendo el agua, sacudiendo las alas de un blancor de nieve, enarcando el cuello en la forma del brazo de una lira o el ansa de un ánfora y moviendo el pico húmedo con tal lustre como si fuese labrado en un ágata de color de rosa.
En La Quinta [Normal] –extenso parque en la zona occidental de Santiago– Ricardo —alter ego de Darío— descubre otro paisaje, como envuelto en una polvareda de sol tamizado, y eran el alma del cuadro aquellos dos amantes: él moreno, gallardo, vigoroso, con una barba fina y sedosa, de esas que gustan de tocar las mujeres; ella rubia –¡un verso de Goethe!– vestida con un traje gris lustroso, y en el pecho una rosa fresca, como su boca roja que pedía el beso […]. Concluye En Chile:
Y yo, el pobre pintor de la Naturaleza y de Psiquis, hacedor de ritmos y de castillos aéreos vi el vestido luminoso del hada, la estrella de su diadema, y pensé en la promesa ansiada del amor hermoso. Mas de aquel rayo supremo y fatal, solo quedó en el fondo de mi cerebro un rostro de mujer, un sueño azul.
Naturaleza tropical
En 1889, ya en El Salvador, Darío se entera de la muerte de Pedro Balmaceda Toro (1868-1889), su gran amigo chileno, al que consagrará una biografía escrita en la hacienda La Fortuna, cerca de Sonsonate; y en agosto de ese año escribe paralelamente una extensa prosa poemática que pertenecía a su proyectado Libro del trópico, “cálido como una faja ecuatorial, de un colorido de iris, de un primor como obra de orfebre” (ALEMÁN BOLAÑOS, 1923: 161). Esto es: una pieza imprescindible para incorporarse a la presente compilación, dada su sostenida calidad descriptiva. Véase, por ejemplo, este trazo fuerte y vibrante sobre la floresta del entorno:
Se levantaban agrupados, solemnes, altos para que en sus cubres aniden las nubazones que como enormes águilas negras llevan sobre ellos las borrascas, gordos árboles, repleta de sabia la sangre henchida de sus troncos; unos jorobados, llenos de bifurcaciones en que florecen orquídeas salvajes y frescas; otros erguidos como las columnas de un peristilo, o agobiado del ramaje ancho y grueso por las colgantes y hermosas espesuras de las lianas semejantes a cabellos sueltos del viento, o a gigantescas charreteras encrespadas […]
Nada más grandioso que esta vegetación lujuriante que nos rodea: el cedro de hojas menudas y ancha base que balancea su copa de manera sacerdotal, la caoba que da su rica madera acanelada, el cortés florecido de flores amarillas, murmuran, sin metáfora, frases misteriosas en su incomprensible lenguaje de vegetales eólicos […] (en ALEMÁN BOLAÑOS, 1923: 163).
A una estrella
En la segunda edición enriquecida de Azul…, Darío incorporó “A una estrella”, según otro crítico español ––coetáneo y uno de sus máximos admiradores–– “una romanza en prosa, como el mismo autor lo subtitula. Es una cántiga de amor y éxtasis a la estrella piadosa y lejana; el poeta grita: vivre dans les étoiles como decía el inmortal [Jules] Laforgue [1860-1887]. Todo gran poeta se sentirá conforme con el elegíaco francés en volar hacia las estrellas, hacia mundos superiores, regiones de luz y de paz donde no llegan la lucha de los hombres” (GONZÁLEZ BLANCO, 1910: CCCXII-CCCXIII). Dotado de esencial lirismo, A una estrella se inicia con un ritornelo apasionado, reiterado cuatro veces más:
¡Princesa del divino imperio azul, quién besara tus labios luminosos!
¡Yo soy el enamorado extático que, soñando mi sueño de amor, estoy de rodillas, con los ojos fijos en tu inefable claridad, estrella mía, que estás tan lejos! ¡Oh, cómo ardo en celos, cómo tiembla mi alma cuando pienso que tú, cándida hija de la Aurora, puedes fijar tu mirada en el hermoso Príncipe Sol que viene de Oriente, gallardo y bello en su carro de oro, celeste flechero triunfador, de coraza adamantina, que trae a la espalda el carcaj brillante lleno de flechas de fuego! Pero no, tú me has sonreído bajo tu palio, y tu sonrisa era dulce como la esperanza […] (en MONTIEL ARGÜELLO, 1984: 48-50).
A una estrella mereció el análisis de Michele Herter-Reyes, quien lo relaciona textualmente con “Un Hemísphere dans une chevelure”, poema en prosa de Charles Baudelaire. Ambos plantean el contraste entre lo ideal (la musa) y lo real (la mujer). A una estrella comienza con una apelación a la musa, la estrella Venus, y su tono es de exaltación y deseo. En las primeras líneas se advierten seis oraciones con signos de exclamación. El poeta clama con la esperanza de que la estrella le oiga. Enseguida, ofrece la historia de su amor por la estrella, la cual parece haberle sonreído en un momento muy importante:
Y ya presa de mi desesperanza, esclavo tuyo, oscuro genio Desaliento, hui de mi triste lugar de labor —donde una corte de bardos antiguos y de poetas modernos resplandecía el dios Hugo en la edición de Hetzel— y busqué el aire libre bajo el cielo de la noche. Entonces fue, adorable y blanca princesa, cuando tuviste compasión de aquel pobre poeta, y le miraste con tu mirada inefable y le sonreíste, y de tu sonrisa emergía el divino verso de la esperanza. ¡Estrella mía, que estás tan lejos, quien besara tus labios luminosos!
El genio Desaliento —con voz de hierro y palabra cortante y fría— desespera al poeta, pero la estrella, como se ha visto, le otorga esperanza con su mirada y sonrisa; en consecuencia, es motivo de alabanza:
Quería cantarte un poema sideral que tú pudieras oír, quería ser tu amante ruiseñor, y darte mi apasionado ritornelo, mi etérea y rubia soñadora. Y así desde la tierra donde caminamos sobre el limo, enviarte mi ofrenda de armonía a tu región en que deslumbra la apoteosis y reina sin cesar el prodigio.
Poco a poco, Darío ha convertido la estrella en mujer dándole atributos humanos. Similares a los poemas en prosa baudelarianos, el nicaragüense “se vale principalmente de los siguientes tropos: 1. el apóstrofe de la estrella; 2. el uso de la personificación, la metáfora y la sinestesia en la descripción de la estrella; y 3. el estribillo: ¡Estrella mía… quien besara tus labios luminosos!, sinestesia que produce un símbolo disémico original que une la carne con el espíritu, el arte con la imaginación, el cuerpo con la mente, lo terrestre con lo sublime” (HESTER-REYES, 1991: 22).
Doce poemas en prosa escritos en y sobre Costa Rica
Para 1891, durante su intermezzo costarricense —del 24 de agosto de ese año al 14 de mayo de 1892—, Darío inauguró en el hermano país vecino el poema en prosa. Entre la docena que dio a luz en la prensa de San José (El Heraldo de Costa Rica, La Prensa Libre, Diario del Comercio y Revista de Costa Rica), seis estaban ligados al mundo de la ciudad: Apunte —sobre el paseo de La Sabana—, El Mercado, La Estación, El Parque Central y Heredia: boceto de esta ciudad de la meseta central, a la que visitó; y Crónica —acerca de la temporada veraniega en el campo y en Limón, puerto caribeño— donde añade un fulgurante recuerdo de la Semana Santa en León, contestando a una pregunta que Darío pone en boca de un coterráneo (ALEMÁN BOLAÑOS, 1923: 158).
El afán descriptivo de los poemas en prosa del nicaragüense transforma en condensado material literario los motivos urbanos tanto de San José como de Heredia. Pero no excluye la celebración amorosa en La canción de la luna de miel (Adorados ensueños nupciales, que hacéis desfallecer a las prometidas virginales y pensativas), el paisaje natural del extraordinario Mayo alegre, elaborado con la reiteración rítmica al final e inicio de cada párrafo. Por ejemplo, el tercero comienza:
¡Mayo alegre, mayo alegre, cuántas veces te encontré después, y eras siempre mi amigo, y eras tú quién llevaba a tu carro maravilloso el ardiente mensaje, la estrofa del deseo, el beso de la pasión. A tu espléndido sol vi un día de oro cómo es bella la luz sobre el verde y fresco laurel. Tu aire armonioso acarició mi frente, y sentí como ansias de hundirme en el azul infinito; la gloria, de inmensas y luminosas alas, pasó delante de mis ojos, como una visión augusta y sideral; se conmovió mi espíritu y en mi sangre sentí infundirse tu eterna savia […]
Y yo te creía entonces, ¡y bajo el cielo azul cantaba tus soberbios himnos, mayo alegre, mayo alegre! (en RD-STEINER: INTERMEZZO EN COSTA RICA, 1987: 91).
Tampoco dejaría de cantar a un ya emblemático joven héroe: el mítico y popular Juan Santamaría, caído en combate en Rivas, Nicaragua, el 11 de abril de 1856, durante la guerra centroamericana contra el expansionismo filibustero y esclavista del estadounidense sureño William Walker (1824-1860). Sin embargo, este panegírico —escrito a raíz de la inauguración de la estatua de Santamaría en el parque de Alajuela— no es propiamente un poema en prosa, sino una prosa poemática y debe incluirse, pese a su extensión, en estas páginas, ya que su autor despliega una glorificación rítmica a lo largo de sus ocho largos párrafos, culminando con el siguiente:
¡Bronce al soldado Juan! ¡Músicas e himnos al Mestizo! ¡Gloria al que se sacrificó por la libertad bajo el triunfante pabellón de su tierra! Apoteosis al hombre mínimo, cantado la primera vez por la palabra hímnica y fogosa de Álvaro Contreras, celebrado por los versos de los poetas nacionales, eternizado en el metal de la inmortalidad por el cincel de artífice europeo, y cuyo nombre y recuerdo vivirá por siempre en el corazón de todos los costarricenses (en MONGE, 2014: 234-235).
