POESIA GRIEGA DEL SIGLO XX,ΕΛΛΗΝΙΚΗ ΠΟΙΗΣΗ ΤΟΥ ΧΧ ΑΙΩΝΑ
ANTOLOGÍA DE LA POESÍA NEOHELÉNICA
[Desde Kavafis hasta la Generación de 1980]
Traducción e Introducción
JOSÉ ANTONIO MORENO JURADO
Selección de poemas José Antonio Moreno Jurado
y
Stelios Karayanis
Academia de la Lengua de Perú
Lima 2020
INTRODUCCIÓN
ACERCAMIENTO A LA POESÍA NEOHELÉNICA
I. La herida de la lengua
He venido pensando con cierta frecuencia que toda la historia de la lite- ratura neohelénica, vista en su conjunto y desde nuestra perspectiva occi- dental, consiste especialmente en una constante y laboriosa ascensión de la lengua popular a la categoría de lengua literaria. Una ascensión difícil, llena de tropiezos, a veces sangrienta, que tuvo que abrirse paso entre las disputas de quienes defendían, por razones más utópicas que reales, la len- gua pura (katharévusa), pretendidamente heredera de la lengua clásica, y quienes combatían denodadamente en defensa de la lengua popular o de- mótica (dimotikí).
El problema, en realidad, era un problema heredado de tiempos anti- guos. Una herida abierta que nunca cicatriza. La aparición - o más exacta- mente la codificación - de la koiné durante el período Helenístico, tras un largo proceso evolutivo que pudo originarse en el siglo V a. C1., pero que se completaría2 bastante más tarde, acentuó la diferencia entre la lengua li-
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1 Para adquirir una idea fidedigna de los orígenes y evolución de la koiné, deben leerse al menos, como imprescindibles: P. KRETSCHMER, Die EntstehungderKoine (Viena 1900); A. THUMB, Die griechische Spracheim Zeitalter des Hellenismus: Beitra- ge sur Geschichteund Beurteilungder Koine (Strassburg 1901); L. RYDBECK, Fachpro- sa, vermeintliche Volkspracheund NT. Zur Beurteilung der sprachlichen Niveauunter schiedeimnach klassischen Griechisch (Uppsala 1967); J. FRÖSEN, Prolegomena to a Study of the Greek Language in the First Centuries A. D. The Problem of Koine and Atticism (Helsinki 1974); S. T. TEODORSSON: The Phonemic System of the Attic Dialect, 400-340 B.C. (Lund 1974), The Phonology of Ptolemaic Koine (Göteborg 1977) y The Phonology of Attic in the Hellenistic Period (Göteborg 1978). Desgraciadamente, los españoles han aportado muy poco al conjunto de estas investigaciones.
2 El sistema vocálico se completó definitivamente con la plena evolución del iota- cismo en el siglo X. Véanse: Y. JATZIDAKIS, Sýndomos istoría tis elinikís glosis (Atenas 1915); M. TRIANDAFYLIDIS, Neoelinikí Gramatikí (Atenas 1938); R. BROWNING, Me- dieval and modern Greek (London 1969); ST. KARATZÁS, Paradosis istorías tis neoeli- nikís glosas (Tesalónica 1975); V. LIAPÍS, Glosa i elinikí (Tesaloníca 1984).
teraria y la lengua hablada, entre la lengua culta y la lengua familiar del pueblo. Se quiera o no, gran parte de la literatura clásica y, en mayor medi- da, las creaciones del Helenismo utilizan como vehículo de expresión una lengua bellísima, pero encorsetada y artificial. Una lengua, exclusivamente literaria, muy lejana a la lengua en la que el pueblo expresaba sus emocio- nes y sentimientos. Casi podría decirse, de manera apresurada, que cada género literario llevaba consigo, como un contenido más3, una lengua pri- vativa que acarreaba la inclusión de fórmulas dialectales precisas. Piénse- se, por ejemplo, en la extraordinaria diferencia que existe entre los epigra- mas del siglo II, incluidos en la Antología Palatina, y las cartas de tono popular, de la misma época, descubiertas en Egipto.
Los bizantinos, por su parte, siguieron manteniendo la dicotomía entre la lengua escrita y la lengua hablada por el pueblo. Salvo honrosas excep- ciones, como las Cronografías y las Vidas de Santos, elaboradas por los monjes en lengua popular, y los interesantes textos de Constantino VII Porfirogénito4, los autores del Imperio vuelven una y otra vez sus ojos al aticismo5, en la redacción de sus obras, para copiarlo obstinadamente, ex- presándose a veces en una lengua mucho más complicada que la de los modelos originales6. Una lengua aticista que los maestros, mediante múlti- ples sistemas memorísticos, hacían aprender a los discípulos como si se tratara en verdad de una lengua extranjera. A mediados del siglo XI, como veremos, hace su aparición la primera obra en griego popular bajo la forma de una canción de gesta, pero fue olvidada sistemáticamente por los hom-
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3 En el sentido de que, cuando modernamente se han suprimido las diferencias entre fondo y forma, la lengua se convierte con frecuencia en contenido, es decir, indica y expresa algo que está más allá de la forma.
4 Nacido de la púrpura era el sobrenombre que se concedía a los nobles nacidos en la sala púrpura del palacio imperial. Constantino VII (905-959) subió al trono imperial en 913 aunque reinó en realidad a partir de 945. Desarrolló una constante labor literaria y, con un equipo de intelectuales, consiguió reunir una colección de textos dividida en 53 secciones de la que se conservan, entre otras, Sobre las embajadas, Sobre el vicio y la virtud, Sobre las sentencias y Sobre la insidias. Él mismo redactó una crónica de su abuelo Basilio I, Narración histórica de la vida y las acciones de Basilio, unas exhorta- ciones a su hijo, A mi hijo Romanós, sermones, discursos, poemas litúrgicos y arengas a los soldados. De su actividad salió también un libro fundamental para el conocimiento de Bizancio, Ceremonias de la corte de Bizancio.
5 Se han confundido con frecuencia los términos aticismo y koiné. Con el término aticismo me refiero exclusivamente a la utilización o imitación de la prosa ática en la escritura.
6 Entiéndase que imitación para un hombre bizantino no significa lo mismo que para nosotros. En la forma de tratamiento de la imitación, siguiendo los modelos de la retóri- ca vigente, el bizantino puede expresar, aunque nos parezca extraño, su originalidad.
bres cultos de Bizancio que seguirían escribiendo en la lengua aticista7. Un caso paradigmático es el de Teodoro Pródromos, en el siglo XII, que con- siguió escribir a la perfección en la lengua culta y en la lengua popular8.
Tras la caída de Constantinopla en 1453, los hombres cultos realizaron una formidable tarea de continuidad cuyo mérito, sumergidos en las pési- mas condiciones políticas y humanas en que se encontraban, no puede ni debe negárseles. En mi opinión, un mérito mayor, o al menos distinto, que el de los sabios que se marcharon a Occidente y colaboraron en las actitu- des y las peculiaridades del Renacimiento9. Lógicamente, los que se que- daron en Constantinopla y en los países del Danubio y los que pasaron a Creta, o a otras regiones, siguieron utilizando la lengua culta en sus ma- nifestaciones literarias, aunque algunos de ellos, comprendiendo el desa- rrollo que las lenguas vernáculas habían adquirido en Occidente, se pa- saron a la utilización de la lengua popular. Sin embargo, el interés por la lengua del pueblo va emergiendo poco a poco de las tinieblas y ella mis- ma, la lengua de las emociones, fue tomando conciencia de sí misma. Y una conciencia, por otra parte, que no afectaba sólo al plano literario, sino también al plano social. En efecto, ya a mediados del siglo XVI, como extraordinario precursor, NikólaosSofianós escribió la primera gramática del demótico que no consiguió ver publicada en vida10.
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7 Sobre los problemas de la lengua originados antes de la Caída de Bizancio debe leerse en español: P. BÁDENAS DE LA PEÑA, “La lengua griega en la Baja Edad Media”, Erytheia 6.1 (1985) 5-25, y “Primeros textos altomedievales en griego vulgar”, Erytheia
6.2 (1985) 179-185; J. M. EGEA, “La lengua de Constantinopla en el siglo XII”, Erytheia 8.2 (1987) 241-262, “El griego de los textos medievales”, Veleia 4 (1987) 255- 284, y “La lengua de la Ciudad en el siglo XII”, Erytheia 8.2 (1987) 241-263.
8 Mi aserto sobre Teodoro Pródromos (1100-1170) sólo es correcto si es correcta también la atribución de la autoría de los Poemas Prodrómicos. De todas formas, R. BEATON, en The Medieval GreekRoman (Cambridge 1989) 11-13, asegura, siguiendo algunas directrices de R. BROWNING, que durante el siglo XII coexistieron tres niveles lingüísticos diferentes: la lengua aticista a la que llama hiper-correcta, la lengua verná- cula, que nosotros llamaríamos con reservas koiné medieval, y una lengua que se en- cuentra entre los dos extremos y no se basa en la prosa ática, sino en la koiné evangéli- ca.
9 Algunos de estos maestros renacentistas están recogidos en el capítulo segundo de este trabajo. No se trata aquí de despreciar la actividad que desempeñaron en el Occi- dente europeo, sino, salvo magníficas excepciones, de la falta de preocupación que mostraron por la lengua popular.
10Nikólaos Sofianós, nacido en Corfú, vivió durante la primera mitad del siglo XVI y trabajó en Venecia en el círculo de los humanistas griegos. Su gramática fue editada por primera vez por E. LEGRAND en París, en 1870, que la volvió a incluir en su Collec- tion de monuments, Nouvellesérie, tomo 2 (París 1874) .
En 1789, en el período que se conoce como Ilustración griega, dos hombres que vivían en Bucarest, Lambros Fotiadis11, defensor de la lengua arcaizante, y Dimitrios Katartzís12, espléndido dimoticista y figura signifi- cativa de la Ilustración, expresaron, en una apasionante correspondencia13, sus diferentes puntos de vista sobre la lengua, inaugurando así un enfrenta- miento que se ha prolongado, con mayor o menor virulencia, hasta nues- tros días. Desgraciadamente, Katartzís se vio obligado a abandonar, tras tantos años de esfuerzo, su propio pensamiento sobre la lengua y a seguir escribiendo en una especie de lengua mezclada o lengua pura simplificada. Sus planteamientos lingüísticos, en cambio, no cayeron en el olvido y fue- ron alabados por Rigas y, especialmente, por Solomós que influyó, a su vez, en los comportamientos lingüísticos de los poetas del Heptaneso.
Mas tarde, la personalidad de Adamantios Koraís14 vino a complicar sobremanera la situación de los dos partidos en liza. Su propuesta consistió en dotar a la lengua de toda una serie de neologismos extravagantes y, a veces, ridículos, que, en verdad, no eran utilizados ni conocidos en absolu- to por el pueblo. Koraís se empeñó en conseguir la purificación radical de la lengua y el término que empleó para ello (kátharsis) se convirtió en una especie de símbolo que adquirió el atractivo suficiente para que, en ade- lante, aquella lengua pura a la que aspiraba se llamase katharévusa. Sus partidarios se impregnaron de cierto fanatismo utópicoy el intento del maestro, en vez de venir a resolver los problemas existentes, agudizó la grieta que separaba a unos y otros y jugó un papel negativo en la sincera batalla de la lengua popular.
Tras algunos acontecimientos, más o menos episódicos, como el de la edición del Diccionario de nuestro dialecto griego en 183515, Yanis Psija-
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11 Nació en Yánina en 1752, fue uno de los más cultos profesores de Filología griega clásica e impartió sus enseñanzas en la Academia de Bucarest.
12Dimitrios Katartzís nació en Constantinopla en 1730 y perteneció al escalafón de los jueces superiores en Bucarest. Escribió, entre otras obras, Encomio del filósofo, beatitud del ortodoxo, reproche del ateo, compasión de las supersticiones y Conócete a ti mismo.
13 Fue publicada por NEÓFITOS DUKAS en I kat´epitomín Grammatikín Terpsithea (Viena 18123) 53-84, y más tarde por K. N. SATHAS, Neoelinikís Filoloyías parártima (Atenas 1870).
14 Adamantios Koraís, figura indiscutible de la Ilustración griega, nació en Esmirna en 1748 y fue médico en París a partir de 1788. Entre sus obras destacan: Enseñanza fraternal (1798), Canto de guerra (1800), Toque de combate (1801) y, en 1805, comen- zó a publicar una serie de libros con el título general de Biblioteca griega. Murió en 1833.
15 Su autor, SkarlatosVyzandios (1798-1878), aconsejaba en el prólogo la vuelta al aticismo y, concretamente, a la lengua de Demóstenes.
ris16 publicó en 1888 un libro fundamental para las aspiraciones del demó- tico, Mi viaje, que provocó inmediatamente la terrible reacción de sus ad- versarios y la acusación, desgraciadamente tópica en Grecia, de que, con su obra, servía a intereses extranjeros. De todas formas, los planteamientos y las ideas de Psijaris fueron compartidas por los grandes intelectuales del momento, como Palamás, Xenópulos, Palis, Eftaliotis, Mavilis, Drosinis, Polemis y algunos más, pero muchas de sus páginas literarias, llenas de ex- tremismos en la defensa del demótico, llegaron a ser incomprensibles para la mayoría y se leyeron muy poco.
A la intervención de Psijaris en la controversia tradicional, entre los de- fensores de la katharévusa y los dimotiscistas, siguieron algunos aconte- cimientos sangrientos, con muertos y heridos, que comenzaron a convertir un problema eminentemente lingüístico en una especie de conflicto social. En noviembre de 1901, Aléxandros Palis17 comenzó a publicar en las pá- ginas del periódico Akrópolissu traducción de los Evangelios. El hecho contaba ya con los antecedentes de la reina Olga18 en 1897. El día 8 del mismo mes de noviembre, los estudiantes realizaron una fanática manifes- tación en Atenas con un resultado de quince muertos y ochenta heridos. Dos años más tarde, el día 9 de noviembre de 1903, un profesor de la Fa- cultad de Filosofía de Atenas, YeoryiosMistriotis, sumamente irritado por el estreno19 de la Orestíada de Esquilo, traducida a la lengua popular por el también profesor YeoryiosSotiriadis, enardeció el ánimo de los estudiantes que terminaron atacando a la policía y al ejército ante las puertas del Tea- tro Real. La lucha entre unos y otros partidarios no termina aquí. No sólo en Atenas, sino también en puntos alejados de la capital, se repitieron su-
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16 Y. Psijaris nació en Odissós en 1854, pasó su infancia en Constantinopla y realizó sus estudios en Francia y Alemania. Fue profesor de Lingüística en París. Además de Mi viaje y de sus obras de lingüística, escribió: El sueño de Yaniris (1897), Vida y amor en la soledad (1904), Los dos hermanos (1911) y Agní (1913). Tal vez su mejor obra de investigación sea la titulada Quelques travaux de linguistique, de philologie et de litté- rature helléniques(París 1930) Murió en 1920 y está enterrado en la isla de Quíos.
17 Referencias al autor en la nota correspondiente del capítulo VII de la Antología.
18 En 1897, la reina Olga, en sus visitas a los hospitales, regaló a los heridos algunos ejemplares de los Evangelios, pero, como advirtió que no los entendían, mandó impri- mir, con la anuencia del arzobispo de Atenas Procopio, unos pequeños tomos con su traducción para uso de los soldados y del pueblo. Al poco tiempo, el Sínodo Sagrado, en defensa de la katharévusa, acusó a la reina de servir a los intereses eslavos.
19 Se trata del estreno de la Orestiada en la Nueva Escena, movimiento teatral orga- nizado por Constantino Cristomanos. Nacido en Atenas en 1867, Cristomanos estudió Medicina en Atenas y Filosofía en Alemania. En 1901 fundó la Nueva Escena, apoyado por Palamás, Nirvanas y otros, con el propósito de ofrecer al público griego las obras de los dramaturgos antiguos en la lengua comprensible del pueblo. Su primer estreno fueAlcestis de Eurípides. Murió en 1911.
cesos más o menos virulentos, cuya exposición me llevaría, quizás, dema- siado lejos de mi propósito.
Tras tantos desórdenes, más propios de un fanatismo incomprensible que de cualquier razón lingüística, la Constitución de mayo de 1911 ins- tauró la katharévusa como lengua oficial del Estado20. La situación se mantuvo durante 64 años, hasta que la Constitución de 1975 la abolió defi- nitivamente e impuso el demótico en la enseñanza y en la administración. Más tarde, en 1982, se ordenó su utilización en la Justicia y en las demás actividades, pero curiosamente, también en 1982, un decreto presidencial suprimió los acentos tradicionales del griego y los redujo a uno solo, inau- gurándose así el denominado sistema monotónico. Hoy, aunque el sentido de la lucha es diametralmente opuesta, arrecian las controversias entre quienes defienden la utilización de los acentos y los espíritus tradicionales, en virtud de la etimología y la significación de las palabras, y quienes pre- fieren una simplificación monotónica argumentando que la utilización de los signos no nació con el griego, sino que se instauró durante el período helenístico21. ¿Podrá cicatrizar algún día la herida de la lengua?
ΙΙ. Kavafis y las primeras décadas del siglo XX.
La personalidad literaria de Kavafis, nacido en 1863, sólo cuatro años mayor que Palamás, es estrictamente contemporánea de la Generación de 1880 y de las dos primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, Kavafis debe considerarse un caso particular en las letras neogriegas por dos razo- nes esenciales. Primero, y no pretendo escandalizar a nadie con mis opi- niones, porque representa el caso del poeta isla, del poeta aislado en su propio mundo, en sus propios conflictos personales, en su propia creación poética y ajeno, por ello, a las inquietudes de sus contemporáneos. Es, sin duda, una postura ante el arte que deberíamos calificar de terriblemente insolidaria. Y más aún, en el caso de los poetas griegos y del mismo pue- blo que llega a derramar su sangre a principios de siglo, como veíamos, por el problema de la lengua. Desde este punto de vista, Kavafis no es un
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20 El artículo decía expresamente: “La lengua oficial del Estado es aquella en la que se redactan los asuntos estatales y los textos de la Legislación griega. Se prohibe toda intervención encaminada a su destrucción”.
21 Curiosamente existen en nuestros días tres maneras diferentes de editar un libro:
a) A la manera tradicional, es decir, mediante el uso de los espíritus áspero y suave y de los acentos agudo, grave y circunflejo; b) Bajo el sistema monotónico, es decir, con la supresión de todos los signos menos el acento agudo y c) Mediante una forma interme- dia que consiste en hacer desaparecer únicamente el acento grave y conservar los espíri- tus y los demás acentos.
modelo que debamos esforzarnos en seguir. En cambio, resulta también un caso particular en sus ideales estéticos, es decir, en el sistema poético que sigue, y en la calidad que alcanza en una serie de poemas específicos, co- mo “Muros”, “Esperando a los bárbaros”, “La ciudad”, “El dios abandona a Antonio”, “Ítaca”, “Muy rara vez”, “Una noche”, “Comprensión”, “En el placer”, “Para perdurar” y “En los alrededores de Antioquía”. En los de- más poemas, Kavafis, preocupado en demasía por temas y personajes de la Antigüedad, especialmente de la época helenística, entorpece la lectura y la comprensión, procurándonos así una emoción más intelectiva que sensible, y ello, especialmente, sólo en el caso de que nos hayamos informado pre- viamente sobre los momentos históricos concretos que le interesan.
Podría decirse, desde otra perspectiva, que Kavafis supo encubrir su in- capacidad lírica mediante la utilización de un prosaísmo consciente22, con- vertido en arte a través del monólogo dramático y de sus gustos históricos. Por todo ello, parece lógico que su poesía no fuese entendida ni gustada por sus contemporáneos23 y que, sólo a partir de 1935, tras la publicación de su obra completa, los poetas y los críticos comenzaran a percibir sus auténticas cualidades. Son conocidas, al respecto, las palinodias sobre Ka- vafis que se vieron obligados a escribir Yorgos Theotokás y, en menor medida, el propio Seferis, que terminó imitándolo en algunos de sus últi- mos poemas.
Entre las grandes personalidades literarias de los dos primeros decenios del siglo XX, exceptuando a Kavafis, se encuentran Nikos Kazantzakis, Ánguelos Sikelianós, KostasVárnalis y Apóstolos Melajrinós. Aunque es el gran novelista del momento y polifacético autor, Kazantzakis consigue en su ciclópea obra poética, La Odisea, llevar a extremos insospechados los motivos y las fórmulas simbolistas. Sikelianós, especialmente con Ala- froískiotos, Madre de Dios, Pascua de los griegos y Vía sagrada, se con- vierte en otro de los grandes poetas nacionales griegos y, bebiendo en las fuentes de la clasicidad, elabora poéticamente un mundo personal de carác- ter humanista y universal. Su grandilocuencia, en cambio, y su teatralidad repercuten negativamente en la consideración actual de sus poemas. Mela- jrinós, cuya tarea al frente de la revista O Kyklos nos parece encomiable,
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22 Lo señaló, de alguna forma, BRUNO LAVAGNINI en su Storia della Letteratura Neoellenica (Milano 1955) 159: “...da uno studio intenso, e pur non palese, nellascelta e nellacolocazionedeivocaboli, spessovolutamentedisadorna e prosaica. Come fu del Cal- vo, anche il Kavafis è un isolato che si è formato al di fuoridellatradizione, e, in qualche modo, ad essa si oppone”.
23 Las referencias críticas a Kavafis en Grecia, antes de la publicación de sus obras completas, sólo deben considerarse ocasionales y asistemáticas, a pesar de la claridad de ideas y la anticipación crítica de algunos autores como el propio Xenópulos (Panate- neas, 1903).
está más atento a la musicalidad del poema que a los resultados líricos. Junto a ellos, las creaciones de Atanasio Kyriazís y Yorgos Athanás, aun- que poseen ciertas calidades idílicas, no alcanzan el nivel de los grandes hallazgos de sus contemporáneos.
Otros aires, en cambio, se respiran con el advenimiento de la llamada Generación de los años 20. Las secuelas de la Primera Guerra Mundial, la catástrofe de Esmirna en 1922, la desilusión ante la vida diaria y la pérdida definitiva de la Gran Idea hicieron posible que los poetas de esta década se movieran en los aledaños de la desesperación, la nostalgia y el pesimismo, mientras transcurrían en el Occidente europeo los felices años 20. Romos Filyras, KostasUranis, Telos Agras, Napoleón Lapathiotis, MitsosPapani- kolau, María Poliduri y, por encima de todos, Kostas Kariotakis, son los mejores exponentes de las ideas y los sentimientos de la Generación. De hecho, Kariotakis, con sólo tres libros y con su suicidio en Préveza en 1928, influyó tan decisivamente en los poetas y en el ambiente literario de la época, que se conoce con el nombre de Kariotakismo al movimiento originado por su personalidad e integrado por la multitud de escritores que siguieron su actitud vital y su pensamiento estético.
Sin embargo, aunque pertenece a la misma generación que los poetas anteriores, Takis Papatsonis no comparte ese espíritu generacional. Su poesía está articulada sobre los ejes de la fe, el humanismo, los valores humanos y el amor a la naturaleza en cuanto principio activo del amor. En mi criterio, y específicamente en el poema “Divinidad del verano”, se pue- den rastrear fácilmente las influencias de Papatsonis en grandes poetas de la siguiente generación y, de manera específica, en Odysseas Elytis.
III. La generación de 1930
Uno de los mejores prosistas de la época que nos ocupa, Yorgos Theo- tokás24, en unos artículos publicados con anterioridad a su primer libro,
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24 Nació en Constantinopla en 1905. En 1922 llega a Atenas para inscribirse en la carrera de Derecho de su Universidad, que terminará en 1926 tras haber intervenido activamente en el movimiento universitario Compañía estudiantil. Viaja a París y Lon- dres y regresa a Atenas en 1929. Tomó parte activa en la vida cultural de la ciudad y escribió numerosos artículos en diferentes revistas y periódicos de la época. Entre sus obras literarias figuran: Horas de ocio (1931); Argó (1933); Eurípides Pendozalis y otras historias (1937), que apareció en castellano en el volumen Leonís. Evripidis Pen- dosalis: Cuentos de la niñez (Madrid 1994) en traducción de M. RAMÍREZ-MONTESINOS y R. CUESTA MORENO; El demonio (1937), traducido al castellano por M. RAMÍREZ- MONTESINOS y R. CUESTA MORENO (Madrid 1994); Vía Sagrada (1954) y Enfermos y caminantes (1964). Murió en Atenas en 1966.
Elévthero Pnevma (Espíritu libre)25, consideraba que el siglo XIX se había cerrado en Grecia tras el desastre de Esmirna de 1922. Algo parecido a cuando decimos que con Antonio Machado se cierra en la poesía española el siglo XIX. De hecho, Theotokás anticipaba en ese primer libro (1929) las características esenciales que deberían tener los jóvenes escritores de la época. Su inconformismo frente a las ideologías imperantes, su deseo de renovación literaria, su acercamiento a las corrientes europeas y sus exi- gentes criterios antichovinistas han sido considerados por la crítica como el primer manifiesto generacional. Sin embargo, algunos autores se negaron a ver en el libro de Theotokás un manifiesto que pudiera representarlos fide- dignamente en la historia de la literatura, aunque en justicia hay que reco- nocer, con Dimarás, que Elévthero Pnevma constituye “el primer testimo- nio escrito que, a parte de criterios personales, hace posible que la Genera- ción de los años 30 comience a tener conciencia de sí misma”.
En 1930 exactamente, Theódoros Dorros, autor completamente desco- nocido para la crítica actual, publica en París un libro de poemas, En el agrado de la salvación, que no tuvo en su momento la acogida necesaria y pasó casi desapercibido. Desde las páginas de las revistas literarias, espe- cialmente desde O Kyklos (El Círculo), otro poeta, Nikolaos Kalamaris, que escribiría siempre bajo los pseudónimos de Nikos Kalas, Nikitas Ran- dos o M. Spieros, intentaba en solitario introducir en la poesía aquellos elementos de renovación que todos esperaban. Sin embargo, sus actitudes provocativas encontraron grandes dificultades e incluso oposición por par- te de los sectores más tradicionalistas del país.
En 1931, Yorgos Seferis publica su primer libro,Strofí (Vuelta o Estro- fa), que supone un cambio verdadero en la expresión, aunque deba consi- derarse aún un cambio tímido, voluntariamente cerrado en sí mismo y, por ello, poco imitable, es decir, poco adecuado para iniciar o crear escuela. Seferis, que había estudiado en París la carrera de Derecho, aglutinaba en su primer libro las fórmulas de los poetas “fantaisistes” (Tulet, Derème y otros), la influencia de Corbière y Laforgue, algunos rasgos de la poesía pura de Valéry y elementos de sus propias raíces literarias, como el uso del decapentasílabo tradicional. La aparición de Strofí causó un enorme revue- lo entre los defensores y detractores de las fórmulas seféricas, pero fue Andreas Karandonis, el crítico mejor dotado de la Generación, quien puso más ardor en la defensa del libro, dedicándole un volumen completo de en- sayos. Un poco después, con La Cisterna, Seferis se acercaría positiva- mente a los métodos de Valéry, para abandonarlos definitivamente.
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25 Y. Theotokás, Elévthero Pnevma (Atenas 1929). Se volvió a editar al cuidado de
K. TH. DIMARÁS, en Nea Elinikí Vivliothiki (Atenas (1979).
Algunos jóvenes de la Generación parecen fluctuar entonces entre las influencias de Palamás y de Kariotakis, sin lograr aún un avance positivo en sus disposiciones expresivas. Y. Th. Vafópulos con Las rosas de Myrta- lis (1931), Aléxandros Baras con sus Composiciones (1933), Nikos Kava- días con Marabú (1933) e incluso AléxandrosDrivas y Sultanis con sus poemas publicados un poco más tarde en Ta Nea Grámmata, aunque goza- ron en su momento de una gran estimación, representan ese estadio inter- medio en el que se debate la juventud del momento y, como señala Mario Vitti26, “hoy merecen una estimación menos destacada que la del resto de sus compañeros generacionales”.
Sólo a partir de 1935, podemos hablar seriamente de los contornos o del origen de una auténtica generación literaria que sería llamada y reconocida por la crítica como Generación de los años 30. Sin embargo, para que tal hecho ocurriera, tuvo que darse un cúmulo de circunstancias inesperadas. A principios de enero de 1935, un grupo de amigos, que se reunía con cier- ta frecuencia en la taberna de Barba-Yanis o en las proximidades de la plaza de Síntagma, entre los que se encontraban Yorgos Katsímbalis (per- sonaje descrito por Henry Miller en El Coloso de Marussi), Yorgos Theo- tokás, Yorgos Seferis, Andreas Karandonis, D. Nikolareitsis, Petsalis y Sultanis, decide fundar una revista, Ta Nea Grámmata (Las Nuevas Le- tras), que dirigida por Andreas Karandonis, aglutinaría en sus páginas, du- rante sus seis años de vida, lo más granado de la producción literaria del momento. Si, en un principio, poesía y prosa compartieron por igual el contenido de la revista, a partir de 1937, por causa de una fuerte disputa entre los poetas y prosistas del grupo fundador, la revista se dedicaría en adelante de forma exclusiva a la producción poética y a la crítica.
En el mismo año de 1935 publica Andreas Embirikos su libro Ypsiká- minos (Altos Hornos), que provocaría el mayor escándalo literario acaeci- do a lo largo de la historia de la literatura griega contemporánea, por su adscripción formal y evidente al movimiento surrealista. Las primeras no- ticias sobre el movimiento surrealista habían aparecido en Grecia tardía- mente. Estaban contenidas en tres artículos de Dimitris Mentzelos en la revista O Logos27 (La Palabra) de 1931, que sólo consiguió despertar el interés de muy pocos poetas, especialmente el de Elytis. Así, no debe re- sultar extraño que, en situación semejante, el libro de Embirikos fuese ata- cado desde todos los ángulos y posiciones. Por lo demás, el propio Embiri-
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26M. VITTI, La Generación de los años 30 (Atenas 1979).
27 Dimitris Mentzelos murió muy joven en 1933, a la edad de 23 años, en un hospital de Lausana y fue iniciado en el surrealismo francés por René Crevel, enfermo en el mismo hospital. Sus tres artículos, titulados “El surrealismo y sus tendencias”, fueron publicados en O Logos, 7, 8 y 9 (1931) 205-6, 257-9 y 279-80 respectivamente.
kos, en ese mismo año de 1935, pronuncia en Atenas la primera con- ferencia sobre el surrealismo y organiza la primera exposición de pintura surrealista.
Por su parte, el poeta Yorgos Seferis publica en el mismo año su gran libro Mythistórima (Mito-Historia) que supone, en realidad, el hallaz- go de aquellos medios de expresión poética y de contenido temático que con tanto interés se habían venido buscando desde 1930. Lo que Seferis había tomado de Laforgue y de Valéry, en 1931 y 1933, se convierte ahora en la adquisición de las líneas esenciales que habían seguido en lengua inglesa T. S. Eliot y Ezra Pound, inaugurando, según el criterio de muchos críticos actuales, la modernidad poética de la literatura griega. Y, paradóji- camente, el acercamiento de Seferis a Eliot, concretamente al método his- tórico, lo conducirá, más tarde, a su admiración y a su imitación de Kavafis En los meses finales de 1935, Elytis, empujado de alguna manera por sus amigos Sarandaris, Embirikos, Seferis, Karandonis y Katsímbalis, ac- cede a publicar sus primeros poemas en la revista Ta Nea Grámmata28. Elytis partía también de los presupuestos surrealistas, pero, más lejos de la escritura automática, sus poemas no serían leídos y criticados con los rece-
los y la malevolencia con que la crítica recibió el libro de Embirikos.
Por otra parte, Yanis Ritsos, que había empezado a publicar sus libros de poemas en 1934 (Tractor), saca ahora a la luz Pirámides y, ya en 1936, Epitafio, que será quemado públicamente por el dictador Metaxás en la Puerta de Adriano de Atenas. Su poesía no fue bien recibida por el grupo inicial de la Generación y tuvo que soportar el desdén de Karandonis que no veía con agrado el sometimiento de la poesía a dogmas determinados. Sería aleccionador observar cómo Yanis Ritsos eludió la oposición de Ka- randonis y consiguió publicar algunos poemas en Ta Nea Grámmata29, en 1936, bajo el seudónimo de K. Elevtheríu. Pero detenernos cumplidamente en el estudio de semejantes detalles nos llevaría demasiado lejos de nuestro propósito inicial.
Encadenado también al surrealismo, Nikos Engonópulos realiza su pri- mera aparición en 1938 y 1939 con Prohibido hablar con el conductor y Los clavicordios del silencio, respectivamente.
Debemos afirmar, sin correr demasiado riesgo de poder equivocarnos, que el espíritu de la Generación está prácticamente formado y en marcha a partir de 1935. Sin embargo, no parece fácil responder a la lógica pregunta de quiénes son en realidad los poetas que deben integrarse con pleno dere- cho bajo la denominación de Generación de los años 30. No conozco nin-
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28Ta Nea Grámmata, año 1, no11 (1935) 585-8.
29Ta Nea Grámmata, año II, no 3 (1936) 202-5.
gún trabajo que se haya dedicado exhaustivamente a clarificar quiénes son sus miembros y quiénes no lo son. Andreas Karandonis, en sus múltiples ensayos sobre algunos de estos poetas, me parece demasiado parcial y, como es lógico, demasiado atento a magnificar los logros y las aportacio- nes de Ta Nea Grámmata. El estudio de Mario Vitti, al que hemos aludido más arriba, es sin duda el mejor de los que han aparecido hasta el mo- mento, pero contiene algunas lagunas que no nos facilitan en absoluto rea- lizar una nómina precisa de sus miembros. La crítica especializada, por su parte, nos ha definido la presente Generación de dos formas distintas, una en sentido restrictivo y otra en sentido amplio, que podrían resumirse aproximadamente de esta manera:
a) Los poetas de la Generación de los años 30 son aquellos que, de forma restringida, comienzan a publicar sus creaciones en las pági- nas de Ta Nea Grámmata.
b) Los poetas de la Generación de los años 30 son aquellos que, en sentido lato, se esfuerzan en renovar los medios expresivos de la creación poética con relación a la situación de cansancio y estanca- miento en que había caído la Generación anterior, aferrada obstina- damente a la imitación de Karyiotakis.
No creo que deba considerarse seria ni rigurosa la primera de las dos definiciones expuestas más arriba, porque quienes la defienden olvidan, consciente o inconscientemente, otras publicaciones y revistas que, aunque no alcanzan el interés y la calidad de Ta Nea Grámmata, representan tam- bién un digno esfuerzo por mejorar la situación de estancamiento a que hemos aludido. Así, revistas como Nea Estía (Nuevo Hogar), O Kyklos (El Círculo), Neoelliniká Grámmata (Letras Neohelénicas), O Lógos (La Pala- bra), Kalitjhniká Nea (Noticias Artísticas), Pnevmatikí Zoí (Vida Intelec- tual), Piraiká Grámmata (Letras de El Pireo), Makedonikés Imeres (Días Macedónicos), Fyla tis tejnis (Hojas de Arte) y To Trito Mati (El Tercer Ojo), entre otras, no deben desdeñarse a priori si pretendemos elaborar un panorama amplio y objetivo de la época.
La fecundidad de líneas, de matizaciones y posturas poéticas que obser- vamos en la trayectoria de la Generación de los años 30, atestigua, por sí misma, la voluntad de renovación a la que hemos estado aludiendo desde el principio del capítulo. La preocupación por la poesía y por la propia teoría estética ocupa en la Generación un lugar de relieve. No se trata úni- camente de escribir, sin más, sino de sentar una base sólida de principios estéticos sobre los que pudiera apoyarse la creación poética. Es imprescin- dible destacar, en este sentido, la expectación que despertó, entre todos los intelectuales y escritores griegos, la diatriba mantenida entre Yorgos Se-
feris y Constantino Tsatsos30 sobre teoría literaria y praxis poética, durante los años 1938 y 1939, en lo que se ha venido llamando Un diálogo sobre la poesía31. Tsatsos, profesor de la Universidad de Atenas, filólogo, en- sayista, hombre de Estado y, más tarde, Presidente de la República, man- tuvo, en la diatriba, una seria postura intransigente contra lo que llamaba vanguardia griega y, educado en el idealismo alemán, postulaba la exis- tencia de “cánones apriorísticos en el arte”. Seferis, de naturaleza profun- damente humanística, rechazó con diligencia y sobriedad todos los postu- lados de Tsatsos y defendió la tesis de que todo creador debe crear en li- bertad, desdeñando así cualquier tipo de teoría dogmática - social, política o religiosa - que pudiera esclavizarlo.
En efecto, cuando llegamos a 1940, se habían sentado definitivamente las bases de la renovación poética. Sin embargo, a consecuencia de la gue- rra en Albania contra los italianos, morirá Yorgos Sarandaris. Elytis cono- cerá la cercanía de la muerte. Theotokás se verá obligado a abandonar la lucha. Tras la invasión alemana, la poesía se desarrolla en la clandestini- dad, pero las tertulias ocasionales (Elytis, Gatsos, jóvenes como Valaoritis y compositores como Hatzidakis se reúnen en el desaparecido café de Lu- midis y en el Ireo) y los grupos poéticos siguen alimentando la llama de la creación32.
En 1943, aparecen el libro de Nikos Gatsos, Amorgós, y El sol primero de Elytis, al que seguirá El canto heroico y fúnebre por el subteniente caí- do en Albania. Sin embargo, estoy convencido de que lo más granado de la producción poética de la Generación se continúa tras la guerra alemana. Libros como Bolívar de Engonópulos, los Diarios de a bordo II y III y El tordo de Seferis, To axionestí, El árbol de la luz y María Nefeli de Elytis, Testimonios de Ritsos, y otros muchos, aparecerán más tarde. Ahora, dé- cada de los años 40, otros autores (Vakaló, Nanos Valaoritis, Takis Sinó- pulos, Manolis Anagnostakis, Tasos Livaditis, Yanis Dalas, Titos Pa- trikios y otros más) vienen a continuar las innovaciones de los años 30,
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30 Nació en Atenas en 1899, estudió Derecho en su Universidad y completó los estu- dios en Alemanía y en Francia. Fue catedrático de Filosofía del Derecho y miembro de la Academia de Atenas en 1961. Entre sus obras literarias figuran dos libros de poemas, Trilogía de mi alma (1923) y Poemas (1924) y dos piezas teatrales, Los dos mundos y Sobre un testamento, recogidas en un solo tomo (1924). Deben destacarse también sus ensayos: Ensayos de estética y educación, Ensayos estéticos, Kostís Palamás, Camino griego, Aforismos y pensamientos, Cicerón y Demóstenes.
31 Se publicó en forma de libro, con los distintos artículos de Seferis y Tsatsos, en Enas diálogos panostínpíisi al cuidado de L. KÚSULAS (Atenas 1975).
32 El período fue magníficamente comentado por Elytis en su Crónica de una déca- da, traducción de J. A. MORENO JURADO (Córdoba 1989).
pero cuentan ya con experiencias distintas (ocupación alemana, guerra civil, diferentes gobiernos, dictaduras) y la poesía tomará nuevos rumbos.
IV. Desde la Postguerra hasta la Generación de 1980
Parece lógico intuir que, tras el formidable advenimiento de la Genera- ción de 1930, algunos de cuyos miembros comienzan en nuestros días a ser considerados clásicos, se formaran en Grecia distintas corrientes de sistemas epigonales. No cabe duda de que la fuerza creadora de Seferis, Embirikos, Elytis y Ritsos, en cuanto representantes de diferentes estilos poéticos, crearon sus propios adeptos, es decir, sus imitadores. Sin embar- go, aunque los imitadores caen pronto en el olvido, se levanta ante noso- tros, desde 1940 hasta nuestros días, una nómina tan ingente de poetas griegos, que hace sumamente difícil, si no imposible, reunirlos a todos - los que han conseguido al menos su propia voz - en una antología como la presente.
En principio, para situar a todos estos poetas en el marco de las expe- riencias sociales y políticas que la mayoría comparte, conviene dejar cons- tancia de los hechos más significativos de la historia griega del momento, sólo con el propósito de que sus creaciones puedan ser entendidas dentro de ese marco. La Generación de 1930 asistió desconcertada al estallido de la Guerra de Albania contra los italianos en 1940. En marzo de 1941, las tropas británicas, que habían establecido previamente sus bases en Creta, desembarcan en El Pireo y en Volos. El ejército del Eje, tras romper la línea Metaxás, conquista Tesalónica, cruza las montañas del Pindo y barre a los ingleses de las Termópilas. Algo más tarde, los alemanes ocupan de- finitivamente Atenas el 27 de abril de 1941.
El Gobierno se refugia en Creta, pero los alemanes, tras realizar con sorprendente éxito lo que se conoce como Operación Merkur, ocupan toda la isla el día 1 de junio y, con ella, adquieren el dominio completo de Gre- cia. El Gobierno comienza entonces un largo peregrinaje por Egipto, Oriente Medio y Londres.
Es paradójico que los responsables de la actividad política griega se di- vidieran a partir de este instante, desde 1941 hasta 1944 aproximadamente,
como observaron Crawley y otros33, en dos grandes bloques: el gobierno legítimo, presidido por el rey, en el exilio, mientras en Grecia se sucedían series inestables de gobiernos colaboracionistas que actuaban contra los intereses de una población empobrecida, vejada, temerosa, que supo orga- nizar una de las resistencias más ambiciosas de la Europa antinazi. Casi por pura necesidad, la Grecia ocupada fue desarrollando lentamente un sentimiento antimonárquico que no supieron comprender los miembros del gobierno en el exilio.
Desde una perspectiva amplia y esquemática, la lucha de Grecia durante toda la Resistencia y la Guerra Civil es, en el fondo, la pérdida gradual de las consecuciones de la izquierda. Una izquierda que, cada vez más frag- mentada a consecuencia de intereses particulares, con frecuencia no confe- sables y ocultados con el mayor sigilo, va olvidando el objetivo de su lu- cha, la claridad de ideas, para terminar entregada al enemigo en Várkiza. Como los mismos griegos dicen, todo este período constituye sólo el desli- zamiento paulatino de la izquierda hacia su “derrota”. Derrota, por otra parte, que adquiere un profundo sentido para los escritores de la Primera Generación de Postguerra34.
En Atenas, se forman tres grupos de actuación diferentes: movimientos idealistas de resistencia, elementos que apoyan y secundan los planes ale- manes y grupos favorables a los aliados. Pero, a decir verdad, la resistencia comienza bien pronto. Al mes siguiente de la caída de Atenas, la mañana del 20 de mayo de 1941, para sorpresa de alemanes e italianos, la bandera hitleriana no se encuentra izada, como de costumbre, en la Acrópolis. Ma- nolisGlotsos y LakisSandas realizaron la proeza durante la noche anterior. Tras ascender por la vertiente más abrupta de la Roca Sagrada y burlar a la guardia enemiga, robaron la bandera.
Pero, si consideramos el robo de la bandera como un hecho aislado, desorganizado, fuera de un plan preconcebido y sólo como manifestación del sentimiento de los ciudadanos, el primer motor auténtico de la resisten- cia aparece poco después en Creta, cuando, el 15 de junio de 1941, distin- tos elementos de la isla firman un protocolo para la fundación de un ór- gano de resistencia con el nombre de Alta Comisión de Lucha de Creta. Como un reguero de pólvora se extiende por toda Grecia la noticia de su fundación. Miles de pequeñas instituciones seguirán el ejemplo, hasta el instante mismo de la creación de los grandes partidos que encarnan el espí-
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33W. A. HEURTLEY, H. C. DARBY, C. W. CRAWLEY y C. M. WOODKAUSE, Breve his-
toria de Grecia (Madrid 1969) 182.
34 Aunque muchos poetas, como el propio Manolis Anagnostakis, no están de acuer- do con la denominación, algunos críticos se refieren a la poesía de este período con el término de poesía de la derrota.
ritu de la resistencia: EAM (Frente de Liberación Nacional), organizado por militantes del KKE (Partido Comunista Griego), EDES (Coalición De- mocrática Griega Nacional), EKKA (Liberación Nacional y Social) y ELLAS (Ejército Nacional Popular de Liberación).
En 1942, aparece en las montañas del norte de Grecia un grupo armado, de carácter mixto, que presenta una fuerte ideología de izquierda y un pro- fundo sentimiento de independencia, junto a un tipo de bandolerismo típi- camente tradicional, a la órdenes de Aris Velujiotis.
Aunque, ya desde la primavera de 1941, se habían formado diferentes grupos de protesta entre los universitarios atenienses, las revueltas estu- diantiles irán adquiriendo progresiva virulencia desde el 28 de octubre de 1941 hasta el 24 de marzo de 1942, y conseguirán arrastrar con ellas a los obreros y las clases deprimidas. Las manifestaciones y los enfrentamientos acarrearán el consiguiente cierre de la Universidad. Conviene recordar el papel destacado que tuvo en la resistencia griega el EPON (Organización Única Panhelénica de Jóvenes) al que pertenecerían, y con el que colabora- rían activamente, los más destacados poetas e intelectuales del momento, cuya militancia los conduciría muy pronto a sufrir el destierro en los cam- pos de concentración o la pena de muerte (que no llegó a ejecutarse en Manolis Anagnostakis y Titos Patrikios).
Pero la diferencia de intereses y objetivos era cada día mayor entre las fuerzas guerrilleras, de marcada tendencia comunista, y el Gobierno en el exilio. La grieta se abre todavía más con la fundación del PEEA (Comisión Política de Liberación Nacional), hasta cerrarse con la Conferencia del Líbano (17-20 de mayo de 1944), en la que todos los partidos firman un acuerdo para la formación de un Gobierno de unión nacional, por el que la izquierda pasaría a ocupar la dirección de algunos ministerios.
Es evidente que ello suponía el principio de la derrota de la izquierda. Casi inmediatamente, los dirigentes ingleses ordenan la disolución de las fuerzas guerrilleras, a la que se opone el EAM. Un poco más tarde, en 1945, quizás por una desmedida ilusión óptica de los comunistas, se firma el acuerdo de Várkiza, por el que todos los litigantes deben deponer y en- tregar sus armas.
Desde entonces, se suceden en el poder distintos gobiernos de derecha que cuentan con el apoyo de los países occidentales. Sólo Aris Velujiotis, comprendiendo la trampa de Várkiza, hace caso omiso del acuerdo y no deshace sus grupos armados en las montañas. Ante lo que considera una traición del comunismo a sus propios ideales, se suicida. Sobreviene la Guerra Civil. El compromiso y la lucha de Velujiotis serán continuados por Marcos Vafiadis, que llegará a proclamar un Gobierno independiente en las montañas. Desde entonces, los comunistas llegaron a ocupar el Pe-
loponeso y el Ática, hasta los suburbios de Atenas. A finales de 1948, se proclamó la ley marcial. La izquierda, tras la destitución de Marcos, a quien incomprensiblemente no prestaron ayuda los países del Este, comen- zó a perder sus posesiones. El 6 de septiembre de 1949, el Gobierno anun- ció el fin virtual de la Guerra Civil. La izquierda había sido derrotada. Se sucederán gobiernos inestables que sólo alcanzan el retorno a la norma- lidad a partir de 1959 con la intervención de Papandreu.
Es comprensible que el esquematismo con que he abordado los momen- tos más críticos y dolorosos de la historia griega, haya diluido ciertos mati- ces imprescindibles para la segura comprensión de los hechos35. Pero no podemos insistir en el tema para no alejarnos demasiado del estudio de las coordenadas literarias que nos propusimos. Sin embargo, por la relación e implicaciones que tiene en el mundo literario, debo mencionar que, a partir de 1947, comenzó a utilizarse una especie de reformatorios para soldados y militantes de la izquierda. Lógicamente, los reformatorios, instalados en Makrónisos, Ai-Stratis y Mudros, constituyeron auténticos campos de con- centración, donde sufrimientos incalculables y procedimientos vergonzan- tes dieron lugar a toda una especie de literatura. De hecho, poetas como Aris Alexandru, Tasos Livaditis, Panos Thasitis, Dimitris Doúkaris, Titos Patrikios y muchos más, siguiendo el ejemplo de Yanis Ritsos, fueron de- portados a diferentes reformatorios y una gran parte de sus obras está ins- pirada en ese tipo de vejaciones y calamidades. A pesar de la experiencia, los griegos volverán a sufrir la imposición de otra dictadura vergonzosa entre 1967 y 1975 bajo lo que conocemos como el Régimen de los Coro- neles.
Sólo desde esta perspectiva histórica cobra valor el sentido de la deno- minación de generaciones de postguerra. Como en nuestra propia literatu- ra, resulta difícil establecer unos principios mínimos que sirvan de base para enmarcar, al menos metodológicamente, las distintas tendencias apa- recidas tras la guerra. Aryiríu, en una antología sobre este período36, anali- za la existencia de dos generaciones de postguerra. La primera comprende a los nacidos entre 1916 y 1928, mientras la segunda está formada por los autores que nacieron entre 1929 y 1940, considerándose el año 1929 como el tabique temporal que las separa. Meraklís, con un acopio sorprendente de datos37, establece también la existencia de dos generaciones de postgue- rra: la primera comprendería a aquellos autores que publican sus obras
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35 Una valiosa información sobre este momento histórico de Grecia puede leerse en la obra de T. VURNAS, Istoría tis sýnjronis Eladas, 1940-1945 (Atenas 1980) y también en Istoría tis sýnjronis Eladas (Atenas 1981).
36A. ARYIRÍU, Elinikí píisi. I proti metapolemikí yeniá (Atenas 1982-1985).
37M. G. MERAKLÍS, Sýnjroni elinikí logotejnía, tomo I (Atenas 1987).
entre 1940 y 1959/60, mientras la segunda, a los autores que las editan en- tre 1960 y 1979/80. A su vez, Meraklís distingue en este último período dos generaciones distintas: la generación del 60 y la del 70. Su división, sin embargo, no es ajena a los acontecimientos políticos del período.
Para Linos Politis38, la poesía de postguerra debe dividirse en tres secto- res diferentes: a) los autores que, habiendo publicado antes de la guerra, arrancan en 1941 y maduran a lo largo de la década de los 40; b) los auto- res que se presentan alrededor de 1950 y c) los autores que aparecen en la década de los 60. Su división, lógica en una primera lectura, presenta el inconveniente de que ciertos autores pueden pertenecer, por sus experien- cias personales y por su tono poético, a una generación determinada aun- que hayan empezado a publicar sus obras con retraso.
El formidable libro de Sonia Ilinskaya39, serio pionero en los estudios sobre la poesía de postguerra, adolece del prurito de considerar importante sólo la obra de limitados escritores, especialmente de algunos representan- tes de la Primera Generación de Postguerra. Aunque no pongo en duda su valor objetivo, la valentía del enfoque y su preciosa documentación, no sirve realmente para determinar con exactitud si existen o no diferentes generaciones en la poesía neogriega de la postguerra.
Como se comprende, la dificultad reside más en la división metodológi- ca de tantísimos autores que en una comprensión específica de los caracte- res de la postguerra. Renuncio conscientemente a seguir indagando en las teorías de numerosos críticos, como Vasos Varikas40, Takis Karvelis41 y Papayeoryíu42, para no resultar excesivamente farragoso. Algunos estu- diosos de la poesía neohelénica, como Frangópulos y K. Tsirópulos, desde la revista Evthini, comienzan a darse cuenta de las dificultades que plantea la división excesiva de los poetas en generaciones literarias. Bajo mi punto de vista, la Primera Generación de Postguerra y la Segunda43 deben unifi- carse bajo la denominación general de Poesía de Postguerra. Sólo a partir de los años 70, los poetas dejan de tener las experiencias de la guerra y parten en sus creaciones de distintos, e incluso opuestos, postulados poéti- cos. La Generación de los 70 ha sido llamada con frecuencia “Generación del desacuerdo”, “Generación de la negación” o “Generación del anticon-
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38L. POLITIS, Istoría, op. cit., 335.
39 S. ILINSKAYA, I mira miás yeniás (Atenas 19862).
40 V. VARIKAS, I metapolemikí mas logotejnía (Atenas 1939) y, especialmente, en
Singrafís ke kímena (Atenas 1975).
41T. KARVELIS, I neóteri píisi (Atenas 1983).
42K. Y. PAPAYEORYÍU, I yeniá tu 70 (Atenas 1989).
43 Recientemente, sin embargo, ha aparecido la obra de ANESTIS EVANGUELU, I dévteri metapolemikí piitikí yeniá 1950-1970 (Tesalónica 1996), que vuelve a incidir en la existencia de dos generaciones de postguerra.
formismo”, y actúa bajo la experiencia políticade la llamada guerra fría entre las potencias mundiales44.
A partir de aquí, las generaciones literarias se diluyen y se entremez- clan. La división en Generación de los 80, de los 90, del 2000, tiene más un carácter pedagógico, metodológico, que real. Todos los acontecimientos sociales, colectivos, culturales, de nuestra época reciente son compartidos, vividos, por la mayoría de los poetas de todas estas generaciones y, más que en virtud de la presencia de los poetas en tales hechos, se suele tener en cuenta, por la crítica competente, el año de nacimiento o la fecha de sus primeras publicaciones. Además, muchos de los poetas que integran, que participan o que forman parte de estas generaciones olvidan voluntaria- mente, en principio, el carácter de grupo generacional. El poeta se mueve libremente, se ve a sí mismo con demasiada frecuencia como el centro del mundo, incorpora distintas tradiciones poéticas extranjeras a sus propias obras, incluso aspira a tener una voz personal que lo distinga de los otros. El yo se convierte en el centro de la experiencia poética, a pesar del aban- dono de la lírica tras Kavafis. Por ello, como se comprende fácilmente, tales divisiones generacionales son aleatorias y no definen en absoluto el carácter particular de cada generación. Hablar, por tanto, de la Generación del 90 como “generación invisible”45, hablar de la Generación del 2000 como generación de la crisis económica y de la crisis expresiva, como afirma Nasos Vagenás46, supone lanzar pensamientos al aire sin utilidad alguna. La falta de perspectiva del estudioso o del lector respecto a tales generaciones poéticas sólo podrá completarse con el paso del tiempo.
Sevilla, 10 de mayo de 2020.
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44 Léanse al respecto: M. PSAJNU, “Kavafis y la poesía del 70”, Avyí 26/05/2013: Y. PANAYIOTU, La Generación del 70, Ed, Sísifo (Atenas 1979); ANDONIS PAPADÓPULOS, La Generación del 70 y la poesía de postguerra, Ed. Reo (Atenas 2010); KOSTAS PA- PAYEORYÍU, La Genarción del 70, Ed. Kedros (Atenas 1989); ALEXIS ZIRAS, De la lengua de la ira a la lengua traumática, Ed. Ombros (Atenas 2001).
45VASILIS AMANATIDIS, “La Generación poética del 90”, Entevtirio 53, enero-marzo, 2000, págs. 51-52.
46NASOS VEYENÁS, “El callejón expresivo sin salida de la poesía”, To Vima, 26/11/2000, y “La crisis de la palabra poética”, To Vima, 14/01/2001.
KAVAFIS Y LAS PRIMERAS GENERACIONES DEL SIGLO XX
C. P. Kavafis
Muros
Altos y grandes muros han levantado en torno a mí sin miramiento, sin pena y sin vergüenza.
Y, ahora, me encuentro aquí desesperado.
Sólo pienso en que este destino me devora la mente,
porque, afuera, tenía bastante que hacer.
¡Ay! ¿Cómo no percibí que estaban levantando los muros?
Sin embargo, nunca escuché el ruido y el alboroto de los obreros. Sin darme cuenta, me han expulsado de este mundo.
Esperando a los bárbaros
“¿Qué esperamos reunidos en el ágora?”.
A que vengan, hoy, los bárbaros.
“¿Por qué hay en el Senado semejante inactividad?
¿Por qué no se ponen a legislar los senadores?”.
Porque los bárbaros llegarán hoy.
¿Para qué se van a poner los senadores a dictar leyes? Los bárbaros vendrán a legislar.
“¿Por qué se ha levantado tan temprano el emperador y está sentado en la puerta mayor de la ciudad,
sobre el trono, majestuoso, con la corona puesta?”.
Porque los bárbaros llegarán hoy.
El emperador espera recibir
a su jefe. Ha preparado cuidadosamente un pergamino para entregárselo. En él
ha escrito numerosos títulos y honores.
“¿Por qué nuestros dos cónsules y los pretores han aparecido hoy con sus togas rojas y bordadas?
¿Por qué llevan brazaletes de innumerables amatistas y anillos de lucientes y brillantes esmeraldas?
¿Por qué empuñan hoy bastones de un valor incalculable con preciosas incrustaciones de oro y de plata?”.
Porque los bárbaros llegarán hoy
y esa parafernalia deslumbra a los bárbaros.
“¿Por qué los excelentes oradores no vienen, como siempre,
a pronunciar sus discursos y a decir las palabras de costumbre?”.
Porque los bárbaros llegarán hoy
y les aburren la elocuencia y los discursos.
“¿Por qué aparece de repente esta intranquilidad
y esta confusión? (¡Qué serios se han puesto los rostros!)
¿Por qué se vacían tan pronto las calles y las plazas y todos regresan a sus casas tan pensativos?”.
Porque se ha hecho de noche y no han llegado los bárbaros.
Y algunos ha venido de la frontera diciendo que ya no existen bárbaros.
Y ¿qué haremos ahora sin los bárbaros?
Esos hombres constituían una cierta solución.
La ciudad
Dijiste: “Me iré a otra tierra. Me iré a otro mar. Encontraré otra ciudad mejor que ésta.
Cada intento mío se ve condenado al fracaso y mi corazón está enterrado, como un muerto.
¿Hasta cuándo se mantendrá mi mente en este marasmo? A donde vuelvo la mirada, a donde miro,
sólo veo las desgraciadas ruinas de mi vida, aquí,
en donde he pasado, arruinado y corrompido tantos años”.
No encontrarás nuevos parajes. No encontrarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Recorrerás las mismas calles y en los mismos barrios envejecerás.
Y te saldrán canas en estas mismas casas. Para ti,
no hay barco hacia otro sitio. Ni lo esperes. No hay camino. Y, de la misma forma en que aquí, en este pequeño rincón,
has arruinado tu vida, la has destrozado también en toda la tierra.
El dios abandona a Antonio
Cuando se escuche de repente, a medianoche, pasar un cortejo invisible
lleno de músicas y voces excelentes,
no lamentes en vano tu suerte que va cediendo, tus obras que han fracasado, los proyectos de tu vida
que han resultado tan engañosos.
Como si estuvieses preparado desde hace tiempo, como un valiente, despídete de ella, de la Alejandría que se aleja.
Ante todo, no te equivoques. No digas que fue un sueño y que tu oído te engañó.
No aceptes esas vanas esperanzas.
Como si estuvieses preparado desde hace tiempo, como un valiente, como te cuadra a ti, que te consideraste digno de una ciudad semejante, acércate firmemente a la ventana
y escucha con emoción, pero no
con las súplicas y los lamentos de un cobarde, como un último placer, los sones,
los instrumentos excelentes del misterioso cortejo y despídete de ella, de la Alejandría que pierdes.
Ítaca
Cuando emprendas el viaje a Ítaca, desea que el camino sea largo,
que esté repleto de aventuras y experiencias. No temas a los lestrigones, ni a los cíclopes, ni al encolerizado Poseidón.
Nunca encontrarás en tu camino nada semejante, si tu pensamiento es elevado, si una emoción selecta roza tu espíritu y tu cuerpo.
No encontrarás a los lestrigones, ni a los cíclopes,
ni al feroz Poseidón,
si no los llevas en tu alma,
si tu alma no los erige ante ti.
Desea que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de estío
en las que entres -¡con qué placer y con qué alegría!- en puertos nunca vistos.
Que te detengas en los mercados fenicios y compres excelentes mercancías,
nácar, corales, ámbar, ébano
y todo tipo de perfumes voluptuosos,
la mayor cantidad posible de perfumes voluptuosos. Que visites muchas ciudades de Egipto.
Que aprendas y aprendas de los sabios.
Lleva siempre a Ítaca en tu mente. Tu destino es llegar a ella.
Sin embargo, no realices el viaje con prisa alguna.
Es mejor que dure muchos años
y que, anciano al fin, arribes a la isla,
rico por todo lo que conseguiste en el camino, sin esperar que Ítaca te conceda riquezas.
Ítaca te concedió el hermoso viaje.
Sin ella, no te hubieras puesto en camino. Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la encuentres pobre, Ítaca no te engañó. Con lo sabio que te has hecho, con tanta experiencia, habrás comprendido, al fin, qué significan las Ítacas.
Muy rara vez
Es un anciano. Agotado, encorvado, arruinado por los años y por los excesos, atraviesa la calleja con pasos cansinos.
Sin embargo, cuando entra en su casa para ocultar su triste estado y su vejez, piensa
en la parte que le queda aún entre los jóvenes.
Los efebos leen ahora sus propios versos.
Sus visiones pasan por los vivaces ojos de los jóvenes. Con la manifestación de la belleza en sus versos,
se conmueven sus mentes saludables y voluptuosas, sus carnes prietas y de líneas perfectas.
Una noche
La habitación era pobre y ordinaria, disimulada encima de una taberna sospechosa.
Desde la ventana se veía la callejuela sucia y estrecha. Desde abajo llegaban las voces de algunos obreros que se divertían jugando a las cartas.
Allí, sobre un lecho vulgar, humilde, poseí el cuerpo del amor, poseí los labios
sonrosados y voluptuosos de la embriaguez. Sonrosados de tal embriaguez, que, incluso ahora, cuando estoy escribiendo, ¡después de tantos años!, vuelvo a embriagarme, solo, en mi casa.
Comprensión
Con qué claridad veo ahora el sentido
de los años de mi juventud y de mi vida placentera.
¡Qué inútiles arrepentimientos! ¡Qué vanos...! Pero, entonces, no comprendía su sentido.
En el transcurso disoluto de mi juventud
iban tomando forma mis proyectos sobre la poesía, perfilándose el contorno de mi arte.
Por eso, nunca fueron firmes mis arrepentimientos.
Y mis propósitos de contenerme y de cambiar sólo duraban, a lo sumo, dos semanas.
En el placer
Alegría y aroma de mi vida es el recuerdo de las horas en que encontré y mantuve el tipo de placer que prefería. Alegría y aroma de mi vida, para mí, que rechacé cualquier goce de amores rutinarios.
Para perdurar
Sería la una de la noche o la una y media.
En un rincón de la taberna. Tras una mampara de madera.
El local totalmente vacío, excepto nosotros dos. Apenas lo iluminaba una lámpara de petróleo. El camarero de guardia dormitaba en la puerta.
Nadie nos veía. Pero, además, nos habíamos excitado tanto,
que no podíamos tomar precauciones.
Las ropas entreabiertas - eran pocas porque abrasaba el divino mes de julio -.
Goce de la carne
entre las ropas medioabiertas.
Rápida desnudez de la carne, cuya visión
ha durado veintiséis años y ha venido, ahora, para perdurar en este poema.
En los alrededores de Antioquía
Nos quedamos atónitos en Antioquía cuando supimos las nuevas proezas de Juliano.
¡Apolo, a través de su palabra, se lo aclaró en Dafne! No quería emitir ningún oráculo (¡qué inquietud!)
ni tenía intención de hablar proféticamente, si, antes,
no purificaban su templo de Dafne.
Le molestaban, explicó, los muertos de al lado.
En Dafne existían numerosas tumbas.
Uno de los enterrados en aquel lugar
era el admirable, gloria de nuestra iglesia, el santo, el victorioso mártir Babilas.
A él se refería. El falso dios le tenía miedo.
Mientras lo sintiera cerca, no se atrevería a emitir sus oráculos. Ni palabra.
(Los falsos dioses tiemblan ante nuestros mártires)
Se preparó el impío Juliano.
Se puso nervioso y gritó: “Levantadlo, trasladadlo. Levantadlo y sacadlo de aquí inmediatamente.
Desenterradlo. Llevadlo a donde queráis. Sacadlo. Expulsadlo. ¡No se trata de un juego! Apolo dijo que se purificase el templo”.
Cogimos y llevamos a otro sitio la sagrada reliquia. La cogimos y la llevamos con amor y respeto.
Y, en verdad, qué bien le sentó al templo.
Pero no tardó mucho en devorarlo
un gran incendio. Un terrible incendio. El templo y Apolo salieron ardiendo.
El ídolo se hizo cenizas que se barren con la escoba. Juliano reventó en cólera y difundió
- ¿qué iba a hacer?- que el incendio había sido
provocado por nosotros, los cristianos. ¡Que siga hablando! Nada se ha demostrado. ¡Que siga hablando!
Lo esencial es que reventó en cólera.
Teófilo Paleólogo
Éste es el último año. El último año de los emperadores griegos. ¡Ay!
¡Con cuánta tristeza hablan a su lado!
En su desesperación, en su dolor, el señor Teófilo Paleólogo
dice: “Prefiero morir a seguir viviendo”.
¡Ay, señor Teófilo Paleólogo!
¡Cuánta pena de nuestro pueblo, cuánto agotamiento (cuánto cansancio de injusticias y persecuciones) contenían tus trágicas cinco palabras.
Apóstolos Melachrinós
La Sombra De Erifili
La hiedra, sedienta de altura, envuelve al álamo. Da lustre a la hoja en el aire puro.
Escaladora, va trenzando su verde tristeza,
en un rocío enteramente nuevo: verdeadora de lo alto.
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Los hechizos encontraron en mi alma un eco, como si cantase el silencio de la soledad.
Y, como pensamientos, que nunca serán versos, pasa despacio una tarde sin huellas.
Sólo su sombra cae en la cisterna
y la oscuridad se apodera de sus aguas: saben que la baña una luz celeste
y que las hojas la aplauden como INSPIRACIÓN.
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Todas las sombras juegan en su frente, como mi amor reflexiona en la tarde. Las flores del jardín le echan incienso.
Las que van ajándose gritan despacio: “Erifili...”
Y juegan en el aire. Y la hierba tiembla despacio por los encantos del ritmo y de la rima:
los susurros, los murmullos y los rumores dicen: “Ven, Erofili, a jugar con nosotros”.
Nikos Kazantzakis
Odisea (1-73)
Sol, inmenso oriental mío, gorro dorado de mi mente, me gusta llevarte un poco torcido. He deseado jugar
mientras vivas, mientras yo viva también, para que goce mi corazón. Es hermosa esta tierra. Nos gusta. Está suspendida, Dios mío,
como el rizado racimo de uvas en el aire azul. Se mece en la borrasca y la picotean los espíritus y las aves del viento.
Nosotros debemos picotearla también para refrescar nuestra mente. En medio de mis dos sienes, en la gran prensa,
pisoteo la uva crujiente y fermenta el arrogante mosto. La cabeza entera sonríe y exhala vapores en pleno día.
La tierra lanzó a volar al mistral. Alas. Se meció para el cerebro y la necesidad de negros ojos se embriagó y empieza el canto. Sobre mí, el cielo es impetuoso y, debajo, mi vientre,
como aves tranquilas del mar, siente un ligero frescor.
Las ventanas de mi nariz se llenaron de salitre y las olas me golpean la espalda rápidamente y se marchan. Yo me voy con ellas.
Sol, tres veces sol, que recorres las alturas y miras hacia el suelo. Veo un gorro marinero, del que domina las fortalezas.
¡Démosle una patada, juguemos, veamos hasta dónde llega!
El tiempo da vueltas aparentemente. El destino tiene ruedas
y el pensamiento del hombre se sienta muy alto y las hace girar al revés.
¡Vamos! Demos una patada a la tierra para que caiga rodando. Sol mío de mirada rápida y juguetona, galgo mío color de llama, saca de la madriguera la caza que quiero y quítasela al cazador. Denuncia lo que veas en la tierra y confiesa lo que escuches.
Yo lo guardaré en la secreta botica de mis entrañas
y despacio, entre lo sencillo y fácil y la caricia profunda, piedras, agua, llama y tierra se volverán espíritus.
El alma pesada, de alas de barro, dejará dulcemente el cuerpo, ascenderá como tranquila llama y se perderá en el sol.
Bien habéis comido y bebido, muchachos, en la refrescante playa.
Risa, baile, beso como picoteo y una tranquila conversación
se han convertido en vuestra fiesta interior y se ha diluido en la carne.
Pero, dentro de mí, el vino se ha levantado, la carne se ha hecho espíritu y una intención marina salta para tirarme al suelo.
¡Dejadme sitio, hermanos, porque quiero decir una canción!
¡Ay! La fiesta es grande y el lugar pequeño.
Abrid, que quiero tener una era donde tenderme y aire para no ahogarme, y poder tender las piernas, extender los codos
para no herir, en mi vértigo, a vuestras mujeres e hijos.
¿Para qué van a apretarme el cuello mis palabras, creo, cuando las deje marchar de playa en playa a la caza del hombre?
Y, cuando la laringe se me cierre y mi dolor se vuelva espíritu, me levantaré y bailaré por los espacios abiertos de las playas.. Quítame, Dios mío, la preocupación. Que se me abran las sienes,
que se me abran las escotillas de la mente, que el mundo se llene de aire.
¡Eh, vamos, vosotras, labriegas hormigas, porteadoras de trigo! Lanzaré una amapola roja para que el campo se incendie.
Muchachas de palomas torcaces en vuestro fresco seno, muchachos con el cuchillo de negra empuñadura en el cinto, la tierra es un árbol seco, sin flores, por más que porfiéis.
¡Yo, vamos, la haré florecer con mis cantos!
Maestros de obra, dejad ya el trabajo, plegad vuestros mandiles, descansad del yugo de la necesidad. La libertad está hablando. La libertad, hermanos, no es el vino, ni una dulce mujer,
ni la vida en vuestras celdas, ni un hijo en la cuna.
¡Es una solitaria y desdeñosa canción que se desvanece en el aire! Bebed el agua salobre del Olvido para que se limpie vuestra mente, olvidad vuestros venenos y vuestros deshonrosos intereses. Que vuestras entrañas, como la de un niño, sean virginales, sin preocupaciones,
y livianas. ¡Cerebros, floreced de raíz, para que venga a cantar el ruiseñor! Y vosotros, ancianos, hablad, para que vuelvan otra vez los dientes,
para que vuelvan vuestros negros cabellos y regrese, joven, la mente.
Juro por el señor sol y por la señora luna
que la vejez es un falso sueño y la muerte, una fantasía. Son excentricidades del alma y juegos del cerebro.
Son el suave meltemi que sopla y se abren las sienes.
El sueño que fue soñado ligeramente y se convirtió en este mundo.
¡Ocupemos el mundo, muchachos, con las canciones!
¡Eh, compañeros de viaje, coged los remos! ¡Llega el capitán!
¡Y vosotras, madres, dad la teta a los niños para que no griten!
¡Velas al viento! ¡Fuera de la mente las solitarias amarguras! ¡Atendedme!
¡Os voy a contar los sufrimientos y tormentos del famoso Odiseo!
Ánguelos Sikelianós
Alafroískiotos
De mi madre
¡Oh madre mía, profundo abrazo siete veces virginal
que se abre hasta el cielo!
Se abre, se abre,
pero ¿por dónde podrá escapar el corazón?
Siempre vendré a que me acaricie en tus rodillas la pálida
mano de la bendición. A decir la antigua frase:
“Madre, ¿me diste de mamar fuego
y, por eso, es una estrella mi corazón?”.
Rapsodias de junio
Cena
En el edificio, encima de la montaña, está preparada la cena. Es dulce la luz del aceite como su dulce fruto,
alimento a los ojos, con la raíz azul en el caldero...
El portalámparas en la casa es como una tranquila constelación. Y la mesa está puesta con un mantel de lino perfumado.
Sobre ella, los verdes frutos. Sobre ella, el centeno
y la dulce aceituna en las bocas, como la luz en los ojos. La tejedora cenaba y la joven plañidera,
mujeres de dulce rostro. Al lado, cenaba Liyá que había posado el caramillo sobre el telar.
Y Glauca, mujer de inmensa luz, hacía descansar en su rostro los cabellos que tenía en dos alas doradas y en los que brillaba su abierta frente.
La tarde tranquila ardía en nuestro profundo frenesí,
en las ventanas abiertas, en la profunda noche de Olimpia, con las montañas como exhalación de la luna incompleta, con las estrellas que bebían la luz en el aceite de la soledad.
Alimento a los ojos, como aceituna en la boca, el portalámparas iluminaba profundamente nuestro frenesí en la noche de Olimpia.
El aceite iluminaba hondamente, en nuestro interior, la bondad y la noche, la calma arrogante y el pensamiento.
Tras la lejana montaña, iluminada débilmente, como un vapor, descendían, juntos, nuestro dolor y la luna,
que incendiaba, al ponerse, la agonía silenciosa...
Sonetos
Friso
Golpeando con el talón, como roja manzana, los lomos de los caballos, frondoso, por donde hay una vena ramificada y el sudor, pegándose, desciende al vientre y a las uñas.
Y conduciendo con la palma de la mano al cuello, porque la crin está dividida como ala de cisne, mezclados
con sombras o coronas, marchan impetuosos...
La tierra se abre al calor... La cigarra canta en los olivos una victoria aérea... La procesión saca ahora el peplo.
Y marcha, con un poco de aire, con buen viento, la ola rica y bailarina de los caballos,
al galope, a paso lento, a paso oblicuo...
Afrodita Uranía
La que sale de las aguas
Heme aquí que asciendo a la dichosa luz sonrosada del alba con las manos levantadas.
La calma divina del mar me llama, para salir, así, hacia el éter azul...
¡Oh, los alientos impetuosos de la tierra se vierten en mi pecho e, intacta, me rodean!
¡Oh Zeus! Es profundo el mar y mis cabellos desatados me hunden como piedras.
¡Corred, brisas! ¡Oh, Cimotoe! ¡Oh, Glauca! Venid, cogedme de las manos por la axila.
No esperaba encontrarme, de pronto, entregada a los brazos del Sol...
Madre de Dios
I
Vellos y plumones, pequeñas alas, maderitas, hojas, cuanto acarrea el ave a la oscuridad del bosque
y va y viene como relámpago, para tejer en el suelo una crin brillante, un pequeño pelo de oveja.
Ay, este calor es profundo. Diríamos que no se parece a aquél en el que navegan los lirios dentro de la fuente del sol.
Éste es una rosa que nace y crece continuamente en bordados de seda, durante años, con la aguja.
En cada rincón, excavado con un trabajo nocturno completo, aparece tan dorada que ya no es una rosa, sino una estrella.
Que es ya el astro de la mañana, el farol en la oscuridad y el candil de la Señora, siempre lleno de aceite,
que, en las sombras, colgado de la paloma, abre de noche el capullo para que brille de día.
Plumones, vellos, lo que de ligero ha quedado en la tierra basta para anidarme la hoguera de mis sentidos,
cuanto no basta para que el calor me encienda el deseo y cuanto no quema los huesos como el crisol...
Aquí está la pequeña flor ante el pórtico cerrado y el agua del pozo que entibia el invierno.
Aquí está la tierra ocre del hormiguero,
clarificada como espuma y, si embargo, firme aún...
¡Ah, es cálida también, como a un palmo por debajo del suelo, y como el ave que dormita tras sus alas!
Y su aroma es profundo, como el libro que ocultó entre sus hojas la respiración de mil flores
y pasaron siglos por él y quienes las habían metido dentro se encuentran en pálidas imágenes tapadas por un cristal.
Y es como el manto que permaneció en un cofre de la casa lleno de almendras, de nueces y de avellanas,
y, en pequeños paquetes, para la juventud del nieto, hay florines y monedas de oro atadas fuertemente...
Ay, este calor sólo ha salido de Dios incluso para que mi alma soporte la muerte,
la muerte de mis hermanos y de los míos, e incluso la de quien nos entregó el alma en la boca.
Ah, este calor no se parece ya a ningún otro, porque, si mantengo la cabeza entre mis dos puños,
a veces lo siento como fuente y, a veces, como hoguera.
Que viva la semilla. La de lo inmortal. Ha quedado en mi interior.
Que viva la semilla de todas las flores. Su madre secreta
no habla dentro de mí, sino que se lamenta como la campana,
como la atronadora campana que, al mediodía,
hace salir volando de los techos, temblorosas, a la palomas...
Y, aunque cierre los párpados, La veo. Oh, cuántos, cuántos flecos de sombra alrededor de Su candil,
y el abismo de Sus ojos, y Su firme semblante, como sable que puede cortar en dos el corazón.
Como el águila que se posa en su nido.
Se levanta del parto y permanece virgen Su vientre.
Como parida se sienta inquebrantable en Su paciencia, estrechando, como un joven león, a Su único hijo.
Con la mirada de una parida que otea la creación y no deja, vigilante, que nadie se acerque,
no venga a llevarse en su boca el pie de Su hijo que sobresale por encima de la manta.
Vía Sagrada
Por la nueva herida que me abrió el destino creía que entraba el sol en mi corazón
con tanto ímpetu, al atardecer, como por una grieta entra de pronto
la ola en el barco que, poco a poco,
se va hundiendo... Porque, ya aquella tarde, como enfermo desde hacía años, que sale por vez primera a mamar la vida del mundo exterior,
era el único caminante en la vía que parte de Atenas y tiene como meta sagrada a Eleusis.
¿Qué era para mí este camino, siempre como camino del alma?... A simple vista, un río corría por allí.
Pasaban lentos carros tirados por bueyes,
llenos de montones de espigas o madera, y otros coches, que adelantaban velozmente,
con hombres en el interior como sombras...
Más allá, cuando no hubo nadie
y sólo quedó la naturaleza, horas y horas, reinó una tranquilidad... Y la piedra,
que vi enraizada en un extremo,
me pareció un trono predeterminado para mí desde hacía siglos. Y trencé las manos,
tras sentarme, sobre las rodillas, olvidando si había salido ese día o si había tomado
el mismo camino siglos atrás...
Mas he aquí: en aquella tranquilidad que había
en torno a mí, cercana, se adelantaron tres sombras.
Un gitano venía de frente
y, tras él, seguían, arrastradas
con cadenas, dos osas de lento andar.
Y he aquí: como, al instante, se acercaron a mí y el gitano me había visto, antes de alcanzar
a verlo bien, cogió del hombro
la pandereta y, mientras la golpeaba con una mano, tiraba fuertemente con la otra
de las cadenas. Entonces, las dos osas
se levantaron pesadamente sobre sus dos pies. Una, (era la madre evidentemente), la grande,
que llevaba toda la frente adornada con azules cuentas entrelazadas y, por encima,
un blanco amuleto contra el mal de ojo, se levantó de pronto, inmensa, como si fuese una primitiva esculturilla de la Gran Diosa, de la eterna Madre, de aquella misma que, santamente triste,
cuando tomó, al paso del tiempo, aspecto humano, la llamaban aquí, por la pena que sentía por su hija, Deméter y, por el dolor que sentía por su hijo,
la llamaban más lejos Alcmena o Virgen. Y el osito pequeño que estaba a su lado,
como un bonito juego, como un niño pequeño e inexperto, se levantó también,
sumiso, sin adivinar aún
la longitud de su dolor y la amargura
de la esclavitud que la madre reflejaba en sus dos ojos ardientes que lo miraban.
Sin embargo, como la madre, por el esfuerzo, se sentía lenta para bailar, el gitano,
con un hábil tirón de la cadena
en las ventanas de la nariz del pequeño, ensangrentadas todavía por la anilla, que al parecer le habían agujereado hacía pocos días, consiguió
de pronto que, mugiendo de dolor,
se levantase hasta arriba, volviendo la cabeza a su hijo, y que danzara
con viveza...
Y yo, al verlo, me arrastraba fuera del tiempo, lejos del tiempo,
liberado de las formas encerradas
en el tiempo, de estatuas e imágenes. Pero, ante mí, levantada por la violencia de la anilla y por su desgraciado cariño, no veía más que aquella enorme osa con las cuentas azules en la cabeza, símbolo testimonial e inmenso de todo el mundo, del día de hoy y del pasado, símbolo testimonial e inmenso de todo el dolor antiguo, que todavía
no ha pagado, desde siglos inmortales,
el tributo del alma... Y ésta se encontraba todavía y se encuentra en el Hades...
Y mantuve la cabeza inclinada continuamente
cuando deposité dentro de la pandereta, esclavo yo también del mundo, una dracma...
Al fin, cuando el gitano se alejó, tirando otra vez de las dos osas de lento caminar,
y se perdió en el crepúsculo, mi corazón me levantó para emprender de nuevo
el camino que terminaba en las ruinas del Templo del Alma en Eleusis.
Al caminar, se lamentaba mi corazón: “Llegará quizás el día, llegará el momento
en que el alma de la osa y del gitano y mi alma, a la que llamo Iniciada, se regocijen juntas”.
Y, como oscurecía al avanzar, volví a sentir, por la misma
herida que me había abierto el destino, que la sombra entraba vehemente en mi corazón,
como por la grieta entra de pronto la ola en el barco que lentamente
se hunde... Y, sin embargo, como si mi corazón estuviera sediento de semejante inundación, como
si se hundiera, como si se ahogara intacto en las sombras, como si se hundiera intacto en las sombras,
un murmullo se extendió sobre mí, un murmullo
que parecía decir: “Llegará...”.
Palamás
¡Sonad, trompetas!47 ... Atronadoras campanas,
sacudid la tierra en carne y hueso hasta todos los confines...