Uno de los restantes poemas en prosa escritos en Costa Rica del ya renombrado autor de Azul… se titula Eirôneia (ironía), palabra griega reiterada nueve veces como clave elemento estructural y que había encantado a dos grandes literatos: al francés Alphonse Daudet (1840-1897) y al ruso Iván Turgenev (1818-1883). También nueve situaciones describen en Eirôneia Darío, quien en la +ultima se pregunta y contesta: ¿Y cuando se embarga el alma para el cielo; cuando el bajel tiende sus velas siguiendo el rumbo del misterio; cuando se hunde el cuerpo en la tierra y el espíritu, en el azul, si no hay azul ni espíritu, ¿cuál será la palabra que el ángel de la muerte lanza a los cuatro vientos del mundo? ¡Eirôneia!
De las varias crónicas escritas por Darío sobre la vida social y artística de San José, sobresale El concierto de anoche (El Heraldo de Costa Rica, San José, año I, núm. 87, 23 de abril, 1872). En dicha crónica, aludiendo a una de las actrices, consignó este fulgor poemático: Anoche oímos a una calandria presa en la más suntuosa torre de marfil. De bello edificio salía el canto, como una maravillosa melodía, por la puerta rosada de los labios. Ella, la señorita, es hermosa, y une a la opulencia y el ritmo de su figura, el amor artístico y el pájaro encantado que trina en su garganta. Esa señorita debía ir a Europa. Dicen que las violetas de Italia son buenas para la voz. Lo mismo que el vino de París. Pues bien, la aplaudimos con cariño, la aplaudimos a la magnífica Angelina con todo nuestro corazón. Uno me dijo: “¿Te parece que es Ofelia?” Yo no creo que fuera Ofelia, aunque “cogiendo flores y cantando pasa”; es una gallarda musa, es una flor pomposa que canta. Ofelia es rubia y delicada; Ofelia es del norte; Angelina es del tipo meridional, con todas sus seducciones, todo su sol, todos sus triunfos. Si fuera flor sería rosa; si piedra, topacio; si ave, paloma; si vino, borgoña […] (OVARES Y ROJAS, 2019: 13-14).
Antes de proseguir, es necesario reiterar que las fuentes de Darío para emprender su renovación literaria en lengua española fueron francesas. En el caso de la prosa breve rítmica, infundida de tensión poética —mejor dicho: del poema en prosa—, Louis (Aloysius) Bertrand (1807-1841), Charles Baudelaire (1821-1867), Arthur Rimbaud (1854-1891), Stéphane Mallarmé (1842-1898) y Catulle Mendès (1841-1909).
El país del sol y su fuente francesa
Fue este, como es muy sabido, el inspirador principal de los cuentos de Azul… (1888 y 1890) y de otros textos aparecidos en publicaciones periódicas de Centroamérica y Chile. Precisamente uno de los lieds de France (“Les pieds nus”), del parnasiano Mendès, gravita en el único prosema de Prosas profanas (Buenos Aires, Imprenta de E. Coni e Hijos, 1896): El país del sol; así lo reconocería su autor en uno de los tres artículos de su “Historia de mis libros”, julio de 1913 (DARÍO, 1988: 66) y en su autobiografía (DARÍO, 1991: 86). Ahí señala que El país del sol “es un pequeño poema en prosa rimada, de fecha muy anterior a las poesías escritas en Buenos Aires, pero que por la novedad de la manera llamó la atención”. He aquí el segundo de sus cuatro párrafos:
En el jardín del rey de la isla de Oro –(¡Oh mi ensueño que adoro!) fuera mejor que tú, harmoniosa hermana, amaestrases tus aladas flautas, tus sonoras arpas; ¡tú que naciste donde más lindos nacen el clavel de sangre y la rosa de arrebol,
en el país del sol!
Pedro Luis Barcia constató la factura de este ensayo de prosa rimada y ritmada que no volvería a cometer: “El país del sol está hecho con parágrafos isocrónicos (de igual duración temporal), que se asemejan, en algo, a la regularidad estrófica: la extensión idéntica de los cuatro parágrafos, la inclusión de un paréntesis después de la primera frase en cada uno de ellos, la rima interna y el uso del estribillo (en el país del sol) y de expresiones recurrentes (harmoniosa hermana). Riman, en cada parágrafo-estrofa, el final de la frase primera [Hierro / destierro; Oro / adoro; Plata / Serenata; vela / vuela], y el cabo del parágrafo con el estribillo [tornasol, arrebol, crisol y parasol con sol] (en DARÍO, 1996: 41).
Stella
Tres años antes a su paso por Nueva York ––vía París–– para dirigirse a Buenos Aires, Darío escribió siete textos bajo el título general de “Polilogía yanqui”, difundidos muy pronto en La Habana Elegante (6 de agosto, 1893) y El Fígaro de la misma ciudad (10 de septiembre del mismo año). Unitarios, condensan su impresión ante la gran cosmópolis: la ciudad de Nueva York. El primero se titula “Ante la estatua de la Libertad” y no es sino una salutación:
A ti, prolífica, enorme, dominadora. A ti, Nuestra Señora de la Libertad. A ti, cuyas manos de bronce alimentan un sinnúmero de almas y corazones. A ti, que te alzas solitaria y magnífica sobre tu isla, levantando la divina antorcha. Yo te saludo al paso de mi steamer, prosternándome delante de tu majestad. Ave: Good morning. Yo sé, divino ícono, oh, magna estatua, que tu solo nombre, el de la excelsa beldad que encarnas, ha hecho brotar estrellas sobre el mundo, a la manera del fíat del Señor. Allí están entre todas, brillantes sobre las listas de la bandera, las que iluminan el vuelo del águila de América, de esta tu América formidable, de ojos azules. Ave, Libertad, llena de fuerza, el Señor es contigo: bendita tú eres. Pero ¿sabes? Se te ha herido mucho por el mundo, divinidad, manchando tu esplendor. Anda en la tierra otra que ha usurpado tu nombre, y que, en vez de la antorcha, lleva la tea. Aquella no es la Diana sagrada de las incomparables flechas: es Hécate.
Los cinco textos siguientes ofrecen otros aspectos de la sanguínea, la ciclópea, la monstruosa, la tormentosa, la irresistible capital del cheque: “Antífona”, “Calibán”, “Champions”, “En Broadway” y “Una miss” que Darío condensaría en su libro programático Los Raros (Buenos Aires, Talleres de “La Vasconia”, 1896); solo el último, Stella, lo incluiría íntegro en dicho libro. Y con razón, pues se trataba del poema en prosa más íntimo de su autor, de una elegía en la que evoca a Rafaela Contreras, su esposa recién fallecida a los 23 años. Stella —nombre poético y seudónimo literario de Rafaela—, era para Darío hermana de las liliales vírgenes cantadas en brumosa lengua inglesa por el soñador infeliz, príncipe de los poetas malditos. Es decir, Edgar Allan Poe, con quien se identificaba y a quien admiraba profundamente.
Cronología del poema en prosa francés
Volviendo al origen del moderno poema en prosa, Aloysius Bertrand —anota Ernesto Mejía Sánchez— fue poeta precoz, desgraciado e inconforme. “No tuvo reconocimiento ni menos popularidad, siendo aún hoy el prototipo del poeta menor, incomprendido y exquisito. Su única obra se publicó póstumamente en 1842, Gaspar de la Nuit: Fantasies a la maniere de Rembrandt et de Callot […] (MEJÍA SÁNCHEZ, 1972). La siguiente cronología, especificada por el mismo Mejía Sánchez, resulta indispensable:
La obra de Aloysius Bertrand [1807-1841] encarnó ostensiblemente en los poemas en prosa de [Charles] Baudelaire [1821-1867]; él mismo lo declaró en público a Arsène Houssaye [1815-1896] en la dedicatoria de la primera veintena dados a La Presse [una revista] en 1862, con el título de Le Spleen de París. El año siguiente Stéphane Mallarmé [1842-1898] comenzó a traducir en prosa los poemas en verso de Edgar [Allan] Poe [1809-1849]; en 1864 Mallarmé y Baudelaire publicaron poemas en prosa, aunque únicamente en revistas; en 1865, Mallarmé solicitó a un amigo el Gaspar de la Nuit de 1842; en 1867, aparecieron otros poemas en prosa de Baudelaire y de Mallarmé también en revistas; en 1868 otros de Mallarmé y la primera reedición de Gaspar de la Nuit; en 1869 la edición póstuma de Le Spleen de París (Petits Poèmes en Prose), de Baudelaire, muerto dos años antes. Mallarmé sigue publicando poemas en prosa en 1872 y en 1877 entrega otra serie de los de Poe […]
Gaspar de la Nuit comenzó a escribirse en 1827, apreciándose desde entonces el esfuerzo artístico de Aloysius Bertrand por dotar a sus prosas del carácter literario concreto que buscaba. Algunas de ellas muestran la evolución desde el ensueño meditativo, inmaterial e impreciso hasta la conformación exacta del cuadro descriptivo de tono lírico, cuyos elementos se conjugan en una misma finalidad que liga lo poético, lo misterioso y lo disonante con lo personal en una forma bien trabajada. Bertrand era consciente de la novedad de sus prosas y, aunque no las calificó nunca de poemas en prosa, sí sabía que se trataba de una nueva modalidad genérica. Así, en carta a David d’Hugers del 18 de septiembre de 1837 afirmó: J’ai ensayé de créer un noveau genre de prose (citado en UTRERA TORREMOCHA, 1999: 60).