Lamentaos, tambores de guerra...¡ Temibles banderas, desplegaos al aire!
¡En este féretro se apoya Grecia! Si levantamos una montaña de laureles como el Pelión y el Osa y si la alzamos hasta el séptimo cielo,
¿a quién llora, aunque lo diga, nuestra propia lengua?
Pero tú, Pueblo, cuya pobre voz,
como un Héroe, cogió y levantó hasta las estrellas, reparte ahora el divino resplandor
de su gloria perfecta, levántalo en las manos
como un estandarte gigantesco, y, por encima de nosotros, que le cantamos, con el corazón abrasado,
di en un sólo suspiro: “¡Palamás!”,
para que todo el mundo repita su nombre.
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47 Fue recitado por el propio Sikelianós en el entierro de Palamás, el día 28 de febrero de 1943. Lé- anse al respecto las sugestivas referencias de Elytis al acto mismo y a la personalidad de Sikelianós en su Crónica de una década, traducción y prólogo de J. A. MORENO JURADO (Córdoba 1989).
¡Sonad, trompetas!... Atronadoras campanas,
sacudid la tierra en carne y hueso hasta todos los confines...
Lamentaos, olifantes de guerra... ¡Sagradas banderas, desplegaos en el aire!
¡En este féretro se apoya Grecia! Un pueblo, levantando sus ojos, lo mira.
Y el templo, con su santuario, se incendia intacto. Y, por arriba, lo cubre una nube de gloria...
Por encima de nosotros, en donde brilla el inefable pálpito de la eternidad, en este momento,
Orfeo, Heráclito, Esquilo y Solomós reciben su santa alma portadora del trofeo,
que, puesto que su obra echó profundos cimientos
en esta tierra, con un pensamiento semejante al de los dioses, lleva ahora a las alturas a Iaco48, tres veces dichoso,
para bailar con los dioses inmortales...
¡Sonad, trompetas!... Atronadoras campanas,
sacudid la tierra en carne y hueso hasta todos los confines...
¡Laméntate, peán49! ¡Temibles banderas, desplegaos en el aire de la Libertad!
Cena griega de difuntos
(¡Oh Dioniso-Hades, divino guardián mío!)
Esperaban escuchar mis amigos
las nuevas canciones ardientes que aparecieran en mis labios, porque sabían desde siempre
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48 El dios Yaco con Deméter y Core son las tres divinidades invocadas en los misterios de Eleusis.
Se le identifica frecuentemente con Dioniso o Baco.
49 El peán fue, en principio, un canto de guerra dedicado a Apolo que entonaban los ejércitos cuan- do salían a la guerra o volvían victoriosos. Más tarde, fue entonado por todo el pueblo como canto tradicional y dedicado a diferentes dioses
que la arteria de mi palabra bullía
como un río de fuego y porque me habían invitado a una mesa lejana,
fuera de esta tierra, en un gran palacio con ventanas abiertas a jardines
profundamente y con todas las estrellas sobre nosotros...
Habían adornado con rosas escarlatas el mantel, en medio de los cristales.
De los muros colgaban coronas
que esparcían perfumes embriagadores.
En los candelabros de plata
había velas encendidas que, al menor soplo de aire, doblaban sus largas llamas, aquí y allá, sin apagarlas...
Degustábamos en silencio la sobria cena
que estaba ante nosotros, porque todos, involuntariamente, hilábamos el mismo pensamiento... Pero, cuando
se abrió ante nosotros el vino negro, que un amigo del alma había traído para mí, espeso y aromático
como la sangre vertida de Dioniso, volviendo hacia mí
el enorme vaso lleno hasta los bordes, llamándome por mi propio nombre, me dijo: “Ángel,
si quieres ahora, da voz a la noche...”.
Entonces, respondí: “¿A esta noche, amigo, pides que le dé voz, que, como el mismo vaso que sostienes, lleno hasta
los bordes, ha lanzado la más extrema frontera a nuestras almas, que es
la frontera de nuestro silencio?
Dime. ¿Quién se ocupó de esta mesa?
¿Acaso un hierofante se puso a adornarla por encima, y es como una porción sagrada de Plutón, como una solitaria
y elevada cena de difuntos, ante la cual
arde el pensamiento de todos y, en su interior, se realiza el recuerdo de los muertos? Como cae un ejército de hormigas voladoras
sobre un grano de trigo, así creo que han rodeado esta cena
las almas de los muertos cuyas huellas nosotros y la noche eterna
hemos mantenido en lo más profundo, cuando, más arriba del centinela de la muerte, ascendían silenciosas a las rocas
para beber en la fuente de la entereza. Pero a otras muchas almas que llenan la noche
- porque ahora los muertos son más numerosos que lo vivos de la tierra50 -, arrastradas
por el calor de nuestros silenciosos corazones, como las mariposas son atraídas por las llamas de los cirios, las siento marchar
por doquier. Dejadlas
que lleguen hasta aquí, que se prodiguen invisibles por esta mesa
de Plutón, en esta elevada
cena de difuntos, amigos. Dejadlas
que vengan aquí con nosotros, que sean una...
Y por el vaso, amigo, que me ofreces lleno hasta el borde, si inclino
mi rostro a su profundidad, pienso
que lo veo reflejado desde el otro mundo. Y por el vino que has traído para mí, porque es espeso, amigo, y aromático como la sangre vertida de Dioniso, cambiemos todos, como iniciados
antiguos, el sombrero del gran Demonio bueno, manteniendo un silencio profundo
hasta el instante (¡Y que no tarde, amigos!)
en que se pongan a mugir de pronto las fuerzas de Dios en nuestro interior y su mugido,
más que el clamor de un seísmo, levante a la vez al ejército de los vivos y de los muertos
en un ataque divino... Y, en cuanto a las nuevas y ardientes canciones que queréis
escuchar de mis labios, llegarán también en su momento...”.
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50 Se trata de la respuesta que dan los gimnosofistas a Alejandro Magno. Véase, en el capítulo pri- mero, la Vida de Alejandro.
Así dije. Y todos, cuando comprendieron bien lo que pedía, degustaron el vino. Y yo, el último
de todos, como el sacerdote que consume por completo el cáliz en el santuario, bebí
hasta la última gota. Solos, emprendimos despacio el camino
- mientras las velas se apagaban una a una - hasta las ventanas abiertas, en donde la noche como un negro océano estrellado,
nos mantenía mudos en su pálpito...
Pero, si nadie hablaba ya
entre las sombras, desde lo más profundo de todos ascendían hasta la oscuridad y las estrellas
un mismo deseo y pensamiento: “ ¡Escúchanos, oh Dioniso-Hades, divino guardián nuestro!
Refrena nuestros corazones con el negro vino de tu dolor. Dales fuerzas.
Guarda a las intactas para el instante en que tu grito, inesperadamente,
más que el clamor del seísmo, nos levante, junto con los muertos, en el ataque divino...”.
Kostas Várnalis
Orestes
Aromáticos apios tus cabellos.
Suéltatelos para que se vea lo hermoso que eres, y expulsa ya de tu pensamiento la obligación
impuesta por el gran oráculo, puesto que no tienes
ninguna otra forma de ejecutarlo. Mira, con una sonrisa, que tu azaroso camino te ha traído hasta la puerta de Argos,
para asesinar a las entrañas que te engendraron. Aquí, nadie te recuerda. Y, de la misma forma,
olvídate de ti mismo, vete
a los cruces de la querida ciudad
y haz tu trabajo como si fuese distinto.
Así o de otra manera, la vergüenza
de la sangre de tu madre te cogerá por la espalda.
La luz que arde
La Madre de Cristo
¡Cómo exhalan aromas las calles cubiertas de palmas, las calles pisadas por el sol y flanqueadas por jardines!
Cada vez crece más la alegría de la fiesta y gime a lo lejos y, a lo lejos, asciende.
Tu alegría, Pueblo-mar, ola a ola,
la alimentaron con el tiempo los odios de los demás y, si tu infame maldad tiene sed de pecados,
ahí tienes su víctima, su ingenua víctima.
¡Ah! ¡Cuánto hubiese deseado, como una madre, (sueño que permanece, humo que se va)
haberte engendrado, como a tus otros hermanos, lejos de las glorias y lejos de los odios!
Una casa roja en un patio con pozo...
y una parra llena de racimos de ámbar...
Como buen señor de la casa, regresarías cada tarde dorada, silenciosa y dulce como el aceite.
Y, al abrir la puerta con la sierra en la mano, con las ropas llenas de delgadas virutas
(blanca barba, blancas manos), tu esposa, paloma, aspiraría profundamente el aire lleno de cedro.
Y, al detenerte un poco, la casa se llenaría de tu buena sombra, Padre y Señor,
mientras tu amada sacaría agua para derramártela, para que empezara entre sonrisas la impaciente cena.
Y la muerte antigua llegaría a ser miel
y dejarías una enorme descendencia, hijos y nietos, y, a cada uno, ovejas, tierras y viñas,
el taller de aquél que desea tu arte.
Me cubro los ojos con la negra túnica,
para que el pensamiento deje de ver con los ojos...
Se divierten los ruiseñores en los jardines de alrededor, te envuelve el delicado perfume del limonero.
Te marchas sobre la primavera, querido hijo mío, dulce Primavera mía que no regresarás.
Tu belleza reinó amarilla, hijo mío.
No hablas, no miras cómo me deshago, dulce mío.
Como llora la becerra cuando le quitan el hijo,
me pongo a gritar y no tienen sentido mis palabras. Sosténme tus dos enormes ojos.
Corre sangre por los pechos de los que mamaste leche.
¡Cómo ha quedado tan endeble tu corazón
al entrar como César en la brillante Jerusalén!
Aunque la multitud cambió enloquecidamente (¡ay de ti!), ni siquiera sabía cuál era tu nombre.
Allí, al lado, tus enemigos se mordían los labios...
Ha incitado con falacias a la ingrata multitud y, cuando caiga el sol y llegue el atardecer, clavarán tu cruz tus enemigos y tus amigos..
Pero, ¿por qué te detienes para que te cojan? Incluso,
cuando preguntaron: “¿Quién es Cristo?”, respondiste: “Yo soy”.
¡Ay! Mi pequeña boca no sabe lo que dice.
¡Treinta años, hijo mío, y aún no te conozco!
El Hombre I
No son las espigas, suave terciopelo que estropearás.
No es la arena tranquila en el borde del mar.
Es la llama del infierno la que se mantiene inquebrantable.
¡Ay, ven, viejo recuerdo, y dime quién soy!
¡Cuánto tiempo los dolores mantienen cerrados mis ojos!
¡Ay, tantos años han pasado! ¡Cuántos días y noches!
Llévate la fetidez de mi entorno, tú, airecillo del monte.
¡Cómo quisiera mecerte tan sólo un palmo!
¡Cómo quisiera morderte hasta los huesos, los brazos, viejo dolor mío, y apaciguarte con otro dolor nuevo!
Pero mis venas están escurridas, mis articulaciones, deshechas y mi cuerpo se hunde profundamente en la tierra.
El hambre ya no mata mis entrañas vacías.
La muerte me las entumece como un dulce antídoto.
Una nube azul ha cubierto mis ojos.
¡Cómo tirito al sol de mediodía!
Y, cuanto más golpeáis, dientes míos, más silencio tiene el corazón. Vosotros, compañeros que descansáis al lado, sois afortunados.
Algunos pasan como sombras crepusculares, tiemblan un poco y caen después en cruz - una bala buena los alcanza -.
¡Venid, vientos poderosos, ponientes y vientos del norte, fuerte granizo de abril y ríos de lluvia,
llevaos la fetidez que esparcen los vivos y los muertos! Todos los muertos pasan por mi interior y me pudren.
“¡Madre mía! !Hijo mío! ¡Amada esposa!”.
Pero la garganta, en vez de voces, se llena de negra sangre.
II
Soles dorados y rojos ríos, amapolas
y lentas campanillas de vacas en el prado tranquilo.
Madreselva que trepabas por el muro de mi patio y noria del pozo que me cuentas los secretos.
Guadañas mías que brilláis en el rincón del sótano, y burro que me llevabas encima hasta el monasterio.
Mujer con el pañuelo estirado hasta las cejas
- dorabas al sol, al aire y los barridos -.
Madre mía, santa imagen colocada en una esquina. Hijo mío, reconfortado con llantos y con risas.
Barcos que navegáis en mares musicales, el alma sale de mi herida y os llama...
Tierra inmensa e infinita, inundada de canciones en las que el ave encuentra aire y grieta el insecto,
¿no habría una isla solitaria, con una cueva en el bosque, en donde los hombres y Dios pudieran olvidarme?
Myrtiótisa
¿Qué otra cosa, bien mío
¿Qué otra cosa, bien mío, buscas de mí que te quedas triste ante mi figura,
si mi corazón, si mi alma,
aunque estén muertos, se inundan de Ti?
Tus divinas canciones, una a una, las vive cada noche mi cantora voz.
Se han convertido en mi única plegaria, pura plegaria nacida por Ti.
¿Por qué me miras con ojos entristecidos? Te enciendo como lámpara mi propia alma
y mi vida, día tras día, esparce, por Ti, sus florecientes rosas.
Ni siquiera mi dolor
Ni siquiera mi dolor te retiene ya. Ni siquiera mis lágrimas.
Te marchas lejos cada día. Cada vez más lejos de mí.
Envuelto en el día nublado y en la niebla, ay de mí,
no te distinguen con claridad mis ojos deslumbrados.
Y, si te pierdo eternamente, triste Amor mío,
perderé las alas de mi alma y el oro de mi corazón...
A MI HIJO
Deseabas que los barcos te llevasen muy lejos,
a las tierras que son como un sueño, a las tierras que seducen
el joven corazón de los muchachos, que desea y quiere verlo todo, tocar toda la miel de la tierra.
Temblorosa, te abro la inmaculada puerta de la vida, oculto mi deseo y ahogo mi pena.
Pero mi pena es grande y mi alma, amarga...
¡Oh, clara flor silvestre salida de mi aliento!
Sólo tú, iluminando profundamente mi oscuridad, despertabas el muerto latido de mi corazón.
Ahora te pierdo. Muda, sin llorar y sola, veo venir la pesada noche a envolverme...
Separación
Querido muchacho mío, ha crecido el dolor en este corazón que tantas pruebas ha pasado.
¡Piensa! Hace un año
que me dejaste para irte al extranjero.
Mi brazos solitarios te buscan
- nido sin el calor del ave - para que mi boca te bese.
Oigo incluso el mudo eco del beso.
Día a día se consumen las caricias que llenaban para ti mis dos manos
y, así, fuertemente atadas ahora y vacías, parecen heridas por un cuchillo...
Muertos
Todos los que se nos han ido, todos los que se van
al viaje sin retorno
y ya no sienten dolor.
Todos los que se liberaron
de la víbora de la preocupación, cuyos corazones no atraviesa
la hoja de doble filo.
Todos aquellos cuyo sueño no turba el ronquido,
ni deshace sus días
la languidez de la pena,
en el jardín por el que pasean y descansan dulcemente,
¿piensan en los desgraciados que quedan por aquí?
El tormento de nuestra vida y la pesada condena,
¿no siembran cierta oscuridad en su victoria?
¿Se desvelan, rezan por la turba del dolor?
¿Extienden quizás sobre nosotros su mano inmaterial?
Pero, si no es bastante el recuerdo allí abajo, donde andan diseminados, y nos han olvidado todos ellos,
¿quiénes se acordarán de nosotros?
Romos Filiras
Preludio
Encima de la cajita de las damas te detuviste, acaso distraída:
dos jóvenes han jugado y se sientan abstraídos en sillones contiguos.
Comunes, sin relaciones, él con ella, como nosotros, con una mirada instantánea y extraña. Sin embargo, entre nosotros dos, tensada,
una cuerda sedienta de sonidos espera el toque.
Tu mano se revuelve y se desliza sobre las fichas blancas y negras:
toda mi tristeza, en tu recogimiento,
se pone a adivinar y a sopesar cada mirada y cada cuidado tuyo
con pesas inmateriales, ¡oh palidísima!
Idilio
De noche, cuando me desvelo y me pongo a pensar, y la lámpara arde aún sobre la mesa,
y sólo me acuerdo ya de Ti,
de tus negros ojos y del color crema
de tu vestido, que te adornaba enteramente, cuando caía la luz en la sala
y, lleno de alegría, en un descanso maravilloso, sentí lo grande y lo sublime.
Avanzas siempre y llegas con alegría, en la profunda calma de mi habitación, y desapareces de pronto... como un rayo de la Luna sobre un sudario...
Entonces, veo mi vida como un jardín en cuyas flores y aromas he vivido.
Sin embargo, por encima de todo, como en un golpe de martillo inmaterial, me despierto vestido
con la púrpura del Amor y observo entre las rosas, ya para mí deshojadas, una de cien hojas que distingo
y a cuyo lado cierro los ojos hechizados...
Pierrot
Pierrot, tú y yo y los que están a su lado
y aquel tan correcto, con su chaqueta blanca, jugamos con su forma, arrojamos al suelo
su retrato, color en la paleta.
Nosotros hemos construido, con él, su forma y era, al azar, nuestro símbolo.
En su vuelo, en su colocación,
tenía la extraña mueca de nosotros mismos.
Era irónico, pero triste.
Una burla trágica en la escena. Se quejaba, desesperado,
pero se extasiaba ante los prodigios.
Se burlaba de cada pose suya,
porque la había considerado superficial, y en sus miradas escabrosas
se adivinaba la dificultad y la arrogancia.
Era completamente hermoso, humano en verdad en su traje
de batista, en sus botones, huidizo,
una de las más profundas pesadillas del sentido.
Y de pronto, al volverse, era completamente una imagen pensativa y con conocimientos, intelectual y, sin embargo, astuto.
Doblaba como mucha gracia la rodilla.
Como una libre criatura de la creación, sin amabilidad engañosa ni opiniones, era libre de llorar y reír,
sin escuchar ni articular comentarios.
Tenía la presencia de lo positivo, la ilusión de un ser pensante,
muchísimo decoro, prontitud en las respuestas y un estilo cazurro en un porte sacerdotal.
En otros tiempos tenía un gran descaro
y su farsa adquiría una expresión amarga. Desdeñaba a las señoras que los demás admiraban. Le parecían pequeños.
Estaba lleno de una infinita amargura.
Fingía una concisa interpretación
y se embrollaba como una gardenia recién cortada con una camelia artificial en un cofrecillo.
Su forma tenía una importancia inversa
y, sin embargo, nos engañaba a todos a la vez. Y, mientras era un hombre correcto, buscábamos la esencia y queríamos vivir...
Kostas Uranis
Nostalgias
Me parezco a los viejos marineros de formas arrugadas y apretadas que vi en Holanda,
muy lejos, sentados en los faros de los puertos, mirando, en silencio, la salida de los barcos.
Sus ojos, que habían visto ciclones y naufragios, los seguían con inmenso deseo y nostalgia,
cuando levantaban las pesadas anclas que chirriaban, y pasaban delante de los faros tranquilos y enormes.
Al poco, se alejaban en el mar infinito
y se perdían dejando en el ocaso púrpura
un humo que hacía surcos en el cielo antes de deshacerse. Sin embargo, los viejos marineros, en los faros,
con sus grandes pipas apagadas ya en sus bocas, miraban todavía la salida de los barcos...
Acuarela
En el muelle adormecido durante el verano, saltan vapores abrasadores sobre la ardiente arena y sus pequeñas casas, desnudas y encaladas,
dan blancas pinceladas sobre el mar.
Las aguas doradas y verdes, diáfanas, no se mueven y dejan ver guijarros de plata, algas que se retuercen
como serpientes, anclas mohosas con sombras malvas que lanzan alrededor las barquillas ancladas.
Nada de vida. Un pescador del muelle, tras extender sus lentas manos y bostezar,
se ha tendido enteramente sobre las rocas y se ha dormido. Sólo un perro fiero y de pelo negro,
sentado en la popa de una gran barquilla,
mira, adormecido, la pequeña playa.
Regresos
De mañana. La niebla se arrastra por las calles vacías, en las que resuena mi paso lento y sin rumbo.
París duerme en su luto ceniciento. Sólo un coche antiguo pasa titubeante. Las aguas del Sena, brillantes y frías, corren por las orillas infinitas y muertas y, bajo los arcos de los puentes vacíos,
pasan chalanas pesadas, silenciosas, como fantasmas. Nuestra Señora de París, deslumbrante, masa monumental, se levanta en el cielo con una calma helada
y todas las casas están oscuras, cerradas y frías...
De la misma forma en que, al volverla a encontrar, nos recibe como a un extraño la mujer que habíamos amado con locura
en otro tiempo, así encuentro hoy, al regresar, la ciudad de París. Sin embargo, ¡había vivido con el sueño del regreso!
Vita nuova
Sólo quiero vivir como un árbol
que susurre ligeramente en la mañana de abril por un campo de paz, lleno de luz azul,
de rojas amapolas y blanca manzanilla.
Sólo quiero vivir como una rosa
que hubiera florecido sola durante un suave invierno en un arriate pobre e inundado de sol, con un costado encalado que le hace conservar su color.
¡Dios mío, déjame vivir como cualquiera de los millares de insectos inútiles que se embriagan de luz
y que pasan su vida entre las flores!
Lejos del mundo, solo, en una casa blanca.
Y tener en el alma la paz de los ancianos
y, en mi corazón, la divina bondad de los pobres.
Moriré una lúgubre tarde de otoño
Moriré una lúgubre tarde de otoño
en mi fría habitación. Solo. Como he vivido.
Escucharé la lluvia en mi extrema agonía
y los consabidos ruidos que salen de la calle.
Moriré una lúgubre tarde de otoño
entre muebles extraños y libros esparcidos. Me encontrarán en mi cama. Vendrá el policía. Me enterrarán como a un hombre sin historia.
De entre los amigos que jugamos de vez en cuando
a las cartas, alguno preguntará sencillamente: “No ha visto nadie a Uranis? Lleva perdido algunos días...”.
Otro, mientras juega responderá: “¡Pero si ha muerto!”.
Se quedarán un instante con las cartas en las manos y moverán la cabeza despacio, con tristeza.
Dirán: “¡Lo que son los hombres! Ayer estaba vivo aún...” y, mudos, volverán otra vez a su juego.
Algún compañero se la dará de fino y escribirá:
“ha muerto prematuramente en el extranjero Uranis, joven conocido en nuestros círculos, que había publicado una colección bastante prometedora de poemas”.
Será la única noticia de mi muerte.
En el pueblo, sólo llorarán mis viejos padres
y celebrarán una misa en mi recuerdo con bastantes curas
a la que asistirán todos mis amigos y, quizás, mis enemigos.
Moriré una lúgubre tarde de otoño
en una habitación extraña del bullicioso París. Y cierta Quety, creyendo que la olvidé por otra, me escribirá una carta y me insultará, muerto...
Cesad ya...
Cesad ya de enviar señales de peligro. Detened los gemidos de la histérica sirena
y dejad el timón en manos de la tormenta:
¡el más terrible naufragio será seguir viviendo!
¿Qué? ¿Volveremos de nuevo a la fastidiosa Ítaca,
a nuestras míseras preocupaciones, a nuestras pobres alegrías y a nuestra fiel amiga que, como tela de araña,
tejía su amor alrededor de nuestra vida?
¿Sabremos otra vez de antemano qué ocurrirá mañana y no sentiremos ningún deseo de que salga el día,
otra vez como los frutos sin sol que se marchitan y caen podridos al suelo, como nuestros sueños?
Puesto que nos ha faltado (¡y siempre nos faltará!)
la audacia de salir, solos, de nuestra cama estrecha y arreglado, y de tomar, libres, como hombres en el amanecer del mundo, los caminos desconocidos e inmensos,
con gráciles pasos como los del ave en la tierra
y con nuestra alma temblorosa como hojas a la brisa.
Al menos, no perdamos ahora la oportunidad de convertirnos en juguetes de la olas.
Hasta donde sea. Las olas, como tentáculos, pueden arrastrarnos a las oscuras profundidades del mar, pero pueden también, en su arrebato, levantarnos
tan alto, que rocemos con nuestra frente las estrellas.
Don Quijote
De acero y serio sobre su caballo enjuto, pasa el héroe de Cervantes. Detrás, a lomos de su estoico burrillo, le sigue despacio su gordo escudero.
Hace siglos que partió, hace siglos que anda, con su solemnidad rota, con los labios cerrados, con los ojos extasiados, con la mano en la lanza, hacia los celestes reinos de la Quimera...
A su paso por los vastos caminos del mundo, cuantos se encuentran con él lo toman por loco,
lo miran, se hacen señas entre sí y se ríen irónicamente.
¡Oh, poeta! De la misma forma, a tu paso, los hombres comunes se ríen fuertemente. ¡Deja que se rían!
Los Quijotes van delante y los Sanchos, detrás.
Oración al Ángel de la Guarda
Ángel, que guardaste mi alma infantil,
que extendías tus alas inmensas para cubrirme,
en las noches terribles en que la lluvia golpeaba las ventanas y el viento, enloquecido, agitaba toda la casa,
mientras yo me desvelaba y temblaba mi corazón, como un ave, no fueran a romperse los cristales y entraran en mi habitación,
con carcajadas y mugidos, para ponerse ante mí, enanos, duendes y espíritus del Mundo Inferior.
Ángel, con plantas y con mil maneras, paseemos por lugares mágicos y jamás pisados,
para burlarnos de las magas, para vencer los obstáculos, para lancear a los dragones de lenguas de fuego,
para abrir, sin llaves, palacios encantados
y, combatiendo solos contra valientes ejércitos,
conseguir que su rey, si quiere la paz,
me entregue a su hija y la mitad de su reino.
Ángel, que dabas vida y palabra a cada objeto, que hacías de cada día mío un nuevo prodigio,
que, cuando el invierno me mantenía encerrado en casa, hacías pasar y ponías ante mí el mundo entero,
que convertías, en mi juegos, la casa en un palacio,
nuestro jardín en denso bosque, mi vara en un rápido corcel y que, en cada enfermedad mía, permanecías sobre mí
y me dabas de beber agua inmortal para no morirme.
Envío mi plegaria, como una paloma, a encontrarte para que vuelvas a ser otra vez el guardián de mi vida...
Napoleón Lapathiotis
Paraje invernal
Una luna insólita, como un trozo de hielo muerto y colocado en medio del mar,
una inmensa y muda sequedad, más desnuda que una mano, con una caña vieja, triste, trágica y pequeña,
y una sombra (algo que no sé qué ha perdido,
pero que da vueltas desde entonces sin poder detenerse).
Este trío helado, perdido, lleno de luz,
guardaba silencio y velaba en la noche, en el frío...
Deseo
Profundo y lamentable otoño, ¿cuánto tiempo llevo esperándote, con tus gotas anchas y pesadas?
Pérdida desdichada de las hojas, lentas penas del atardecer que me embriagasteis hace poco tiempo...
Me abrasaron los veranos, el pesado calor y los cielos despejados y azules.
Mi corazón tiene un deseo esta noche. ¿Cuándo vendrán a las ramas el divino Bóreas y el granizo?
Entonces, encorvado yo también, en las tardes susurrantes, me acordaré dulcemente -¿quién sabe?-
y me matará mucho más, como un violín lejano, el verano que pasó...
T. K.Papatsonis
El tronco de los ancianos
Tiempo nublado. Nublado, cerrado, lejos de la visión del cielo, abandonado
a los vientos, a las tormentas, a las nieves y a las brumas. En vano cantan los gallos a la hora de costumbre.
No se disuelve la oscuridad. No viene la luz.
Llegan malas noticias. Las recibe
un Viejo encapuchado con una linterna encendida al mediodía: he aquí la conversión del hombre invernal. Siente indiferencia
ante todo. La única preocupación es que no se apague su tronco. Ficticias se fueron las horas.
Ficticios los días de los meses. He aquí, enero, veintiuno, día de la Virgen Mártir Agnes (a los catorce años fue arrojada al infierno del martirio). Enero, diecinueve, segundo domingo de Epifanía,
las Bodas de Caná, día de Sebastián
y Fabián, mártires (le lanzaron una lluvia de flechas, escamas en el cuerpo del efebo).
A nosotros ¿qué? ¿Cómo distinguir un día de otro, igualmente nublado,
en cuya separación se difumina la noche?
El día se hace continuidad de la noche y nuestra preocupación, la de los ancianos, no son las visiones de la fe, no es el Martirologio con sus llamas,
sino que no arda este tronco, aquí, para siempre.
Kostas Kariotakis
Nipenthí
Quijotes
Los Don Quijotes avanzan y miran al extremo
de la lanza en la que colgaron, como bandera, a la Idea. Visionarios de vista gorda, no derraman una lágrima para aceptar humanamente cualquier injuria vulgar.
Se acercan a la Razón y a los palos de los demás. Chistosamente azotados se arrastran al medio del camino.
Sancho repite: “¿No te lo decía?”. Pero ellos insisten
en la dignidad de sus grandes proyectos y dicen: “Sancho, mi caballo”.
Así, si Cervantes lo permite, yo he visto que, en una Vida insensible, los jinetes del Sueño desmontan sin valor y, con un pequeño suspiro,
con ojos húmedos, renuncian a sus primeras quimeras.
Los he visto regresar - enajenados, hermosos reyes que combatieron por un reino inexistente - y, al sentir la chanza que corre como púrpura,
los he visto mostrar en vano sus heridas abiertas al sol.
Vueltas
Veinte años jugando
a los libros, en vez de a las cartas. Veinte años jugando,
he perdido la vida.
Ahora, pobre, me tiendo aquí para escuchar
que el plátano me rumorea una fácil sabiduría.
Sólo
¡Ay, todo debió llegar como llegó!
Que se deshojen las esperanzas y las rosas. Que se me vayan los años como barquillas, que se vayan, que se desvanezcan.
De la misma manera en que nos separábamos por las noches,
nos perderemos, tantos amigos, para siempre.
El lugar en que crecí de niño dejaré alguna tarde.
Las hermosas y sencillas muchachas, oh amadas, que me las quite la vida alrededor del baile.
Que incluso el dolor, con el que me perfumé en otro tiempo, me pese, estéril.
Todo debió ocurrir. Sólo la noche no debería ser ahora tan dulce,
con las estrellas jugando allí, como ojos, y sonriéndome.
Dedicatoria
Frente de plata. Tus ojos hermosos centelleaban azules. Al abrir el piano, dos nuevas rosas temblaban en los floreros.
Pero eran más bellas tus sienes rosas.
Tus manos luchaban y vencían.
Las teclas, obedientes, regalaban
las notas y la melodía como un premio. Escuchábamos. Las sensaciones eran prisioneros que obtenían su libertad.
No recuerdo bien. Han pasado los años. Pero digo que habías cantado,
a no ser que cantasen los ruiseñores. Hablador o mudo, tu labio es fuente, pero los años, para mí, ciervos cansados.
Siempre volará la mariposa dejando polen en los dedos. Murmullo, el adiós. Tu mano, seda y te perdiste. Desde la ventana volará siempre la mariposa...
Elegía y sátiras
Regreso
No vagué errante por bosques virginales, susurrantes, ni me golpeó la ráfaga del viento del océano.
Ave prisionera, voy arrastrando mis inútiles alas
y nunca veré los cielos de los que siento nostalgia.
Pero siempre, oh naturaleza, ¡ay de mí!, cuánto adorará mi humilde alma tu más pequeña predicción y cuánto, ahora que va a caer la noche de otoño, todo me habla mucho más de tu belleza.
Con un extremo de la nube viajera me llamas, con la sonrisa dorada del musgo ajado,
con la hierba entre todas las losas del patio, que sólo altera el aliento de septiembre.
Y, al escuchar tu voz secreta, poderosa,
oh naturaleza, llegaré algún día con mi cruz.
Tu tierra será ligera y siempre soñador, el instante
en que me llegue el inesperado final del vano camino.
Fama después de la muerte
La inmensa naturaleza necesita nuestra muerte y la piden las púrpuras bocas de las flores.
Si viene otra vez la primavera, otra vez nos dejará y, al final, no seremos ni sombras de las sombras.
La brillante luz del sol espera nuestra muerte.
Veremos todavía ese ocaso triunfal
y, al fin, saldremos de las tardes de abril
para encaminarnos a los atardeceres sombríos y lejanos.
Sólo es posible que permanezcan después nuestros versos, que sólo permanezcan diez versos nuestros, como
las palomas que sueltan los náufragos al azar,
y, cuando entregan el mensaje, ya no queda tiempo.
Último viaje
¡Hermoso viaje, lejano barco mío, en brazos
del infinito y de la noche, con tus luces doradas! Quisiera estar en tu proa para ver pasar alrededor los sueños primeros en larga comitiva.
Que cese la tormenta en el mar y en la vida
y que tire piedras hacia atrás al marcharme lejos, contigo. Que me acunes mi eterna tristeza, barco mío,
sin saber a dónde me llevas y sin poder volver.
Todos juntos...
Vamos todos juntos, populacho, a buscar la rima.
La meta de nuestra vida ha sido esa ambición tan noble.
Cambiamos por sonidos y sílabas
las sensaciones en nuestro corazón de papel, publicamos nuestros poemas
para que nos den el título de poetas.
Dejamos los cabellos al aire
y nuestras corbatas. Adquirimos una pose. Pensamos que la compañía de los hombres buenos es una prosa insoportable.
Sólo para nosotros existen las criaturas
de Dios y, seguramente, toda la naturaleza. Para enviar correspondencia a la tierra, nos hemos subido a los astros del cielo.
Y, si andamos hambrientos todo el día, si pasamos la noche bajo los puentes,
será porque hemos sido víctimas expiatorias del “ambiente” de nuestra “época”.
Fiesta délfica
En Delfos se ha medido el espíritu de dos Grecias. Esquilo ha vuelto a despertar el eco de las hijas de Fedra.
Lorgnons, Kodaks, Operateurs, han dado al dolor de Prometeo un tono particular y pintoresco.
Un sollozo ha movido a esta multitud inverosímil.
Y, cuando, sin caer el telón, el auditorio se ha disuelto, nada ha perturbado aquel silencio lejano
y sagrado. Un quebrantahuesos ha hendido el aire...
Otros poemas
Optimismo
Supongamos que no han llegado
al oscuro estancamiento, al abismo de la mente.
Supongamos que han venido a los bosques con el equipamiento imperial del triunfo mañanero, con aves, con la luz del cielo
y con el sol que los atravesará.
Supongamos que estamos bastante lejos,
en tierras desconocidas del Occidente, del Norte. Mientras lanzamos nuestro abrigo al aire,
los extranjeros nos miran curiosa y seriamente. Cierta tierna lady, para recibirnos,
ha echado a los sirvientes durante todo el día.
Supongamos que el vuelo del sombrero
se ensanchara de pronto, pero que nuestros pantalones se estrecharan, se pegaran y se moviesen mil
caballos con la orden de la espuela.
¡Adelante - las banderas golpean en el viento -, héroes cruzados, salvadores del Salvador!
Supongamos que no hemos alcanzado, por cien caminos, los límites del silencio
y que cantamos - que nuestra canción parezca un trompeteo vencedor, un estallido de voces - para que se diviertan los demonios de fuego
en las entrañas de la tierra y los hombres, en las alturas.
Yanis Skarimbas
Fantasía
Que sea como si un aire nos empujara a todos
hacia una calle serpenteante que se perdiese en el caos, y que te saludase locamente una cinta
de tu sombrero teñida de fantasía.
Que sea como si me dijeras algo, algo hermoso y próximo, sobre las estrellas que saltan en la zona de los fondos nocturnos, y como si ese viento nos empujara
completamente hacia la línea del horizonte.
Y que hablases, que hablases, en el deslumbramiento de la noche, de un barco, con velas de cristal, que marchase
a lo más profundo, a lo más profundo, tanto, que cayese fuera del círculo de las aguas, en el caos.
Y que soplase, que nos empujara a todos ese aire más allá de lugares y tiempos hasta que - luz mía, al saludarte locamente aquella cinta fantástica - salgamos de la tempestad de este mundo...
Telos Agras
Pan
Calla horas y horas. ¿No escuchas en lo profundo el jardín?
¿Lamentan los dioses campestres sus verdes ocios
o son los caramillos que se hablan dulcemente uno al otro? (En las cisternas, Otoño, está otra vez tu semblante.)
Si embargo, ayer - no me había engañado el buen tiempo - lo vi. Andaba por medio de las viñas,
su estropeada piel de la espalda temblaba
y se detuvo. Arriba, brillaba una luna de buenos sentimientos.
De pronto, puso su atención en la lejana brisa que iba pasando, buscando con los ojos y los oídos un sonido muerto.
Era el momento en que la noche se adormece en la escarcha. Al instante, coge la siringa y se la lleva a los labios...
Fuera de tono, pero dulce, odio ahogado entre risas, el exótico centinela soplaba mal entre las viñas,
encantador centinela que esparció un desconocido escalofrío...
¡Pero consiguió que las hojas muertas se pusieran a bailar!
Fragmentum
Querías decirme algo, pero no te lo preguntaba.
(El verano se había salvado. Y las flores que amaba).
Querías decirme algo, pero lo había olvidado.
(Han destruido la raíz -¿recuerdas?- en la que nos sentábamos).
(Por entonces, el otoño había vuelto a mi interior).
Me dijiste, ¡ah, sí!, que me amabas, pero lo he olvidado...
Estudios
La ciudad, llena de niebla,
se va, se disuelve, se evapora.
En esta noche húmeda,
todo es oscuridad. Todo es agua.
¡Cómo vacila en las aguas una luna palidísima,
y estos árboles, en fila,
y las iglesias entre las aguas!
Esta noche, vuelve a llorar en mí un húmedo vapor, ocre y ceniza.
En mi corazón clausurado, como una catedral desvanecida.
Tengo encerrado en mi corazón a un gran Crucificado.
A sus pies -¡pobre fe!-
llora la Esperanza, arrodillada.
Aquí ya no hay
Aquí ya no hay errores grandes y locos.
Una luna muerta calla allá arriba.
La ciudad y las luces están tan lejanas, como cuando una vieja mira a la juventud.
Yo me encuentro extraño en este mundo,
como un muerto dentro de sí mismo.
I. M. Panayiotópulos
Helena
No eres una. Eres la pena con numerosos rostros.
Eres el amor del norte que florece como la nieve con un astro marino en tus ojos.
Eres el amor, el cálido clavel de Noto que prende la llama en su respiración.
Eres el amor de la tímida muchacha, la querida,
y eres el amor otoñal,
lleno de ternura, recorrido en silencio. Eres el primer amor y el último,
la célibe no besada y la muy besada,
pero siempre una, interminable, no dormida, de quien el Amor no puede
saber más que tu nombre, ¡Helena!
María Poliduri
Cuando muera
Moriré un melancólico amanecer de abril, cuando, enfrente, se abra en mi pobre maceta
una rosa, una humilde vida. Y se me cerrarán los labios y se me cerrarán solos los ojos, en silencio.
Moriré un amanecer tan triste como mi vida,
en el que el rocío hará rodar gotas de lágrimas dolientes en la santa tierra que adornará mi fiesta con rosas,
en la santa tierra que será para mí lecho mortal.
Sólo las cosas que me amaron vendrán a saludarme y, lejos de mí, aparecerán las nubes del verano.
Sólo las cosas que me amaron vendrán a saludarme y, pálidas, me besarán como rayos de la luna.
Moriré un melancólico amanecer de abril.
Mi último aliento vendrá a decírtelo y, entonces ya,
el amor que me quede será como un candil deslumbrante, un pobre recuerdo en el olvido de mi tumba.
A TU LADO
A tu lado, los vientos no resuenan ferozmente. A tu lado, está la calma y la luz.
En la devanadera de vara dorada de nuestra mente se envuelve el pensamiento sonrosado.
A tu lado, el silencio parece risa
en donde se reflejan tiernos ojos,
y, si hablamos a veces, se llena de nuevas alas a nuestro lado, en algún sitio, la ociosa alegría.
A tu lado, la tristeza florece como una flor y pasa sin sospecha por la vida.
A tu lado, todo es dulce como vello, como caricia, como frescor, como aliento.
LOCA ESTOY POR AMARTE
Loca estoy por amarte si ya has muerto, por deshacerme en el deseo de los besos,
por sentir ahora que no basta con lo que me diste, no basta el frescor de lo viejo.
Querer con evidente locura lo que me falta.
Querer lo que me mantuviste oculto y, así, golpearme con ese vano latido. Absorber la locura en tus ojos.
¿Qué será de mí, amado? ¿Dónde buscarte?
En otro tiempo, los días, esperándote, huían como sombras. Esperándote, podía recorrer siglos enteros.
Con tu sueño, mis amarguras eran dulces.
¿Dónde estás? ¿Qué queda de ti para ir a buscarlo?
¿Dónde está este último bien mío?