De casi todo ello estaba muy enterado el capitán transatlántico del modernismo, lector a fondo de los preciosos y armoniosos juegos —son sus calificativos— de los Lieds de France, cuyo autor —Catulle Mendès— los había imitado de los poemitas maravillosos de Aloysius Bertrand. Dichos lieds eran ecos, o más exactamente, calcos según el mismo Darío. Y en cuanto a la pieza dariana El país del sol —parodiada en El Heraldo, de Bogotá, el 10 de abril de 1894–, “concreta la nostalgia de una niña de las islas del trópico, animada de arte, en el medio rígido y duro de Manhattan, en la imperial Nueva York” (DARÍO, 1988: 66).
Prioridad histórica y entorno marino
De hecho, “solo Julián del Casal [1863-1893] y Rubén Darío [1867-1916], entre los miembros de la primera generación modernista, cultivaron el poema en prosa como tal” (FERNÁNDEZ 1994: 81). Del Casal, entre 1887 y 1890, tradujo algunos poèmes en prose de Baudelaire, cuyo poema en verso “Los paraísos artificiales” había imitado el cubano en “Canción de la morfina”. Pero fue con Darío, máximo representante del modernismo hispánico, que “el poema en prosa adquirió su carta de identidad y permanencia, pues entonces se empezó a ver la prosa también como un género en el que la función poética podía cristalizarse” (FONSECA GÓNGORA, 2017: 139).
La iniciativa creadora de Darío en el poema en prosa no tuvo la trascendencia y las supremas dimensiones de su poesía en verso. Sin embargo, el Bolívar literario de nuestra América no resultaría ajeno al cultivo más o menos permanente de breves prosas líricas, descriptivas, denominadas acuarelas, sanguinas, viñetas, visiones, cuadros en las revistas del modernismo hispanoamericano. Incluso en Mundial Magazine, revista que dirigió en París entre mayo de 1911 y agosto de 1914, insertaría ocho poemas en prosa, escritos y publicados en años muy anteriores (los de su periodo bonaerense): cinco bajo el título de “Poemas de arte: Böcklin” (núm. 35, marzo 1914), a saber La isla de la muerte, Idilio marino, Sirenas y tritones, Día de primavera, Los pescadores de sirenas; y tres bajo el de “Visiones pasadas” (núm. 36, abril, 1914): La marea, A una bogotana (Pasillo en prosa) y La virgen negra (El Havre). El tema de la muerte con su derivado de melancolía y el erótico, obsesivo y consustancial a la vitalidad de su autor; la connotación cosmopolita, el símbolo mitológico, la referencia a poetas afines en varias lenguas, el color local americano y el trasfondo marino ––o sea sus contenidos–– fueron glosados ampliamente en una monografía sobre Mundial Magazine. Al respecto, su autora ––Ana María Hernández de López–– comenta acerca del manifiesto de fe que es La virgen negra, patrona de El Havre, Normandía, Francia: Darío sitúa a la imagen de bronce en un alto rodeado de frondosa vegetación […] Habla de la ayuda de la madre de Dios a los hombres de mar. Y prosigue:
El milagro existe. El milagro lo cuentan los pescadores canosos, domadores de vientos. El que no crea en el milagro, no ha rogado nunca en una inmensa desgracia, no ha tenido jamás el momento de pedir llorando, con el alma, un algo de su piedad y de su dulzura a la Madre María. Ella tiene siempre la sonrisa en sus místicos labios. Ella tiene a cada instante el gesto de salvación, la mirada de aliento, lo que apacigua a Behemot, y lo que detiene a Leviatán… Ella, que es estrella de la mañana, es también el faro, la estrella de la noche.
Darío saluda a la Virgen, en medio de tanta fe: ¡María Stella! La estrella del mar tiene al Dios hijo en los brazos. ¡Orgullosa con su delfín, franceses!, para terminar su poema en prosa exhortando a la plegaria que la Virgen Negra recoge complacida, dispuesta a derramar, generosa, sus bendiciones y sus gracias sobre todo el que se lo pida con la fe y con amor:
Bajo su manto de oscuro metal, se agrupan todas las oraciones ¿Son muchas? El manto crece, se agranda, se agiganta. ¿Son más? Crece tanto como si fuese el mismo cielo azul, constelado de gemas siderales. Allí cabe todo lo creado. Allí encuentra abrigo la plegaria de la humanidad, y el Ángelus que reza, cada crepúsculo de la tarde, el alma del mundo (citado en HERNÁNDEZ DE LÓPEZ, 1989: 172)
Como se ve, el entorno marino se halla muy presente en los poemas en prosa rubendarianos. No se olvide que todos los viajes de su autor ––a través del Atlántico y del Pacífico–– los realizó a bordo de vapores. El paisaje que le ofrecía el mar, o el inmenso y misterioso océano, como lo definió en La marea (escrito en abril de 1893) siempre le era familiar. La bahía panameña es el escenario de La marea:
Los muelles parecen alzados sobre sus cien flacas piernas de madera. La playa está cubierta de un lodo bituminoso y salino, donde resaltan deslavadas y aglomeradas conchas de ostras.
Las embarcaciones, quietas, echadas sobre un costado, o con las quillas hundidas sobre el fango, parece que aguardan la creciente que ha de sacarlas de la parálisis. A lo lejos, un cayuco negro semeja un largo y raro carapacho; sobre una gran canoa está, recogida y apretada entre cuerdas, la gavia. Agrupados como una banda de cetáceos rojos y oscuros, dormitan los grandes lanchones. Un marinero ronda en su chalupa. Las balandras ágiles aguardan la hora del viento […]
El viento canta para el pescador que tenderá la red; canta para el remero negro, risueño y de grandes gestos elásticos; canta para el chino que va a pescar, todavía con la divina modorra de su poderoso y sutil opio. Y canta, mientras la marea sube, para los viajeros, para los errantes, para los pensativos, para los que van sin rumbo fijo, tendidas las velas por el mar de la vida, tan áspero, tan profundo; tan amargo […]. En La marea, Darío presenta en cada uno de sus párrafos “variados objetos de un mismo ámbito de realidad, en una sucesiva y progresiva descripción de sensaciones fragmentarias, captadas en un atardecer fugitivo en la costa panameña” (DE LA TORRE, 1969: 151).
Por su lado, en A una bogotana (Pasillo en prosa) el poeta describe a una pareja enamorados colombianos conversando y danzando acompasadamente un vals. No omite sus nombres: Efraín Isaacs y Edda Pombo. El Adonis galantea a la joven diciéndole que los lindos ojos de una mujer valen por todos los astros, y los lindos labios de todas las rosas. Darío enfatiza que el impulso de la pasión que comparten es mayor, infinitas veces, que el empuje de ese enorme y poderoso Tequendama; y desea que en el lugar donde se estrella la catarata la soberana armonía de la naturaleza pondría un palio augusto y soberbio al idilio. Al ruido del salto no se oirían los besos. ¡Idilio solitario y magnífico!
La escena, dentro de un delicado clima sensual, es acompañada por un viaje a la Vía Láctea del poeta en su Pegaso, cuando sanen las heridas de este, para cortar un lirio. Al pasar por Venus cortaré una rosa, en Sirio un clavel, y en la enfermiza y pálida Selene una adelfa. El ramo se lo daré a una suave y pura mujer que todavía no haya amado. El mismo Darío detalla la simbología de estas flores, que tanto le agradan, destinadas a dicha mujer:
La rosa y el clavel le ofrecerán su perfume despertador de ansias secretas. El lirio será comparable a su alma, cándida y casta. En la adelfa pondré el diamante de una lágrima, para que sea ella ofrenda a mi desesperanza.
En cuanto a los poemas en prosa titulados en Mundial Magazine “Poemas de arte: Böcklin”, consistían en nuevas trasposiciones pictóricas inspiradas en las obras del pintor simbolista suizo Arnold Böcklin (16 de octubre, 1827-16 de enero, 1901). Formado en Alemania e Italia, Böcklin tenía predilección por figuras alegóricas y mitológicas ––ninfas, sátiros, centauros, etc.–– afines a Darío. Uno de los poemas en prosa de este, La isla de la muerte, es la descripción del cuadro de Böcklin sobre el mismo tema. ¡Toda una admirable recreación de la isla sombría!
La española Ana María López ha comentado con acierto La isla de la muerte: una alegoría cuya tensión lírica se da desde el primer párrafo, donde aparece la nota de tristeza impresa en el mismo título: ¿En qué país de ensueño, en qué fúnebre país de ensueño está la isla sombría? Es un lejano lugar en donde reina el silencio. El agua no tiene una sola voz en su cristal, ni el vecino en sus leves soplos, ni los negros árboles mortuorios en sus hojas: los negros cipreses mortuorios que semejan, agrupados y silenciosos, monjes-fantasmas. La crítica referida continúa:
Darío personifica lo inanimado: se fija en los elementos de la naturaleza, como si en su idealidad necesitara la compañía de esos mismos elementos dotados de una vida tan triste como la suya. Y el poeta continúa esta técnica al recordar las rocas volcánicas mordidas y rajadas por el tiempo, donde se abren las bocas de las criptas en que reposan los muertos.
Rubén trae a la memoria al poeta inglés, amigo de Gladstone y autor de Idilios del rey, cuando dice que se acerca en su barca de duelo un mundo enterrador, como en el poema de Tennyson, y alude a una pálida princesa que, difunta ya, es conducida a la isla en medio de vagas melodías que originan una profunda desolación. Esta princesa refleja el sentir del poeta y el abatimiento de su prematura senectud (LÓPEZ, 1982: 249).
Otros logros pictóricos de Böcklin se advierten en los restantes poemas en prosa de esta serie dariana: Idilio marino, Sirenas y tritones, Día de primavera y Los pescadores de sirenas. El erotismo intrínseco del autor se plasma en una sirena de faz medrosa, atraída por un tritón fáunico que la convoca a una cita sexual, tal como en la tierra, al amor del gran bosque, lo haría Pan con la Siringa. Igualmente, Darío recurre al humor:
Con asombro jocoso viene un Sancho centauro acuático: braceando; la grupa está sobre la ola, y la espuma le forma un cerco hirviente y blando por la redondez de la barriga, en la cual muestra su honda mancha, como la señal de un golpe de espátula, el ombligo.
Entre otros poemas en prosa de Darío, escritos durante sus viajes, habría que destacar su “Canción del océano” (Artes y Letras, Buenos Aires, 8 de julio, 1894), en la cual ––tras oír un cántico entonado por un gran grupo de emigrantes gallegos–– evoca las horas de oro de una noche madrileña en la espléndida morada de doña Emilia Pardo Bazán (1851-1921). He aquí algunas de sus líneas:
¡Esta es la voz de Galicia! Las íes gimen, las eñes vibran como una cuerda de pasión, el compás, como remando, lleva la nota húmeda, la melodía llorosa de la tierra gallega. Cantan en tono quejoso los hombres que van a América y dejan en la provincia nativa, el amor, el huerto amigo, el armonioso buche de la gaita […] Cantan juntos los que se van, los que parten en busca de esa América encantadora y terrible, donde antes que el miraje del oro, ¡encontrarán la lucha, la miseria o la fiebre, la muerte!
Otros poemas en prosa, ubicados en similares ambientes, se titulan En el mar (1892), en el que Darío expresa: una onda me canta la eterna canción de la esperanza, y otra me repite la salmodia misteriosa de la muerte; Sanguina (1893), modelo de sangrienta puesta de sol; Tierra ilusoria (1910), rematada con la cita del epígrafe en latín que François-René de Chateaubriand (1768-1848) antepone un capítulo de sus Mémoires d'outre-tombe: “Sicut nubes, cuasi naves, velut umbrae” (como las naves, como las nubes, como la sombra [huye la vida]); La virtud de la alegría y La oración del niño sobre el mar (ambos también de 1910). En la misma dirección ––viajera y oceánica–– habría que añadir cuatro “Films de viajes”: Músicas nocturnas, Los caprichos del sol, Monotonía del mar y Los bohemios (todos de 1912). En este último se refiere a los que en la tercera clase manchan con los vivos y alegres colores de sus vestidos vistosos la muchedumbre aglomerada de los trabajadores que van en busca de las tierras pingües y generosas. Y agrega:
Es una numerosa tribu, que viene de quién sabe de dónde y que habla en no sé qué lengua áspera y bárbara, húngaro, búlgaro, algo balcánico […] Todos tienen la pátina del azar, el relente de la vida errabunda, el secreto quizá de la relativa felicidad, parientes de las bestias de los montes y de los pájaros del aire, productos de la luz, confidentes del mono, del perro y del oso, amantes del sol y de la libertad.
Valoraciones del poema en prosa de Darío por Lenore V. Gale y Jesse Fernández
El modernismo fusionaría el poema en prosa con el cuento, lo cual ejecutó Darío en El rey burgués, El velo de la reina Mab y La canción del oro, tres piezas memorables de Azul… (1888), como también en Fugitiva (1891), Luz de luna (1894), La pesca y La klepsidra (ambos de 1896), más Gesta moderna (1897). Al mismo tiempo, fusionó el microrrelato con el poema en prosa en El nacimiento de la col (1893). Tal lo ha establecido la crítica la cual también reconoce en Rubén al modernista que “llevó el poema en prosa a un grado máximo de precisión y variedad” (GALE, 1975b: 185).
En realidad, a esta investigadora se le debe la primera valoración consistente del poema en prosa de Darío (GALE, 1975a: 375-379), reconocida en posteriores aproximaciones al tema. La del español Cristóbal Cuevas García es una de ellas:
Rubén Darío cultivó también la prosa poética escribiendo algunos de los mejores poemas en prosa de que dispone nuestra literatura. En ellos culmina, en opinión de la hispanista norteamericana Lenore V. Gale, el ideal prosístico modernista esforzado por elaborar el discurso con rigurosos criterios de arte. Acortando distancias con cadencias internas, las correlaciones estructurales, las reiteraciones, los resortes connotativos y la retórica, con especial atención a la metáfora.
Así nacen páginas esencialmente líricas por su perfil imaginativo, belleza de expresión, emotividad y hasta cadencia formal. Recordemos, entre otros, El rey burgués, El velo de la reina Mab, La canción del oro [ya citados poemas en prosa de marco narrativo], o ese admirable “pequeño poema en prosa” a la reina Victoria [1819-1901] de Inglaterra, incluido en su autobiografía, en que solo el lirismo ennoblece un panegírico que de otra manera frisaría con el ditirambo, Reina y Emperatriz, adorada de tu inmenso pueblo, madre de reyes, Victoria favorecida por la influencia de Nike; solemne viuda vestida de negro, adorada del príncipe amado; Señora del mar, Señora del país de los elefantes… ¡Dios te salve! (CUEVAS GARCÍA, 1998: 8-9).
Un crítico ya citado analiza otros dos poemas en prosa de Darío: Gesta moderna y Sueño de misterio (FERNÁNDEZ, 1975: 191-194). Para este, el primer texto es “el que está más cerca del poema versificado” y el segundo “uno de los primeros y más nítidos ejemplos de experimentación con ingredientes auténticamente modernos en la obra del nicaragüense”. Y señala: “Aparece en ‘Sueño de misterio’ una incipiente ruptura el discurso lógico, un desequilibrio conceptual o ideológico que vendría a ser, más tarde, uno de los fundamentos de la expresión surrealista”.
Pero es la estudiosa norteamericana la que otorga mayor importancia a Sueño de misterio al hacer notar que trasciende los contenidos impresionistas-parnasianos de la serie En Chile y de otros poemas en prosa de Darío:
Sueño de misterio ejemplifica todo lo que en germen tiene el modernismo de modernidad, de previsión de algunos de los elementos que muy pronto aprovecharía ya la vanguardia: lo inconsciente, lo incongruente, la extravagancia.
No hay ninguna relación entre un párrafo y otro: cada imagen, la mayoría de ellas “absurdas”, fulgura por un instante y desaparece. Se crea un ambiente no solo misterioso, sino “inverosímil, absurdo y amenazador”. Se suceden y se superponen en este desfile de imágenes un raro fondo de fotografías, un pavo real blanco, el general [Ulises] Grant [1822-1885] que viene a almorzar con el poeta, un paisaje recordado de la infancia, “un mariscal con tres colas y un abate que le mira de lejos”, un violento incendio en una ciudad de torres peronesianas, una inundación, una arquitectura realizada por un lapidario infernal. Como lo ha observado Saúl Yurkiévitch, a propósito de otros escritos de Rubén, el poeta “propicia la liberación de la fantasía…, producir encantamiento… mediante la libertad de asociación, reveladora de las recónditas correspondencias”. Si buscamos en el poema en prosa un ejemplo preciso de la caracterización de Anderson-Imbert —“una antología de imágenes que valen por sí mismas”— es aquí, mejor que en ningún otro, donde de seguro hemos de encontrarlo.
Realmente, hasta se vislumbra en este Sueño un surrealismo balbuceante, que aparecería como una anticipación aún más notable si no surgiese al final la frase explicativa y yo me desperté. Detrás de las imágenes simbolistas-surrealistas late el fondo de continuidad espiritual por el que la sensibilidad modernista habrá de desembocar en la más lúcida y desgarrada conciencia moderna: Todas las gentes transitan sin hablar. De pronto, hay una amenaza universal que nadie comprende, pero que todos temen. La angustia fue horrible… (GALE, 1975 b: 185).
Divulgación entre lectores de lengua española
No en vano la misma estudiosa puntualiza que el poema en prosa constituye “el género modernista por excelencia, en el sentido en que es la culminación lógica del concepto de la prosa como arte” (GALE, 1975 b: 173). Y Darío fue consciente de ello. Su cultivo del género resultaría permanente y tendría una amplia divulgación entre lectores de lengua española. En seguida, enumero –con el aporte de Helena Ramos– de sesenta publicaciones periódicas de quince países (Argentina, Costa Rica, Chile, Colombia, Cuba, El Salvador, España, Estados Unidos, Francia, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Venezuela) donde fueron publicados originalmente y reproducidos sus poemas en prosa:
Álbum de las damas. Matanzas, Cuba / Álbum Ibero-Americano, El. Madrid / Almanaque Sudamericano para el año 1895. Buenos Aires / Artes y Letras. Buenos Aires. / Artista, El. Bogotá / Athenea: Revista Quincenal. San José, Costa Rica / Boletín Oficial del Centro Gallego. Buenos Aires / Buenos Aires. Ídem. / Caras y Caretas. Buenos Aires. / Cervantes. Madrid / Cojo Ilustrado, El. Caracas. / Correo de la Tarde, El. Guatemala / Crónica, La. San Francisco, California / Cronista, El. Panamá.