Oh, no puedo vivir, por esto, una vida entera esperando en vano la hora de mi muerte.
César Enmanuel
Con los flecos de ébano
Con los flecos de ébano de su mítica cabellera
el Recuerdo, deslumbrado, teje despacio una noche infernal.
Crepúsculo, flores medio muertas en la terraza y el silencio con sus dedos órficos en las sienes iluminadas.
Si, en la voluptuosa atmósfera de julio,
en la que se evapora el hechizo de una pose interminable,
alguien segara un manojo de sus sueños inmaculados,
exhalaría perfumes de la muerte de los lirios sexualmente unidos.
Floreció en el silencio
Floreció en el silencio de un monasterio antiguo.
En la ternura musical de cristalinos amaneceres, cuando se arrodillaba ante imágenes sangrientas, su alma delicada y rota exhalaba perfumes.
Chorreaba bálsamo su alma, unida misteriosamente con una tierna Madonna y un lirio adorable.
Una tarde, como goteaba una luz dorada y suave, el lirio jinete se pasó al reino de las sombras.
Nikos Papás
Los soldados extranjeros
Pasan en la noche los soldados extranjeros. Golpean con sus armas los adoquinados con pasos locos y jactanciosos.
Nosotros tenemos también un corazón arrogante. Pasan los soldados extranjeros y cantan.
Tiemblan la alegría y la patria en sus voces. Cantan y golpean nuestras puertas.
No saben qué ha pasado en Alemania,
no conocen todavía las noticias de la radio...
Las hemos escuchado hace pocos momentos. El aire las envió desde Ucrania.
Ruina total en los frentes, ruinas en las grandes ciudades, incendios en sus casas.
No saben nada. Todo lo sabemos nosotros.
Cantan a la medianoche los soldados extranjeros. Nos asustan sus feroces pasos.
Nos matan para divertirse.
Esta noche no saben nada
y los matamos con este secreto...
Rita Bumi-Papá
Huele esta noche
Huele esta noche mi carne como flor de abril. Nada siento en mi interior que me duela.
Toda mi alma se me ha subido. Cuelga de mis labios y tiembla como una gota, Dios mío, de placer.
¿Qué milagro inesperado ha venido esta noche a tocarme y a hacerme, de muda que era, cantar dulcemente?
¿Qué mano ha venido a abrirme mis ojos cerrados
y a hacerme ver el mundo tan extraordinariamente bello?
Matinal
Mejilla de suace sonrió y al instante se arrepiente. Sobre su risa se rompió su cinturón de plata,
al patio de mármol lanzó sus monedas
la que en veinte años de cárcel mantuvo su libertad.
Tres palomas nadan, tres palomas. Tres veranos han pasado, tres veranos.
Azul oscuro, tómame y báñame a mí también.
Palomitas, dadme una pluma de vuestras alas
para incendiar una flor, para teñirme de espumas, para escribir mi nombre y extender una ramita de terciopelo de mis cabellos.
Tres palomas nadan, tres palomas. Tres veranos han pasado, tres veranos.
Las eras del verano alrededor de mi delantal,
tres palomas picotearon el germen de mi corazón.
En el Himeto, sol, no te apresures a quemar el tomillo, una abeja no ha conseguido coger su harina.
Tres palomas nadan, tres palomas. Tres veranos han pasado, tres veranos.
Pandelis Prevelakis
La primera vez que la besé
La primera vez que la besé fue en un sueño.
Estábamos en la playa mañanera y, desde la cima del mar en pie, desde las playas altas y celestiales, mi madre se inclinó a mirarnos.
El misterio de la vida descendió hasta la raíz más profunda de mi ser.
Y ya no he vuelto a besarla
sin que hubiese una mañana en mi alma, sin que pasara por encima del mar
la mirada inmortal.
Melisanthi
Canción al sol
Dentro de la luz me convierto en ave
y canto durante todo el día como el pinzón. Cojo las alas de una mariposa,
divinas y blanquísimas como un lirio joven.
Cierro mis párpados. Luz dentro de mí.
Los abro. Luz por doquier. Todo luz a mi alrededor.
Y digo: “Sol, ¡que brillante muerte
en semejante inundación divina de luz!”.
La tierra del silencio
La tierra del silencio es de cristal, cristal azul, como de hielo.
Todo baila allí, sin temores,
y todas las imágenes se refractan en el infinito. Las lágrimas y las quejas de los niños abandonan el penetrante sonido de la guitarra. Las sonrisas de las criaturas silenciosas levantan un resplandor rosa en medio del cielo y las profundas miradas del amor
encienden las llamas azules de la hoguera.
En esa tierra del silencio, lo noble
se escucha como una campana festiva que abre bóvedas clamorosas en el cielo.
En la tierra del silencio he escuchado a menudo plateados golpes de campanillas
que levanta una multitud de grullas. En bodas secretas, en procesiones, en fiestas celestes me he encontrado,
en la tierra de silencio que es de cristal, cristal azul como de hielo.
II. LA GENERACIÓN DE 1930.
Yorgos Seferis
Negación
En la playa secreta
y blanca como paloma sentimos sed al mediodía; pero el agua era salobre.
Sobre la arena amarilla escribimos su nombre; qué bien sopló la brisa y se borraron las letras.
Con qué corazón, con qué aliento, con cuántos deseos y pasiones hemos vivido: ¡error!
Hemos cambiado de vida.
Argonautas
Pero el alma
si pretende conocerse a sí misma ha de contemplarse
en un alma:
vimos en el espejo al extranjero y al enemigo.
Mis compañeros eran buenos muchachos, no se quejaban del calor ni de la sed ni de la helada.
Tenían la compostura de los árboles y de las olas que reciben el viento y la lluvia,
reciben la noche y el sol sin cambiar en el cambio.
Eran buenos muchachos. Durante días enteros sudaban en los remos con los ojos bajos, respirando con ritmo,
mientras la sangre enrojecía su dócil piel. Cantaron una vez, con ojos bajos,
cuando pasamos por la isla solitaria de las opuncias hacia occidente, más allá del cabo de los perros
que ladran.
Si pretende conocerse, decían,
ha de contemplarse en un alma, decían, y los remos golpeaban el oro del mar en el crepúsculo.
Pasamos muchos cabos, muchas islas, el mar que conduce a otro mar, gaviotas y focas.
Desgraciadas mujeres con lamentos lloraban a sus hijos perdidos
y otras, enfurecidas, buscaban a Alejando Magno
y las glorias hundidas en las profundidades de Asia.
Anclamos en playas de perfumes nocturnos
y gorjeos de aves, aguas que dejaban en las manos el recuerdo de una gran felicidad.
Sin embargo no terminaban los viajes.
Sus almas se fundieron con los remos y los escálamos, con el rostro solemne de la proa,
con el surco del timón,
con el agua que rompía sus facciones. Los compañeros murieron uno tras otro, con los ojos bajos. Sus remos
muestran el lugar de la playa en donde duermen. Nadie los recuerda. Justicia.
Cuaderno de ejercicios
A la manera de Y. (orgos) S.(eferis)
Por dondequiera que viaje me hiere Grecia.
En Pilion, entre los castaños, la camisa del Centauro se deslizaba entre las hojas para envolver mi cuerpo, mientras subía la pendiente y el mar me seguía,
ascendiendo también como el mercurio del termómetro, hasta que encontramos las aguas de la montaña.
En Santorini, tocando islas que se hundieron, escuchando el tañido de la flauta entre las piedras pómez, se clavó en mi mano en la balaustrada
una flecha lanzada de pronto
desde los confines de una juventud atardecida.
En Micenas, levanté las grandes piedras y el tesoro de los Atridas,
y dormí junto a ellos en el hotel de la “Hermosa Helena de Menelao”.
Y sólo se desvanecieron al alba cuando Casandra cantó con un gallo colgado de su oscura garganta.
En las islas Spetses, en Poros, en Mýkonos, me atormentaron las barcarolas.
¿Qué quieren quienes afirman
que se encuentran en Atenas o en El Pireo?
Uno viene de Salamina y pregunta a otro si “viene de la Plaza de Omonia”. “No, vengo de la Plaza de Sýndagma.”, responde satisfecho,
“Me encontré con Yanis y me invitó a un helado”. Entretanto, Grecia viaja.
No sabemos nada. No sabemos que estamos en tierra todos nosotros. No sabemos la amargura del puerto cuando zarpan todos los barcos. Nos reímos de quienes lo sienten.
Extraña gente la que afirma que se encuentra en el Atica y no se encuentra en ningún sitio.
Compran confites para casarse.
Usan “lociones capilares”. Se fotografían.
El hombre que hoy he visto sentado ante un fondo de palomas y flores, dejaba que la mano del viejo fotógrafo le alisara las arrugas
que habían dejado en su rostro las aves del cielo.
Entretanto, Grecia viaja, continuamente viaja.
Y, si “vemos que el mar Egeo florece de cadáveres”,
son los de quienes quisieron alcanzar a nado el enorme navío, quienes se cansaron de esperar a los barcos que no pueden moverse, el “ELSI”, el “SAMOTRACIA”, el “AMBRÁKIKOS”..
Silban los barcos al atardecer en El Pireo.
Silban continuamente. Silban, pero no se mueve ningún cabrestante. Ninguna cadena mojada centellea a la débil luz del ocaso.
El capitán parece de mármol con sus blancos y sus dorados.
Por dondequiera que viaje me hiere Grecia.
Cortinas de montañas, archipiélagos, granitos desnudos... El barco en que viajo se llama AG ONIA 937.
Diario de a bordo I
El rey de Asina
Pasamos toda la mañana contemplando la ciudadela.
Al principio, por la parte de la sombra en donde el mar verde y sin brillo, como el pecho de un pavo real muerto, nos recibió como el tiempo sin grietas.
Las venas de las rocas bajaban de las alturas.
Cepas retorcidas desnudas con muchas ramas que revivían al contacto del agua, mientras el ojo, al seguirlas,
luchaba por evitar el cansado vaivén que perdía su fuerza continuamente.
Por la parte del sol, una inmensa playa abierta
y la luz que bruñía diamantes en las grandes murallas.
Ningún ser vivo. Las palomas torcaces emigradas
y el rey de Asina a quien buscábamos desde hacía dos años, desconocido, olvidado por todos incluso por Homero.
Una sola palabra en la Ilíada y, además, insegura, arrojada aquí como la dorada mascarilla funeraria.
La tocaste. ¿Recuerdas su sonido? Hueco dentro de la luz, como cántaro reseco en la tierra excavada.
El mismo sonido que hacían en el mar nuestros remos. El rey de Asina, un vacío bajo la mascarilla.
En todas partes con nosotros, en todas partes con nosotros, bajo un nombre:
“Y Asina...”.
Sus hijos son estatuas.
Sus deseos, aleteo de pájaro y el aire
en los intervalos de su pensamiento y sus barcos anclados en un puerto invisible.
Un vacío bajo la mascarilla.
Tras los grandes ojos, los labios curvos, los rizos esculpidos en el caparazón dorado de nuestra existencia, un punto oscuro que viaja como el pez
en la bonanza matinal y tú lo miras: un vacío con nosotros en todas partes.
“Y Asina...”
Ilíada
Y el ave que voló el pasado invierno con el ala rota.
albergue de vida.
Y la jovencita que fue a jugar con los colmillos del verano.
Y el alma que buscó chillando el mundo subterráneo.
Y el paisaje como la enorme hoja de plátano que arrastra el torrente del sol,
con las reliquias antiguas y la tristeza contemporánea.
El poeta se demora contemplando las piedras y se pregunta si existen acaso
entre estas líneas asoladas y las cumbres, los picachos, las hondonadas y las excavaciones,
si existen acaso,
aquí, en donde converge el paso de la lluvia, del aire y de la destrucción, si existen el movimiento del rostro, el gesto de la ternura
de quienes empequeñecieron tan extrañamente en nuestra vida,
de quienes se quedaron como sombras de las olas y pensamientos sobre la infinitud del mar.
O acaso no nos queda nada, sino el peso,
la nostalgia del peso de una existencia viva,
en donde ahora nos quedamos insustanciales, doblándonos como las ramas del sauce, terribles, amontonadas en la duración de la esperanza,
mientras el torrente amarillo arrastra despacio juncos arrancados en el fango,
imagen de una forma que se petrificó en la decisión de una amargura infinita.
El poeta un vacío.
Con su adarga, el sol ascendía luchando
y, en el interior de la cueva, un murciélago asustado golpeó la luz como la flecha en el escudo:
“Y Asina...”, “Y Asina...”.Tal vez fuese el rey de Asina
a quien buscábamos, tan cuidadosamente, en esta acrópolis. rozando quizás con nuestros dedos su tacto sobre las piedras.
Diario de a bordo II
Un anciano en la ribera
A Nanis Panayotópulos.
Y, sin embargo, debemos pensar cómo avanzamos. No basta con que sientas, ni pienses, ni te muevas, ni pongas en peligro tu cuerpo en la antigua tronera,
cuando el aceite hirviendo y el plomo derretido surcan los muros.
Y, sin embargo, debemos pensar hacia dónde avanzamos.
No como nos obliguen nuestro dolor y nuestros hijos hambrientos y la grieta de la llamada de los compañeros desde la otra orilla.
Ni como lo murmura la luz mortecina de un hospital improvisado,
el resplandor de clínica en la almohada del muchacho operado al mediodía.
Sino de otro modo. Tal vez quiera decir como el largo río
que nace en los grandes lagos encerrados en las profundidades de Africa que fue dios, un día, y se volvió, después, camino y afluente y juez y delta, que nunca es el mismo, como enseñaban los antiguos sabios,
y, sin embargo, conserva siempre el mismo cuerpo, el mismo lecho y el mismo
signo, la misma orientación.
Sólo quiero hablar sencillamente, que se me conceda esta gracia.
Porque hemos recargado nuestras canciones de tanta música que se hunde lentamente.
Y hemos adornado tanto nuestro arte, que el dorado estropeó su rostro, y es tiempo de decir nuestras palabras más humildes, porque nuestras almas se harán mañana a la mar.
Aunque el dolor es humano, no somos hombres únicamente para sufrir. Por ello, pienso tanto, durante estos días, en el gran río.
Ese concepto que avanza entre plantas y entre hierbas,
entre animales que pacen y se sacian, entre hombres que siembran y cose- chan
e incluso entre grandes tumbas y amargas viviendas de muertos.
Ese torrente que sigue su camino y que no es tan diferente de la sangre de los hombres
y de los ojos de los hombres, cuando miran de frente sin miedo en sus corazones,
sin la angustia diaria por las pequeñas cosas e incluso por las grandes,
cuando miran de frente como el caminante que se acostumbró a medir su camino con las estrellas.
No como nosotros días atrás, que mirábamos el jardín cerrado en la adormecida casa árabe,
tras la verja, el fresco jardincillo que cambiaba de aspecto, que crecía y adelgazaba,
cambiando nosotros también, al mirar, la forma de nuestro deseo y nuestro corazón,
en la gota del mediodía, nosotros, como pasta paciente de un mundo que nos rechaza y nos modela,
apresados en las redes irisadas de una vida que fue perfecta y se convirtió en polvo y se hundió en la arena,
dejando tras ella únicamente el balanceo de una palmera altísima que nos aturdió.
El Tordo
I
La casa cerca del mar
Las casas que tuve me las quitaron. Sucedió
que fueron años nefastos: guerras, saqueos, destierros. A veces, el cazador encuentra las aves migratorias.
A veces, no las encuentra. La caza
fue buena en mis tiempos, los perdigones mataron a muchos. Los otros regresan o enloquecen en los refugios.
No me hables del ruiseñor, ni de la alondra, ni del pequeño aguzanieves
que escribe números en la luz con su cola. No sé mucho de casas.
Sé que tienen su propia naturaleza, nada más.
Nuevas al principio, como los niños
que juegan en los jardines con los flecos del sol, bordan persianas de colores y puertas resplandecientes en el día.
Cuando el arquitecto termina, cambian.
Se ajan o sonríen e incluso se irritan
con quienes quedaron, con quienes partieron,
con quienes regresarían, si pudieran,
o quienes se perdieron, ahora que el mundo se ha convertido en un hotel infinito.
No sé mucho de casas.
Recuerdo sus alegrías y sus penas, alguna vez, cuando me paro a pensarlo.
Incluso
a veces, cerca del mar, en habitaciones desnudas, con una cama de hierro, sin nada mío, contemplando la araña de la noche, pienso
que alguien va a venir, que lo adornan
con ropas blancas y negras, con atavíos de colores, y, a su alrededor, hablan despacio damas venerables de cabellos grises y encajes oscuros.
Alguien que va a venir a despedirse.
O una mujer de párpados centelleantes y talle profundo que regresa de puertos meridionales,
Esmirna, Rodas, Siracusa, Alejandría,
de ciudades cerradas como cálidos postigos, con aromas de frutos dorados y de plantas, que sube las gradas sin mirar
a quienes se quedaron dormidos bajo la escalera.
Sabes que las casas se irritan fácilmente, cuando las desnudas.
II
EL VOLUPTUOSO ELPENOR51
Ayer lo vi detenerse ante mi puerta, bajo mi ventana. Serían
las siete. Una mujer lo acompañaba.
Tenía el aspecto de Elpenor, un poco antes de caer y matarse. Y, sin embargo, no estaba ebrio.
Hablaba con rapidez mientras ella miraba distraída hacia los fonógrafos.
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51 Elpenor es el más joven de los compañeros que acompañan a Ulises a la mansión de Circe. Impetuoso o cobarde, muere violentamente en una caída. Seferis, en cambio, lo convierte en una especie de soñador. Por otra parte, la mujer del poema supone una alusión a la propia Circe en versión moderna, despreocupada y realista.
Lo interrumpía a veces para decir una frase y, enseguida, miraba con impaciencia hacia donde fríen pescado. Como una gata.
Él murmuraba con una colilla apagada en los labios:
- “Escucha esto. A la luz de la luna
las estatuas se doblan a veces, como el junco entre los frutos vivos. Las estatuas.
Y la llama se vuelve fresca adelfa,
la llama que quema al hombre, quiero decir”.
- “Es la luz...sombras de la noche...”
- “Quizás la noche abierta, granada azul, oscuro seno, te llenó de estrellas cortando el tiempo.
Y, sin embargo, las estatuas
se doblan a veces, dividiendo el deseo en dos, como el albérchigo. Y la llama
se vuelve beso en los miembros y sollozos y, después, tierna hoja que arrastra el viento.
Se doblan. Se vuelven ligeras con un peso humano. No lo olvides”.
- “Las estatuas están en el museo”.
“No. Te persiguen. ¿Cómo no lo ves? Quiero decir con sus miembros rotos, con sus antiguas formas que no conociste y, sin embargo, sabes.
Como cuando
amaste al final de tu juventud
a una mujer que era bella todavía, y sientes miedo, al poseerla desnuda al mediodía,
de los recuerdos que despierta en tus brazos.
Temes que el beso te traicione en otros lechos pasados, cuando podrían transformarse
tan fácilmente, tan fácilmente, y resucitar
imágenes en el espejo, cuerpos que existieron una vez: su sensualidad.
Como cuando
vuelves del extranjero y abres al azar
un viejo baúl, cerrado durante mucho tiempo, y encuentras deshecha la ropa que vestías
en días hermosos, en fiesta de luces,
de colores, espejeadas, que se extinguen y queda sólo el aroma de la ausencia
de un rostro joven.
En verdad, los despojos
no son aquellas estatuas. Tú eres las reliquias.
Te persiguen con una extraña virginidad
en tu casa, en tu despacho, en las recepciones
de los grandes hombres, en el miedo inconfesable del sueño. Hablan de circunstancias que no quisieras que hubieran existido o que hubiesen sucedido mucho después de la muerte,
pero es difícil porque...”
- “Las estatuas están en el museo.
¡Buenas noches!”.
- “...porque las estatuas no son ya despojos,
somos nosotros. Las estatuas se doblan ligeramente...¡Buenas noches!”.
Entonces se separaron. El tomó
la pendiente que sube hasta la Osa
y ella avanzó hacia la playa iluminada
en donde la ola se ahoga en el clamor de la radio:
La radio
“Velas al soplo del viento.
El pensamiento no retuvo otra imagen del día.
Aroma de pino y silencio cicatrizarán la herida fácilmente que se hicieron al partir el marinero,
el aguzanieves, el coto y el atrapamoscas. Mujer que perdiste tu tacto,
escucha las exequias de los vientos”.
“El barril dorado se vació, el sol se volvió un andrajo
en el cuello de una muchacha que tose sin fin.
El verano fugitivo cubre
de oro sus hombros y sus ingles. Mujer que perdiste la luz,
escucha, canta el ciego”.
“Ha oscurecido. Cierra los cristales.
Haz flautas con los viejos juncos y no abras aunque llamen.
Gritan, pero no tienen qué decir. Coge ciclámenes, agujas de pino, lirios de la arena y anémonas del mar. Mujer que perdiste la razón,
escucha, pasa el entierro del agua...”
“Atenas. Evolucionan impetuosamente los hechos que escuchó asustada
la opinión pública. El señor Ministro explicó: No nos queda tiempo...”
“...coge ciclámenes...agujas de pino... lirios de la arena...agujas de pino... mujer...”
“es superior aplastadoramente.
La guerra...” TRAFICANTE DE ALMAS. III
El naufragio de “El Tordo”
“Este tallo que refrescó mi frente, cuando el mediodía incendiaba las venas,
pretende florecer en manos extrañas. Tómalo, te lo regalo. Mira, es un tallo de limonero...”
Escuché esta voz
cuando miraba al mar para entrever un barco que hundieron hace años.
Lo llamaban El Tordo. Un pequeño naufragio. Los mástiles, rotos, ondulaban oblicuamente en el fondo, como tentáculos o recuerdo de los sueños, mostrando el casco,
boca oscura de una enorme belleza muerta
borrada en el agua. Una calma intensa se extendía.
Y otras voces siguieron despacio, alternativamente. Murmullos sutiles y sedientos que salían de la otra parte del sol, la oscura.
Parecía que deseaban beber una gota de sangre. Eran conocidas, pero no podía identificarlas.
Y llegó la voz del anciano. La sentí caer en el corazón del día, tranquila, como inmóvil:
“Por haberme condenado a beber veneno, os doy las gracias. Vuestra justicia será la mía. ¿A dónde ir,
para andar vagando por tierras extranjeras, como un canto rodado? Prefiero la muerte.
Sólo Dios sabe quién saldrá ganando52“.
Tierras del sol y no podéis mirar al sol de frente.
Tierras del hombre y no podéis mirar de frente al hombre.
La luz
A medida que pasan los años,
se multiplican los jueces que te condenan.
A medida que pasan los años y hablas con voz más baja, miras el sol con otros ojos.
Sabes que quienes se quedaban se reían de ti, delirio de la carne, hermosa danza
que termina en la desnudez.
Como, al doblar de noche en la carretera desierta, ves de pronto encenderse los ojos de un animal que desaparecen, así sientes tus ojos.
Miras el sol, pero después te pierdes en la sombra.
La túnica dórica
que al tocarla con tus dedos se onduló, como las montañas, es una estatua en la luz, pero su cabeza está en la sombra.
A quienes dejaron la palestra para tomar los arcos y golpearon al voluntarioso corredor de Maratón, que vio también inundarse de sangre la pista
y el mundo vaciarse como la luna
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52 Se trata de las palabras finales de Sócrates en la Apología de Platón.
y marchitarse los jardines victoriosos. Los ves en el sol, tras el sol.
Y los muchachos, que se zambullían desde el bauprés, caen como el huso que devana aún su hilo,
cuerpos desnudos que se hunden en la negra luz con una moneda en los dientes, nadando todavía, mientras el sol con agujas doradas repara
velas y madera mojada y colores del mar. Y siguen descendiendo oblicuamente hacia los guijarros del fondo
los blancos lekitos.
Luz angelical y negra,
sonrisa de las olas en las rutas del mar, lacrimosa sonrisa,
te observa el anciano suplicante, al cruzar los campos invisibles, reflejada en su sangre,
que engendró a Etéocles y a Polinices. Día angelical y negro.
El gusto salobre de mujer que envenena al prisionero sale de las olas, fresca rama adornada de gotas.
Canta, pequeña Antígona, canta, canta... No te hablo del pasado, te hablo del amor. Adorna tu cabello con espinas del sol, oscura muchacha.
El corazón del escorpión se ha puesto.
El tirano ha huido del interior del hombre
y todas las muchachas del ponto, Nereidas, Grayas, corren a los centelleos de Afrodita que emerge del mar. Quien nunca amó amará,
en la luz.
Y estás
en una casa enorme con ventanas abiertas,
corriendo de habitación en habitación, sin saber a dónde mirar primero, porque desaparecerán los pinos y las montañas irisadas y el trino de las aves.
El mar se vaciará, cristal molido, desde el norte y el sur. Se vaciarán tus ojos de la luz del día,
como enmudecen de pronto, y todas juntas, las cigarras.
Diario de a bordo III
Helena
Teucro: ...a la tierra marinera de Chipre, en donde me mandó vivir Apolo y construir una ciudad de nombre Salamina en recuerdo de mi patria [...] Helena: Nunca estuve en Troya. Sólo mi imagen..
Mensajero: ¿Qué dices? ¿Por una especie de nube sufrimos tanto?
Eurípides, Helena.
“Los ruiseñores no te dejan dormir en Platres53“. Tímido ruiseñor, en el hálito de las hojas,
tú que regalas la fresca música del bosque
a los cuerpos desunidos y a las almas de quienes saben que no regresarán.
Ciega voz que palpas en el recuerdo anochecido pasos y gestos - no me atrevería a decir besos - y el amargo jadeo de la esclava irritada.
“Los ruiseñores no te dejan dormir en Platres”
¿Dónde está Platres? ¿Quién conoce esta isla?
He pasado mi vida oyendo nombres desconocidos, nuevos lugares, nuevas locuras de los hombres
o de los dioses.
Mi destino, que oscila
entre la tierna espada de Ayax y otra Salamina,
me trajo a esta playa.
La luna salió del mar como Afrodita.
Eclipsó la constelación del Arquero. Ahora, se dirige al corazón de Escorpión y lo cambia todo.
¿Dónde está la verdad?
También yo fui arquero en la guerra.
Mi destino fue el de un hombre equivocado.
![]() |
53 Platres es una localidad turística de Creta. Todo el poema sigue la tradición de Eurípides por la que el príncipe Paris, por intervención de los dioses, no llegó a Troya con la hermosa Helena, sino con su espectro o su fantasma. Helena, siguiendo esta tradición, se quedó en Alejandría bajo el cuidado de Proteo. De todo ello, lógicamente, se desprende la inutilidad de la guerra.
Ruiseñor, pequeño poeta,
también en una noche como ésta en las playas de Proteo, te escucharon las esclavas espartanas y se lamentaron.
Y entre ellas - ¡quién lo diría! - ¡Helena!
La que perseguimos durante años en el Escamandro. Estaba allí, en los labios del desierto. La toqué y me dijo: “No es verdad, no es verdad.”, gritó,
“Nunca subí al navío de proa azul.
Nunca pisé la tierra de la aguerrida Troya”.
Con el talle ceñido, el sol en sus cabellos y su estatura, sombras y sonrisas por doquier,
en sus hombros, en sus muslos, en sus rodillas.
Viva la piel. Y sus ojos con grandes pestañas.
Estaba allí, en las orillas de un delta.
Y ¿en Troya?
En Troya, nada. Sólo su imagen. Así lo quisieron los dioses.
Y Paris dormía con una sombra como si fuese un ser vivo.
¡Y nosotros muriendo por Helena durante diez años! Un gran dolor había caído sobre Grecia.
Tantos cuerpos arrojados
a las fauces del mar, a las fauces de la tierra.
Tantas almas
entregadas a las piedras de molino, como el trigo.
Y los ríos hinchaban su sangre en el lodo
por un estremecimiento de lino, por una nube,
por un temblor de mariposa, por un plumón de cisne, por una camisa vacía, por una Helena.
Y ¿mi hermano?
Ruiseñor, ruiseñor, ruiseñor,
¿qué es Dios? ¿qué no es Dios? ¿qué es su punto medio? “Los ruiseñores no te dejan dormir en Platres”.
Ave llorosa,
en Chipre besada por el mar,
en donde me ordenaron que recordara a mi patria, anclé yo solo con esta leyenda.
Si es verdad que se trata de una leyenda.
Si es verdad que los hombres ya no caen en el antiguo engaño de los dioses.
Si es verdad
que algún otro Teucro, después de muchos años,
o un Ayax o Príamo o Hécuba
o un desconocido, anónimo, aunque
haya visto el Escamandro desbordado de cadáveres, no tiene por destino escuchar
a los mensajeros que vienen a decir que tanto dolor y tanta vida
se han hundido en el abismo
por una túnica vacía, por una Helena.
Anastasio Drivas Un haz de rayos de sol en el agua
Ta Nea Grámmata, año II, nº 1, enero de 1936.
I
Bajaré al jardín.
Me llama el ave del otoño. No me retengas.
Embriagarán mi corazón vivas flores, la tierra fresca y el pulido cielo.
Conozco un rincón en donde sentarme bajo el roble, bajo el oscuro roble.
Y, cuando pase la hermosa mujer con su sutil sonrisa,
con la nobleza en los ojos, despertaré.
No me retengas.
Me llama el ave del otoño.
III
En la hierba, el mirlo negro descansa de su vuelo de espada, mientras busca un poco de alimento, un poco de frescor
al mediodía.
Lo veo. Y no me sacio
de su negra y brillante señal, cuando salta en la hierba esmeralda.
IV
Envidio vuestro silencio, vuestro movimiento sin ruido, vuestro ritmo monótono.
Continuáis como formas encerradas en el agua.
El jarrón insensible
refleja vuestra tierra roja y oro.
Y sólo el negro cambiará la superficie y el resplandor dorado
vencerá al final como una pesadilla.
V
Nube,
mítico elemento, cabellos espirituales, música.
Eres el deseo del niño, el tacto del enamorado.
Esos ojos mortales te piden
tu color,
tu color de nereida.
Al abrazo de la madre,
al abrazo de la enamorada
ayuda tu mano,
tu propia aspersión.
Andreas Embirikos
Altos hornos
LUZ EN LA BALLENA
La antigua forma de la mujer fue el trenzado de los cuellos de dos dinosaurios. Pero los tiempos cambiaron y también la mujer cambió de aspecto. Se hizo más pequeña más fluida más parecida a los barcos de dos mástiles (en algunos países de tres) que navegan sobre la desgracia de la lucha por la vida. Ella misma navega sobre las escamas de una paloma que lleva un cilindro de gran calibre. La épocas cambian y la mujer de nuestros tiempos parece una hendidura para la mecha.
TIEMPO
Abrió su pecho como un abanico y se giró cuando se levantan las le- yendas de las ciudades más oscuras. Sólo rechinó una dentadura postiza y el presente se perdió sin remedio. En sus antiguos pasos quedó algo de otro tiempo. La noche se llevó las restantes ramas y en la raíz del árbol quedó la ceniza.
La utilidad de la tarde
El ojo frío del armisticio no está protegido por cristales. Sólo las ro- sas se ladean cansadas en los diagramas de la amistad a veces con una lá- grima y a veces con una sonrisa trenzada en los bordes del débil poblado. Naturalmente unas poleas en vez de los teñidores se apoderan de las almas de los nuevos vasos de la rubia playa y sobre su blanca redecilla una mujer afortunadamente despierta rompe las últimas almendras de la noche. Todos los demás trozos reunidos no bastaron para erigir como se debía y como lo deseaban el edificio de dos cimas porque en su extremidad hacía milagros el ubérrimo árbol de la oscuridad.
Tierra adentro
Las flechas
Una muchacha en un jardín Dos mujeres en una maceta Tres muchachas en mi corazón Sin límites ni condiciones.
Una mano en un cristal Una mano en un pecho
Un botón que se desabrocha Un pezón que se descubre
Mientras el Arquero con las flechas Brilla en lo alto del cielo
Sin límites mi condiciones. VUELTAS DE MANIVELAS
A Leónidas A. Embirikos.
Oh transatlántico cantas y navegas
Blanco en tu cuerpo blanco y amarillo en tus chimeneas Porque te cansaste de las sucias aguas de los fondeaderos Tú que amaste las lejanas siembras
Tú que levantaste las más altas banderas
Tú que navegas animosamente por las grutas más peligrosas Te saludo porque te dejaste encantar por las sirenas
Te saludo porque nunca te aterraron las Simplégades.
Oh transatlántico cantas y navegas
En el resplandor del mar entre las gaviotas Y estoy en tu cabina como tú en mi corazón.
Oh transatlántico cantas y navegas
Las brisas nos conocen y desatan sus cabellos Y acuden también y palmotean en sus pliegues Unas blancas y otras púrpuras
Pliegues de latidos pliegues de alegría De los novios y de los esposos.
Oh transatlántico cantas y navegas
Aquí la voces y bajo tu paso las ballenas Los niños sacan de tu fondo la beatitud Y de tu rostro su parecido a ti
Y te pareces a quienes tú y yo conocemos Porque sabemos qué significa ballena
Y cómo siguen los pescadores el rastro de los peces.
Oh transatlántico cantas y navegas
Evitan el combate cuantos se mofan de ti a escondidas Cuantos venden tus redes y comen grasa
Mientras atraviesas los prados marinos Y llegas a los puertos con las plumas Y los adornos de la hermosa gorgona
Que conserva aún tus besos en su pecho.
Oh transatlántico cantas y navegas Tu humo es trenza del destino
Que se desenrolla en la bonanza y sube
Como negra melena de una voluptuosa virgen celestial Como grito lírico del almuhédano
Cuando brilla tu proa en las olas
Como palabra de Aláh en los labios del profeta
Y como el espadón reluciente e infalible en tu mano.
Oh transatlántico cantas y navegas
En los carriles de los profundos surcos de labranza Que brillan tras ti como carriles de triunfo
Regueros de la desfloración huellas de placer que se agitan En el calor en la luz o bajo las estrellas
Cuando las manivelas giran más rápidas y esparces
Espuma a la derecha espuma a la izquierda en el estremecimiento de las aguas.
Oh transatlántico cantas y navegas Espero que nuestros viajes coincidan
Creo que te pareces a mí y que me parezco a ti Nuestros círculos pertenecen al mundo habitado
Somos predecesores de la generaciones que se incuban aún Navegamos avanzamos sin remordimientos
Somos hilanderías y talleres Llanuras y mares y lugares de cita
En donde los jóvenes se reúnen con las muchachas Y escriben después en el cielo las palabras
Armala Pónara y Velma.
Oh transatlántico cantas y navegas
En nuestro corazón florecen siempre los manzanos Con sus dulces zumos y con la sombra
A la que acuden las muchachas al mediodía Para saborear con nosotros el amor
Y ver después los muelles
Con los altos campanarios y las torres A donde suben a veces las muchachas Terrestres para secar sus cabellos.
Oh transatlántico cantas y navegas
Murmuran los laúdes de nuestra inmensa alegría Con los silbos del viento de proa y de popa
Con las aves en los cables de los mástiles Con el eco de los recuerdos como prismáticos Que tomo en mis manos y veo
Acercarse las islas y los mares Huir los delfines y las codornices
Cazadores nosotros del encanto de los sueños
De la predestinación que avanza y avanza sin detenerse Como no se detienen los amaneceres
Como no se detienen los estremecimientos Como no se detienen las olas
Como no se detienen las espumas de los barcos
Ni nuestras canciones sobre las mujeres que amamos.
Oktana
Los beatos
O LOS SANTOS DEL NO ACUERDO
“Respondieron Sadrak, Mesak y Abed Negó diciendo al rey Nabucodonsor: “Debes saber, rey, que no adoramos a tus dioses y no nos postrare- mos ante el ídolo de oro que has construido”. En- tonces Nabucodonosor se irritó y mandó a sus
hombres más fuertes que, tras atar a Sadrak, Me- sak y Abed Negó, los arrojaran al horno ardien- do...y los tres ...cayeron en el centro del horno...y la llama se elevaba por encima del horno hasta 49 codos y, al extenderse, abrasó a los caldeos que estaban alrededor del horno. Pero el ángel del Señor bajó al horno junto a Azarías y sus compañeros, y empujó fuera del horno la llama de fuego... como un frescor de brisa y de rocío, de manera que el fuego no los tocó siquiera... En- tonces los tres, a coro, se pusieron a cantar glori- ficando y bendiciendo a Dios dentro del horno...”
Daniel
Azarías, Ananías y Misael, Keruac, Ginsberg y Corso y también antes que ellos la gran torre Andrés Breton y su pléyade, y antes de ellos el cisne de Montevideo, Isidoro Ducasse, y Arthur Rimbaud, Raymond Russel, Alfred Jarry y algunos otros como Henry Michaux y además representan- tes de otras naciones y resplandecientes estrellas como
Willian Blake Shelley
Poe y Herman Melville David Thoreau
Henry Miller
Y aquel gran río semejante a un roble real el alto Walt Whitman Hegel
Kierkegaard
Leon Tolstoy, mundo y sol de la creación, padre de dioses y de hombres Sigmund Freud
Angel Sikelianós
Aristarco de los placeres y K.P.Kavafis Marx
Lenin Kropotkin Bakunin Böhme Nietzsche Víctor Hugo Mahoma Jesucristo
Y algunos años antes, Essenin, Mayakovsky, Block (podría añadir otros más) como niños en el horno - cada uno en su propia lengua - sin estar de acuerdo entre ellos mismos, todos, cantaban en el horno y cantan aún con palabras que interpretadas - no por los correctos - tienen el mismo sentido, en profundidad, como resplandores homólogos - los que producen la mis- ma quemadura - en los que, aunque quemen, existe la misma llama.
Y los niños siguen día y noche (fieles, cálidos, los oiréis con sólo cavar en vuestras propias almas) los honrosos niños siguen cantando.
Y mientras la llama de la hoguera, rodeando sus cuerpos (¡Oh Juana de Arco! ¡Oh Atanasio Diakos!), iluminan con rojos resplandores los edificios de Babilonia, antiguos y contemporáneos, y los rostros de los Nabucodo- nosores, por el sucio asfalto de las avenidas (lâchez tut, partez sur les rutes) y por las sombras de las calles oscuras, por las profundidades de la tierra y las intimidades del alma, por los parques de jazmines y jacintos y por el fondo de los recipientes que contienen fétidos deshechos (lâchez tut, partez sur les rutes), por los dulces gritos de los que copulan y por los gemidos de placer de los que se masturban, por las voces inarticuladas de los locos y por los suspiros de los apenados, como cálida lava, o como trompeta de una presencia perpetua, pero especialmente como esperma, como esperma impetuoso en el placer, surgen, saltan y vuelven al cielo (¡Aleluya! ¡Alelu- ya!) con los ojos vueltos a las alturas, sin quemarse e incorruptos a través de los tiempos, beatos y proféticos (¡Aleluya! ¡Aleluya!), amantes, levita- dores, inspirados, ahora y siempre (¡Aleluya! ¡Aleluya!) acompañados por los ángeles, ahora y siempre, cantan la llegada y la necesidad (¡Aleluya!
¡Aleluya!) la llegada y la necesidad de los nuevos Paraísos.
Y. Th. Vafópulos
El suelo y otros poemas
El suelo
Losas blancas y negras, en orden alterno,
reciben el contacto de mis pasos.
En este suelo mío limitado juego como un niño,
sólo intentando
pisar las blancas superficies.
Difícil ejercicio, artística acrobacia.
Pierdo a veces el equilibrio del cuerpo.
Pierdo a veces el cálculo del espíritu.
Y se enreda entonces el orden de mis pasos.
Y mi pie equivocado
da un mal paso por las losas negras.
Sin embargo, debo empezar otra vez el juego desde el principio.
Debo ejercitar mi espíritu en la acrobacia perfecta.
Pero, al empezar una y otra vez, mi espíritu cansado
rueda en el torbellino del vértigo.
Y el disco inmóvil del suelo gira con intensidad.
Y el orden alterno
de los colores se confunde. Confusión de los sentidos.
Y, como un niño
al que rompen su juguete, como un niño
que agota su paciencia, corro obstinadamente a pisotear
el orden del suelo.
Barro con el pie
las líneas que dividen
las losas blancas y negras.
Y me tiendo en el suelo con mi espíritu enfangado.
Y riego con lágrimas mi fe quebrantada.
Cuánto me cansó
el pertinaz ejercicio.
Sin embargo, veo ahora con claridad qué significan las vueltas del suelo.
Veo ahora el sentido
de la conjunción de los colores.
El saco
En el principio no era el verbo, si el verbo no era dios. Y, en verdad, no era.
Porque el el verbo era el gran carruaje
que construyó el hombre con sus propias manos para emprender su visita a aquél.
En el principio el hombre era Sólo,
condensado, coherente, no fragmentado, duro diamante.