Diario de Centro-América. Guatemala / Diario del Comercio. San José, Costa Rica. / Diario Turulense. Teruel, España / Elegancias. París. / Esfinge. Tegucigalpa / Fígaro, El. Habana. / Fronterizo, El. Tucson, Arizona / Habana Elegante. La. Habana. / Heraldo de Costa Rica, El. San José, Costa Rica. / Hispanoamérica. San Francisco, California / Hogar, El. Buenos Aires / Hoja Literaria de El País. Madrid / Ilustración, La: Revista Hispanoamericana. Barcelona / Ilustración, La. Santiago de Chile. / Ilustración, Revista Hispano-Americana. Madrid / Imparcial, El. Guatemala. / Labriego, El. Ciudad Real, España / Moda Europea, La. Madrid / Mundial Magazine. París. / Nación, La. Buenos Aires. / Nuevo Tiempo Literario, El. Bogotá.
Obrero Balear, El. Palma de Mallorca / Pallas. Buenos Aires. / Paso Times, El. El Paso, Texas / Perú Ilustrado, El. Lima / Prensa, La. San Antonio, Texas / Prensa Libre, La. San José, Costa Rica. / Progreso, El. Lugo, España / Razón, La. Montevideo. / Regidor, El. San Antonio, Texas / República de Centro-América. Guatemala / Revista Azul. México / Revista Cómica, La. Santiago de Chile. / Revista de Artes y Letras. Santiago de Chile. / Revista de Costa Rica. San José, C.R. / Revista Moderna. México / Siglo Diez y Nueve, El. México / Siglo XX, El. Managua. / Sol del Domingo. Buenos Aires. / Sol, El. Buenos Aires. / Tiempo Ilustrado, El. México / Tiempo, El. Buenos Aires / Tribuna, La. Buenos Aires / Unión, La. San Salvador / Voz de México, La. Ciudad de México.
Los prosemas darianos traducidos al griego
Sueño de misterio también es valorado por el hispanista griego Stelios Karayanis, quien en 2020 tradujo a su idioma materno 26 poemas en prosa de Darío. En su estudio preliminar, Karayanis parte de una convicción: que el poeta de toda las Españas libera en ellos su fantasía “para crear en el alma del lector una magia que no tenía precedentes, si exceptuamos los Petit poèmes en prose de Baudelaire […] En los Poemas en prosa, Darío abrió nuevas perspectivas en el uso de las palabras, inventando una lengua poética polisémica. Con la extensión del uso de una variedad de palabras en un nuevo ambiente, con nuevas alusiones y uniones semánticas, ensanchó el vocabulario poético y, además, su contenido” (KARAYANIS, 2020).
“El mundo de los sueños”: libro póstumo de Darío
Insistiendo en Sueño de misterio, no resulta ocioso recordar que la experiencia onírica constituyó una fuente de indagación obsesiva durante los últimos años de Darío. En efecto, publicó sobre el tema veintiún artículos en el diario bonaerense La Nación, entre los años 1911 y 1914, bajo el título general de “El mundo de los sueños”. Ángel Rama llegaría a reunirlos en libro, completos y exentos de mutilaciones cometidas en su primera edición póstuma de 1917. En ellos, analiza múltiples facetas del onirismo y explica y resume obras que le han sido consagradas en la antigüedad, como las del griego Artemidoro de Éfeso y los franceses el Abate Richard, filósofo duplicado en teólogo del siglo XVIII; el marqués D’Hervey de Saint-Denis del XIX, quien escribió sueños y pesadillas en verso y prosa; Saintine (1798-1850), literato; Granville (1803-1847), dibujante; y Nerval, poeta. Asimismo, estudia autores en lengua inglesa: Poe, G. H. Wells y London J. Rogers, al igual que el efecto de las drogas en la producción de los sueños; de manera que, a lo largo de estos plurales análisis, va cotejando los datos obtenidos en los libros, con sus personales experiencias y demostrando que en su particular mundo onírico son más frecuentes las torturas pesadillescas que los goces de la ensoñación (DARÍO, 1992: 163).
Ya he puntualizado esas torturas pesadillescas en la cuentística rubendariana (ARELLANO, 2020: 246-256). Ahora cabe transcribir un inicio de poema en prosa titulado simplemente Sueños, cuyo manuscrito se conserva en el Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional de Chile y estaba destinado “Para La Nación”:
Una ciudad de ceniza, una angustia inmensa para el contemplador, vastas perspectivas sobre fondos imposiblemente estrellados. Algo inmensamente esperado de los dioses que aparece y se nos oculta. Relámpago. Tiniebla.
Las traducciones darianas de Konstantin Romanov
Para Darío, las versiones en prosa de los grandes poetas habían sido acaso la primera raíz que acreditaba a la expresión prosística su capacidad de ennoblecimiento y, en suma, de poesía. De ahí que el aliento lírico del duque Konstantin Romanov (1858-1915), quien llevaba en sus venas la sangre sacro-cesárea de los autócratas eslavos, lo transmitiría Darío en las traducciones en prosa del francés que realizó dentro de su ensayo “Un poeta príncipe” (La Nación, Buenos Aires, 10 de octubre de 1893). De esta forma, con elementos del poema en prosa, daba a conocer en lengua española a ese miembro de la real familia Romanov que había sido soldado. “Como para todo ruso ––anotó Darío–– Dios y la Patria están muy cerca de su alma. Sus temas indican la dirección de su vuelo […] Cristianismo y amor al pobre: Fe y caridad: he allí las dos corrientes que pasan como el caudal de una fuente divina por esa inspiración nacida en un pecho real. Cuando vuela, parte en ímpetu angélico; cuando es sencillo, borda de una dulce poesía la realidad más llana. Dice (y el poeta transatlántico que era Darío traduce el carnet de identidad poético de Romanov):
Yo he sido mimado por la suerte […] Desde mi cuna la riqueza, los honores, la elevación de rango que me llevaban a un alto destino; mi nacimiento me designaba para grandes cosas. ¿Pero qué son para mí la opulencia, el oro, el poder y la fuerza? ¿Acaso la misma tumba imparcial no tragará todo este esplendor de aparato? Lo que nos halaga aquí abajo exteriormente debe desaparecer como la efervescencia momentánea de las olas. Hay otro don divino y sin precio, más sagrado para mí que todos los bienes de esta vida; ningún tesoro del universo lo remplazaría para mi corazón: ¡mis cantos! Plegue al cielo que se extienda el son de mis versos en el alma de la muchedumbre humana; que calme los dolores del afligido y le regocije el corazón de los dichosos. Y cuando los acentos de mi canto inspirado hayan conmovido a los hombres, feliz entonces por la gloria que haya conquistado, me ceñiré la inmarcesible corona. Pero no será porque sea descendiente de una raza ilustre ni por la sangre de los czares que corre en mis venas, que habré merecido la confianza y el amor de mi pueblo ortodoxo […] Será por los cantos rusos, nacionales, que habré cantado en mi vida entera y porque habré dignamente llenado la santa misión del poeta, a la gloria de nuestra madre Rusia! (en RD-MAPES: ESCRITOS INÉDITOS, 1938: 46).
Siete traducciones más de Romanov, próximas al poema en prosa, ejecutaría Darío: “Un lied de ausencia”, “El cerezo salvaje”, “¡Ha muerto!”, “Plegaria”, “Las rosas” (himno de vida ––la identifica Darío y también como corto suspiro aromado por la inmortal y divina Esperanza), “Al bardo anciano Afanasi Afanassievitch Cheuchine” y “¡De baja!”. Los siete se incluyen aquí como apropiaciones del poeta recién llegado a Buenos Aires.
“Les Fleurs”: poema de Mallarmé traducido por Darío
Otras seis apropiaciones llevaría a cabo Darío al traducir el poema “Les Fleurs” de Stéphane Mallarmé (La Nación, 14 de noviembre, 1894) con otros menores de cinco poetas galos (Verlaine, Laurent Taihade, Barbey d’Aurevilly, Robert de La Villahervé y Henry Corvel) sobre la misma temática, incluidos también en el presente volumen. Este hecho revela el conocimiento que poseía el traductor del máximo poeta esotérico de Francia, cuyos poemas en prosa (“Le Phénomène futur”, “La Penulltiéme”, “Plante d’antomne” y “Frisson d’hiver”) admiraba, juzgándolos superiores a los de Aloysius Bertrand y Charles Baudelaire, y fuertemente influidos por Poe (GARCÍA MORALES, 2005: 49). En prosa, he aquí “Las Flores”, primera versión en nuestro idioma de un texto de Mallarmé:
De las avalanchas de oro del viejo azur en el día primero, y de la nieve eterna de los astros, antes, sacaste los grandes cálices para la tierra, joven aún y virgen de desastres. La fiera gladiola, con los cisnes de cuello fino, y ese divino laurel de las almas desterradas, bermejo como el puro dedo del pie de un serafín que enrojece el pudor de las auroras holladas: el jacinto, el mirto de adorable brillo y semejante a la carne de la mujer: la rosa cruel, Herodías en flor del jardín claro, aquella que riega una sangre soberbia y radiosa. ¡Y tú hiciste la blancura sollozante de los lises que, rodando sobre mares de suspiros que roza, a través del incienso azul de los pálidos horizontes, sube, en un ensueño, hacía la luna que llora! ¡Hosanna en el sistro y en los incensarios, Padre Nuestro; hosanna del jardín de nuestros limbos! ¡Y concluya el eco por las celestes tardes, éxtasis de las miradas, escintilaciones de los nimbos! ¡Oh Padre que creaste en tu seno, justo y fuerte, cálices balanceando la futura redoma: grandes flores con la balsámica Muerte para el poeta fatigado a quien la vida debilita! (DARÍO, 1968: 1215).