Pero llega el momento en que del anillo de Deucalión se despega el diamante,
se rompe en pequeños trozos y se esparce por la tierra. Y el hombre, entonces, se parte en los hombres.
Y ahora, cuando ya no eres el hombre íntegro, sino un saco lleno de miembros humanos,
¿con qué boca podrás decir el verbo intacto?
No te queda otra elección: con la tiza pinta un círculo alrededor de tu saco y siéntate a pegar tus miembros.
Y deja afuera los otros sacos de los hombres.
El tiempo y la madera
Esta madera que se adapta a tus manos se llama hoy bastón. Ayer, ramita.
Mañana se llamará leño o algo parecido.
Sin embargo, antes de volar del seno de la tierra al aire, fue tierra y aire. Y, cuando se convierta en ceniza, volverá a ser de nuevo aire y tierra. Hoy es una vara: sustituto, en algunas ocasiones, de la palabra.
Esta madera, que tanto ha cambiado de ropas, la habita un recuerdo que gira continuamente: recuerda su viaje por el aire,
su arrastramiento por los corredores profundos de la tierra,
el estremecimiento del cuerpo ante el mensaje de la primavera.
Y no se olvida de algunos hechos nocturnos ni de las sabias caricias de tu espalda.
Esta madera es, a fin de cuentas, una madera: un pequeño carro cargado de recuerdos.
Sin embargo, tú eres algo más que una madera: eres un cúmulo de instantes del pasado
en el que viven no sólo los recuerdos, sino la conciencia que los hace pensar.
Eres el denso núcleo en donde vive el futuro: un acumulador de hechos circunstanciales
que está sobrecargado de recuerdos no probados. Eres el pasado. Eres el futuro...
D. I. Andoníu
Poemas
VII
Señor, como sencillos hombres vendíamos tejidos
(y nuestra alma
era el tejido que nadie compró).
Los malos comerciantes
No calculamos el precio por los bordes de la tela. El ana y el octavo eran correctos.
Jamás dimos los retales a mitad de precio: nuestro pecado.
Sólo ofrecíamos géneros de calidad.
Nos bastaba para la vida un estrecho rincón
- poco lugar ocupan en nuestra tierra las prendas de valor -. Ahora, con la misma medida con que hemos medido, mídenos; no hemos conseguido aumentar nuestro negocio.
¡Señor, fuimos malos comerciantes!
Poemas
II
Saludo a las Cícladas.
Además, sabes que existe una forma de escapar de tu prisión: la imagen pintada al fresco de un paisaje marino
ante los ojos que velaron meditativamente. Hemos esperado hasta aquí, para ser aceptados y ganar este tiempo
en un instante sin azar, - nada existe al azar fuera de la gran Fortuna -.
Y ahora, despiertos, asumimos la responsabilidad de las manos del sueño.
Flecos del ídolo dorado en el agua desplumasteis hasta hoy,
hombres libres que en la madre del hombre libre, el mar, vemos escribirse puramente las islas
en la última gasa del amanecer.
¡Cícladas!
¡Oh, vuestra danza es un movimiento, ya apagado,
en el amor cristalino del mistral!
Nuestras almas cuentan y son contadas en sus días pasados.
¿Qué amor es más amor?
¿Qué semilla por más semilla que sea
produjo el fruto?
¿El lugar por el que sabíamos sentir nostalgia en nuestra diaria cárcel de hierro
con ignorantes carceleros de colores?
Las montañas se encuentran más allá de nuestros pasos
- sus flores se marchitan lejos de nosotros -. La sal hace florecer tan sólo nuestros lirios en un momento azul como éste,
- la plegaria de un dulce despertar en la distancia dormida de las islas -.
VI
Profundo, subterráneo sueño... Este calor de la familiaridad
Al amigo Y. Katsímbalis.
revive como nueva flor en una vieja planta, sosteniendo en la tierra la labranza de todo lo pasado...
Tímida flor, por un esfuerzo tan cruel, te saludan las golondrinas,
el primer armisticio del mar,
el primer ojo gozoso que mira el cielo. Escucho una canción:
“Nos sumergimos aún en el humo del abandono, confiamos y no deseamos...aceptamos
el medio despertar de la primavera
que contiene tanta vida y valor como la gota en las primeras flores del cerezo...”
Y nosotros que permanecimos
toda nuestra vida en un seco promontorio respondemos:
“...He cortado estas flores.
Mira, no se han abierto demasiado bien. Las mariposas no alcanzarán sus amores... Estas cuantas flores son para su cabello tras su paseo matinal...”
Sólo se oyó nuestra canción y después perecimos
en la voz del aire que despertó al mar...
Aléxandros Baras
Poemas
El “Cleopatra”,
El “Semíramis” Y El “Teodora”
Uno cada semana,
en un día determinado
y siempre a la misma hora. Tres hermosos barcos,
el “Cleopatra”, el “Semíramis” y el “Teodora”, salen del puerto
a las nueve.
Siempre hacia El Pireo, Brindisi y Trieste.
Siempre.
Sin giros, maniobras, vacilaciones
ni inútiles silbidos, dirigen su proa a alta mar
el “Cleopatra”, el “Semíramis” y el “Teodora”, como personas bien educadas
que salen del salón
sin apretones de manos desagradables y excesivos.
Salen del puerto a las nueve,
siempre hacia El Pireo, Brindisi y Trieste.
Siempre. Con frío y con calor.
Van
a manchar el azul
del Egeo y del Mediterráneo con sus humos.
Sus luces en las aguas
de la noche
van a sembrar topacios.
Van
siempre con hombres y equipajes...
El “Cleopatra”, el “Semíramis” y el “Teodora”, desde hace años,
siguen el mismo camino, llegan el mismo día, parten a la misma hora.
Parecen empleados de despachos convertidos en cronómetros, cuya puerta del trabajo,
si no los ve pasar un día bajo ella,
puede caerse.
(Cuando el camino es siempre el mismo,
¿qué importa si está en el Mediterráneo o va de la casa a otro barrio ?)
El “Cleopatra”, el “Semíramis y el “Teodora” hace tiempo, hace muchos años,
que sintieron la tiranía de la pesadumbre, recorriendo siempre el mismo camino, anclando siempre en los mismos puertos.
Si yo fuese capitán, sí, -si j'étais roi!-, si yo fuese capitán
del “Cleopatra”, el “Semíramis” y el “Teodora”, si yo fuese capitán
con cuatro galones de oro
y me dejasen durante tantos años en la misma línea,
una noche de luna clara, en medio de la mar, subiría a la cuarta cubierta
y, mientras se oyese la música en los salones de primera clase, con mi gran uniforme,
con mis galones dorados
y con mis doradas condecoraciones, escribiría una curva armoniosa
en las aguas
desde la cuarta cubierta, con todos mis dorados, como estrella fugaz,
como héroe de muertes inexplicables.
Odeón de Herodes Ático
Antigua copa olvidada
en la ladera de la Acrópolis, paciencia conservada
de la hoguera ática, refugio de la lechuza,
cripta de la pálida piedra de la luna llena, ruina habladora, ¡vejez musical!
Nikolaos Kalas
La calle de Nikitas Randos
Safo sin amor y sin versos petrificó su corazón maternal para ahogarse en el olvido.
¡La verdad se agitó como un veneno!
Arrebaté el cubo de mercurio
y apareció Hydra. La Fortuna que dispara el rayo rompió la superficie, para darme su suerte, órficas visiones de Narciso,
peces de púrpura, melones y setas. Suerte de la Fortuna desconocida X.
No es culpable el muro de no anotar el sonido ni el komboloi de no dominar el humo.
Pide al amor que complete
la palabra hermafrodita, la perla andrógina, alfa y continuidad sin fin.
....................
“El trescientos treinta y tres no responde”. Junto al número, la “calle de Kriezotos, nº 2”.
¡La de la batalla de Issos! “Señorita Pitia, inténtelo otra vez”. “Nikitas Rantos, ¿no me oyes?
El treinta y tres fue tu primera prueba poética”.
El Veintidós regresaron los griegos del Asia Menor.
¡Regresa, Historia!
La Troya de Homero, la Troya del sueño,
constituye un sistema ternario prehistórico, postcristiano, cálculos cabalísticos.
“Nikitas Rantos, ¿por qué no respondes?”.
Treinta y tres años y, después, volvió la batalla en el eco: “¿No me reconoces? Soy Plakiotis Manchatanás,
y truenan en mi interior
las ardientes visiones de tu alma turbada.
....................
Anochecieron los años.
Las demoliciones aceptan períodos no construidos, secretarios sin Moisés,
estatuas sin Hermes, carabelas sin Colón.
Martillo el ahora. Es anteayer.
Anochecieron los años.
No se observa el éxtasis del vértigo. Pánico. Se encendieron los espejos. Los testículos inflaman la soledad.
Las brújulas juegan a molinos de viento y Prometeo, a fotógrafo.
Días de ayer, ¿qué clientes tenéis?
Anochecieron los años. Fuera de mí, mi ritmo. Soy otro. El abismo, detenido en la superficie, se hunde invisible.
Estoy en mi Abisinia Id est todo - topacio -.
¡Oh pelirroja Afrodita!
....................
Como ahora, las rápidas naves de Tera persiguieron las olas hasta Libia.
Como ahora, las luchas micénicas del alma y el arte dramatizan pruebas laberínticas.
Pero ¿dónde está Ariadna?
Cuando conocí Santorini me sentí indiferente.
Viajaba por un mar de tiempos perdidos hacia Alejandría y admiré las extensiones teatrales.
Cuando la historia no nos regala descubrimientos,
¿para qué queremos la Historia?
Sin altar, ¿para qué queremos el Teatro? La visión de un pintor micénico de Tera y la visión de un poeta en Patmos
son volcánicas.
Yorgos Sarantaris
El sol el sueño
Nel mezzo del cammin di nostra vita Mi ritrovai per una selva oscura, Che la diritta via smarrita.
Dante.
Creación de la sencilla tranquilidad En el mundo de las almas
Conocida y tierna arboleda
- Me respondí yo mismo - Un día lleno de jugos
Y desesperada arrogancia - Se olvidó la muerte
Bajo la tierra del alba
Descubrimiento de la sabiduría
¡La soledad!
Toco los árboles en el viento Cuerpos que empiezan y existen Al calor del tacto siento
que nací en esta sombra
Ahora el sol Azul sueño
Se funde eternamente En mi rostro
Y en el recuerdo se tiende la luz
Amo
Lo que adoró la naturaleza, El recuerdo
Me conduce con un brillo excesivo Y en donde me tropiezo
Surge el dulce combate
La vida es el mar de la salud
¡Verdadero promontorio!
Una estrella
Estrella expectación en el campo Sólo nosotros
Un espíritu melancólico habita el alma La luna falta del cielo
La voz del hombre pierde Su perfume
La estrella cae del firmamento Arruga el alma
Y nuestra voz
La soledad sin embargo se regocija Conduce olas de placer
Al mar abierto de la existencia Al interior
de la silenciosa vida futura.
Esencias
(En Ta Nea Grámmata, año II, nº 4, abril de 1936) LA OLA
La fantasía trastornó a la multitud La embriaguez la adormeció
Se tendieron los días las muchachas Los hombres combatieron ciegamente Con gritos de guerra y extravíos
Se ahogaron al ver que las aguas Arrastraban los trozos
El héroe cortó la maldición
Se repartió a sí mismo en la espera Se detuvo la catástrofe
La ola abrazando a la tierra Enseñó a los niños
Que se revolcaban en los sueños...
Colmena los deseos
Colmena los deseos
Las esperanzas niñas de nuestros ojos Gotearon penas
Sobrepasaron al sol Protegieron sus luces El árbol con las raíces
Con los frutos con las estrellas Cincelando las entrañas de la salud.
El buitrón
(En Ta Nea Grámmata, año III, nº 3, marzo de 1937) LUNA
Luna numerosa presencia Helena línea curva del mundo Con su importancia de ébano La puerta abre al aire
Extraño
El arado desea la tierra Que el corazón no mira
Balan en la cripta las estrellas DE UN BESO
Una mirada cansada El polvo de un beso
El recuerdo del mediodía Que abrasa aún
No tiene frescor Ni niebla
La boca
Yanis Ritsos
Epitafio
(Tesalónica. Mayo de 1936. Una madre, en medio de la calle, llora por su hijo asesinado. A su alrededor y sobre ella murmuran y se rompen las olas de los manifestantes - trabajadores de tabaco en huelga -. Ella conti- núa su treno) :
I
Hijo mío, entraña de mis entrañas, corazoncito de mi corazón, avecilla del humilde patio, flor de mi soledad,
¿cómo cerraron tus ojitos y no me ves llorar
y no te agitas ni escuchas lo que amargamente te digo?
Hijo mío, tú que curabas mis lamentos,
que adivinabas lo que ocurría bajo mis párpados,
¿no me consuelas ahora, ni me animas,
ni adivinas las heridas que me comen las entrañas?
Avecilla mía, tú que me traías agua en tus manos,
¿cómo no ves que me golpeo y tiemblo como una caña?
Aquí, en medio de la calle, desato mis blancos cabellos y te cubro el lirio marchito de tu rostro.
Beso tus labios helados que guardan silencio,
como si se enfadasen conmigo, y se quedan cerrados.
No me hablas, ¡pobre de mí!, y abro, mira, mi pecho
y en los senos de los que mamaste hundo, hijo mío, las uñas.
VII
Eras hermoso y dulce y tenías todas las gracias,
todas las caricias del viento, todos los alhelíes del jardín.
Tu pie ligero, como ciervo delicado,
pisaba nuestro umbral y brillaba como el oro.
¿Cómo voy a volver sola a nuestra choza solitaria? Cayó la noche en el alba y el camino se me pierde.
Ay, jamás se oyó ni puede oírse
que se quemen mis labios, si me encuentro al lado de la fuente,
si estoy a tu lado, hijo mío, llamándote, ¡ay de mí!, y tú ni siquiera te preocupas de esta pobrecita.
¡Que nadie lo toque, es mi hijo!
Silencio. Silencio. Está cansado. Mi niño duerme.
¿Quién me lo arrebató? ¿Quién puede quitármelo a mí? Sus labios se han puesto blancos. Se han cerrado sus ojos.
Dadme, águilas, uñas, alas para perseguirlos
y para roer como una almendra sus corazones.
XV
Te parabas en la ventana y tus fuertes hombros tapaban la vista entera, el mar, los pesqueros.
Y tu sombra, como un arcángel, inundaba la casa
y en tu oído chispeaba la acacia del Lucero de la Tarde.
Nuestra ventana era la puerta de todo el mundo y daba al paraíso cuyos astros florecían, luz mía.
Y, cuando te parabas y mirabas encenderse la tarde, creías que eras un timonel y la habitación, un barco.
Y, en el atardecer tibio y tranquilo - ¡adelante!-, me hacías navegar en el silencio de la Vía Láctea.
El barco se hundió y se quebró el timón
y, ahora, por el fondo del mar voy sin rumbo, a solas,
y ni siquiera me ahogo, ni puedo subir a la superficie. Quiero asirme a algo, pero sólo me agarro a las algas.
Las algas se rompen y el océano me arrastra en sus aguas y ya no sé si estoy arriba o si estoy abajo.
Sinfonía primaveral
V
El repiqueteo de la luz nos acoge
en la playa amarilla.
El alba pasa por la arena
mojando apenas sus pies desnudos en la ola dorada.
Una muchachita abrió la ventana
y el mar sonrió.
Cerró su ojos a la luz para mirar dentro de ella el sordo resplandor
de su sonrisa.
Escucha las esquilas
de las iglesias del campo. Llegan desde muy lejos. desde muy hondo.
De los labios de los niños,
de la ignorancia de las golondrinas, de los patios blancos del domingo, de las madreselvas y los palomares, de las casas humildes.
Escucha las esquilas
de las iglesias primaverales.
Son las iglesias
que no conocieron la crucifixión ni la resurrección.
Sólo conocieron las imágenes del Doceañero
con una tierna madre
que lo esperaba por las tardes en el umbral, y un padre pacífico que olía a campo,
que tenía en sus ojos el mensaje de la aparecida Magdalena.
Cristo mío,
¿cuál hubiera sido tu camino sin el mirto y el nardo
en tus pies polvorientos?
Lejos, lejos,
con una sonrisa azul mirabas el cielo,
mientras el aroma de las espigas y los pasos de las mujeres
reían
ante tu ventana.
Amada,
cortando manzanilla y mirando el mar, volveremos a decir
nuestra súplica de niños con las aves y las hojas.
Y, desde lo hondo y lo lejos, las esquilas de las iglesias infantiles
entonarán la canción de la tierna Nazaret
sobre los verdes campos.
La señora de las viñas
I
Señora de las viñas, a quien vimos, tras la red de la alameda, ordenar al amanecer las casas de las águilas y los pastores,
sobre tu falda, el Lucero de la Mañana atravesaba las anchas sombras de las hojas de las
[vides.
Dos abejas inmaduramente despiertas colgaban en tus oídos como pen- dientes
y el azahar te iluminaba el negro y ardiente camino.
Señora morena a quien el reflejo doró las manos como el icono de la Vir- gen,
tras tu nuca, en el vello ensortijado, chisporroteó el frescor de la noche y, como si la galaxia se arrepintiese un poco antes de apagarse,
ató un collar a tu cuello para derramarlo en el calor de tu seno.
Y el silencio era jalea como leche en una tina de abeto,
y la tierra labrada olía como la iglesia en el día de las Palmas,
y el creyente salía de su sueño como sale el cangrejo del agua por la playa, y en su fresco guijarro la mañana azul brilla con dos manchas de estrellas.
Clara Señora, qué tranquilos los primeros buenos días del naranjo silvestre, qué tranquilo tu paso y la respiración del pez al lado de la luna,
qué tranquilo el parloteo de la hormiga ante la iglesia de la margarita. Ah, qué oro deja el rayo de sol en la gota de rocío,
cuando el ave te cuelga del rostro la rama de siete brotes de la acacia. Ah, cuánto polen se funde en la boca de la abeja para la miel,
cuánto silencio en tu corazón para el canto.
A lo lejos, la noche se mezcla con el alba en un firme estremecimiento y a ti tus dos manos, atadas a las rodillas de la calma, te brillan
como dos palomas de luz inquebrantable sobre el bosque.
Forma de la ausencia
I
Lo que se fue, doloroso, mudo, se enraíza aquí, en el mismo lugar, como un gran jarrón de la casa vendido en momentos difíciles.
Y, en un ángulo de la sala, en donde estaba el jarrón,
queda el vacío condensado en la misma forma del jarrón, inmutable, brillando diáfanamente en los reflejos, cuando se abren
a veces las ventanas,
y, dentro del mismo jarrón, que ha cambiado su esencia por la esencia idéntica y exacta del cristal del vacío,
queda otra vez aquel mismo hueco, aunque más dolorosamente sonoro.
Tras el jarrón se percibe el color de la pared, más sombrío, más oscuro, más soñador,
como si la sombra del jarrón hubiese quedado esbozada en un sarcófago.
Y a veces, por la noche, en momentos de silencio y durante el día, entre las conversaciones,
oyes en tu interior un eco agudo, amargo y ondulante como si un dedo invisible golpease
aquella vasija ausente, sensible, cristalina.
XII
Esta bóveda se ha convertido en un pozo profundo. La lámpara es una estrella clavada en el agua.
La cama infantil en su sitio y, de vez en cuando,
brillan las sábanas con resplandores semicirculares, cuando, arriba, en la superficie del agua,
las horas caen lentas y sin peso como la paja, grabando en el agua círculos invisibles. Aquí dentro, no habla nadie y, si hablara, no se oiría. Y, si un vaso
se ladea y se cae, cae sin ruido en la mano del silencio. No se rompe.
Sólo el primer grito de la separación disuelto en el agua hace más oscuro y sombrío al pozo.
Testimonios
Golpes
La sal, el sol, el agua, devoran lentamente las casas.
Un día, en donde hubo ventanas y hombres, sólo quedan piedras empapadas
y una estatua con su cabeza por el suelo. Las puertas, solas,
viajan en el mar, rígidas, desacostumbradas, torpes. A veces, al atardecer, las ves brillar sobre el agua, planas, cerradas para siempre. Los pescadores no las miran. Se sientan temprano en sus casas, ante la lámpara,
oyen a los peces deslizarse en las grietas de sus cuerpos, oyen al mar golpearles con mil manos (desconocidas)
y después caen y se duermen con conchas enlazadas en sus cabellos. De pronto, oyen golpes en las puertas y se despiertan.
Testimonios II
Un viejo pescador
Ahora - dice - ya no salgo a pescar.
Me siento aquí, en el café, y miro por la ventana. Entran los jóvenes pescadores con sus cestas.
Se sientan, beben, conversan. Los peces
brillan de distinta manera que los vasos. Intento hablarles, hablarles de aquel gran pez, con el arpón
hundido oblicuamente en su espalda. Se su sombra de tres mástiles en el fondo del mar al atardecer. No les dije nada.
No les gustaban los delfines. Y estos cristales se han manchado de sal. Necesitan limpieza.
Castaño
Allí arriba, al amanecer, mataron a los cuarenta. Han pasado veinte años. Nadie dijo sus nombres. Entiendes nuestra vida. Cada año,
un día como hoy, encontraban bajo los álamos
una teja rota, dos carbones apagados, un poco de incienso, una canasta de uvas, cera de abeja
con un brasero negro. Ni siquiera llegó a encenderse. Lo apagó el aire.
Por eso, al atardecer, se sientan las viejas en las puertas como iconos antiguos.
Por eso, crecieron tan rápidamente los ojos de nuestros hijos
y nuestros perros hacen como si miraran a otro sitio cuando pasan los guardias civiles.
Repeticiones
Después de la derrota
Después de la catástrofe de los atenienses en Egos rios y poco después de nuestra total derrota, se acabaron ya nuestras conversaciones libres, el águila de Pericles
y el florecimiento de las Artes, los Gimnasios, los Simposios de nuestros sabios. Ahora,
silencio profundo, tristeza en el Ágora y la irresponsabilidad de los Treinta Tiranos.
Todo (incluso lo más nuestro) se rebela contra nosotros, sin la posibilidad de un destierro, de una protección o una defensa.
Incluso de una protesta típica. Nuestros papeles y nuestros libros han sido arrojados a las llamas.
La honra de la patria en la basura. Y, si nos permitiesen
poner por testigo a algún viejo amigo nuestro, no aceptaría por miedo a no sufrir como nosotros - cada hombre con lo suyo -. Por eso,
se está bien aquí. Podemos incluso obtener un nuevo contacto con la natu- raleza
mirando, tras la alambrada, un trozo de mar, las piedras, la hierba
o alguna nube, en el atardecer, oscura, violeta, emocionada. Y quizás un día aparezca un nuevo Cimón, conducido secretamente
por la misma águila, se excave y se encuentre la punta de hierro de nuestra lanza
oxidada, estropeada, y quizás la llevan a Atenas
oficialmente en procesión de duelo y honra con músicas y con coronas.
Nikos Engónopulos Prohibido hablar con el conductor
Tranvia y Acropolis
le soleil me brûle et me rend lumineux
en medio de la monótona lluvia el fango
la cenicienta atmósfera pasan los tranvías
y desde el ágora solitaria que necrosó la lluvia - avanzan
los límites
mi pensamiento emocionado
los sigue con orgullo hasta que llegan
al principio de los campos que ahoga la lluvia
en los límites
qué tristeza tendría - Dios mío - qué tristeza
si no me consolase el corazón la esperanza de los mármoles y la espera de un rayo brillante que diera nueva vida
a las ruinas ingentes
invariablemente como una flor roja
entre hojas verdes
Gasolina
dentro del bosque
a donde a través de densas ramas llega un poco de luz
desde el pesado cielo cerca de la tierra
que cubre
una espesa capa de podridas hojas en una rama baja se posa un
p á j a r o
un pájaro muy curioso:
como desplumado como pensativo
u n p á j a r o a n t i g u o
¿qué piensa entonces este pájaro
antiguo
en la sombra?
¡ay! ¡nada!
¡no piensa nada en absoluto!
sencillamente concibió de esa forma un sentimiento
de culpa
Vanaglorias bajo la lluvia
I
concedamos algo al Tiresias de Jesucristo concedamos algo al gran poeta concedamos algo también a Pablo Picasso mas no concedamos nada
a las negras bocas de los pozos
a los camellos dignos de lágrimas de la Bactriana a los oscuros relojes de la guerra
II
la hermosa muchacha Señor
que amábamos era como
el ciclamen en
su lúgubre ataúd
cepillemos nuestros pantalones manchados toquemos las arpas de los pozos conduzcamos a los gitanos hacia el mar recolectemos los pechos
de nuestras más hermosas muchachas
El regreso de la aves
Las voces
A Andrés Bretón
Dentro de las cancelas cerradas en la amarilla
llama
del mediodía
- cuando callan las estatuas y los mitos consienten -
las voces se agitan
al principio pálida tranquilamente y después atronadora
y rápidamente en la calleja
y descubren de pronto los secretos eternos a veces
- naturalmente -
son terribles y temibles como tumbas
y otras veces de nuevo
como tiernas tumbas otra vez y como caricias
de lejanos y finos dedos
y llaman
a cada cosa por su nombre
llaman al agua de la fuente boca
a los negros y altos árboles olvido
a la noche entre los arroyos Cordón umbilical
llaman a los ojos llorosos “amiga”
a los frescos labios rojos hojas
a los dientes amorosos pesadilla
a los purpúreos lechos del amor abismos
a las negras aguas del puerto lámpara
y llaman a las anclas enmohecidas treno
del sueño
ponen alas de colores a la triste
mirada de Orfeo en las manos
de Orfeo ponen abanicos desgarran
sus encendidas faldas
adornan sus cabezas con encajes
m u y d e l i c a d o s
(en el pecho de Orfeo clavan banderas)
echan en el
caos de los oráculos sangre
y vuelven a llamar a las palmeras tizones
se detienen con sollozos en la palabra martillo
llamaron silencio a la palabra puerta a la muerte dijeron música en las sienes
y llaman bosque en la noche
a mi corazón
Picasso
A Pablo Picasso.
el torero pasa ahora más tiempo en Elasona en la plaza empedrada bajo los plátanos
y el camarero va y viene continuamente y renueva el café en la taza y el tabaco en la pipa del torero hasta que transcurran nostálgicamente
las horas del día
y millares de pájaros se congreguen en los densos follajes de los plátanos
todo lo cual vendrá a indicarnos la puesta de sol
entonces los conspiradores se deslizan uno a uno por la callejuela silenciosamente cuando cae la noche y ella los ayuda
a congregarse sin ser vistos también como los pájaros
por donde quieren
y corren pesadas lágrimas por sus humildes ojos
y la madre que procura detener a los fascistas
dentro de la oscura habitación en donde hablan en voz baja los conspiradores
y cuelgan del techo pimientos para secarse
con la mano encallecida y adornada de rosas silvestres saca el cristal de la lámpara y la enciende
y de nuevo sus manos encallecidas y manchadas de petróleo las limpia muy despacio en su delantal
y como decíamos que procura detener a los fascistas
la vieja coge la lámpara de la mesa y abre con fuerza la ventana
y extiende hacia afuera
- en la noche -
la manita que sostiene la lámpara
¡anciana madre! le gritan
¿a dónde llevas la lámpara?
sin embargo, ¡mira!, por los campos de Avila se han agitado sombras sospechosas con ametralladoras bajo los sobacos
y como desde lejos perecía una estrella la luz que había sacado por la ventana
las guitarras comenzaron a sonar poco a poco
las gitanas se pusieron a bailar
con sus hermosas caderas y multicolores faldas anchas agitadas al viento
mientras de sus cálidas bocas pintadas como gritos de dolor se escapaban las palabras del cante:
“te diré mi soledad por Soleares”
y los majos tañían con rabia las guitarras
y las inmundicias fascistas ametrallaban a la multitud pero las gitanas con sus zapatillas de seda
- con sus altos tacones -
en el suelo - sobre el tablao - pisoteaban mi corazón
entonces sucedió “que se te escapa el portón” cuando un toro de pelo rojo saltó hasta el centro como si le saliesen llamas de los hocicos
mientras las banderillas le ensartaban dolorosamente la cerviz y la espalda
y comenzó a dar cornadas por aquí y por allá a abrir los vientres
a despedazar carnes con sus cuernos a balancear arriba en el aire
a cuantos golpeaba
y a amontonarse a su alrededor pilas de cadáveres de caballos de hombres
en ríos de sangre
(las banderillas ADORNABAN dolorosamente su cerviz y su espalda) y las muchachas de hermosas tetas se tendieron boca arriba en el suelo
y en sus hermosos ojos se ponían y brillaban
los soles
En la florida palabra griega
Noticias sobre la muerte del poeta español Federico Garcia Lorca el 19 de agosto de 1936 en el barranco del Camino de la Fuente
...una acción vil y desgraciada. el arte y la poesía no nos ayudan a vivir:
el arte y la poesía nos ayudan a morir
un desdén absoluto armoniza
con todos estos ruidos los descubrimientos
los comentarios a los comentarios que de vez en cuando sacan del horno
plumas desocupadas y ávidas de falsa gloria sobre los acuerdos secretos y vergonzosos de la ejecución del malhadado Lorca
por los fascistas
Pero ¡al fin! cada uno sabe ya que
desde hace tiempo
- y especialmente en nuestros miserables años - es costumbre
asesinar
a los poetas.
Nikos Kavadías
Marabú
El piloto Naguel
A Nikitas Rantos
Naguel Harbor, piloto noruego en el Colombo, cuando hacía servicios regulares en los barcos
que zarpaban hacia puertos lejanos y desconocidos, bajaba a su barco, serio, pensativo,
con sus grandes manos cruzadas sobre el pecho, fumando un viejo chibuquí de color ocre
y, monologando lentamente en una lengua del norte, salía cuando habían partido todos los barcos.
Naguel Harbor, capitán en barcos de carga, cuando dio la vuelta a todo el mundo, un día se cansó y se hizo piloto del Colombo.
Pero pensaba siempre en su lejana tierra
y en las islas llenas de leyendas, las Lofuten.
Sin embargo, murió de repente en la cabina del piloto cuando acompañaba al Steamer Tank “Fjord Folden” en el que partió, fumando, hacia las islas Lofuten...
Mal du depart
A mi hermana Zenia.
Seré siempre un amante idealista e indigno de los largos viajes y los mares azules,
y moriré una tarde, como todas las tardes, sin hendir la línea turbia de los horizontes.
Hacia Madrás, Singapur, Argelia y Fez, partirán los barcos, orgullosos como siempre,
y yo, encorvado en un despacho ante mapas marítimos,
haré sumas en gruesos libros de contabilidad.
Dejaré ya de hablar de viajes lejanos; mis amigos pensarán que los olvidé
y mi madre, contenta, dirá a quien le pregunte: “Fue una curiosidad juvenil, pero ya pasó...”
Mi yo mismo se alzará una tarde ante mí
y, como un juez sombrío, me pedirá una razón y esta indigna mano mía temblorosa se armará, señalará y golpeará sin miedo al culpable.
Y yo que tanto deseé ser enterrado un día en un mar profundo de las lejanas Indias, tendré una muerte común y tristísima
y un entierro como los entierros de muchos hombres.
Niebla
A Elleni Chalkusis.
Anoche cayó la niebla, se perdió el barco-guía y viniste de improviso a verme junto al timón.
Vistes de blanco y has empequeñecido, trenzo con aneas tus cabellos.
Bajo las aguas de Port Pegassu
llueve siempre por esta época.
El fogonero nos espía
con sus dos pies encadenados. No mires nunca las antenas durante la tormenta; te marearás.
El jefe de la tripulación maldice al tiempo y está tan lejos Tokopila...
Es mejor el periscopio y la torpedera que temer y aguantar.
¡Vete! Te sienta mejor la tierra firme. Viniste a verme pero no me viste; desde la medianoche he ahogado
mil millas más allá de las Hébrides.
Sedal
A Kostas Várnalis.
El barco pirata del Captain Jimmy, en el que vosotros también partiréis, está cargado de hachís
y tiene sus faros en la popa.
Hace meses que hemos salido y con la ayuda del tiempo, mientras vamos al Perú,
nos fumaremos la carga.
Navegamos en un mar lleno
de toda clase de plantas extrañas.
Un viejo sol nos mira
y nos cierra los ojos aquí y allá.
Vacías escotillas oscuras,
¿dónde se gastaron las fuerzas?
Nos esperan pipas vacías y aduaneros en Chile.
Olvidada la estrella del norte, perdidas las anclas en el mar, sobre las escaleras en fila, doce sirenas colgadas.
Una tarde, la Gorgona de la proa saltó borracha al mar.
A su lado, se deslizaban, acompañándola, los cinco condenados del Colombo.
Y, después, en las tierras secas de Acorá, las olas salvajes en tropel nos lanzarán
monstruos teñidos de púrpura
con aleteos de gaviotas en la cabeza.
Travesía
Baila sobre la aleta del tiburón.
Mujer
A Andonis Moraítis.
Juguetea con tu lengua en el viento y pasa. En otros sitios te llaman Judit. Aquí, María.
La serpiente se rompe en la roca con la morena.
De niño tenía prisa, mas ahora voy tranquilo.
Una chimenea que silba mandó en mí, en este mundo. Tu mano que acarició mis escasos cabellos,
si por un momento me sometió, ahora no manda en mí.
La clepsidra de media hora y el ancla de cuatro brazos se rompieron. Emborráchate, tesoro, para volver al mar.
¿Qué hijo de perra nos hizo gestos y tenemos tal tristeza que se burlan de nosotros los viejos y los niños?
Teñida. Alumbrándote un farol rojo.
Llena de algas y sarampión, anfibio Destino. Cabalgabas sin silla y sin bridas,
por primera vez, en una cueva, en la de Altamira.
La gaviota salta para torcer al delfín.
¿Por qué me miras? Te recordaré dónde me miraste.
Te puse del revés sobre la arena
la noche en que pusieron los cimientos de las Pirámides.
Recorrimos la muralla con el Cínico.
Cerca de ti los marineros de Ur atornillaban al primer escaro.
Entre las espadas desnudas de Gránico
vertías aceite en las profundas heridas del Macedonio.
Verde. Espuma, azul marino y guinda. Desnuda. Sólo un cinturón dorado en tu cintura.
Siete Ecuadores dividían tus ojos en el taller del Giorgione.
Le tiraré piedras, porque el río no me quiere.
En qué te ofendí para que me despiertes antes del amanecer. Es preciso aprovechar la última noche en el puerto.
Pecador que no obtuvo la gracia y no pecó.
Teñida. Iluminándote una luz enferma. Tienes sed de oro. Toma, palpa, mide.
Cerca de ti, me quedaré sin moverme durante años hasta que seas para mí Destino, Muerte y Piedra.
Tesalonica ii
A Myrtó Kumbalakis.
El Chortiatis sacudía los cimientos como un seísmo y lanzaba mensajes con tinte rojo.
Escritura de tres y me volvías hilacha y clavo.
Pero el barrio de Tumba arrojó, en un lecho doble, sus papeles.
La máquina para el humo y el papel de fumar
la perdiste, la olvidaste, la regalaste en otro sitio. Fue entonces cuando se quebró el mástil central. Las mentiras del nadador, del marinero, del loco.
Qué no he prometido y qué no he dispuesto,. Pero las cuarenta olas me culpan y me olvido
- los lejanos saris de Agras, las sedas de Sadun - y lo recuerdo apenas veo emanaciones de humo.
El anillo que traje me lo robó Oraya. Desplumó al papagayo y dejó de hablar.
Que baje una vez a las órdenes, a la murallas, y que mire sólo el ancla que nos invita.
Nada en mis manos es provechoso, madre mía, amor, objetos de oro, proyectos y talismanes. Detesto al marinero que reunía riquezas.
Injuria al mar y se orina en él.
El barco sólo es adecuado para Tesalónica. No te atrevas nunca a mirarla desde tierra.
Y si alguna vez me cose una camisa en Kalamariá, puedo venir del mar con la marea.
Nikiforos Vretakos
Poemas
Sagrado recuerdo
Querría, antes de guardar silencio en el infinito, encerrarte en la luz eterna de dos versos.
Y, cuando los siglos venideros cambien y aniquilen cuanto ves ante ti,
dos versos míos como guardianes ante el sol vigilarán tu tumba.
Elevación
Mi espíritu como cielo, como océano, como mar,
se desata esta noche en el infinito sin encontrar descanso. Rompió las correas de su alrededor y se agita cálidamente mi espíritu como cielo, como océano, como mar.
Saco a bailar al firmamento como galaxia infinita.
Abatí al sol y al sol, destruí la cúpula y la cúpula, y soy como un mar infinito, anchamente azul,
cuyos estrechos cielos sobre mi cabeza no me cubren el agua.
Intermezzo lÍrico
(Proyectos para Disney)
Mis versos se parecen al contacto dorado del sol sobre la nieve se parecen a la bondad de la mirada de los caballos
se parecen al peso de la aurora sobre las margaritas se parecen al peso de la esperanza sobre el corazón
se parecen a la tranquila lluvia sobre los rebaños consagrados.
Cayó de pronto mi puerta
Cayó de pronto mi puerta y apareció el gran mundo. En la cuna de la alegría perdí mi voz.
Enloquecía mientras bailaban a mi alrededor las margaritas y, para ir a la iglesia,
me colgaba de las espigas.
Y, en el delantal de la Virgen, recliné mi cabeza
que, fuera de la puerta, recogía rosas para su cabello.
Sin ti no encontrarían
Sin ti, no encontrarían agua las palomas.
Sin ti, Dios no encendería la luz en sus fuentes.
El manzano esparce en el aire sus flores. En tu delantal, traes agua del cielo
y, sobre ti, luces de espigas, luna de gorriones.
Odysseas Elytis
Orientaciones
El granado loco
Interrogativo buen humor
de la mañana á perdre haleine.
En estos patios blancos en donde sopla el noto
Silbando en arcos abovedadas, decidme, ¿es el granado loco El que salta en la luz, esparciendo su sonrisa de frutos
Con la terquedad y el murmullo del viento?, decidme, ¿es el granado loco El que tiembla con hojas recién nacidas en el alba,
Abriendo los colores desde arriba con estremecimientos de triunfo?
Cuando, al despertar los campos, las doncellas desnudas Siegan con sus rubias manos los tréboles,
Volviendo los extremos de sus sueños, decidme, ¿es el granado loco El que pone inesperadamente las luces en sus verdes cestas,
El que hace rebosar con gorjeos sus nombres?, decidme,
¿Es el granado loco el que combate la niebla del mundo?
El día en que, por celos, se engalana con más de siete clases de alas, Ciñendo el sol inmortal en mil prismas
Deslumbrantes, decidme, ¿es el granado loco
El que arrebata en su carrera una melena de cien flecos, Nunca triste, nunca gruñón?, decidme, ¿es el granado loco El que grita la nueva esperanza que nace?
Decidme, ¿es el granado loco el que saluda a lo lejos, Sacudiendo un pañuelo de hojas de llama fresca,
Un mar dispuesto a nacer con dos mil barcos,
Con olas que dos mil veces van y vienen
por playas salvajes?, decidme, ¿es el granado loco
El que hace rechinar las altas velas en el aire transparente?
En las alturas, con el racimo azul que sube y hace fiestas, Insolente, lleno de peligro, decidme, ¿es el granado loco
El que quiebra con la luz, en medio del mundo, los malos tiempos del demonio,
El que de parte a parte extiende la amarilla gorguera del día
Bordada con canciones esparcidas?, decidme, ¿es el granado loco El que desabrocha precipitadamente las sedas del día?
En enaguas de primeros de abril y en cigarras del quince de agosto, Decidme, el que juega, el que se siente orgulloso, el que seduce Sacudiendo desde la amenaza sus terribles oscuridades Derramando en los senos del sol aves embriagadoras,
Decidme, el que abre las alas en el pecho de las cosas,
En el seno de nuestros profundos sueños, ¿es el granado loco?
El sol primero
Cuerpo del verano
Hace tiempo que oímos las últimas lluvias Sobre las hormigas y los lagartos.
Ahora, el cielo infinito se inflama. Los frutos tiñen sus bocas.
Los poros de la tierra se abren lentamente Y, junto al agua que gotea sílaba a sílaba, Una enorme planta mira directamente al sol.
¿Quién es el que yace en las arenas,
Boca arriba, fumando las plateadas hojas del olivo? Las cigarras en su oído se calientan.
Las hormigas trabajan en su pecho.
Los lagartos se deslizan por el césped de sus axilas Y, por las algas de sus pies, pasa grácilmente una ola Enviada por una sirenita que cantó:
“¡Oh desnudo cuerpo del verano, quemado, Comido por el aceite y por la sal,
Cuerpo de la roca y estremecimiento del corazón, Gran revuelo de la cabellera del sauce,
Aliento de albahaca en las rizadas ingles Llenas de estrellas y de agujas de pino, Cuerpo profundo, bajel del día!”.
Vienen lentas lluvias, impetuosos granizos. Pasan las tierras azotadas por las uñas de la nieve
Que ennegrece las profundidades con olas impetuosas. Las colinas se sumergen en las ubres espesas de las nubes.
Es digno
Pero, a pesar de todo, sonríes con indiferencia
Y vuelves a encontrar tu momento inmarcesible, Como te encuentra el sol en las arenas,
Como te encuentra el cielo en tu vigor desnudo.
La Pasión II
Me dieron la lengua griega.
La casa pobre en las playas de Homero.
Mi lengua, mi única preocupación en las playas de Homero.
Allí sargos y percas,
verbos azotados por el viento, verdes corrientes a través del azul,
cuanto vi encenderse en mis entrañas, esponjas, medusas,
con las primeras palabras de la Sirenas,
conchas sonrosadas con los primeros y negros estremecimientos.
Mi única preocupación, mi lengua, con los primeros y negros estre- mecimientos.
Allí granadas, membrillos, dioses morenos, tíos y primos
vaciando el aceite en enormes tinajas
y brisas del barranco exhalando perfumes de mimbre y de lentisco,
de esparto y de jengibre
con los primeros trinos de los pinzones,
dulces salmodias con los primeros “Gloria a Ti”.
Mi única preocupación, mi lengua, con los primeros “Gloria a Ti”.
Allí laureles y palmas, incensario e incienso
bendiciendo los combates y los mosquetones. En un suelo cubierto con los manteles de las viñas,
humos de cordero asado, golpes de huevos de Pascua y “Cristo resucitó”,
con las primeras salvas de los griegos.
Amores secretos con las primeras palabras del Himno.
¡Mi única preocupación, mi lengua, con las primeras palabras del Himno!
4 | ||
La Golondrina es una | * | y la Primavera costosa |
El sol para volver | * | requiere gran esfuerzo |
Precisa que mil muertos | * | estén en las Ruedas |
Y que los seres vivos | * | entreguen su sangre. |
Oh Dios mío Primer Obrero | * | me edificaste entre montañas |
Oh Dios mío Primer Obrero | * | me encerraste en el mar. |
Los Magos tomaron | * | el cuerpo de Mayo |
Lo enterraron en una | * | tumba del mar |
En un pozo profundo | * | lo tienen encerrado |
Exhalan aromas las tinie | * | blas y todo el Abismo. |
Oh Dios mío Primer Obrero | * | Tú, entre las lilas |
Oh Dios mío Primer Artesano * perfumaste la Resurrección. | ||
Se movió como el esperma | * | en el vientre oscuro |
El insecto terrible | * | del recuerdo en la tierra |
Y como muerde la araña | * | mordió la luz |
Brillaron las playas | * | y todo el mar. |
Oh Dios mío Primer Obrero | * | me ceñiste a las orillas |
Oh Dios mío Primer Obrero | * | me cimentaste en los montes. |
5 | ||
Con un candil de estrellas | * | salí a los cielos |
A la escarcha de los prados | * | a la única orilla del mundo |
¿Dónde encontrar mi alma | * | lágrima de cuatro hojas? |
Tristes mirtos | * | plateados de sueños |
Rociaron mi rostro | * | Soplo y ando en soledad |
¿Dónde encontrar mi alma | * | lágrima de cuatro hojas? |
Conductora de rayos | * | Maga de alcobas |
Gitana que adivinas | * | el futuro dime |
Dónde encontrar mi alma * lágrima de cuatro hojas
Mis muchachas llevan * luto por los siglos Mis muchachos sostienen * fusiles y no saben
Dónde encontrar mi alma * lágrima de cuatro hojas
Noches de cien manos * en todo el firmamento Remueven mis entrañas * me quema este dolor
¿Dónde encontrar mi alma * lágrima de cuatro hojas?
Con un candil de estrellas * vuelvo a los cielos
A la escarcha de los prados * a la única orilla del mundo
¿Dónde encontrar mi alma * lágrima de cuatro hojas?
10
La sangre del amor * me volvió púrpura Y alegrías no vistas * me ensombrecieron
Me oxidé en el * viento sur de los hombres Madre mía lejana * Rosa Inmarcesible
En alta mar * me acecharon Con bombardas de tres mástiles * y me dispararon
Mi pecado sería * tener yo también un amor Madre mía lejana * Rosa Inmarcesible
Un día de julio * se entreabrieron Sus grandes ojos * en mis entrañas
Para alumbrar un * instante mi vida virgen Madre mía lejana * Rosa Inmarcesible
Desde entonces volvieron * a mi encuentro Las iras de los siglos * gritándome:
“El que te haya visto * que viva en la sangre y la piedra” Madre mía lejana * Rosa Inmarcesible
A mi patria otra vez * me parecí Florecí entre las piedras * y crecí
La sangre de los verdugos * redimo con la luz Madre mía lejana * Rosa Inmarcesible.
XVIII
Ahora, recorro un país lejano y sin arrugas.
Me acompañan muchachas azules y caballos de piedra
con el aro del sol en la ancha frente.
Generaciones del mirto me reconocen
desde que temblaba en el iconostasio del agua diciendo “Santo”, “Santo”.
El vencedor de Hades y el salvador de Eros es el mismo Príncipe de los Lirios.
Y desde que pintaba un momento aquellas brisas de Creta.
Para que los cielos sean justos con el azafrán.
Ahora, en la cal encierro y confío mis verdaderas Leyes.
Bienaventurados, digo, los que puedan descifrar lo Inmaculado.
Para sus dientes el pezón que embriaga,
en el pecho de los volcanes y la cepa de las vírgenes.
¡Que sigan mi camino!
Ahora, recorro un país lejano y sin arrugas.
Ahora, la mano de la Muerte regala la Vida
y no existe el sueño.
Repica la campana del mediodía
y despacio en las piedras ardientes se graban las letras: AHORA Y SIEMPRE y ES DIGNO.
Siempre y siempre y ahora y ahora cantan las aves.
ES DIGNO el precio.
Seis y un remordimientos por el cielo
El analfabeto y la hermosa
Frecuentemente, en la Asunción de la Tarde, su alma se aligeraba frente a las montañas, aunque el día fuese duro y el mañana desconocido.
Sin embargo, cuando oscurecía y la mano del sacerdote salía por encima del jardín de los muertos, Ella,
Sólo Ella, de pie, con los escasos habitantes de la noche - el soplo del romero y la ceniza del humo de las chimeneas - velaba a la entra- da del mar
¡Diferentemente bella!
Palabras apenas de las olas o medio adivinadas en un murmullo incluso y otras que parecen de muertos y andan sobrecogidas entre los ci- preses, como extraños zodíacos, encendían escoltándola su mag- nética cabeza. Y
Permitía que una increíble transparencia, en lo más profundo de su interior, dejase ver el verdadero paisaje,
En donde, cerca del río, luchaban contra el Ángel los hombres negros, mostrando así de qué forma nace la belleza
O lo que nosotros, de otra manera, llamamos lágrima.
Y cuanto soportaba su pensamiento - cualquiera podía sentirlo - se desbor- daba de su semblante que brillaba con amargura en los ojos y con enormes mejillas, como de antigua Cortesana Sagrada,
Extendidas hasta los puntos más extremos del Can Mayor y de Virgo. “Lejos de la pestilencia de la gran urbe, soñé a su lado con una soledad
donde la lágrima no tuviese sentido y donde sólo existiese la luz de una hoguera que consumiese todas mis posesiones.
Hombro con hombro, soportemos los dos juntos la carga del futuro, jurán- donos fidelidad en la quietud absoluta y en la alianza soberana de los astros,
Como si no comprendiese yo, analfabeto, que exactamente allí, en la quie- tud absoluta, se oyen los más abominables estrépitos
Y que, desde que la soledad se volvió insoportable en el pecho del hombre, esparció y diseminó las estrellas”.
El árbol de la luz y la decimocuarta belleza
El arbol de la luz
I
Vivía aún con un chal oscuro sobre los hombros mi madre cuando por primera vez se me ocurrió poner fin a la felicidad
Me asía la muerte como el brillo poderoso que te ciega y no quería saber prefería ignorar qué le hizo mi alma al mundo
Una vez el gato que se subía a mis hombros sostuvo su mirada de oro en la distancia y sentí entonces un resplandor que me venía de enfrente como una nostalgia según dicen incurable
Y otras veces al oírse las lecciones de piano de la sala inferior con la frente en el cristal miraba a lo lejos sobre cúmulos de leñas un chirimiri de blanquísimas aves que se quebraba en el muelle y se volvía humo
No sabía que dentro de mí conviviese el injusto pero tal vez
El aire hubiese oído mi lamento un lejano primer día de mayo y he aquí que una o dos veces apareció la Perfección ante mis ojos pero después jamás
Como el ave que sin darte cuenta es asida por el sol en sus colores ro- jos y reina.
II
Bajaban los demás cuando yo subía y escuchaba en las habitaciones vacías mis propios pasos Como en la iglesia cuando Dios no está Se vuelven pacíficas las peores situaciones
Vendría alguien sin embargo Tal vez el amor pero A las dos del mediodía cuando me inclinaba sobre mi ventana para alcanzar algo irritado o fortuito sólo estaba el árbol de la luz
Allí en la parte trasera del patio entre hierros viejos y objetos sucios sin embargo Sin que nadie lo regara pero Jugando con mi saliva a medirlo desde mi ventana pasaban los días hasta que
De pronto la primavera quebraba los muros se me escapaba del codo el bastidor y me quedaba suspendido sobre el vientre en el aire mirando
A qué especie pertenece la verdad hojas redondas y por la parte del sol rojos colores de estaño cinco diez cientos arrebatados para toda la vida por lo desconocido
Como nosotros Y que rabien las desgracias alrededor que mueran los hombres que llegue desde las profundidades del Cordero el eco reen- viado de la guerra nada más que por un instante se detenía a probar si aguantaría
Al final avanzaba inflexible entre la luz como Jesucristo y todos los enamorados
III
Maldición porque todo el mar se había apaciguado afuera (y dentro se ahondaba la casa) y me quedaba en mi cama abandonado a que se me acercaran las cruces de todas las especies
De las flores y de los hombres que trabajaban en la casa desde el tiempo de los primeros Cristianos De la tía Vatana que titilaba toda la noche en las habitaciones vacías como un candil
Y de la tía Melissini que acababa de regresar de la Consumación de los siglos y se diría que un poco del rojo oscuro de la Virgen cubría aún sus cabellos
(Pena pena mía a quien no puedo hablar sino nave mojada en la luna llena eres también consuelo inagotable en mi sueño remolcando islas de almizcle con medio firmamento encendido soy
Ay un enamorado y lo único que busco, ay, no lo poseo)
Navegaban trozos de madera y dichas quemadas por el paso del incen- sario en las colinas del cercano Oriente serrallos adornados con oro y sabiduría vertida en el cristal
Deseaba muy poco y me castigaron con mucho.
IV
Ahora en aquella isla lejana no había ni una casa sólo si soplaba el no- to podías ver en su lugar un Monasterio continuado en las alturas por las nubes y abajo en el fondo borboteando las aguas verdosas lamían sus muros de grandes y pesadas puertas de hierro
Daba vueltas y sacaba luz rojiza del haber sido educado y del estar so-
lo
Inútiles monjes cantaban y estudiaban y nadie me abría para ver en qué lugar crecí en qué lugar me reñía mi madre dónde germinó por vez primera y por gracia de quién el árbol de la luz si aún existe
De algún sitio venía el humo de la mirada de San Isidoro quizás en- viando el mensaje de que
Nuestra terrible situación va bien y el orden no debe trastocarse
Ay dónde estás ahora triste árbol mío de la luz dónde estás árbol de la luz deliraba y corría ahora te quiero ahora que he perdido hasta mi nombre
Que nadie viste de luto por los ruiseñores y todos escriben poemas.
El monograma
Siempre estaré de luto -¿me oyes?- por
ti, solo, en el Paraíso.
IV
Es temprano aún en este mundo, escúchame No se han amansado las alimañas, escúchame Mi sangre perdida y el afilado, escúchame Cuchillo
Como carnero que corre en los cielos
Y quiebra las ramas de los astros, escúchame Soy yo, escúchame
Te amo, escúchame
Te poseo y te traigo y te pongo
El blanco traje nupcial de Ofelia, escúchame Dónde me dejas, a dónde vas y quién, escúchame
Te toma de la mano por encima de los cataclismos Vendrá el día, escúchame
En que enormes lianas y lavas de volcanes nos entierren y mil años después, escúchame
Nos convertirán en fósiles resplandecientes, escúchame Para que brille sobre ellos la crueldad, escúchame
De los hombres
Y nos arrojen en mil trozos, escúchame A las aguas uno a uno, escúchame
Y el tiempo es una gran iglesia, escúchame En donde a veces las figuras, escúchame De los Santos
Tienen lágrimas verdaderas, escúchame Las campanas abren arriba, escúchame Un profundo camino para que yo pase
Los ángeles esperan con velas y salmos fúnebres No voy a ningún sitio, escúchame
O nadie o los dos juntos, escúchame Esta flor de la tormenta y, escúchame
Del amor
La hemos cortado de una vez para siempre, escúchame Y no puede florecer de otra forma, escúchame
En otra tierra, en otra estrella, escúchame No es la tierra, no es el aire
que tocábamos, el mismo, escúchame
Y ningún jardinero tuvo éxito en otros tiempos
Con tanto invierno y tanto viento del norte, escúchame Sacudiendo la flor, sólo nosotros, escúchame
En medio de la mar
Con sólo la voluntad del amor, escúchame Levantamos toda la isla, escúchame
Con sus grutas y cabos y floridos barrancos Escucha, escucha
Quién habla a las aguas y quién llora -¿escuchas? Quién busca al otro, quién grita -¿escuchas?
Soy yo quien grito y quien lloro, escúchame Te amo, te amo, escúchame.
Maria Nefeli
La Santa Inquisición
Ten cuidado porque el dolor
de lo que te quita te añade Hombre Conservadordealma
que te vanaglorias.
Lucha cuanto quieras
no tiene talones la Perfección
Es necesario que avancemos que llenemos todo el vacío
y si no que nos autodestruyamos sacando fuerzas del pasado.
Un tiempo vendrá para trinar de pie como las aves valientes ante la belleza.
Despacio o rápidamente las aves nos domesticarán.
Id muchachos...
La verdadera valentía
debe bautizarse en alta mar y traer algo del viento etesio
a las ocho plantas de los edificios, debe dejar los campos de batalla, desarrollarse en el amor y en los libros, salir con otro nombre más hermoso
y esperar allí
a que se le echen encima y la insulten,
a que la aten con las manos en la espalda y la juzguen. Cada época tiene su Santa Inquisición.
EL “VACÍO” EXISTE SI NO CAES EN ÉL.
San Francisco de AsÍs
¡Qué lástima que no se haya descubierto aún el Linguafón del placer!
Ahora que la “naturaleza” empequeñece y se enrarece el aire y los hombres se pudren en bosques fantásticos
constituiría la más alta filosofía que los Santos se reconciliasen con sus cuerpos
que escuchasen de nuevo caer la voz de los ángeles como fina lluvia de primavera
cuando arde toda clase de conocimiento...
No digáis: también habrá justicia para nosotros.
No esperéis de la política ni de la ciencia nada. El mundo más joven es el más antiguo pero del revés.
No os atormentéis en vano.
Yo con mi belleza
aboliré el sentido del libro; inventaré nuevas flores
y las cogeré de mis entrañas
y coronaré como rey en el rincón de mis muslos a la rosa popular.
Por ella soplará el viento de la inocencia verdadera
en la que pocos hombres sobrevivirán sin embargo todas las aves
picotearán los pezones de mis tetas.
Cada época tiene su San Francisco de Asís.
INTENTA CONDUCIR LA PERFECCION TÉCNICA
A SU ESTADO NATURAL.
Stalin
Centelleando describiré mi trayectoria sobre catedrales y sobre torres
de reyes antiguos como aquel resplandor sobre Belén en otros tiempos.
Sí, los magos
conocen mi cara pálida, mis largos cabellos.
De ellos hablan, de la Virgen enviada por el cielo que pudo decir en paz: cuidado
l a m u l t i t u d f a l s i f i c a a l U n o.
No tiene importancia si soy ella;
una voz debe ser automática y repetitiva como arma dotada de un alcance de siglos; procedo de los Mongoles
llego como el Transiberiano
con una lucecita individual y una rama de mirto en las manos.
Lo digo aunque no tenga significado por culpa de lo rimado.
Antes de que llegue el Uno y me cambie antes de que imponga un “nuevo orden” lo repito y adiós, voy a la cárcel:
una luna pertenece a América
pero un alma que no se vende a Mátala y Katmandú. Cada época tiene su propio Stalin.
CUANDO OIGAS “ORDEN” ES QUE HUELE A CARNE HUMANA.
La Sublevación húngara
Escuchad las palabras de la virgen:
a l a m u l t i t u d f a l s i f i c a e l U n o .
De acuerdo con la época se viste con el manto
del Estratega y es nombrado “por aclamación” en el Ágora Jefe
Supremo y se pone la soberbia púrpura con cetro y corona por la gracia de Dios y bendice con tiara y mitra y en nombre
del Partido y del Pueblo avanza con cañones y tanques (anda tú, golondrina, ¡canta si te atreves!)
hasta que el Cuerpo del Ejército y el Cuerpo del Hombre se vuelven como exige la teoría: UNO.
Además, el beneficio
viene desde arriba como un ángel de Rubliev, es un monstruo;
nadie sabe cuál es la luz verdadera.
Cuidado, María Nefeli, apunta hacia aquí tu arma automática y, vosotros, cuantos estáis armados,
enanos del cuento, magas y fieras, mujeres, hombres con azadones, picos,
piedras del asfalto, bombas de gasolina, carros
¡a por él!
(Oh Virgen, tú me lo decías) Cada época tiene su sublevación húngara.
SI TIENES QUE MORIR MUERE PERO INTENTA
SER EL PRIMER GALLO EN EL HADES.
El pequeño Nautilus
Con la luz y con la muerte
1
Hice girar sobre mí a la muerte como un enorme girasol: Apareció el golfo de Adramition con el rizado soplo del mistral. Un ave inmóvil entre el cielo y la tierra, las montañas
Enlazadas suavemente las unas en las otras. Apareció el niño que enciende Las letras y corre a traer de nuevo lo injusto a mi pecho,
A mi pecho en donde surgió la segunda Grecia, la del mundo superior.
Lo que digo y escribo será para que nadie lo entienda.
Como una planta que se basta en su propio veneno hasta que el aire Se lo convierte en perfume y lo esparce a los cuatro puntos cardinales. Aparecerán después mis huesos al centellear un azul
Que lleva en sus brazos el Arcángel y gotea con enormes Zancadas, atravesando la segunda Grecia, la del mundo superior.
Diario de un abril invisible
Miércoles, 1 a
LOS CABALLOS mascan continuamente sábanas blancas y, sin interrup- ción, entran triunfales en la jactancia.
Oigo a los robles, a las hayas, a las encinas, arrastrarse por la cubierta de la antigua carroza en donde me metí, como pude, para marcharme. Vuelven a poner una película que se rodó hace tiempo, a escondidas, y envejeció sin que nadie la viese.
Rápidamente. Antes de que las imágenes pierdan el color. O se detengan de pronto y la película estropeada se corte.
Miércoles, 1 b
AQUÍ, HACIA LA MEDIANOCHE, vi las primeras llamas sobre el aero- puerto.
Más cerca, el negro vacío.
Después, pareció que venía la flora mirabilis, de pie, sobre su carro, va- ciando flores de un inmenso cucurucho.
Las víctimas excavaban y adquirían la postura que tuvieron antes de sepa- rarse de la Madre.
En el pedúnculo de la noche la luna patalea.
Jueves, 2 b
LLORAN EN ALGÚN SITIO y se enturbia el aire de parte a parte. La Sitonia se perdió, la cubrieron las aguas.
Son hechos terribles que Dios me quita enteramente y mi pensamiento me los devuelve otra vez.
Algo verde en mi interior, pero negruzco, a lo que ladran los perros. Y un mar traído desde muy lejos oliendo aún a huevo del Cisne.
Sábado, 4
AL SUBIR la estrecha, mojada, callejuela - hace trescientos y tantos años -
, noté que me agarraba “de la mano” del Amigo Fuerte y, realmente, al unirme a él, veía que Doménico me hacía subir con sus dos alas gigantes- cas a las alturas, a sus cielos
llenos esta vez de naranjos y aguas habladoras de la patria.
Miércoles, 8 c
MADRE, EXISTES para verme: como nací, me fui. Estuve presente poco tiempo - ¿quién puede entenderlo de otra forma? - y son muchos los mons-
truos que se arrastran con patas oblicuas y grasientas. Así, a lo largo de una vida mantenida con tanta dificultad, no ha quedado más que una puerta medio destruida y muchas anémonas del agua, grande y podridas. De allí vengo y voy - ¿a dónde sabes tú? - hacia un valle más dulce que la patria.
Las elegías de Oxópetra
Eros y Psiché
Salvaje negro mar se golpea contra mí
La vida de los otros. Lo que intentes por la noche Lo cambia Dios. Ligeras van las casas.
Algunas llegan incluso al rompeolas con las luces encendidas. Avanza (dicen) el alma de los muertos.
¡Ah! ¿Qué serás que, aunque te llamen “alma”, ni siquiera el aire Consiguió una materia para darte ni una pelusa jamás
Para, al pasar, quebrarte?
¿Qué bálsamo o qué veneno viertes para que
En tiempos antiguos la noble Diotima Cantando inteligiblemente llegara a cambiar
La mente del hombre y la corriente de las aguas de Suavia*, De manera que los que se aman estén aquí y allá
De dos estrellas y de un único destino. Parece sospechosa aunque no lo es
La tierra. Saciada de diamantes y carbones,
Sabe hablarnos desde donde desemboca la verdad. Con golpes subterráneos o fuentes de inmensa pureza Viene a asegurártelo. ¿Qué? ¿Por qué?
Lo único que pretendes y Dios no cambia Es algo impreciso que existe,
Además, entre lo Vano y la Nada.
* Puesto que él, de un hijo de Zeus,
luchaba entre las garras de la Arpía
y firmaba respetuosamente: Scardanelli.
Al occidente de la pena
Como Endimión
Sencillos valles tiene el sueño, exactamente como
La vida superior. Con pequeñas iglesias que pacen en hierbas ante el aire Y rumian continuamente hasta convertirse en pinturas,
Apagando la una a la otra en tono oblicuo. A veces, Viajan dos o tres lunas. Pero se pierden de inmediato.
La belleza, en donde queda inmóvil, dura como otro cuerpo celeste. La materia no tiene edad. Sólo sabe cambiar. En parte, por el principio
Y, en parte, por el final. Tranquilamente avanza el regreso y tú lo sigues ni siquiera indiferente.
Tiras, sin embargo, de la cuerda en la rada solitaria de Mirtoon Sin que te falte ni siquiera un olivo.
Ay, mar de arriba que despiertas, ¡cómo vuelve todo a renacer!
¡Cómo nos acariciaron de pequeños y nos jugamos a las cinco bolas nues- tras posesiones paternas!
Mira qué fardo levanta el soñador Siroco en lo imperturbable. Y ¡cómo lo divide en dos!
Por una parte, me despierto y lloro porque me quitaron los juegos Y, por la otra, me duermo
En el instante en que Eleuterio se va y se pierde Jonia,
Cuando apenas se distingue la pequeña colina de suaves vacíos llena de rizada verdura.
Y, enfrente, duros refugios
En donde guarecerte de todas las eventualidades. Mientras, abejas fugitivas Zumban por la colmena y una vieja se encuentra en la pesca de la felici-
dad,
Sacando de su escaso oro hijos y nietos.
El peligro, por un lado, te mueve, y te desconoce a ti, descargado, A quien tú mismo quisiste una vez desconocer.
Eso, seguramente, en las mentiras de las ropas que vistes sin haber vuelto el forro,
Por allí, por donde las manchas negras fueron tocadas con monedas de oro, Como lo abominable con lo santo.
Es extraño
Qué incomprensiblemente vivimos, aunque dependemos de esa Verde paloma de la albahaca, beso que te di sobre mi cama.
Y tres o cuatro vientos sin corregir, en mis escritos, Mareando los mares, sin embargo
Todos los barcos seguirán su rumbo llenos de mente y conocimiento. Vacilan los hechos y, al final, caen antes incluso que los hombres.
Pero la oscuridad no tiene fanal para la tormenta.
¿Dónde está Mileto? ¿Dónde está Pérgamo? ¿Dónde Atalía y dónde Constan Constantino tinopla?
Entre mil sueños, uno sale despierto, pero para siempre.
Artemisa, Artemisa, sosténme el perro de la luna. Muerde el ciprés y se intranquilizan los Eternos.
Duerme más profundamente aquel que ha sido rociado por la Historia. Adelante, enciéndela con una cerilla como un soplo de vino.
Lo que queda. Poesía. Justa, esencial y recta, Como pueden imaginarla los primeros creadores. Justa en la aspereza del jardín e infalible en el reloj.
Nikos Gatsos
Amorgós
I
Con su patria atada a las velas y los remos colgados al viento
Los náufragos se durmieron tranquilos como animales muertos en las sá- banas de las esponjas
Pero los ojos de las algas se vuelven hacia el mar
Por si acaso se los vuelve a llevar el noto con velas triangulares teñidas de frescor
Y un elefante perdido siempre vale mucho más que dos pechos de mucha- cha que saltan
Que sólo se enciendan en las montañas los techos de las solitarias con el dolor del lucero de la tarde
Que ondeen las aves en los mástiles del limonero
Con el fuerte soplo blanco de la nueva forma de andar
Y vendrán entonces aéreos cuerpos de cisnes que quedaron inmaculados tiernos e inmóviles
En las apisonadoras de las tiendas en los ciclones de los huertos Cuando los ojos de las mujeres se conviertan en carbón y se rompan los
corazones de los castaños
Cuando la siega se detenga y comiencen las esperanzas de los grillos.
Por eso también vosotros valientes míos con el vino los besos y las hojas en vuestra boca
Quiero que salgáis desnudos a los ríos
Que cantéis a la Berbería como el carpintero persigue los lentiscos Como pasa la víbora por los jardines de cebada
Con sus altivos ojos irritados
Y como los relámpagos trillan la juventud.
Y no te rías ni llores ni te alegres
Ni estreches injustamente tus zapatos como si plantases plátanos No te vuelvas DESTINO
Porque no es el gipaeto un cajón cerrado
No es una lágrima de ciruelo ni una sonrisa de nenúfar Ni franela de paloma y mandolina del Sultán
Ni traje de seda para la cabeza de la ballena.
Es una sierra marina que despedaza a las gaviotas Es almohada de carpintero es reloj de mendigo
Es llama en una fragua que se burla de las sacerdotisas y mece los lirios Es la alianza de los Turcos la fiesta de los Australianos
Es guarida de los Húngaros
A donde van a reunirse ocultamente los avellanos en el otoño Miran a las sensatas cigüeñas teñir de negro sus huevos
Y lo lloran ellas también
Queman sus camisones y visten las enaguas del ánade Tienden estrellas por la tierra para que caminen los reyes Con sus amuletos de plata con la corona y la púrpura Esparcen romero en los arriates
Para que pasen los ratones hacia otra bodega
Para entrar en otras iglesias a comerse los Santos Altares Y las lechuzas hijos míos
Las lechuzas aúllan
Y las monjas muertas se levantan a bailar
Con panderetas tambores y violines con flautas y laúdes Con estandartes e incensarios con plantas y velos
Con los calzoncillos de la osa en el valle helado Comen las setas de las garduñas
Juegan a coronas-letras con el anillo de San Juan y los florines del Caco Se ríen de las magas
Cortan la barba de un cura con el alfanje de Kolokotronis Se lavan en el humo del incienso
Y después cantando despacio entran de nuevo en la tierra y guardan silen- cio
Como guardan silencio las olas como el cuco al amanecer como la lámpara en el crepúsculo.
Así en una jarra oscura se seca la uva y en el campanario de una higuera amarillea la manzana
Así con una corbata impresionante
En la tienda de la parra respira el verano
Así duerme desnudo entre blancos cerezos mi tierno amor Una muchacha inmarcesible como rama de almendro Con la cabeza apoyada en su codo y la mano en su florín
Sobre su ternura mañanera cuando muy despacio como el ladrón Entra a despertarla por la ventana de la primavera el lucero del alba.
II
Dicen que las montañas tiemblan y que se irritan los abetos
Cuando la noche roe los alfileres de las tejas para que entre el hombre del saco
Cuando el infierno absorbe la fatiga espumosa de los torrentes O cuando la raya del pimentero se vuelve juguete de Bóreas.
Sólo los bueyes de los Aqueos en los inmensos prados de Tesalia Pacen vigorosa y fuertemente con el eterno sol que los observa
Comen hierba verde hojas de pino apios beben agua pura entre los surcos Huelen a sudor de la tierra y después se dejan caer pesadamente para dor-
mir a la sombra del sauce.
Echad afuera a los muertos dijo Heráclito y vio palidecer el cielo Y vio besarse en el barro a dos pequeños ciclámenes
Y se puso él también a besar su cuerpo muerto en la tierra hospitalaria Como el lobo desciende de los montes para ver al perro muerto y llorar
¿Qué me importa la gota que brilla en tu frente? Sé que el rayo escribió su nombre en tus labios Sé que el águila hizo su nido en tus ojos
Pero aquí en la húmeda ribera sólo existe un camino Sólo un camino engañoso por el que debes pasar
Debes bañarte en la sangre antes de que te alcance el tiempo
Y cruzar a la orilla opuesta para volver a encontrar a tus compañeros Flores aves ciervos
Para encontrar otro mar otra delicadeza
Para asir los caballos de Aquiles por las riendas En vez de sentarte muda a reprender al río
A apedrear al río como la madre de Kitsos
Porque tú también te perderás y se ajará tu belleza. Veo secarse tu camisa infantil entre ramas de mimbres
Tómala como bandera de vida para amortajar a la muerte Y que no se doble tu corazón
Y que no se derramen tus lágrimas sobre esta tierra inexorable
Como se derramó una vez en la soledad helada la lágrima del pingüino No sirve lamentarse En todos los lugares
La vida será igual que el pífano de las serpientes en la tierra de los fantas- mas
Con la canción de los bandoleros en el bosque de los aromas Con el cuchillo de una pena en las mejillas de la esperanza
Con la languidez de una primavera en el corazón de hojas del autillo Basta con encontrar un arado y una hoz afilada en una mano festiva Basta con que sólo florezca Un poco
De trigo para las fiestas un poco de vino para el recuerdo un poco de agua para el polvo...
III
En el patio del amargo no brilla el sol
Sólo salen gusanos para reírse de las estrellas Sólo crecen caballos en los hormigueros
Y los murciélagos comen aves y orinan esperma. En el patio del amargo no reina la noche
Sólo el follaje vomita un río de lágrimas Cuando el diablo pasa cabalgando a los perros
Y los cuervecillos se zambullen en un pozo de sangre.
En el patio del amargo se han secado los ojos
Se ha helado el cerebro y se ha petrificado el corazón Cuelgan carnes de ranas en los dientes de la araña Saltamontes en ayunas se lamentan a los pies de los espec-
tros.
En el patio del amargo crece la hierba negra Sólo una tarde de Mayo pasó la brisa
Con un andar ligero como temblor del campo Un beso del mar adornado de espumas.
Y si tienes sed de agua exprimiremos una nube
Y si tienes hambre de pan degollaremos un gorrión Sólo falta un instante para que se abra la ruda silvestre
Para que brille el negro cielo para que florezca el gordolobo.
Pero fue una brisa y se desvaneció una alondra y se perdió Fue el rostro de Mayo la blancura de la luna
Con un andar ligero como temblor del campo Un beso del mar adornado de espumas.
VI
Sólo yo sé cuánto te amé
Yo que a veces te toqué con los ojos de la Pléyade
Y te abracé con la cabellera de la luna y bailamos en los campos del estío Sobre tallos segados y comimos juntos el trébol cortado
Un gran mar negro con tantos guijarros alrededor del cuello tantas piedras preciosas en tus cabellos.
Un barco entra en la playa una noria oxidada se queja Un puñado de humo azulado en la rosa del horizonte Como el ala de la grulla que patalea
Ejércitos de golondrinas esperan dar la bienvenida a los valientes Brazos desnudos se levantan con anclas grabadas en la axila Gritos de niños se enredan con el gorjeo del poniente
Abejas entran y salen por las fosas nasales de las vacas
Pañuelos de Kalamata ondean
Y una campana lejana tiñe el cielo de añil
Como la voz de alguna esquila que viaja por las estrellas Fugitiva durante tantos años
El gran monasterio del alma de los Godos de la cúpulas de Baltimoore y de la perdida Santa Sofía.
Pero arriba en las altas montañas ¿quiénes son los que otean con la mirada tranquila y la frente serena?
¿El eco de qué llamarada es esta polvareda en el aire?
¿Acaso combate Kalyvas o Leventoyannis?
¿Acaso empezaron a combatir los alemanes con los hombres de Mani? No combate Kalyvas ni Leventoyannis
Ni han comenzado a combatir los alemanes con los hombres de Mani. Silenciosas torres guardan a una princesa atormentada
Cimas de cipreses acompañan a una anémona muerta
Pastores imperturbables con un tallo de tila cantan sus alboradas Un cazador estúpido dispara a las tórtolas
Y un viejo molino de viento olvidado por todos
Repara sólo él sus aspas podridas con una aguja de delfín Y desciende de las laderas con el viento de popa avivado
Como descendía Adonis a los senderos del monte Chelmos para dar las buenas tardes a Golfos.
Durante años y años combatí con la tinta y el martillo corazón mío ator- mentado
Con el oro y la llama para hacerte un bordado Un jacinto del naranjo
Un membrillo florido para consolarte
Yo que te toqué un día con los ojos de la Pléyade
Y te abracé con la cabellera de la luna y bailamos en los campos del estío Sobre tallos segados y comimos juntos el trébol cortado
Gran soledad negra con tantos guijarros alrededor del cuello tantas piedras preciosas en tus cabellos.
El caballero y la muerte
(1513)
Dürer zum Gedächtnis.
Cuando te veo inmóvil
Con al caballo de Akritas y la lanza de San Jorge viajando a través de los años
Puedo poner a tu lado
En estas formas sombrías que te asistirán durante siglos Hasta que tú también te apagues con ellas para siempre
Hasta que seas otra vez una llama en la gran Fortuna que te engendró Puedo poner a tu lado
Un naranjo en los campos nevados de la luna Y extender ante ti el velo de una tarde
Con el rojo Antares cantando a la juventud Con el Río del Cielo vertido en agosto
Y con la Estrella del Norte llorando y helándose Puedo ponerte prados
Aguas que regaron un día los lirios de Alemania
Y estos hierros con que te vistes puedo adornártelos Con una rama de albahaca y un manojillo de menta Con las armas de Plaputas y las luchas de Nikitaras. Pero yo que vi a tus descendientes como pájaros Hendir una mañana de primavera el cielo de mi patria Y vi que los cipreses de Morea guardaban silencio Allí en los campos de Nauplio
Ante el voluntarioso abrazo del mar herido
En donde los siglos luchaban con las cruces de la valentía Pondré ahora a tu lado
Los ojos amargos de un niño Y los párpados cerrados
En el fango y la sangre de Holanda.
Este negro lugar Verdecerá algún día
La férrea mano de Goetz derribará los carros Los cargará de gavillas de cebada y centeno
Y entre bosques oscuros con los amores muertos Allí en donde el tiempo petrificó una hoja virgen
En los pechos que hizo temblar luminosamente una llorosa rosa Brillará un astro silencioso como margarita de primavera.
Pero tú te quedarás inmóvil
Con el caballo de Akritas y la lanza de San Jorge viajarás a través de los años
Un cazador intranquilo de la generación de los héroes Con estas formas sombrías que te asistirán durante siglos Hasta que tú también te apagues con ellas para siempre
Hasta que seas otra vez una llama en la gran Fortuna que te engendró Hasta que resuenen otra vez en las cuevas de los ríos
Los pesados martilleos de la paciencia No para fabricar anillos y espadas Sino podaderas y arados.
Theódoros Dorros
Soledad de la tarde
Es la hora en que la vida de todos pesa en mi alma.
En el andamio contiguo, un trabajador se detuvo entre dos lucecillas de un rojo intenso.
Apenas ve.
Y vuelve a comenzar el batido chapoteo del barro. Y la excavación... meter dentro a alguien...
Durante mucho tiempo... Me cansé con él...
Se marcha entre la lluvia
como si hubiese dejado el mundo sin hacer. No veo más que al viejo de enfrente, inmóvil en su sitio.
Y vive con todos sus sueños en donde está,
como cualquier hombre, como todos los de esta noche. Cada uno tiene su propia vida en donde está.
En algún sitio. Alguna vez. Todo muere así.
Y todos juntos, como si nunca hubiesen sido fuertes, no uno sólo,
sino todos juntos...
Yo tuve la culpa. Me muero de vergüenza.
III. LA PRIMERA GENERACIÓN DE POSTGUERRA
Zoí Kareli
Soledad
¿A dónde iremos, alma, con todo este destierro que llevamos dentro?
Nadie está con nosotros y la soledad se ha vuelto tan extraña, que es idéntica
a la compañía de muchos hombres.
Hablas y guardas silencio, y todo
queda como siempre, como si no existiera ninguna voluntad de gobernarlo.
Los tristes intentos son bastante risibles.
¿Por qué tanto pesimismo? Cuando la nada
ha crecido, cuando se ha hinchado insólitamente, muestra un rostro colérico, deformado,
dispuesto a romper, a sacar de la mente todas las multitudes que lo sostienen,
y, ahora, se separan con violencia. Cuando la nada
se convierte en un hormigueo.
Ah, ¡qué miseria contienen los ojos de la soledad!
Marchaos tan lejos,
que nunca volváis a encontrar esa solitaria imagen vuestra
que hoy está presente: ¡Completa!
Minás Dimakis
El pasado
He aquí la tumba del príncipe etrusco que se encontró
hundida en tierra desde hace innumerables años. He aquí el carro con el timón y las ruedas.
Los despojos - huesos de los caballos que lo llevaban al funeral oficial,
para enterrarlo con la dignidad debida. Las mujeres lo lavaron con perfumes.
Le pusieron su más espléndida armadura.
Sobre la hermosa cabeza, el casco con su penacho. Una placa de bronce en el pecho,
adornada con lirios y jazmines de plata.
Y depositaron todas las armas a su lado
para que participara en los torneos de los muertos que se celebrarían en su honor...
Después, viene la poesía excavando también su necrópolis, completando el vacío.
Un etrusco, uno de Knosos, un egipcio.
Ruedan los siglos salvando los recuerdos, las huellas del pasado...
Takis Varvitsiotis
Hermoso astro
Dormimos.
Junto a los ángeles dormimos. Un ala nos roza.
Con viejas ruedas casi deshechas
indagamos en los cementerios. Cogemos al recuerdo de la mano. La esperanza brilla sobre la hierba.
Avanzamos por bosques esparcidos, con labios de clavel
acompañados por cintas azules.
Flores invisibles nos siguen, pálidas muchachas
y niños muertos.
Encerrados en nuestro vuelo, buscamos
un astro hermoso
de blanquísimas hojas que se resista al viento.
Aris Dikteos
El poeta
Aquí está alguien que cantó en un sediento mes de Julio,
sintió sed de familiaridad consigo mismo, se buscó en el viento,
se persiguió por el mar.
Aquí está un hombre inconsolable,
porque el mar se agitó en otro tiempo en su interior, porque el viento jugaba en otro tiempo en su interior; ahora, se ha perdido a sí mismo en el bosque de los monos,
se ha perdido a sí mismo en el bosque de los surtidores, a sí mismo en el bosque de los ladridos.
Vio salir el sol por occidente, el cielo bajo sus pies,
a los vivos descender a las tumbas, a los muertos gobernar el mundo.
Pagó la sabiduría de la visión consigo mismo, disolviéndose sobre fantasmas e imágenes.
Aquí está un hombre inconsolable que recuerda: una isla lo encarceló con un círculo de agua, una ruina de antigua ciudad le enseñó:
“aprende que, si tienes memoria, ganas la paz, si cantas, ganarás la vida”,
pero no tuvo tiempo de ganarse a sí mismo.
Aquí está un hombre que canta y recuerda;
sabe, no sabe, vive, no vive, ha muerto, no ha muerto... La distancia, desde el pasado al futuro, lo ha despedazado y ha visto que una escalera unía la tierra con el cielo,
y allí, en el cuarto escalón, se ha sentado, inconsolable.