Darío consideraba mejor traducir los versos en prosa. Reconocía el valor de la traducción de Mallarmé en prosa del famoso poema El Cuervo de Edgar Allan Poe. “Así ––afirmó–– se manifiesta más propiamente la manera del original” (RD-IBÁÑEZ: PÁGINAS DESCONOCIDAS, 1970: 41). Y esto fue lo que hizo con los textos del francés Alphonse Séché (1876-1964), sobre todo de “Flores extrañas”, “que llega al poema en prosa, pues el autor al explicar sus impresiones o visiones sómnicas recurre a la escritura plenamente literaria” (RD-RAMA: EL MUNDO DE LOS SUEÑOS, 1992: 65). El siguiente es su primer párrafo:
En la dulzura del día muriente íbamos teniéndonos de la mano, semejantes a amantes de leyendas, ligeros como mariposas embriagadas del perfume de las hierbas y de las flores. Ella se había puesto una fresca saya de lino blanco, y de su carita sonreía en la sombra de una gran capelina cubierta de rosas y lirios del valle. Y de ella corría, y corríamos entre la hierba de una inmensa pradera de flores extrañas. Más extrañas todavía eran las que abrían sus cálices multiformes y multicolores alrededor, en todo, el rededor de la pradera azul. No eran ni rosas, ni lirios, ni orquídeas, ni peonías, ni tulipanes, ni geranios, ni rododendros, ni dalias, ni iris, ni tenían como un aspecto enfermizo y malo; sus formas torturadas, sus colores en choque, hacían algo de monstruoso y contranatura. Pero eso no inquietaba a mi amiga, no nos inquietaba, y hacíamos enormes ramos rojos, azules, amarillos […]
En resumen, la flora ––cuya omnipresencia se detecta en la obra de Darío, sobre todo en sus poemas y cuentos–– no podía estar ausente en sus poemas en prosa y no como decorativo bouquet artístico. En uno de ellos, “Rosas y frutillas” (La Tribuna, Buenos Aires, 5 de noviembre, 1893) se comprueba, una vez más, que la flor predilecta de nuestro bardo era la rosa. Desde luego, se sustentaba en un erudito conocimiento floral: el amor no tiene flor de moda. Tiene ya de antiguo su consagrada y aromal intérprete: la reina rosa. Esa orgullosa, es augusta, esa clásica, que sabe griego de Anacreonte y latín de Horacio, mira con cierta especial sonrisa a la guaira blanca, esa orquídea, esa decadente. ¿Acaso está ella sujeta a la ley cambiante del capricho? […] Y argumenta:
La rosa triunfal impera a la luz del día; su reino es de este mundo. Amiga de los besos y de los versos consonantes, sabe que los poetas la aman; los poetas, que suelen hallar sus rimas confundidas con las abejas, entre los floridos tirsos de los rosales.
Muestrario significativo del periodo bonaerense
Durante su fecundo periodo bonaerense (agosto, 1893-diciembre, 1898), Darío acometió e incrementó sus poemas en prosa. Pero no es necesario referirse a la mayoría de ellos. Basta consignar algunos. En A la alondra [francesa] y Al gallo galo (ambos de 1895), tributa un homenaje a Francia, cuya irradiación literaria ilumina el poemario culminante del modernismo: Prosas profanas (Buenos Aires, Imprenta de E. Coni e Hijos, 1896).
Sin embargo, de esos días data Semana Santa. Mi Domingo de Ramos (La Nación, 29 de marzo, 1896) —una impactante prosa poemática— que, cito a Arturo Ramoneda, “le sirve a Darío para evadirse, desde las penas presentes y los amargores futuros, a un mundo infantil, de pureza, candidez y armonía, en el que las memorias religiosas derramaban su magia y consuelo” (DARÍO, 2000: 9). Esta íntima evocación del alma de su infancia no podía faltar, destacándose en ella los matices sensoriales de su autor:
A mis narices viene un olor de hierbas olvidadas, de flores que a tiempo no he vuelto a ver; a mis ojos florece una aurora de visiones, que me atraen con una magia imperiosa; a mis oídos llegan notas de lejanas armonías, que han dormido por largos espacios de años bellas princesas del bosque de mi vida; mi tacto es halagado por el roce de aires amigos, que acariciaban los bucles rubios de mi infancia, y reconozco el troquel de que saltó mi primer pensamiento, limpio y sonoro como una medalla argentina.
No pocos párrafos de Semana Santa. Mi Domingo de Ramos, a través de los cuales vibra aún el alma del poeta, caben considerarse poemas en prosa. En uno de ellos se revive la solemne entrada del Nazareno, léase León. En la calle Real, decorada con arcos de colores y alfombras floridas, cuando ha dado señal el campanario, el desfile comienza: severas autoridades, familias de pro, licenciados de largas levitas flotantes; la cruel Mercedes, la dulce Narcisa, la rara Victoria, los elegantes y el pueblo en su pintoresco atavío nacional. El sol que llega, todo de oro y púrpura dominicales, tornasola los rebozos de seda de esas mujeres morenas. Allá va el bachiller que lee a Voltaire y se confiesa una vez al año, por la cuaresma, o antes, si espera a ver peligro de muerte: va a la misa. Sobre aquella ciudad, feliz como una aldea, ciérnese todavía un soplo de buen tiempo pasado. Es aún la edad de las virtudes primitivas, de los intactos respetos y de la autoridad incontrastable de los patriarcas. Para ir al templo preceden los cabellos blancos de los grupos de fieles. Y la campana grande alegra a todos; todos los corazones reciben el propio influjo; rige las voluntades un mismo ritmo de impulsión. La campana grande es la lengua de la ciudad; ella despierta reminiscencias de sucesos memorables, orgullos populares y orgullos patricios. Cuando habla, creeríase que un espíritu supremo le inspira y que anuncia en su idioma de bronce, la piedad del cielo.
Extensa crónica llena de poesía y sincera emoción, Semana Santa. Mi Domingo de Ramos se concentra en la procesión del Jesús del Triunfo: ¡Palmas! La procesión ha aparecido ya: hacia el azul del Señor dirigen las alas las jaculatorias; las músicas tienden en los aires sus arcos de armonía; del campanario, como de un sacro y encantado palomar, desbandadas de palomas, de palomas de oro, los himnos de las campanas se ciernen sobre las gentes. Hosannas de los trombones y violines; hosannas de las plantas; hosannas de los celestes violoncelos. Bajo la seda y el oro de un palio pomposo como una casulla gala, va Jesucristo sobre una asna; el prefecto lleva la asna del fiador. Obra de desconocido e ingenuo escultor de la escuela quiteña, Nuestro Señor está hermoso y real sobre sus cabalgaduras. Sus atavíos son los de un arzobispo; lleva magna capa sostenida por un paje eclesiástico; sus ojos dulces miran como si mirase lo infinito; su cabellera nazarena le cae en rizos sobre los hombros; su mano derecha, detenida en un gesto hierático, bendice al mundo. Así va, seguido de gran muchedumbre, sobre las alfombras policromas y olorosas, bajo las arcadas de banderolas. Pendientes de los arcos, veis curiosas cosas: frutas doradas, cestos de flores, pelícanos con el pecho herido, garzas reales, águilas y palomas, monstruosos caimanes, inauditas tarascas, serpientes y quimeras […] ¡Dame, alma de mi infancia, una baja de tu palma bendita para coronar mi frente!
Siempre en La Nación (el 6 de abril de 1896), Darío divulgó su poema en prosa Sensación de otoño, cuya principal fuente era L'allegoria dell'Autunno del poeta más grande de su tiempo: Gabriele d’Annunzio (1863-1938), a quien profesaba enorme admiración. La impronta del otoño en su entorno bonaerense se plasma magistralmente. Además, el poeta trae a su memoria, insertándolos, el soneto “Frisson d'automne” del francés Fernand Sarnette (1868-1914) y la estrofa de otro poema galo, “Suzette et Suzon”, de Víctor Hugo (1802-1885). No obstante, en su memoria este panegírico autumnal hace constar: Lo cierto es que todas las estaciones son bellas y adorables, como salgan a recibirlas esas buenas mozas que tienen por nombres Juventud, Salud, Alegría, sin olvidar al gallardo e invencible mozo apellidado Dinero.
Al año siguiente, rinde otro tributo: a la república Argentina (La Nación, 10 de julio, 1897). Versicular, esta oda consta de frases yuxtapuestas, todas laudatorias, que compendian la significación latinoamericanista de la patria de San Martín y Mitre en la convicción sociopolítica de Darío:
Fecunda y misteriosa protectora de las razas del mundo, que pones en cada una tu germen autóctono.
Comodora de la bandera blanca y azul, que en la escuadra de América presentas tu sol delante de todas las estrellas.
Gloria y amor a ti, ¡oh Argentina patria! Un galope de pegasos nuevos, anunciando triunfos, nació de las naciones latinas, y tus hombres de obra trabajan en siembras de ciudades e ideas.
Has tenido el talismán que ha ahuyentado la guerra. Has podido oponer al águila yanqui el cóndor.
Y tu bella sangre, oh Argentina, comunica su ritmo al vibrar de todo el continente […]
El mismo año de 1897 publica en La Razón, de Montevideo, un prólogo a la obra Tierra adentro del argentino Amado J. Seballos, en el que define su naturaleza viajera y cosmopolita reflejada en los poemas en prosa que ya había escrito y que escribiría: Tengo la pasión de los viajes; me encanta la contemplación de paisajes nuevos; en mi memoria pasan, como en un cinematógrafo, el bohío centroamericano, la casa monstruosa neoyorquina, la más grande de las cataratas, el parque inglés, el convento español, la isla africana, la glorieta graciosa parisiense, y cien montes y cien lagos y cien ríos, pájaros de diversos colores, y hombres de diversas lenguas; usos distintos, lo pintoresco y distinto, y en cada lugar un nuevo manantial de sensaciones, un nuevo panorama, para mis ojos y mi alma. Y continúa:
Y en cada país que en mis peregrinaciones he conocido, hame llamado siempre la campiña con voz sana y fuerte, la naturaleza de su reino, los campos salvajes más que los cultivados y profanados por las chimeneas, la sierra, la vasta montaña, en donde se filtra y canta el arroyo, tal según el verso de Hugo, la fresca poesía anacreóntica (AHASVERUS, 1897: 9).