Aquí está un hombre sin esperanza que ha cantado:
ha visto, no ha visto, vive, no vive, ha muerto, no ha muerto...
Nikos Karydis
El instante de los arcángeles
Que termine el día y que esperen los versos no escritos,
como la luz tras los cristales,
soldados perdidos en caminos extraños con un espejito en el bolsillo de arriba y un talismán en el sitio del corazón.
Ay, las tizas blancas en los dedos pequeños y la cal en los bancos de piedra,
coloreada de geranios y yerbabuena,
y las llamas, por las noches, en las montañas del verano,
como señal de partida.
Y tú, existiendo siempre
sin pena, sin suspiros, sabiendo que el día no termina nunca,
mientras limite nuestra vida el instante que viaja por los mares con la justicia de los arcángeles,
la nuestra.
Takis Sinópulos
Eleni II
Por primera vez, cuando gritaste mi nombre, con miedo en la densa oscuridad, y el grito,
desmelenado, llegó hasta el Hades,
te conocí por primera vez, profundamente, como si se abriese
una puerta secreta de rica luz; pero la noche, la noche febril, desnuda, incendiada, como ménade,
me cogía en sus negras uñas como
si me hundiera en tu caótica existencia.
Ahora, tu mirada no tiene aquella rapidez que la emparentaba con la llama. Este color pequeño quedó en mis manos. Sin embargo, todo mi recuerdo lo ahoga aquel Cuerpo que rasgaba mis noches
en dos y me despertaba asustado y lo veía reír, desenfrenado, e incluso
temblar, más desenfrenado e irritante, como las asas del borde: Eleni.
La sangre vertida en el último escalón no era obra de mi cerebro. Me llené de ira y te pisoteé.
Esta sangre quemó mis manos. No era obra de mi cerebro, Eleni.
Te deshice, te esparcí y se oyó
aquel grito que desgarró como cuchillo la tierra y llegó al Hades.
El quemado
“¡Mirad, se he metido en la llama!”, dijo alguien entre la multitud. Volvimos nuestros ojos rápidamente. Era,
en verdad, el mismo que volvió el rostro cuando le hablamos. Y ahora está ardiendo. Pero no pide ayuda.
Dudo. Intento ir allí. Tocarlo con mi mano.
He sido hecho, por naturaleza, para sorprenderme.
¿Quién es el que, altivo, se consume?
¿No le duele su cuerpo humano?
Esta tierra es oscura. Y difícil. Me da miedo. “No mezcles la llama extranjera”, me dijeron.
Sin embargo, él se quemaba solo. Completamente solo. Y cuanto más desaparecía, tanto más brillaba su rostro.
Se convertía en sol.
En nuestra época, como en épocas anteriores, unos están dentro de la llama y otros aplauden.
El poeta se divide entre los dos.
Un cuaderno de 1944
¿Cómo podría
desclavar al pasado de su marco y distinguir
al ladrón del inválido, del asesino,
del desprevenido cuya sombra avanza en la noche?
¿Quién eras tú? ¿Cómo llegaste,
con qué alas, a este mundo trastornado? Una ciudad horrible y completamente roja, más brillante, más etérea por doquier,
más oscura por doquier, más roja. En cada cruce un muerto.
En cada puerta una lágrima. Y cuánta nieve,
nieves perdidas en la inocencia y ni siquiera una voz
que llegue hasta la montañas, ni siquiera una luz,
ninguna luz.
La ventana cerrada y, tras el rostro, el árbol oscuro, el vals quemado.
El espacio y las cosas
Una casa con viejos escombros, 13 habitaciones, 8 abajo (una, oscura) y 5 arriba.
Un jardín descuidado. El seto alrededor. Higueras. Aire.
Arriba, cuatro ventanas al sur. Cortinas verdes. Abajo, una baranda al sur. Puertas.
Arriba, habitaciones de dormir. Un iconostasio. Un baúl con viejos recuerdos.
En una ventana del sur, una planta trepadora. Las puertas cierran con dificultad.
Una escalera interior.
En el descansillo, un canapé. Un salón siempre cerrado.
Marcos con fotografías.
La distancia del río, 400 metros. El campo.
El almacén con maderas y carbón. En el centro del patio, el pozo.
El seto de cañas secas. El jardín. 7 higueras. El aire.
En la parte norte, una colina. El camino público.
Una fuente con cabeza y lavadero en el kilómetro 12. Una parada de autobuses cuando pasaban autobuses.
Yorgos Yeralís
Madre
Pasaste con labios mudos
al sueño siete veces sellado. Yo era como un niño olvidado
mientras en tus manos se ladeaba el destino.
Ahora me queda hablar a ocultas contigo en las nubes.
Te lo recordaré.
Tantas veces me dormiste
y no consentiste que yo te durmiera ni siquiera una vez.
Miltos Sachturis
La escena
Sobre la mesa habían colocado una cabeza de arcilla.
Habían adornado las paredes con flores.
Sobre la cama, habían recortado dos cuerpos eróticos de papel.
En el suelo, daban vueltas serpientes y mariposas.
Un enorme perro hacía guardia en el rincón.
Unos cordeles atravesaban la habitación por todos los lados.
No sería prudente que alguien tirara de ellos.
Uno de los cordeles empujaba los cuerpos al amor.
La desgracia, por afuera, despellejaba las puertas.
La liebre loca
Corría por las calles la liebre loca, corría por las calles.
Evitaba las alambradas la liebre loca, caía en el barro.
Resplandecía el amanecer la liebre loca.
Se abría la noche.
Goteaban sangre los corazones, la liebre loca. Resplandecía el mundo.
Lagrimeaban sus ojos, la liebre loca. Se le hinchaba la lengua.
Gemía el negro insecto, la liebre loca. Muerte en la boca.
La historia de un niño
Hace años, el cielo
era un papel difícil, oculto
en mi bolsillo,
y crecía en mi jardín durante todo el día
la sangre,
porque, como lluvia,
caían las piedras del otro cielo,
quebrando carnes
y huesos.
Así,
cuando vino la Resurrección, vestido de negro,
con una vela roja, salí
como loco a las calles.
Era un verde pájaro
como los que pintaba Modigliani.
Nunca, nunca
había nacido.
Miramos con los dientes
No tiene culpa la luna de nuestra amargura, cuando merodea endiabladamente
en el fósforo, esparciendo a derecha e izquierda sus huesos,
cuando nosotros merodeamos también en nuestra oscuridad esparciendo a derecha e izquierda nuestros huesos.
No tiene culpa la luna de las flores del limonero. No tiene culpa la luna de las golondrinas.
No tiene culpa la luna de la primavera y las cruces.
No tiene la culpa si sobre nuestros ojos crecieron dientes.
El canario
Lo colocaron en donde sopla el más furioso viento. Lo pusieron en las heladas.
Le dieron un vestido negro y una corbata roja,
un sol agujereado por un clavo, goteando cristales negros
de sangre sobre el veneno, una lanza
y un canario.
Lo colocaron en donde el dolor se sacude.
Le concedieron, en el momento de su muerte, que brillase como si fuera de plata.
Señor
- Señor, es mediodía y aún no se ha despertado.
- Señor, no se ha tomado su desayuno.
- Señor, ha bebido mucho café.
- Señor, brilla el sol, relampaguea, llueve y nieva.
- Señor, un pájaro rojo se ha pegado a su ventana.
- Señor, una mariposa negra se ha posado en su pecho.
- Señor, ¡cómo corre Ud. con la bicicleta!
- Señor, está Ud. helado.
- Señor, tiene fiebre.
- Señor, ¿está Ud. muerto?
La cabeza del poeta
Corté mi cabeza.
La puse en un plato
y la llevé a mi médico.
“No tiene nada”, me dijo, “una sencilla inflamación. Arrójala al río y veremos”.
La arrojé al río entre las ranas.
Fue entonces cuando arruinó al mundo. Comenzó a cantar extrañas canciones, a chirriar terriblemente y a aullar.
La cogí y me la puse otra vez en el cuello. Recorrí las calles, fuera de mí,
con una verde cabeza hexagonal de poeta.
Isaac Breton
Ligeramente zumbaba y murmuraba el esqueleto de Isaac Breton.
Era una playa llena de salitre, sopores y mecanismos explosivos. Arriba, sobre las rocas,
enormes águilas eternas deliraban y, por la otra parte, aparecía el mar con un negro barco cortado en dos... Olvidé el inalámbrico.
Tiernamente lo trabajaba Isaac Breton,
el operador sin hilos.
Yorgos Sarandís
A VECES LLEGA UN TIEMPO
la poesía no es el instante, la agonía es el todo,
la agonía de vivir,
después llega un tiempo en que no existes,
en los días que vienen, nadie, en los barcos que zarpan, nadie, en todos los rostros, nadie,
en las calles de las aglomeraciones, nadie, en el límite de la oración, nadie,
en las colinas del silencio, nadie, en el bosque de la ira, nadie,
en el recuerdo de la lluvia, nadie, en los sueños de los ciegos, nadie, en la meditación, nadie,
en todo el olvido, nadie, en toda la música, nadie, en tu amor, nadie,
en toda la negación, nadie, en la revolución, nadie, nadie,
a veces llega un tiempo vacío en que no existes.
Michalís Katsarós
Mi testamento
Resistíos
a quien construye una casita y dice: “Estoy bien aquí”. Resistíos a quien volvió a su casa y dice: “Gloria a Dios”. Resistíos al tapiz persa de los edificios,
al hombrecillo del despacho,
a la compañía de “importación - exportación”, a la educación estatal,
a los impuestos,
incluso a mí que os estoy hablando.
Resistíos
al que saluda los desfiles desde la tribuna durante horas interminables, al presidente del Tribunal de Apelación. Resistíos
a la música, a los tambores, a las paradas militares,
a todos los congresos superiores en los que charlotean, baben café los congresistas, los consejeros,
a esa señora estéril que reparte ejemplares de santos, incienso y mirra, incluso a mí que os estoy hablando.
Resistíos otra vez a los que se dicen grandes,
a los que escriben palabras sobre su época sentados a la estufa del invierno, a las adulaciones, a las bendiciones, a las excesivas reverencias
de escribanos y cobardes ante sus sabios jefes.
Resistíos a los servicios de extranjeros y pasaportes,
a las temibles banderas de los estados y a la diplomacia, a las fábricas de materiales de guerra,
a los que llaman lirismo a las hermosas palabras, a los cantos de guerra,
a las canciones melosas y llenas de trenos, a los espectadores,
al viento,
a todos los indiferentes y a los sabios,
a quienes aparentan ser amigos vuestros,
incluso a mí, Resistíos incluso a mí que os estoy hablando. Entonces, podremos pasar seguros a la Libertad.
Os esperaré
Os esperaré, indiferente, hasta la temible medianoche. Ya no tengo nada más que confirmar.
Los guardias malignos acechan mi fin entre camisas destrozadas y legiones. Esperaré indiferente vuestra noche,
sonriéndome con frialdad de los días gloriosos. Detrás de vuestro parque de papel,
detrás de vuestros rostros de papel, yo sorprenderé a la multitud.
El viento es mío.
Vanos murmullos y oficiales toques de tambores. Vanas las palabras.
No os despreocupéis. Llevad agua con vosotros.
Nuestro futuro tendrá una gran sequía
Andonis Dekavales
Pocas palabras de una generación
Generación extraña. Nunca tuvimos juventud.
¿Acaso visteis la primavera, la que ofrece, la que toma el fruto irreflexivo?
Sembramos siempre en silencio chumberas de ternura,
la manzanilla de la sumisión,
las sarracenas de la perseverancia, la mandrágora de la paciencia
en pasajes y transiciones, en seísmos y laberintos.
Esperábamos entonces, siguiendo. No esperamos ya,
y seguimos todavía. Siempre abrimos las puertas con reverencias para que pasen
aquéllos y éstos,
el antes y el después.
De lo temprano atravesamos a lo tarde, sin más intermedio que una noche llevadera que nos cogió
el rostro informe,
el niño no nacido, a nosotros mismos.
Héctor Kaknavatos
Voz mía raza de Altos Hornos
Primero: los villanos quieren que seas poco peligrosa, olvidadiza.
Después, buena con ellos, amiga tierna,
prometida.
Voz mía, raza de altos hornos por el lado abierto del gato montés, de la subida, por las nueve sogas del látigo.
El sol es una serpiente en el alambre. No lo olvides. Escúpeles.
Que esperen a que te apague con agua
o según las recetas de antiguos helenosirios. Que esperen los villanos.
Yioryís Kótsiras
Metástasis del tiempo
El poeta
Veo el crimen, como en una visión.
A cada instante, vivo intensamente mi drama en el siglo. Escucho pasos que vienen, pesados,
férreos, y cierran la puerta de mi conciencia.
Soy a la vez el asesinado y el asesino, porque mi vida no germina sin sangre.
A cada instante desaparezco y hago desaparecer. Vivo con mi dolor, mi alegría y mi pena.
De vez en cuando se va una gota de alegría. Se desliza por la hendidura de mi pena.
Mi soledad es mi muerte y mi resurrección. A cada instante resucito y muero otra vez con este asesinato que me buscó y que busco.
Trozos cristalinos, como en sueños.
A cada instante busco mi resurrección.
Klitos Kyru
Gritos de la noche
15
Hablo con voz quebrada. No suplico.
En mí, dicen vuestra compasión mil bocas que un día gritaron, irritadas, al sol.
Una generación que cantaba sus derechos moviendo estandartes de fiesta, blandiendo espadas,
escribiendo versos dignos de la primera juventud, regando los sembrados con sangre abundante,
y, a lo lejos, los hijos quedaron abandonados a la piedad del cielo.
Mi generación fue un relámpago ahogado por su trueno. Mi generación fue perseguida
como un bandido. Quedó atrapada en la alambrada. Repartió, como pan bendito, la vida y la muerte.
Los hombres de mi generación no sufrían
en los hospitales. Gritaban furiosos en las ejecuciones. Sus manos, fragmentadas, eran imanes.
Comían pan amargo. Fumaban periódicos pidiendo, por piedad, un sitio en esta tierra.
En donde se detuvieran, arraigaban sus sombras. En vano lo intentaréis, nunca podrán arrancarse. Avanzarán ante vuestros ojos asustados.
Ahora lo comprendemos. Comprendemos nuestra fuerza y, por ello, hablo
con voz quebrada y llorosa cuando los recuerdo.
Tasos Livaditis
Sinfonía num. 1
Sería gracioso, en verdad, escribir un día mi historia.
Cristiano y ateo, ambicioso y cobarde, compañero y puta común,
con una mano apoyada en nuestras banderas y la otra en las piernas de las mujeres que pasan, bebiendo, ay, bebiendo siempre por abnegación y viviendo con los trozos secos de la desgracia que incluso los mismos perros huelen y se alejan,
sin atreverme a gritar a mis compañeros: sois mezquinos, y a mí mismo: no eres nada,
sintiéndome solo, destrozado y sin blanca,
como la mujer que violan, golpean, le hacen sangre y, cuando queda sola y destrozada en el suelo,
se eleva por encima de los violadores, de sí misma y de toda la pureza del mundo, infinita,
y, como a una ola murmurante, la levanta el viento fresco de su vida interior.
Este rostro está comido por las lágrimas que oculté,
y estos labios están quemados por las palabras que no dije, y estas manos que todo lo abrazaron están lisiadas.
En cuanto a aquella cicatriz en mi cuello, ay, no me recordéis
que viví treinta y cinco años bajo la guillotina de mi corazón.
Sucesos, palabras, rostros, banderas, gestos
nos ocultaron a los unos de los otros. ¿Dónde estás, compañero?
Mil caminos se cruzan y la uniformidad cubrió como nieve la ciudad.
Sin embargo, yo y tú y cien mil que no son nada, como tú y como yo,
hipócritas, ambiciosos, mezquinos, egoístas, cobardes, sostenemos en estas manos culpables y furiosas
la suerte del mundo. Recuérdalo.
Déjame ahora mirar por tu ventana
sabiendo que, dentro, cualquier otro te posee, cualquier otro se hunde en tu primavera inmensa.
Yo te amo,
incluso pisada por mil hombres.
Déjame aquí en el rincón, no importa, aunque nieve,
en este pequeño cuadrado de luz que arroja tu ventana sobre la nieve. Para mí es mi mundo.
No te diré nada, apenas salgas. Caminaré a tu lado en silencio. Y, si te molesta, puedo ir tras de ti como un perro.
Si te gusta, puedes hablarme incluso de las caricias de los otros.
Te escucharé
como el ciego que llora, al oír el bullicio lejano de una gran fiesta.
Y, cuando muera,
la tierra que me cubra, no será para mí la dura tierra de los muertos,
sino la suave y tierna tierra sobre la que nos acostamos, un día, desnudos. Pisotéame, para tener al menos la dicha de que me toques.
[...] Inevitable
Todo indicaba que nuestro amor se había terminado.
Ahora, nuestras caricias despertaban más nuestra memoria
que nuestros mismos cuerpos. Sin embargo, no queríamos creerlo.
Insistíamos, tapando las hendiduras del tiempo
con juramentos, lágrimas, lascivias y otras exageraciones semejantes, estupendas y vanas.
Pero, cuando nos levantamos aquella tarde y nos vestimos en silencio, te marchaste sin que yo te detuviese o te
llamase. La cama quedó hundida y vacía, como una tumba que busca a su muerto,
y te encontraste sola en medio de la calle. Yo, terriblemente solo en la habitación vacía y helada, lloré - lloré interminablemente -
al ver de pronto, asustado, qué extraños éramos ya para siempre.
El diablo con el candelabro
Por la noche, la vieja se enfadaba. “Te desheredaré”, gritaba, y golpeaba a la bizca, muñeca rota
que callaba perversamente. Una casa vieja en donde los inquilinos nos apilábamos en la invisibilidad, o pidiéndonos unos a otros un poco de hilo.
La humedad conservaba en las paredes pesadillas antiguas.
Una noche hubo una helada. “Probaré suerte”, dije. Al fondo del pasillo estaba la grasienta echadora de cartas.
Puse una moneda en el plato. Ella sacó la primera carta: dama de espadas. “Es la mujer de las espe- cias”, me dijo.
La segunda carta era el tres de copas. “Seréis tres”, dijo. Después, sacó la carta que no se nombra. La multitud continuaba pasando el puente. Otros venían de los suburbios. El predicador gritaba:
“Hermanos”. Por la noche, en la cena de muertos
sumergían el pan en la sopa aguada, hasta que un intruso, de los que se pegan para comer, no lo resis- tió. Se levantó y se llevó todo el jardín vecino. Los insectos hacían un ruido tranquilo cambiando las virtudes de la muerta.
Y, después, los enormes caminos polvorientos que atravesé con otros mil.
Y, después, solo otra vez, con una hermosa ventana en la mano, que había encontrado en mis sueños. El abuelo había metido a la pequeña sirvienta, boca arriba, en el baúl.
“¡Cochino!”, le gritó. Pero, cuando el abuelo se rompió la espina dorsal en la escalera, ella se le entregó, puesto que debemos vivir, y mucho más cuando somos invisibles. Y el joven capellán, cada noche, dormía con una mujer desnuda en su cerebro, aunque fea. ¡Que haya, al menos, algo que perdonarle!
“Un día me recordarás”, había dicho, “pero no podrás llorar”.
¿Qué quería decir y qué significan sus palabras?
Las mujeres se paraban en el cruce, oscuras, sosteniendo la granada abierta,
como los mil rostros de la nada. La adúltera, volviendo, entra en la cocina y calienta la comida y yo, diablo, fracasé entre dos canciones del atardecer.
Rosa, la presumida, cuando recibía a un cliente, ponía un cartón en una esquina
para que no la viese el recuerdo de su padre. Alguien salía con un hacha por la noche y golpeaba a ciegas.
La ciudad está trastornada. Descubrimientos. Indagaciones.
A veces, llegaba uno, se arrodillaba ante las imágenes y todo lo aceptaba
desde la creación del mundo - pidiendo así cierta predestinación o, al menos, dos palabras en el perió- dico -. Y una pequeña rosa al final de la calle
se inclinaba ante el niño tonto y lo cogía, lo miraba absorta durante horas y, después, como si enten- diera,
lo colocaba en el mismo sitio. Y sólo aquel al que le tocaba robar las cartas, adivinaba el movimiento de entre aquellos movimientos secretos que salvan. Así se perdieron, uno a uno, y sólo yo me salvé,
jugando en el momento crítico con los bordes de la mesa.
Pienso, en verdad, para qué todo esto, si con poquísimo
podemos perdernos. Recuerdo a uno cuyo apetito buscaba, una vez, un organillo y se sentó y se lo comió, allí, en un rincón,
escupiendo sólo la muleta del soldado. Y la gorda y fea mujer había colgado sus tetas en el balcón. “No os apenéis”, decía, “yo soy malvada”. Y miraba al final de la calle.
Después, nos sentamos sobre la hierba, en el cementerio oscuro, ayudando al niño muerto.
Y, después, otra vez el cautiverio, el tétanos, los crepúsculos que se arrastran largamente. El fugitivo no sabía dónde llorar y el seto lo miraba maternalmente.
“Domíname”, me decía la mujer coja, “quiero escapar” -¿dónde vas desgraciada?-. Yo conocía en verdad a una familia de ciegos. Ninguno veía, hace muchos años.
Y, cuando un día su casa se incendió, dicen que la apagaron con la fuerza que les daba el no ver. Después, contaré lo último.
Ahora, intento recomponer mi rostro con trozos de velas, pétalos, saltamontes, pero quién sabe qué existe en el fondo oscuro de la tienda,
tras el último cartón...
Una indescriptible, diabólica conspiración despedazada en calles, consignas, cochecitos de niños. La sublevación será a medianoche, decían. “Así, sabremos también la hora”, dijo alguien.
Y recordó su desesperación, de muchacho, por no tener un reloj - más tarde, en las cruzadas, abrió un pequeño albergue, en el nombre de Jesucristo, naturalmente -.
Inaccesible cuando se emborrachaba, repugnante cuando lloraba, como la mujer que se lava por mie- do a la concepción. Y, después, la cola de los pobres a la entrada de los cementerios.
El trigo cocido en sus grandes sacos formaba por la tarde una gacha negra
como el Acherusía. Pasaban. Me senté, entonces, y esperé. ¿Qué importancia tienen cinco o diez si- glos
ante este armario infantil que guarda el secreto lejano...?
A la pareja, muerta por culpa del gas, la condujeron de inmediato a la sala de autopsias. Allí comenzó la indagación, con el flúor sobre los párpados cerrados.
“¿A dónde ibais?”. “Al balcón”, dijo la mujer. Los juramentos estaban caligrafiados sobre las paredes y sólo el viejo portero lloraba, cuando terminó la firma.
Al final, cuando la pareja muerta salió del cementerio, la gangrena se había comido ya media ciudad. “Lloverá”, dijo la mujer. E intentaron protegerse en el pórtico, precavidos, en verdad, y para siempre.
Pienso, a veces, ayudar a la vieja que lleva, arrastrándose, un plato vacío,
pero, finalmente, prefiero soplar el polvo de mi peto o recoger hierba en el campo
- para no referirnos al pecado original -.
Y quizás las imágenes santifiquen, puesto que no pueden escaparse.
Una noche, especialmente, oí la voz de María. “Yo soy”, me dijo. “De forma que todo fue bien”, le digo emocionado, porque, realmente, por la pared en la me había apoyado, en la calle oscura, ve- nía un sueño eminente.
Después, cuando volví a casa, encontré a María gruñendo, exprimiendo el paño de la limpieza. No lo resistí. La ahogué de inmediato y viví para siempre con la otra.
En una palabra, todos recordaban la Navidad o, especialmente, los raíles del tren en donde dos locos se sientan como pájaros.
- Y a vosotros, viejos, buenos compañeros míos, cargados en los camiones poco antes de amanecer, perdidos de la mano, que os pongan los periódicos entre los ejecutados -.
Puse entonces al diablo a sostener el candelabro. Enterré también el espejo para no poder recordar y me dormí por mil años.
El quiosco de la esquina me recordaba a mi dulce y gruesa madre...
Nanos Valaoritis
Primavera 1944
No pretendía estorbarte. El mágico palacio
era un pobre consuelo. No me atreví a hablarte.
Estaba escrito que seguirías la línea opuesta
y que yo me quedara con los recuerdos. Hombre en el niño, creciste, maduraste y te perdiste. Paciencia.
El enemigo ocupó la orilla que vigilabas y, veloz, pasará pronto el río,
Fogoso y diáfano, como la lluvia, barre ante él la primavera.
A lomos de los caballos cruzan tu umbral y se pierden en el cielo.
Proposiciones
Desde Susa a Ecbatana hay muchas parasangas. Sin embargo, el espíritu, como la luz, va y viene en un abrir y cerrar de ojos.
Alrededor, está excavada una gran zanja. El agua es oscura y negra sin fondo. Sin embargo, los hom- bres no se inquietan. Aprendieron a caminar sobre las aguas.
La corona del monarca es pesada e inestimable. El hombre común no puede levantarla en sus manos ni soporta mirarla directamente durante mucho tiempo. Sin embargo, si U Lises estuviese por estos lugares, no sólo encontraría la forma de levantarla en sus manos como si fuese una pluma, sino que evitaría, con un poco de suerte, incluso el castigo.
En los alrededores, hay una fiera dentro de una cueva. Sin embargo, no la aniquilan. La alimentan con sacrificios y anatemas. Cuando se irrita y lo destruye todo, tienen hombres cuya mirada des- nuda refrena el estallido del caos. Así, la ciudad no necesita murallas.
Los lacedemonios dijeron cinco palabras al bárbaro Embajador. Sin embargo, fueron suficientes para veinticinco siglos.
La brida es insostenible cuando el caballo se desboca con ímpetu. Sin embargo, el caballero sabe que su vida depende de la resistencia de la mano.
Aris Alexandru
Cartas no remitidas
9
Se nos llevan a Kostís al consejo de guerra.
Sus dedos
se enredan y anudan.
No pretende aún separarse de sus dos mantas.
No ha decidido todavía dejarnos su jergón.
“Cosas de costumbre. Un traslado. No, una prima segunda mía.
Dile que recuerdo. Siempre recordaré”.
Sentí la alianza en su dedo medio.
Por primera vez me pasaba tanto oro por las manos.
12
Procura ir a la prima de Kostís.
Pero ten cuidado con no llorar
como se enlodan los ojos de los poetas que tienen la lágrima preparada
como los conductores el claxon en las aglomeraciones.
Siéntate a contárselo, como lo hacen los vivos.
Recordad los ojos que apuntan
una vergüenza más abajo del hombro, los ojos que miran
por última vez más arriba de los techos.
Pero, ante todo, no olvides
que, de los diez que lo mataron, siete
fueron en otro tiempo de los nuestros; de los siete,
tres
sois vosotros dos que aún no habéis creído todavía que una chaqueta azul
pierde la costumbre de abrazar
apenas queda colgada en el armario dos minutos, y yo,
que acaso anteponga
el pecho de papel de los versos, para salvar a Kostís
del anonimato.
Dimitris Papaditsas
Nocturnos
Escucha siempre.
Escucha el crecimiento de la noche.
Escucha el salmo de las manos, el despegue de la piedra del muro.
Escucha la planta que cruje por la mañana, el crecimiento de la noche en la piel. Escucha el aire en los huesos de las aves.
Escucha el camino del ave, el amor de la casa, la luz del agua. Escucha la sacudida de los ojos cuando regresan del horizonte y quedan inmóviles en el columpio de otros ojos.
Escucha el pánico de la llama, el lamento del animal, la paja que arde al sol.
Escucha el sol golpeado por el fulgor de una gota.
Escucha el color del astro.
Escucha el perfume del astro que el mundo aspiró y se convirtió en jardín. Escucha en el desierto el paso de baile de la raíz.
Escucha entre ruidos el murmullo del pensamiento que clavamos en la pared. Escucha los cabellos, las cejas, la frente y sus tristezas,
como cuando oímos en el cerebro afilar cuchillos.
Escucha las manos o las mejillas que, cálidas, están entre las manos y tiemblan. Escucha el fusil que no acierta en el blanco, pero todo lo corta en dos,
y, después, el sueño lo une de nuevo.
Escucha el dolor del alba que se dilata para que Dios se sobresalte. Escucha a Dios en el asesinato como el florín en la noche,
como el relámpago sobre el florín. Escucha el corazón.
Escucha el cielo que salta en el sueño del feto.
Escucha el corazón que llena el mundo de niños y de otras lunas.
Escucha el caballo en la tierra, la excavación en la tierra, la herida del agua.
Escucha siempre
el roce del caballo en el aire.
El ciprés
En el extremo del mundo está el ciprés. Su corazón es la mano que, seca por tu voz de fuego, no puede saludar
ni extender su polvo para que pasen las plantas vivas.
Del extremo de la conversación más vencida te has salvado tú sosteniendo en tus manos un último animal, encerrando en tu ojo un último grito, liberando el cuerpo de la más pequeña llama,
de la más pequeña, de la pequeñísima, de la casi inexistente llama.
Oh tú, planta verde, bajada del cielo al agua que sirves,
que esparces como el rayo de luz en el costado del estilete, que comes durante tantos siglos miel de mi cuerpo,
que te grito, a veces muerto, a veces loco por meteoritos que se desvanecen en un rincón de mi cere- bro.
Tú, ciprés mío, dos trozos de la segur del tiempo,
con tus sonrisa, frutas redondas en cestas que sostienen brazos rosas, ciprés mío que ninguna mano puede separarte de mí, que ningún palmo puede medir tu altura.
Ciprés de agua y maravillosa esencia, de sudor pagado a alto precio,
de palabra machacada por mil martillos, por martillos hechos de todas las materias, desde el olmo pobre y solitario hasta la cría de la tortuga y los relojes de las rocas.
¿Qué buscas en el mar? ¿Por qué duermes junto a los deshechos de los peces y tu sueño borda tu piel con hilos de colores?
Ciprés de rostro hermafrodita.
Aristóteles Nikolaídis
¿Dónde está tu cuerpo?
¿Dónde está tu cuerpo que una vez, con tanta prudencia, mantuvo en secreto las simetrías?
¿Dónde está tu amarga negación,
la ola de tus continuos cabellos antes de estallar?
El viento pasó sobre ti. No eras tú de nuevo, ni ninguno
de aquellos que se encuentran encerrados en extraños recuerdos, siguiendo en vela sus sombras.
No eras tú de nuevo. Nunca fuiste llamada a la torre del Tiempo sin flores,
ni caminaste con los muertos
o con los que morirán dentro de pocos años, en las calles adormecidas en las que sueñan propagandas luminosas.
Sólo el aire canta que eras un desesperado
y bastante irrevocable gesto de la Materia.
Panos Thasitis
Viaje
Con la primera estrella del horizonte me volví al alba,
por encima de los mudos techos que contienen la vegetación de los sueños.
Hora plena, sin la rotura del movimiento. Hora en que las fieras duermen aún
- dondequiera que sea las fieras despertarán -. Vendrá el día,
se levantarán los proyectos de los ciudadanos, sus fríos cañones se levantarán
y dispararán.
Aquí me refugié, en la línea recta del cielo, entre queridas constelaciones que ven los ojos
cuando miran a lo alto, cuando detestan paisajes habitados. Caballos blancos atraviesan la hierba celeste,
se pierden y vuelven sin interrupción a la fluctuación serena;
puedo tender aquí un pañuelo
en el que recoger frutos y figuras mágicas;
aquí puedo encontrar voces en las que el alma pura se agote llamando a los niños;
recordando.
Dimitris Christodulu
Europa
Lo sabía.
Sabía su destino. Se llamaba Europa.
Engendró el ave y el ala.
Engendró al cazador y al guarda del campo. Engendró al asesino y el matarife.
Engendró lo que mataría una noche al que engendró un blanco día.
Lo sabía.
Sabía su destino.
Llena de campos y montañas, llenas de ríos y lagos,
llena de vacas, hierbas y pesada grasa. Lo sabía.
Daba a luz a la misma vez
a su salvador y a su verdugo.
Asesinaba a su hijos antes de hacerse niño
y mataba con el verdugo de su hijo
al que pensaba que era su hijo adoptivo.
Se llamaba Europa. Sentada a lomos de un toro,
daba vueltas alrededor de su eje, arrojando a un hijo hacia el norte y a otro hacia el occidente.
Lo sabía,
pero no podía, al ir dando a luz, hacer ya nada.
Y se queda sola.
Los hijos septentrionales con sus pobres hijos, los hijos occidentales
con sus duros hijos. Lo sabía.
Corriendo sobre el toro y arrojando
hijos y nietos al atolladero.
Lo sabía.
Nada podía hacerse ya. Perra madre.
Dura cuando debía llorar. Amarga cuando debía moverse y lo sabía.
Engendró al padre, al hijo, al matarife y al verdugo.
Engendró la luz, la llama, la voz y el pánico.
Y se quedó allí.
Una madre con una cama perdida y los hijos a los cuatro vientos.
Con uno, como un guarda de campo, saqueando las siembras
y con el otro dando vueltas por las calles más allá de la llama.
Lo sabía.
Y la perra no movió una mano para hacer algo
y lo sabía.
Ahora, no es ni madre ni doncella,
ni pobre o señora.
Lecho perdido
en el que duermen los espíritus.
Yanis Dalas
Boceto de poética
Como las ventanas con que golpeo en plena cara a la inmortalidad, así son mis palabras, tan ideales en su pena y su aislamiento.
Las palabras, dentro de mí, son como un séquito de mineros ciegos.
La cripta del sueño libera por el firmamento meteoros luminosos e insumisos. Las minas, este año,
son duras como piedras para nuestros dedos femeninos, nuestros dedos, lejanos contratos hereditarios.
¿Cómo extirpar de mis costados, de vuestras heridas mortales, de los estanques de blancos cisnes,
mis dedos, lejanos contratos hereditarios?
Encerrasteis los astros en sabias alambradas, encerrasteis vuestras almas en miserables sanatorios e intercambiasteis sus conceptos como mercancía.
Pero yo me sumerjo en la llama y ahora levanto mis dedos como candelabro de vuestra muerte.
Por ello, me veis saltar por las plazas con pasos inconstantes, con megáfonos,
entre los saltimbanquis del pórtico. En sus miradas hay un heliotropo que se deshoja. Por eso, me veis sobre vuestros sueños cerrar las ventanas en plena cara a la ética de los soles. ¿Quién pondrá en orden,
antes de que caiga la noche, estas voces ruinosas de nuestros vanos días?
Desciendo otra vez
a minas ocultas y las levanto en mis hombros
como risas cuadradas y maduras. ¿Las rescataré, caballeros, o me enterrará la mole oscura de la Belleza? Alrededor, con los codos de las montañas en antiguos valles
- grandes cunas de la lluvia y de la pobreza -, subo ahora rodeado de ligeras alas,
alas en mí navegables.
¿Os rescataré, caballeros,
o me enterrará la mole oscura de la Belleza? Campanas como lenguas terribles se oyen a lo lejos (no sé si son de resurrección o de muerte). Sé
que mi ejercicio abre como una jaula vuestro pecho y subo enteramente rodeado de alas hermanas.
Alas, cartas abiertas de la tierra que me perdió. Alas, caricias lejanas de la tierra que encontraré.
Manolis Anagnostakis
El amor es el miedo
El amor es el miedo que nos une a los otros.
Cuando sometieron nuestros días y los colgaron como lágrimas, cuando murieron con ellos en miserable deformación,
las últimas formas de nuestros sentimientos infantiles.
¿Qué sostiene entonces la mano que dan los hombres?
¿Sabe apretar con fuerza donde el pensamiento nos engaña, cuando el tiempo se detuvo y el recuerdo se secó,
como absurda afectación, más allá de todo sentido? (Regresan un día sin una arruga en el cerebro, encuentran a sus mujeres y a sus hijos crecidos, van a las tiendas y a los cafés del barrio,
leen cada mañana la epopeya de la cotidianeidad.)
Acaso morimos para los demás o porque así vencemos a la vida
o porque, así, escupimos uno a uno los retratos nulos
y, por un instante, pasa un rayo de sol por sus secas inteligencias, algo como deslumbrante recuerdo de una prehistoria animal.
Llegan días en que no tienes nada en que pensar, aventuras eróticas y negocios bursátiles.
No encuentras espejos donde gritar tu nombre. Sencillas intenciones de vida aseguran una oportunidad,
aburrimiento, deseos, sueños, transacciones, fraudes,
y, si pienso, es porque la costumbre resulta más accesible que el remordimiento.
Pero ¿quién vendrá a sostener el ímpetu de la tormenta que cae?
¿Quién medirá una a una las gotas antes de deshacerse en el suelo, antes de hacerse una con el barro como las voces de los poetas?
Mendigos de otra vida, desertores del Instante
buscan en una noche inaccesible sus sueños podridos. Porque nuestro silencio es la duda entre la vida y la muerte.
Llegaste cuando yo...
Llegaste cuando yo no te esperaba. Como cada noche, quemando el recuerdo de las muertes amargas, incapacidad de la vejez, temblor del nacimiento,
en oscuras guaridas, en la ganzúa del placer,
más allá de los campos vacíos de las fragmentaciones. Llegaste cuando yo no te esperaba. Ay, cómo viviríamos tú y yo en una época semejante,
carga podrida en la bodega de un
barco borracho en donde todos murieron, hundiéndose con mil agujeros en sus cuerpos. Ojos turbios que burlaron la luz,
bocas libres en la corteza de la vida, quemando el recuerdo. Muertos
en una época de muerte irrevocable.
Llegaste cuando yo no te esperaba. Y ni siquiera un gesto, una palabra, como la bala en la marca del cuello.
Ni siquiera una voz humana, porque aún no había nacido ninguna voz.
No había nacido el río salvaje
que corre a los extremos de los dedos y se calla. Recuerdo de vida, ¿cuándo empezarás,
para que, resuelto y afable, me ponga a hablar, a gritar en los cenotafios los trenos
arruinados en el tiempo largo de las vocales, y cerrarás con llave las pequeñísimas alegrías sin pisar sobre tus versos muertos.
Porque, si son huesos, amores o una casucha que, con una manta en la puerta, divide el mundo en dos, ocultando el espasmo y la desesperación,
mientras los transeúntes cantan en la obstinación de los fieles, en la obstinación del niño enfermo y del invierno,
ay, cómo vivirías una época. Y el tiempo, terminante, va triturando el pensamiento,
los sólidos proyectos y las decisiones apresuradas, los porqués suspendidos, las húmedas sonrisas.
Llegaste cuando yo no te esperaba. No te rías de mí. Estos no son los umbrales a los que me he inclinado. Son las criptas en donde tiritan los roedores.
No tienen nada del aroma del barro,
ni de la caricia de los muertos en nuestros sueños, porque ha quedado algo - si ha quedado -
más allá de la muerte, la destrucción, las palabras y las acciones. Lo incorruptible está en la ceniza en la que quemo,
como cada noche, el recuerdo de las muertes amargas y de las muertes inexplicables, escribiendo poemas sin sonidos ni palabras.
Y QUERÍA AÚN
Y quería aún amanecer una luz inmensa. Sin embargo, yo no acepté la derrota. Veía entonces
cuántas joyas ocultas debía salvar,
cuántos nidos de agua mantener en las llamas. Hablad, enseñad heridas locas por las calles.
Colgad de los balcones, como una bandera, el pánico que estrangula vuestro corazón. Cargad con diligencia la mercancía. Vuestra previsión es segura: caerá la ciudad.
Allí, cuidadosamente, en un rincón, reúno con orden, atranco con prudencia mi último puesto,
cuelgo manos cortadas en las paredes, adorno con cráneos cortados las ventanas, tejo
con cabellos cortados mi red, y espero. De pie, y solo como al principio, espero.
Hablo
Hablo de los últimos clarines de los ejércitos vencidos, de los últimos harapos, de nuestros trajes de fiesta,
de nuestros hijos que venden cigarros a los transeúntes.
Hablo de las flores ajadas en las tumbas y podridas por la lluvia, de las casas que bostezan sin ventanas como cráneos desdentados, de las muchachas que mendigan mostrando llagas en sus pechos. Hablo de las madres descalzas que se arrastran por las ruinas,
de las ciudades incendiadas, de esqueletos amontonados en las calles, de poetas alcahuetes que tiemblan de noche en los umbrales.
Hablo de noches interminables, cuando la luz empequeñece al amanecer, de los camiones cargados y de los pasos sobre las húmedas losas,
de los zaguanes de las cárceles y de la lágrima de los agonizantes.
Pero hablo muchísimo más de los pescadores
que abandonaron sus redes y siguieron Sus pasos. Y cuando El se cansó, ellos no descansaron,
y cuando El los traicionó, ellos no lo negaron,
y cuando El fue glorificado, ellos volvieron los ojos, y sus compañeros les escupían y los crucificaban.
Pero ellos, tranquilos, tomaban la calle que no tiene fin sin que sus miradas se oscurecieran o se inclinasen.