Sol del domingo
Pues bien, antes de concluir su periodo argentino escribió su mejor poema en prosa: Sol del domingo (El Sol, Buenos Aires, año I, núm. 2, 3 de septiembre, 1898). Glorificación del último día de la semana, inscribía en una tradición: la de los simbolistas Jules Laforgue (1860-1887) y Georges Rodenbach (1855-1898). Ambos atendieron tanto al domingo que crearon un género de poema: “dimanches”, comparables a los numerosos “nocturnos”, “vesperales”, “matinales” o “autumnales” de la época. En Sol del domingo, Darío desgrana en siete segmentos, con exquisito poder de sensibilización escenas “exterioristas”. Por ejemplo: su asistencia a misa de madrugada –tras oír las campanadas de Pascua Florida– y el chapuzón matinal en el río con sus compañeritos, ambos durante la nicaragüense León de su infancia; la cacería en el campo argentino, el paso de una familia obrera en el bulevar, la presencia de los niños en las plazas públicas y en el Carrusel o Tíotivo. Para él, cada domingo es sinónimo de alegría y al sol –flameante, brillante, diamante– le pide, no exento de compasiva mirada social:
Sol del domingo, sé bueno siempre para los niños, para los viejos. Eres el que hace reír las casas y los árboles con un brillo inusitado; el que saca a los huérfanos de sus habitáculos en sus largas filas, a ver la ciudad, a respirar la salud de los jardines y los campos. Se suave y de oro puro para ellos; y para las viudas tristes y para los niños pobres […]
Otoño
Otro poema en prosa, presidido por el yo lírico, cabe destacar: Otoño (Caras y Caretas, Buenos Aires, núm. 13, 1ro. de enero, 1899), Darío lo inicia convocando en su imaginación unos versos del poema “El alma es menos clara” (L'aube est moins claire) de Víctor Hugo, el cual resiente la llegada del triste otoño; la alusión otoñal de otro francés, Charles Hubert Millevoye (1782-1816): el son de flauta elegíaco de Millevoye; y al maestro de los grises y refinado melancólico, el pintor y grabador holandés Adolph Artz (1837-1890). ¿Con qué fin? Para evocar, por segunda vez, a su prima Isabel Swan. La primera lo hizo más de treinta años antes en el cuento de Azul… “Palomas blancas y garzas morenas”.
Isabel Swan Darío –hija del norteamericano Mr. Juan Swan y de Sara Darío, hermana de Ignacio Sarmiento, abuelo materno del poeta– llevaba el ficticio nombre de Inés; ahora se llama Belisa. A ella se dirige: fuiste tú, Belisa, la que surgiste, cual de una cripta, de mi alma, desolada bajo una lluvia de hojas pálidas […] Y añade:
Porque tú simbolizas para mí la estación de la melancolía en que los arboles quedan sin las galas de su juventud y la fruta que no se ha cortado a tiempo cae y se pudre. ¿Recuerdas? Juntos nacimos a la vida, y la primavera nos saludó coronándonos de sendas floridas. Nos criaron de modo que bien pudimos, al amor del trópico, en aquel país de fuego, jugar eficazmente a Pablo y Virginia. Fuiste tú la que por primera vez despertaste con la frescura floral y carnal de tu cuerpo maravilloso, la llama dormida de mi sangre; y tus ojos azules, fijos en los míos, en el tiempo de nuestras dos adolescencias, y la roja calor que de cuando en cuando empurpuraba tus mejillas, y la palpitación columbina de tu naciente seno, me revelaban que en ti nacía la gracia misteriosa del deseo. Ese era el momento, Belisa, ese era el instante sagrado; pero no pudimos tender la mano y cortar la rosa. La manzana quedó en el árbol y la primavera pasó, con su cortejo pomposo.
Yo partí a lejanos países, pues mi alma de Simbad tiende a buscar siempre horizontes y paisajes nuevos, así fuese fuera del mundo: any where out of the world…; pero en todos lugares, desde aquellos días de llamas, cuando el sueño me conduce a su imperio, he ahí que tú apareces tal como el encanto de tu dominadora hermosura sensual: y tú eras la amada, la querida de mis sueños […]
Trozos de crónicas viajeras
Por otro lado, el lector apreciará como verdaderas prosas poemáticas trozos de las crónicas viajeras de Darío compiladas en libro. Fueron los casos de dos recogidos en Peregrinaciones (París, Librería de la Vda. De Ch. Bouret, 1901) y Tierras solares (Madrid, Leonardo Williams, Editor, 1904, pp. 195-197). Al primero, dentro del capítulo “En París” Helena Ramos lo privilegia y denomina Flores y patatas; y el segundo, difundido originalmente en La Nación el 18 de junio del año citado, se titula Waterlóo. Evidentemente, consiste en una evocación de la derrota del coloso francés en 1815 al sur de Bruselas, de “un apunte paisajístico que le salió redondo y que recuerda la presencia descriptiva de Azorín de estos mismos años”, según Francisco López Estrada (en CUEVAS GARCÍA, 1998: 144).
En Waterlóo Darío recuerda a Víctor Hugo, y entonces refiriéndose al capítulo de Los Miserables, se le escapan estos dos casi versos: Los sonoros clarines líricos y las terribles trompetas épicas; pero su descripción acaba con una entrecortada descripción nada épica: Vacas rojas, manchadas de blanco, pacen sobre la felpa ondulada de la llanura. Un campesino ara. Suena a lo lejos un mugido. Un pájaro pasa sobre mi cabeza, como una flecha. Tranquilidad. Mayo. Paz (DARÍO, 1904: 197).
Otras similares prosas poemáticas
También el lector aprobará la inclusión de otras similares prosas poemáticas como las siguientes: 1. Retratos exegéticos de ocho poetas y escritores en lengua española: el español José Zorrilla (1817-1893), los cubanos José Joaquín Palma (1844-1911) y Julián del Casal (1863-1893); el uruguayo Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931), y los argentinos Leopoldo Díaz (1862-1947), Luis Berisso (1866-1944) y José León Pagano (1875-1964); 2. Breves piezas laudatorias de dos figuras artísticas: la célebre actriz francesa Sarah Bernhardt (1844-1923) y la muy poco conocida italiana Margarita Tamagno (1879-1942); 3. Perfiles o trazos de tres personalidades que inspiran auténtica simpatía: Namoncurá (1811-1908), cacique de la Pampa; el payaso inglés Frank Brown (1858-1943) y el francés ––inventor del frigorífico––, Charles Tellier (1828-1913); 4. Glosas magistrales sobre alimentos y bebidas: De sobremesa (1890) y Culinaria china (1913); y 5. Crónicas poemáticas que se apartan de la veta “tradicionalmente” modernista para poder registrar tonos nuevos, cinematográficos, entre ellos El Vedado y Miramar Garden, ambos films habaneros: uno de 1910 y el otro de 1911.
El dolor de no amar y el dolor de amar
De excepcional poema en prosa es posible calificar El dolor de no amar y el dolor de amar. Publicado en 1905, lo rescató un investigador chileno (SAAVEDRA MOLINA, 1938: 79); y un coterráneo suyo llegaría a considerarlo una evocación enteramente subjetiva y desgarrante. Se trata de un texto “tan expresivo como ignorado de casi todos los críticos de Darío” (SILVA CASTRO, 1968: 74). Los dolores irremediables del no amar y el amar ––según Darío–– entrañan dolores irremediables, profundos y sañudos, por los cuales el alma vive como el parásito de la planta joven y el amar formulan estas doce preguntas desoladoras, existenciales: ¿Para qué amas? ¿Acaso puedes ser amado? ¿No mata el amor solo? ¿No necesito el amor de otro amor? ¿Alcanzarás tú ese otro amor? ¿Has pensado en todo esto? ¿No es triste amar así? ¿Qué objeto tiene la vida, si solo tú amas, si a tus lágrimas responden risas? ¿Para qué existir? ¿Qué esperas sobre la tierra? ¿No has pensado en la muerte? ¿No libera la muerte?
Poemitas de verano y Veranos de mi recuerdo
Lo mismo puede afirmarse de otros dos poemas vinculados temáticamente: Poemitas de verano (Elegancias, París, núm. 6, 15 de julio, 1911) y Veranos de mi recuerdo (El Nuevo Tiempo Literario, Bogotá, diciembre, 1911). El primero se inspira en Cantique d´été [Cántico del estío] (París, Sunsot, 1910) de la escritora y pintora franco-suiza Margarite Burnat-Provins (1872-1952), concretamente de un fragmento del poema en prosa XXXVIII de esa obra: Je tiens ton coeur entre mes mains et tout le jour je le regarde (Sostengo tu corazón entre mis manos y lo contemplo todo el día) –comienza. Frase que le nicaragüense, evocando los frutos veraniegos de su tierra natal, retoma:
Como la más margarita de las margaritas, yo tuve entre mis manos tu corazón, que trascendía a fruta del trópico al mismo tiempo que a flor tropical. Y en él encontré el sabor del níspero moreno, de la piña rubia, del jocote de sangre, del melón de miel, de la pulpa de la sandía, del almíbar del carao, de los frutos misteriosos, de las manzanas rosas, del algodón de la guaba, del azúcar de piñuela, de la granadilla. Y, sobre todo, el sabor tuyo, reveladora, encantadora, Pomona y flora, en tu aurora […]
Es decir, enalteciendo a Pomona, ninfa de las frutas, y a Flora –deidad que hace florecer los árboles y que preside todo lo que florece– en la mitología romana.
Por su lado, el segundo poema en prosa ofrece un escenario mucho más amplio: aparte de una lejana estampa de su telúrico entorno natal, escenas memorables de su experiencia en las sierras de Córdoba, Argentina; en una villa de Asturias, España; y en Dieppe y Bretaña, Francia.
Compilaciones
Por lo demás, los poemas en prosa de Darío no han sido eficaz y suficientemente compilados. El primer intento de reunirlos correspondió al volumen XIV de la conocida serie Mundo Latino, por el nombre de la empresa editora, de obras completas. Constó de 22 volúmenes, de 18x12 cm., muchos de ellos ilustrados por el dibujante español Enrique Ochoa (1891-1918). Es el caso del referido volumen XIV titulado Cuentos y crónicas. El literato argentino y discípulo de Darío, Alberto Ghiraldo (1875-1946), formó y vigiló la serie, pero sin indicar que todo el volumen procedía de Mundial Magazine.
En las siguientes compilaciones —tituladas Poemas en prosa, la primera de 1922 y la de mayor cantidad de 1955— se denomina el penúltimo poema de En Chile, Paisaje, con otro título: En el país encantado; y se ignora que El ideal no es otro que el último de esa misma serie. Además, se cometen dos gazapos: la inclusión de poemas en prosa de Rafaela Contreras atribuidos a Darío: La canción del invierno, aparecido en La Unión (San Salvador, 19 de mayo, 1890) y Sonata, publicada en El Correo de la Tarde (Guatemala, núm. 16, 27 de diciembre, 1890). Finalmente, contienen una lamentable anomalía: Cleopombo y Heliodemo, soneto del mismo título de Cantos de Vida y Esperanza (1905) se imprime en renglones de prosa.
Antologías
Tampoco las antologías del género en lengua española han sido pródigas con Darío. Así puede comprobarse en las de DÍAZ PLAJA (1956), FERNÁNDEZ (1994) y LEÓN FELIPE (2005). Sumados los poemas en prosa del nicaragüense escogidos en las tres selecciones, no pasan de doce; cantidad que no representa dignamente esa parcela poco conocida de su obra creadora, la cual aquí revaloro y difundo en cantidad suficiente.
Criterio de edición
Mejor dicho: siguiendo un orden cronológico, esta obra tiende a revelar ––con el mayor número posible de textos–– el arte prosístico breve de Darío, incluyendo no solo las piezas estrictamente consideradas poemas en prosa por los modernos parámetros críticos, sino también aquellas próximas a dicho arte ––crónicas cortas, impresiones de viaje, retratos y recuerdos–– dispersas o extraídas de volúmenes publicados de su autor: Los Raros (1896), Peregrinaciones (1901) Tierras solares (1904) y La vida de Rubén Darío escrita por él mismo (1915). Por tanto, en esta obra compilatoria se ha tomado muy en cuenta la poemática prosística ––el término fue acuñado por Ana María Hernández de López–– de Darío.
Al final de cada pieza se indican tanto su procedencia original como sus reproducciones. Además, se define el copioso léxico culto y se aclaran múltiples referencias históricas y literarias ––pues el poeta casi siempre transmitía en sus poemas en prosa tales referencias–– y algún otro oportuno dato complementario. Casi toda esta acuciosa labor fue realizada por Helena Ramos, a quien también se le debe la inclusión de algunos textos.
Jorge Eduardo Arellano
Managua, 23 de junio, 2021
Referencias bibliográficas
Obras de RD (en orden cronológico)
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____________ (1918): Cuentos y crónicas, vol. XIV de Obras completas. Madrid, Mundo Latino. [8], 198 [10] p. [Incluye ocho poemas en prosa. Tres de ellos —La marea, A una bogotana y La virgen negra— integran la sección Visiones pasadas; y +6cinco —La isla de los muertos [sic], Idilio marino, Sirenas y tritones, Día de primavera y Los pescadores de sirenas— otra: “Poemas de arte/ Böcklin”. Además, figura la prosa poemática Semana Santa. Mi domingo de ramos].
____________ (1919 y 1920): Rubén Darío en Costa Rica. Cuentos y versos, artículos y crónicas. Compilación y prólogo de Teodoro Picado. San José, Costa Rica, García Monge y Cía. VIII, 148 p. y 240 p.
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____________ (1938): Poesías y prosas raras. Compiladas y anotadas por Julio Saavedra Molina. Santiago, Prensas de la Universidad de Chile. 106 p. [Incluye El dolor de no amar y el dolor de amar].
____________ (1938): Escritos inéditos (sic) recogidos de periódicos de Buenos Aires y anotadas por E. K. Mapes. New York, Instituto de las Españas. 224 p. [Incluye La victoria de Samotracia, Azul, Rosas y frutillas, Otoño, Sensación de otoño, De la señorita XXX a su amiga XXX y Del Tigre Hotel].
____________ (1949): Poemas en prosa. Historia de mis libros. Madrid, Afrodisio Aguado, 156 p. (Colección más allá, v. 29).
____________ (1955): “Poemas en prosa”, en Obras completas. Tomo IV: Cuentos y novelas. Madrid, Afrodísio y Aguado, S.A., pp. 427-456. [Contiene 17 textos: quince “espigados entre la obra dispersa de Rubén Darío, recogida por Alberto Ghiraldo y Andrés González Blanco” (vol. VIII de Obras completas/ Biblioteca Rubén Darío), a saber: En el país encantado, Sonata, La canción de la luna de miel, Sanguínea (sic), Sueño de misterio, Poemitas de verano, Los pescadores de sirenas, Idilio marino, La canción del invierno —poema en prosa de Rafaela Contreras, incluido por desconocimiento de los referidos editores españoles, lo mismo que Sonata—, Sol de domingo (sic), reducido a tres de sus siete fragmentos; El ideal, Boeklin, la isla de los muertos; Sirenas y tritones, Día de primavera, A la Argentina. Los dos últimos —La pesca y Gesta moderna— pertenecen a la colección de Escritos inéditos reunidos por el profesor [E.K.] Mapes [en 1938]; ambos ya figuraban en la edición Cuentos completos (México, Fondo de Cultura Económica, 1950, pp. 250-251 y 252-253, respectivamente), compilados y anotados por Ernesto Mejía Sánchez].
____________ (1968): Escritos dispersos (Recogidos de periódicos de Buenos Aires. Estudio preliminar, recopilación y notas de Pedro Luis Barcia. Advertencia por Juan Carlos Ghiano. La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. 380 p. [Incluye Voz del arroyo, Tierra ilusoria, Recuerdos de Zorrilla, La virtud de la alegría, La oración del niño sobre el mar, El Vedado, Miramar Garden, El poeta Julián del Casal y El rey del frío].
____________ (1968): Poesías completas. Edición, introducción y notas de Alfonso Méndez Plancarte. Aumentada con nueve poesías y otras adiciones por Antonio Oliver Belmás. Madrid, Aguilar. 1309 p.
____________ (1970): Páginas desconocidas de Rubén Darío. Recopilación y prólogo: Roberto Ibáñez. Montevideo, Biblioteca de Marcha. 229 p. [Incluye Sol del domingo, Canción del océano, En el álbum de Luis Berisso, José León Pagano, Namuncurá, Margarita Tamagno, Recuerdos de Zorrilla].
____________ (1970): Poemas en prosa/ Canto a la Argentina. México, D.F., Editora Nacional. 147 p. [Contiene 25 textos sin indicación de fuentes y algunos lejos de constituir poemas en prosa como “Diorama de Lourdes (Bernardette)”.
____________ (1988): Historia de mis libros. Edición de Fidel Coloma. Managua, Nueva Nicaragua. 111 p. (Colección Azul, v. 4).
____________ (1991): La vida de Rubén Darío escrita por él mismo. Caracas, Biblioteca Ayacucho. 157 p. (Colección “La Expresión Americana”). [Incluye God save the Queen y Medalla de Frank Brown: anverso y reverso].
____________ (1992): El mundo de los sueños. Edición y notas de Ángel Rama. Managua, MED. 176 p. [Incluye Sueño de misterio].
____________ (1996): Prosas profanas y otros poemas. Presentación de Gilberto Bergman Padilla. Edición, estudio y notas de Pedro Luis Barcia. Buenos Aires, Embajada de Nicaragua. 220 p.
____________ (2000): Cuentos y crónicas. Ilustraciones de Enrique Ochoa. Prólogo de Arturo Ramoneda. Barcelona, Círculo de Lectores. 186 p. (Raros y curiosos). [Segunda edición de la aparecida en 1918. Incluye los nueve textos ya consignados].
____________ (2003): Prólogos de Rubén Darío. Recopilación, introducción y notas de José Jirón Terán. Epílogo de Jorge Eduardo Arellano. Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua. 360 p.
____________ (2008): Azul… Edición de Arturo Ramoneda. Carta-prólogo de Juan Valera. Madrid, Alianza Editorial. 259 p. (El libro de bolsillo/ Literatura hispanoamericana).
____________ (2008): ¿Va a arder París? Crónicas cosmopolitas, 1892-1912. Selección, introducción y notas de Günther Schmigalle. Madrid, veintisiete letras. 252 p. [Incluye Namuncurá].
____________ (2011): Crónicas desconocidas 1906-1914. Edición, crítica y notas de Günther Schmigalle. Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua. 529 p. [Incluye Voz del arroyo, Tierra ilusoria, La virtud de la alegría, La oración del niño sobre el mar, Músicas nocturnas, los caprichos del sol, Monotonía del mar, Los bohemios].
Estudios sobre RD (en orden alfabético)
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Anexo
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