De pie y solos en la terrible soledad de la multitud.
Jóvenes de Sidón, 1970.
Normalmente, no debemos quejarnos.
Vuestra compañía es hermosa y cordial, toda juventud, muchachas frescas, robustos muchachos,
llenos de ansias y amor por la vida y la acción.
Muy bien por vuestro sentido y jugo, por vuestras canciones tan, pero que tan humanas, emotivas,
sobre muchachos que mueren en el otro Epiro, sobre héroes asesinados en otros tiempos,
sobre revolucionarios Negros, Verdes, Amarillos, sobre el dolor del Hombre que sufre por naturaleza.
Particularmente os honra vuestra participación
en la problemática y las luchas de nuestro tiempo.
Decid un “presente” inmediato y drástico. Después de todo, creo que tenéis derecho, con lo dicho arriba,
a jugar de dos en dos, de tres en tres, a enamoraos y a divertíos, hermanos, tras tanto cansancio.
(Nos han envejecido prematuramente, Yorgos, ¿entiendes?).
Tesalónica. Días de 1969 d.c.
En la calle Egipto - primera bocacalle a la derecha -,
se levantan ahora el palacio del Banco de Transacciones, despachos de turismo y agencias de emigración.
Los niños no pueden ya jugar por el enorme tráfico que pasa.
Por otra parte, los niños crecieron y aquel tiempo pasó, como sabéis. Ahora, ya no ríen, no murmuran a escondidas, no confían en cuanto ha sobrevivido, se entiende, porque vinieron graves enfermedades desde entonces,
inundaciones, naufragios, seísmos, soldados con corazas.
Se recuerdan las palabras del padre: tú conocerás días mejores. Al fin, no importa si no los conocieron, y ellos mismos repiten la lección a sus hijos,
esperando siempre que un día se detenga la cadena.
Quizás en los hijos de sus hijos o en los hijos de los hijos de sus hijos.
Por ahora, en la vieja calle que decimos, se levantan el Banco de Transacciones
- yo negocio, tú negocias, él negocia -, despachos de turismo y agencias de emigración
- nosotros emigramos, vosotros emigráis, ellos emigran -. “Por donde quiera que vaya, me hiere Grecia”, decía el Poeta.
La Grecia de hermosas islas, de hermosos despachos, de hermosas iglesias, La Grecia de los Griegos.
Dimitris Doúkaris
Zona del Ecuador
I
Si hubiese un día una Revolución, no por el sol vertical del Ecuador, el abrupto océano Indico,
las áridas colinas de arena que humean.
Aquí, donde descansa el muro
del cementerio de los mahometanos y mi hijo se confunde jugando
en la baranda con las palmeras.
Aquí, donde se desenrolla tu densa mirada: unas veces, hundida en lo inesperado
del mar asimétrico,
otras, excavada en las olas del arenal que se mueve, otras, asesinada sin remisión por el fragmento alternativo que es harapos heridos,
que es cuerpos podridos, que es silencio inarticulado.
II
Si hubiese un día una Revolución,
no sólo por los innumerables hombres que caminan, incluso sin pies,
y señalan impersonalmente el vacío con sus dedos rotos.
Una Revolución por mí. Quiero decir, que me haga descansar,
que me quite las noches circulares de la sangre,
cuando degollan nuestra casa las campanas.
Las campanas sellan mi habitación, me asedian y rugen:
no descanses, tienes rostro y voz; no descanses.
III
Si hubiese un día una Revolución, una Revolución diferente,
que empezara y no terminase;
o que terminase como un poema, como la lluvia tropical.
Una Revolución verdaderamente diferente: por la perdida
i n o c e n c i a.
Nikos Karuzos
La brevedad del sueño
Corre en los amaneceres el ciervo que es mi alegría, tanta resonancia aquí en donde vivo,
un ave de humo se remonta al alba.
He aquí que el Corredor
ha matado el cordero en las fuentes de las aguas. Nube triunfal, carruaje antiguo, he aquí al Corredor a quien arrastran
caballos agujereados en sus brillantes costados.
Me encuentro dentro del carruaje y voy a mi predestinación desconocida.
Poema de la alegría
Hablé a mi alma con pan negro y miel, al alba,
en las calles, en Atenas.
El aire ataba entonces las nubes
y perdí mi vello como la mariposa. Ahora no tengo calles celestes.
Al huir del recuerdo, encanto a la muerte. El mundo es enemigo.
Jesús, el de los tres días,
cava continuamente en la Historia, sin voz,
sin ángeles.
Está solo, como pájaro de color, suspendido sobre las aguas del mal, proveedor de migajas,
buen amigo de los dos Lázaros
-a uno le dio en el hambre, al otro, en la resurrección -.
Pero yo, al escribir, toco las estrellas, mortal,
abrazo la tarde, mortal,
y lloro por la noche.
Alegraos vosotros, gorriones del bien. Me empuja el amanecer. No quedó amor,
flores del olvido.
Hablé a mi alma con pan negro y miel.
Thanasis Kostavaras
Autobiografía
He vivido como una alimaña. Aguzando siempre mi oído. Cambiando de nombre y de rostro entre tiros de fusil, hierros y sogas.
A los pozos arrojaron mis sueños.
Perros y alambres desgarraron mi cuerpo. No me dejaron nada.
Sólo pude hacer que se escapara mi silencio. Como una alimaña he vivido mi vida.
Titos Patrikios
Los amigos
No es el recuerdo de los amigos asesinados el que me hiende ahora las entrañas.
Es el lamento por los mil desconocidos que dejaron en los picos de las aves sus ojos apagados,
que aprietan en sus manos heladas un puñado de capullos y espinas.
Desconocidos transeúntes con quienes nunca hablamos,
a quienes sólo un día miramos un instante, cuando nos dieron el fuego de sus cigarros en la calle nocturna.
Los mil amigos desconocidos que dieron sus vidas
por mí.
Dos hombres
Si viste alguna vez en mitad de la calle que llevan a dos hombres con grilletes, no se excluye que uno fuese yo,
a quien volvían a enviar al destierro.
Y aquella mañana tenía, como tú, tantos sueños
por encontrar trabajo,
por dar un paseo por las luces y el asfalto, por un poco de sol...
Y aquel
al que los hierros ataron de pronto a mi cuerpo, tenía también sus sueños tallados
en su austero rostro.
(Lo arrancaron de su mujer al amanecer, a las 6).
Cuando veas en la calle a dos hombres con grilletes,
no pienses nada más, no pienses nada menos.
Dos hombres.
Como tú.
Dos náufragos
Maderas, remos rotos,
dos náufragos en un tablón
combatiendo por ver quién ahoga al otro...
Eso fue lo que quedó
de la gran flota de la amistad juvenil.
La cabina
Estaba entusiasmado con los vítores.
“Como si fueran eléctricos”, dijo. Y eran, en verdad, vítores eléctricos que desde la cabina
encendían o apagaban a voluntad.
Un héroe
Era un héroe real.
Se sostuvo inflexible en las pruebas más duras.
Y se quedó como la piedra, fuerte e impenetrable ante los sentimientos más comunes, más humanos.
IV. DE LA SEGUNDA GENERACIÓN DE POSTGUERRA A LA GENERACIÓN DE 1980
Kostas E. Tsirópulos
K. P. KAVAFIS
Cuando a la medianoche
con dedos curiosos buscaban escrituras maravillosas en sus cuerpos recibían la belleza poética
con palabras y silencios.
Oh carne bien escrita
que en el mar de la mañana apareciste inmarcesible
iluminando la creación de los Griegos
con la incorruptibilidad de la amada alegría aquí en la noche de muchas lenguas
te abrieron
y miraron de frente en tu arco misterioso la evidencia definitiva de la hermosura cuando sus mentes perfectas
ebrias del vigor de la fantasía
se bañaban en la savia del cuerpo
y ascendían de las fuentes oscuras de su dolor palabras de inmensas ramificaciones
para vivir al fin su afirmación en las aguas injertadas
antes de que el brote satrapía del tiempo las amontonase en ruinas oscuras
viajes de la melancolía
de manera que los Griegos golpeando sus noches con el cuerpo en vilo levantasen por encima de la muerte la insigne inmortalidad
del arte de sus palabras.
Dinos Christianópulos
Remordimientos
A medida que pasan los días y se aleja la edad de la modestia, siento
multiplicarse en mi interior, noche a noche, aberturas insensibles:
calles que seguí con ojos bajos,
luces que cayeron implacables sobre mí, palabras más ordinarias que los gestos,
pero, mucho más, el semblante de mi madre, cuando al regresar tarde, por la noche, la encuentro esperándome, con un libro en la mano,
muda, en vela y pálida.
Noche, regálame un cuerpo
Noche, regálame un cuerpo
para saciar esta noche mi exaltación, para matar esta noche mi desesperanza, Ya no soporto estos itinerarios,
este castigo de ir tras huellas extrañas.
Noche, regálame un cuerpo,
no voy a mirar si es hermoso su pecho, si sus brazos están hechos al trabajo,
ni voy a preocuparme por el color de sus ojos, por su nombre, por su profesión, por su edad.
Noche, regálame un cuerpo,
aunque sea por media hora, por diez minutos. Prometo entregarte, antes que nada, mi cuerpo, prometo entregarte mi futuro,
prometo entregarte algo más: mi alma. Regálame un cuerpo.
Abandono la poesía
Abandono la poesía, no significa traición,
no significa que voy a abrir una ventana para un intercambio.
Ya han terminado los preludios, ha llegado el momento del cataclismo. Cuantos no han sido bastante castigados deben callar, al fin,
y ver de qué nuevas formas pueden cansarse en la vida.
Abandono la poesía, no significa traición.
Que no me acusen de facilidad, de que no cavé profundamente, de que no hundí el cuchillo en mis más desnudos huesos.
Sin embargo, yo también soy un hombre. Me he cansado al fin.
¿Cómo se dice?
¿Hay cansancio más terrible que la poesía?
Abandono la poesía, no significa traición.
¡Uno encuentra tantas formas de aplicarse a su catástrofe!
Nikos Alexis Arslámoglu
Ars poetica
Quiero que sea noche el poema, vagabundeo por calles solitarias y arterias
en donde baila la vida. Quiero que sea lucha, no música que se disuelve
sino pasión por la expresión interior de una incoherencia de una ataxia que se volverá gesto
si no nos jugamos el todo por el todo.
Cuando los demás, indiferentes, con seguridad Se gastan inútilmente o se preparan por la tarde a morir, busco durante toda la noche piedrecillas incorruptibles en el monólogo diario
aunque sean las más corruptibles. Haciéndose imperceptibles en su densa oscuridad como débiles insectos al azar, asesinadas por el pensamiento,
regadas por el sentimiento.
Byron Leondaris
Nocturnos V
Me duelo porque pasó por mi corazón una enorme espina
empujada con ímpetu inmenso por dedos que amé sin esperanza, sin prudencia,
y ahora, ya, no tengo palabras con que cubrir esta herida, voces para ocultarla.
Porque no quiero, no puedo, no acepto que cuanto viví
sea ahora sólo poesía.
VI
He roto ya las trompetas, he quemado las banderas.
Ahora, hablo con mi voz humana, ay, ahora mi alma os reparto
y vosotros volvéis el rostro hacia otro sitio...
Kikí Dimulá
Número plural
Amor:
nombre sustantivo, verdaderamente sustantivo, número singular,
género ni femenino ni masculino, género indefenso.
Número plural:
los amores indefensos.
Miedo:
nombre sustantivo,
número singular en principio y, después, plural:
miedos.
Los miedos
a todo de aquí en adelante.
Recuerdo:
nombre propio de las tristezas, número singular,
sólo singular e indeclinable.
El recuerdo, el recuerdo, el recuerdo.
Noche:
nombre sustantivo, género femenino, número singular.
Número plural:
noches.
Las noches de aquí en adelante.
Fotografía 1948
Sostengo, por lo demás, una flor. Es extraño.
Parece que, por mi vida, pasó una vez un jardín.
En la otra mano sostengo una piedra. Con gracia y arrogancia Ninguna sospecha
de prevenir cambios, de degustar defensas.
Parece que, por mi vida, pasó una vez la ignorancia.
Sonrío.
La curva de la sonrisa,
el vacío de esta disposición parecen un arco bien tensado y dispuesto.
Parece que, por mi vida, pasó una vez una diana.
Y predisposición a la victoria.
La mirada hundida en el pecado original: saborea el fruto
prohibido de la traición.
Parece que, por mi vida, pasó una vez la fe.
Mi sombra, sólo juego del sol. Viste un traje de duda.
No ha alcanzado aún a ser
mi compañero o mi denunciante. Parece que, por mi vida,
pasó una vez la suficiencia.
Tú no apareces.
Sin embargo, que exista un precipicio en el paisaje y que me haya detenido en su borde
sosteniendo una flor y sonriendo,
querrá decir que vienes a donde esté. Parece que, por mi vida,
pasó una vez la vida.
Rigas Kapatos
EN UN BURDEL DE CONSTANTINOPLA
La boca que fumaba tenía algo de la sentina
de los barcos y el sabor de agua salada, impura.
De todos los veranos que vivió quedaba apenas
el esfuerzo de una sonrisa y solamente los inviernos le pesaban fríos.
Desde la ventana abiertaventana abierta
se veía el puerto y la luna arrullada por el agua.
Los remolcadores empujaban y jalaban poniendo los barcos en su sitio o en su ruta, silbando secamente las órdenes con sus sirenas.
—Pagas de todos modos.
Espectral y lejana, con su tos subterránea, mientras cubrían su desnudez las sombras, más que un llamado al amor
parecía un cadáver
que esperaba su entierro.
Pródromos. X. Markoglu
Carta
Todavía existen aquí perros y palomas
que salvan las dolorosas palabras de la soledad.
¿En dónde se han quedado los poetas de mi generación?
En sus poemas llueve una fina lluvia gris y el mar los espera en el silencio.
Se los han llevado pétreas calles de un carnaval helado.
¿Quién escucha la sangre?
Los ojos, a veces, se vacían como tinteros.
Yo, enterrado en poemas por el corredor de una noche, sólo el duende del amor,
hendiendo las lindes del oscuro arrecife, indiferente a las transacciones diarias.
Con la sangre nos entregamos a la época. Con el cuerpo, por ello nos faltan trozos.
Inmersiones de los ojos ahora, gestos de la lengua.
Sin embargo, vuelve a llover una fina lluvia tormentosa.
Palabras dentro de las palabras. Lleno de sueños me sumerjo.
Anestis Evanguelu
Últimas palabras
Ahora que el barco se hunde con sus hombres en la oscuridad y el agua -¿la sientes?- sube,
intenta, entre gritos de pánico y enajenación, coordinar tus palabras. Hablar
de este naufragio y recordarlo,
de la catástrofe, de la destrucción de nuestros años, de cuanto no dicen las referencias oficiales.
Y hablar mucho más de los culpables, oponiendo toda tu resistencia, para encontrarlos.
Como si alguien te escuchase en esta destrucción, como si quedase tiempo, como si bastase,
como si el mar no tuviera que engullir, dentro de poco, el barco, a ti mismo y a todos los compañeros.
Tasos Falcos
La tarde
Qué hermosamente quemamos nuestros ideales nuestras alas perfectamente quemados perfectamente
Quedaron en nuestros corazones fosos de agua reflejando las fieras salvajes
y los gorriones enfurecidos Cuánta belleza en este paisaje totalmente ensangrentado Cuánta belleza en la tarde totalmente ensangrentada
Manos Elevtheríu
Otra vez, los amigos
Iglesias del campo como sílabas en los dientes del alma y como islas con cisternas y romero,
amigos difíciles, amigos perdidos.
Los encontré delirando y peleándose con las sombras. El lino de la expatriación hacía pesados sus sueños, por las privaciones, por la injusticia
y la maledicencia.
Una noche en Kesarianí y una mañana en Pérama, arranqué de raíz los hilos envenenados
de mi vida,
como los marineros arrastran las redes a tierra firme.
Eres Préveza y Kilkís
Estas torrenteras y estas rocas
estas casas junto a la playa
estas madres con carbón en sus ojos
y estas olas que se van
y regresan,
estos pinos con palabras gravadas,
el dolor constantino que voló como un pájaro y lo que no llegaron a decir los heraldos, sino sólo los mentirosos
y los rufianes.
¡Oh ciudad al atardecer junto a los arsenales, en el mercado, en el café, en el futbol!
Eres Préveza, Yiánena, Kilkís, Mesolonyi, Pondos, Hermoúpolis.
¡Oh ciudad de la canción de amán en las tierras turcas! Con estas torrenteras y estas casas,
con estas rocas junto a la playa,
para estas madres con carbón en los ojos
llegará el día en que aparezcan los heraldos
y no únicamente los mentirosos y los rufianes.
Tolis Nikiforu
Fuente de Castalia
nube azul ave pequeña
regalo del azar y de la primavera como indio llamo a mi hijo
cálida llama
suave pelliza de oso
cabaña florecida en un mundo de soledad como esquimal llamo a mi hijo
frescor matinal de hierba aletea en su frente
su respiración como balón rojo levanta una invocación al cielo con temor e infinitud
roza sus dos años
y yo condenado siempre a ir de muro en muro mis pasos que contaba
lavo ahora en sus palabras secretas con las uñas pinto la luz en la piedra
Katerina Anguelaki Ruk
Soledad
Si unes el agua de la lluvia con tu lágrima, tu risa con el sol,
la tormenta, el aire con tu enojo calcado.
Si lloras por los niños con resplandores rosas del atardecer en los rostros, que se acuestan con las manos vacías, con los pies desnudos, encontrarás tu soledad.
Kostís Nikolakis
Blanco luminoso
A M. Theodosiadu.
Dijiste una palabra y rodeó mi alma
no como el cuentista cuyas palabras y pisadas se perdían
en la arena durante el verano.
Al mediodía
también tu playa exhalaba aromas de amaranto y sal. Entonces, fue un viejo verano como vino blanco aromatizado. Entonces, solamente con amor se saciaba nuestro corazón
y sólo con nuestra propia leyenda. Hoy, llenos de todo,
nos falta la palabra.
Las manos de piedra no hacen un círculo para contenerte en mis brazos.
Ahora el tiempo nos regala otro tiempo
y el pensamiento no es capaz de contenerlos.
Sin embargo, lo de antes, lo de antes nos come hoy.
Una palabra te digo,
apoyado en el tronco de un árbol, escucho los latidos de tu corazón que bailaba aquel atardecer impaciente por embriagarse
con el frescor de la noche.
Y la palabra requiere otra palabra. Y el ramo germina en el ramo.
Y el amor vive en el amor. Así fue siempre.
Ahora se desvaneció la tierra
en la que se apoyaba la planta del pie. Nos perdimos.
Pero nos encontraremos más allá del camino.
Mijalis Ganás
1
Baños
De la más fría habitación a la fría calle. Diciembre con la claridad en la prensa.
Los demás te estorban con los paraguas. Volantes duelos. Cielos particulares.
Bajabas y los escalones se iban hacia atrás. ¿Dónde medir? Al revés, la gatuña. Los guardias habían huido. Únicamente él en el calor y en los retazos, enteramente con la gimnasia y el transistor. Pagabas y entrabas bajo la ducha.
Alrededor, canciones y agua corriente.
Tiempo de Theodorakis. Las canciones laicas y populares vinieron después.
2
Taberna
Fuimos a beber vino con el paladar lleno de monedas, de cinco o de diez del despotismo. Descen- día con dificultad la conversación, a veces pinza, a veces dedal, para empujar el vaso.
Cada uno, un cañón de fusil que bebía y cantaba “Si yo tuviera también mi pecado”. Algunos per- digones, arriba, hacían criba en el interior, pero nada mataban.
Después, el remordimiento, el tiempo sereno y cuándo lo hará.
Manolis Patrikakis
(E)
Voz escuchada por vez primera pintando mi audición. Vista por vez primera dando forma a mis ojos.
Escultora que me tallas en la luz y me continúas en los sueños, refrescante cabellera
de la llama.
Dentro de ti, un ave ríe a carcajadas antes que la lengua y su desgracia.
Un hambre profunda antes que la boca, el instante que vuelve a mirarme pasar
intacto.
Con tu sentido transformado y brillando
entre las palabras. Y las palabras brillan entonces como niños pequeños y respiran con la sangre
y las flores.
Aliento que vuelves a engendrarnos.
Aliento que nos haces regresar a la más verde
de las primeras criaturas.
Yanis Kondós
El viejo
Se viste en la carne los años. Recuerda las escaleras. Al fondo,
el despacho, los papeles esparcidos. Después, una gran guerra.
Ideologías, industrias, revoluciones
y los peces se subieron a los árboles para salvarse. Vuelve a sus asuntos personales.
Quiso a algunos hombres. Vio olvidarse la música.
Fumó muchos cigarrillos. Alcanzó a escuchar el cielo alguna vez
sin aviones. Eso era.
Se le cayeron los dientes, llenó su bolsa. Pronuncia nombres inexistentes
- mudos paréntesis -. Con paperas, con pies planos, con guerras civiles. El teléfono envuelto en vendas
- ni escucha ni lo escuchan -.
La vida da vueltas como un disco de setenta y ocho revoluciones. La aguja lo socava.
La canción se escucha rayada.
Ya no puede andar. Hasta ayer
se arrastraba a cuatro patas. Ahora está en el lecho boca arriba y mira
su jardín en el techo.
En el comodín brilla su dentadura postiza, blanquísima noche, mañana desconocida.
Los cigarrillos lo rodean y tose lo antiguo y lo nuevo.
Topos versos excavan pasadizos. Sacan por un momento sus hocicos. Miran.
Se asustan y vuelven a hundirse en el suelo.
Sin embargo, el viejo vive y sabe cómo el hierro se vuelve algodón.
Argyris Jionís
El continente contenido
3
Soy la trampa y soy el lobo que cayó en ella
Nadie lo ve nadie lo sabe
Ni aquellos que me saludan de lejos
Ni aquellos que me abrazan o me dan la mano Tan hábilmente he ahogado en mí el aullido del triunfo el aullido del dolor
Camino entre ellos con comodidad poniendo la más indiferente sonrisa la más diaria
Mientras mis tenazas se hunden profundamente cada vez más profundamente en mi costado.
6
El perro cazador cuando No tiene nada que cazar Caza su cola
Cuando la coge se vuelve una Nada que todo lo empequeñece Porque come su cola
Y después comienza a comer el cuerpo Hasta llegar al cuello a la cabeza al rostro El perro cazador cuando
No tiene nada que cazar Termina en sus mandíbulas
Levteris Pulios
A Kariotakis
Kostas, sé lo que puso en tus dedos
el revólver. Los hombres regalan demasiado tarde pocas migajas de nobleza. Hay momentos
en que también se acerca a mí en Préveza peligrosamente.
Tomaste tu café en el bar de los desesperados con tu silencio, con tu dolor.
Colgaste tus versos en los crespones de la noche, cogiste tu sombrero precipitadamente
y te fuiste a encontrar a tu vieja amiga, la muerte, para tu último viaje,
“caminando a los oscuros reinos del más allá”, y Dafne coronó tu falo
en los senos del olvido.
Dinos Siotis
Grandes y pequeñas obras
No existen grandes y pequeñas obras sino que sólo existe la inmensa paciencia de Job que es obra enorme de humanidad existe la sombra que abandona la noche
en vela persiguiendo fantasmas existe una mirada que te mira perdida en su sentido existe una cajita de vida que sin preocupación busca el puerto que no se fue sino que procura
ver a dónde fueron arrecifes barcos y náufragos.
Nasos Vayenás
Odas bárbaras
III
Cálido como agosto. Más cálido que agosto, el aire tiene algo de tus cabellos.
Roza suavemente mi rostro.
Paso la noche
pagando al amor. Y tú, luna,
carísima ramera a la que no bastan las patrullas, subes despacio, provocativamente, modificando una y otra vez tu sombra.
¿Por qué nadie sabe con seguridad cuándo le pasarán por encima tus afilados tacones?
La muerte primaveral pasea sin hablar. Estudia
mi cuerpo purificando mis prioridades. Extiende la escarcha sobre las guitarras con dedos de hierro que tocan
las cuerdas incendiadas.
María Lainá
Enclavamiento
Las escaleras del tiempo rodaron sobre mí cuando perfeccionaba mis pasos.
Algo se movió
y las luces campanillearon de pronto. En un punto inmóvil,
sin el tiempo de antes
ni su proyección en el después, clavada me encuentran las cosas y me cansan.
(Aquí debe cambiar continuamente la iluminación). Su piel tenía algo del color del trigo.
Salió de pronto hacia París.
Recuerdo con qué tranquilidad hacía su maleta.
Las cosas nos esperan cubiertas debajo de su soledad. Aumentan contra nosotros. atentas a ellas mismas.
Me dijo lo más importante con un “quizás se diga”. Me dijo.
“Detén tan sólo una palabra delante del silencio”.
Yo la escuchaba atada fuertemente a mi sitio y oía con atención que las cosas se acercaban murmurando sus sentidos.
Ha soplado la luz, amiga mía,
me han robado la vela una noche de gran oscuridad.
Yanis Patilis
Cálido mediodía
[1]
Vivo, luego escribo.
Dílo en versos.
Di los pequeños adios a la vida A la espera
De la muerte
De todas las palabras que me encuentro Sigo las más hermosas.
Las más delicadas, las más apretadas, Las más nuevas.
Las imagino desnudas, exactas. Sin adjetivos ni sabores insípidos.
Las espero tranquilamente al mediodía. Cuando regresan
Despreocupadas y aisladas Y las arrojo por allí.
A la entrada del bloque O al lado del quiosco.
Apenas sienten la sacudida de los cabellos Sus ojos brillan como estrellas.
Jamás gritan ni lloran.
Porque ellas también, en el fondo, Desean la violencia.
Desean tenderse En el poema.
Kostas Mavrudís
La palabra soldado
La palabra soldado,
si no te empuja a pensar
en un barato lupanar de Kolonós o en la reunión de soldados fuera de Kotopuli,
es posible que te lleve a pensar en el verbo “atardece”
o en aquella escena
de “Alejandro Magno”
en la que a un soldado moreno
de la provincia de Pieria o de Pela
- probablemente cultivador de tabaco -,
que se agachaba a coger su cigarrillo,
te lo imaginaste cortando hojas de tabaco en su pueblo
una tarde de abril.
Dimitris Kalokyris
El muelle
El muro asciende sumido en reflexiones, enlazado en un follaje
que huele a herrumbre y brea.
El agua hiende la cal
entre las articulaciones del Egeo.
Una mujer envuelve su cuerpo con el viento y corre, girando, hacia los barcos.
La noche enreda la desesperanza.
Entre interferencias, emisiones clandestinas, cortes inesperados y ondas ertzianas,
llega desde lo lejos,
con voz ronca y deformada por las lámparas, hasta el receptor que patrulla y rastrea el aire
por algún paraje de la vertiente montañosa de la Vía Láctea, atraído por la pasión y venciendo a la muerte,
como quien se clava en los resplandecientes clavos de la historia,
el poeta
Constantino Kavafis.
Yorgos Jronás
Pasaje
El día en que vine y te encontré abajo en el pasaje con los ancianos en el mar insultando al mar
la habitación que te engendró y a Jerjes
Me detuve a tu lado y te dije las tejas se volverán cemento las maderas se volverán piedras el amor se volverá dinero
El día en que vine y te encontré abajo en la pasaje con los ancianos me detuve a tu lado y te dije
nos olvidarán el jueves
el sábado el sábado a la misma hora resucitaremos.
Yorgos K. Karavasilis
Siempre te buscaba y nunca te encontraba
Siempre te buscaba y nunca te encontraba
En los sueños de la noche ganados y perdidos E incluso en parajes que exigen que los definas, Para salvarse, con tus propios estigmas,
En las catacumbas del tiempo
Con visiones turbias, medio apagadas, Los rostros que perdimos antes de nacer. Siempre te buscaba y nunca te encontraba
Cuando, por un instante, se encendían a la vez todas las bengalas De la libertad que tomaba la forma de un cuerpo.
Cuando, desnudo, me entregaba a ti hasta la raíz Hasta mi más profundo hueso
Me hundía en el tiempo y en las cosas. Oh Respiración, que no conoces anchura.
Pero ¿he de convertir la sangre en un fantasma?
Tzeni Mastoraki
Los buceadores
(Historias para las profundidades)
“El caballo de Troya dijo entonces no, no recibiré a los periodistas
y dijeron por qué, y dijo
que no sabía nada del crimen…”
Los “excepto verte hijo mío”, las conversaciones secretas, palabras consumidas de exorcis- mos en tiempos difíciles, las lentas pisadas, los poemas, intentos de desconocidos
de hace mucho tiempo arrastrando tú todo de las profundidades, de las grandes oscuridades, in- tacto, de los silencios de catedrales ruinosas, la toma, la calamidad, el machete: como el buceador vencedor pesa en lo no pisado o el noble pelícano a la hermosa niña, y el más bello la coge por la cabeza. Volviendo y viniendo y diciendo palabras de interesantes idilios que existieron un día, hue- llas de brillantes aguillotinamientos, los “te quiero”, ay cuánto te quiero, al final la mordedura do- rada del tiempo.
Yanis Yfandis
Siempre aquí
No hay tema, me encuentro aquí, me encuentro siempre aquí. Escribí la canción del arpista en el 2000 a. C., en Egipto.
Escribí la Odisea en el 800 a. C. en Jonia. Escribí el Dào Dé Jing en el 600 a. C. en China.
Escribí en el siglo XI en Ikonio el Mathnawi o Masnavi.
Acabé desterrado en Rávena la Comedia que Bocaccio llamó divina.
Escribí la Mujer de Zákinthos los Cuatro Cuartetos
el Kijli Manthaspenta.
No hay tema, me encuentro aquí, me encuentro siempre aquí.
Xantos Maintás
[Calles de mi ciudad…]
Calles de mi ciudad, viejos sonidos,
polvo, humos, nuevas ideas absolutas; marcha que muestra trastorno
sin encuentro cara a cara, con falsas banderas.
Tarde dura, de noche parecerá
que cada propuesta tomará cuerpo.
Cada idea me crucifica, me mira a los ojos
la miro y me ciega
me tira de la manga
y, después, se oxida y envejece. Un agujero negro es la idea.
Todo lo absorbe y termina.
Yorgos Markópulos
Mi padre quería construir una casa
Mi padre consumió una vida para construir una casa.
Tardes, fiestas en la cocinita sin un dulce o sin una cafetería.
Cuando murió, dejó una callecilla llena de hierba, un edificio sin huecos, sin sofás, años…
Cambiaron los tiempos, como dice también el pueblo, diferentes cosas sucedieron,
nos perdimos con mi hermano,
aprendimos que se fue también el padre…
Por eso te miro por la tarde profundamente a los ojos.
Es por si vivo yo la humilde calidez que él no vivió.
Mar de invierno
A Nikos Markomijelakis.
Mar de invierno abandonado por los hombres. Sentémonos aquí un momento con tranquilidad. Como nos sentábamos de niño en la fiesta del colegio.
Como se sentaron los invitados al patio
en los esponsales de nuestra abuela. Domingo, julio de 1930. Como se sentaron los dos extranjeros en la estación de Corinto y se amaron después tras cajas vacías de cerveza
y el fonógrafo abandonado,
media hora antes de la llegada de los trenes, y después se perdieron para siempre.
Mar de invierno abandonado por los hombres. Nosotros que deseábamos tanto la tranquilidad vagamos ahora por las avenidas sin cama
y con los ojos enrojecidos por estar en vela.
Ilías Kefalas
Sobre los ojos de los muertos
Sin embargo, aquí se trata de los ojos de los muertos, que, antes de emprender su camino nocturno,
hacen marcar la desgarradora elocuencia de sus dolores en las últimas fotografía proféticas.
No puedes resistir las fotografías de los muertos recientes.
Sus ojos, de oscuros pozos de dolor,
se convierten, hacia atrás, en campanarios de ecos terrenales.
Se convierten en explosivos mecanismos que te crucifican y te hablan –quieras entonces o no quieras-
de lo que no pudieron decir en vida. Principalmente, los que sabían que la muerte se ocultaba hacía tiempo en sus espaldas.
Principalmente, los que marcan en sus fotografías dos enormes ojos
como círculos sorprendidos de heridas abiertas.
Dos ojos lunas sin cicatrizar
que apenas los miras atentamente vuelven a crecer. Se hinchan como aves asustadas,
dispuestas a saltar sobre ti.
Como animales agonizantes
en un último movimiento desesperado de salvación. Te marchas y te siguen.
Dos llamas vivas en tu cráneo. Ya no quieres, no soportas mirar los ojos de los muertos.
Cuelgas sus fotografías de las paredes, Las doblas dentro de los libros,
las metes en los cajones, atormentado por miedos indefinidos y posibles responsabilidades.
Nikos Jiladakis
Himeneo
Húmeda avanzas al himeneo Dispuesta comulgar Brotante esperma
Manante
En siglosinexplorados Incluso desde esta visión.
Húmeda avanzas al himeneo Excitada y dispuesta
A saborear la hostia del falo Provocadora
No de la ceremonia cristiana Sino de inmediatοs procesos Que concurren
En los espacios
Del oscuro instinto biológico En donde
La esencia del dios y del demonio Son una y la misma.
En aquellos espacios
En donde las oscilaciones armónicas de tu palangana Se defienden de los engaños.
Húmeda avanzas al himeneo cada vez. Y yo
Enredado en dolores y deseos
Siento la llama de tu engañoso corazón Jugando a los dados mi existencia Deja entonces que te toque el mistral Que estás desnuda y excitada
Sobre el rudo cuerpo de la roca.
Húmeda avanzas al himeneo Desnuda
Y cálida como el mar.
Dionisis Kapsalis
Soneto
Un sentimiento tranquilo, cuando termina lo que empezó, no sé cuántos años atrás,
y es temprano aún; vendrán muchas noches
con crujidos, y siempre cambiará el recuerdo.
Es muy temprano y el recuerdo ordena formas turbias del libro de los muertos, se dilata, como en vuelta de las aguas, con un sentimiento tranquilo al atardecer.
¿Será la forma de la época entristecida,
será la casa en la lluvia que comonido de peces recoge miedo, y el abismo de una culpabilidad?
Cierro en mi mano la palma de un niño y tiernamente en el sueño del alma
me mece un río de voz baja.
Elías Gris
No invitado
Épocas inmemoriales tempestades calores desollaron la piel de la tierra pero yo no vine
emigrado a pesados deberes
con un febril cerebro que volvía a abrirse pirata en mares desconocidos
nunca vine
como si durmiese agotada
la sangre en plumas del olvido no vine
hasta que en un momento de aroma matinal diestro hombre de mediana edad
culpable de nocturnidad vine
y encontré sombras de tristes antepasados me senté en el extremo en tu almohada
te hablé y lloré
en tu tumba, ¡padre!
Andonis Fostieris
Esta noche pienso
En aquellos que se atormentan encerrados en su caparazón
- escuchando música y fumando –
En aquellos que intentaron suicidarse con hermosura
- absorbieron su vitriolo y se quemaron –
En aquellos que el miedo plantó en los desiertos En aquellos que, despiertos, levitan en el aire
En aquellos que hicieron el amor y se quedaron más solos En aquellos que, inexpresables, siguen un recuerdo mortal En aquellos que se deshacen hundidos en los papeles
En aquellos que miran sus nombres en la campanilla y la tocan endemoniadamente
para que se despierte el inquilino.
El pensamiento pertenece al luto
Abandono otra vez el silencio de mi alma
y salgo y entro en las ensordecedoras imprentas de la nada. (Cilindros pétreos muelen las sílabas
para que no nos falte el poema de cada día.) Negro pan con negra harina. ¿Acaso ha preguntado alguien
por qué, en la impresión, salen negras las letras?
¿Qué inclinación generadora determinó
que sea luto cada pensamiento? ¿Qué instinto abofetea a los fragantes
hijos de la semiología que permitieron
escandalosamente que se les escapase lo evidente?
(Fingiendo con frecuencia emociones me he vuelto sensible.
¿Con qué manos amasar ahora el pan?
¿Con qué coraje terminar el poema?)
Dimitra J.Christodulu
Recorridos
La gigantona limpiadora del metro Con sus rizos de melancolía,
Las ondulaciones rítmicas de los pasajeros Con la paranoia de sus silencios uniformes Los anuncios de la siguiente estación
En el corazón de la cueva inescrutable, Un puñado de sal directamente a los ojos
Desde el anuncio de la Metropolitan Opera, Nada tan reconocible, tan familiar
Como los huesos lavados por la primavera Al final de una larga caminata.
Tasula Karayoryíu
La tortuga del Cerámico
Quizás parezcáis afortunados, como yo,
si os encontráis el mes de abril en el Cerámico quizás la veáis de pronto
arrastrándose y meciéndose en el verde trébol
Y, si están inmóviles, a vuestro alrededor, las estelas funerarias y Dexíleos, a caballo, festeja su muerte,
incluso si os conmueve únicamente el arte del silencio, poned un poco de atención
al milagro que Dios pintó sobre su concha, pero mucho más
a su obstinación de ir indiferente hacia las tumbas. (Tortuga griega,
patria mía, noche esculpida, que adelanta al Hades.)
Sotiris Pastakas
Sin título
No me equivoqué demasiado. Debía insistir un poco más, mostrar un mayor
cuidado, laboriosidad. Retocar
mi natural talento para la ilegalidad,
los golpes por debajo de la cintura. Aprovechar mi rostro risueño
para destruirlos a todos y no para tomar después esta comunión de la absolución.
No, no pequé demasiado, lo acepto.
Yanis Varveris
EL SINGULAR (golpes en la espalda)
Yo conozco a hombres mayores que, si les preguntas, responden sólo lo imprescindible
en una lengua antigua
noble, sánscrita, incomprensible y después vuelven a desterrarse en su parcial demencia, lejanos.
Cuánto puedes aprender del desgarramiento de las frases
y en qué hombre sabio puedes convertirte por sus ojos secos que lloran fijos
porque se hicieron los sordos nada de todo eso aprendieron sus hijos
ciertos leños vigorosos charlatanes que nos rodearon y nos acechan
con los regalos engañosos de hojalata de la familiaridad.
Yorgos Veis
Botines
1
La primera vez pasé casi por encima de él, como si quisiera arrastrarme,
llevarme a su luz y a sus sombras- no di demasiada importancia
el avión prometía por lo demás nuevos horizontes por mi ventana enredaba otra vez
distancias y deseos.
Ahora que estoy andando uno a uno mis senderos
y lo escucho
sus canciones no tienen fin
mido en los troncos temor y cordura
bosque de abedules
Stelios Karayanis
Tiresias o el elemento demoníaco de la visión.
A Yanis Ritsos
Soy viejo; desaparecido ya del tiempo, encorvado y ciego. Sólo sé rezar y suplicar a los dioses que detengan el mal,
que cesen ya los muertos, yacen a montones dentro y fuera
de Tebas, la de siete puertas.
Soy el sabio, el adivino de diez mil males y de muchos más que vienen.
Lluvias, vientos, desgracias golpean y enloquecen en las puertas del mal, siete veces por la noche
y por el día.
En las puertas que ya nada
colma puesto que la Justicia castigadora se ha apoderado
de todas las llaves y los hijos de la culpabilidad, despreocupados y sinvergüenzas, se despeñan desde adentro.
Soy el ciego, el triste caminante en la terrible vía pública que está cubierta todavía con tantos cadáveres. Mis lamentos
y mis gritos están tapados de vez en cuando por los graznidos de las águilas y de aves de mal agüero que se lanzan insaciablemente desde las murallas de la ciudad.
A veces, debía ser la niña o el niño que dejaron en soledad hasta aprender el arte amargo
de dar y tomar la esperanza.
Veo cerrados los senderos y rotos todos los cipreses en la longitud del tiempo. Horrible y sin salida la vía pública y sembrada la llanura no solamente de los cadáveres
de los argivos. Que el aire quede inmóvil
y contaminado. Silencio, silencio. Qué lejos
se fueron, con todas las antiguas gracias, las aguas corrientes y las voces
consoladores de las ranas.
Niña un día, tierna niña
con el pecho enteramente lleno, niña, niño y hombre maduro al mismo tiempo y
ahora ya anciano, consumido por el tiempo, encorvado y ciego, tan amargamente, amargamente siento
mi cuerpo,
que sólo puede significar
el Fin del Mundo.
Aquél de allí, el Mal Presagio que por encima de Tebas,
la de siete puertas,
se precipita y se extiende por las noches para hacernos desaparecer.
Vanguelis Kasos, Puede ser
Puede ser verano nada de luz falta
los árboles las sonrisas las músicas las cristalinas muchachas
el sol pasando vigilando cuidando a los comensales todo eternamente tierno
ondeando como mirada amorosa
cuando caiga el frío guijarro y por la pequeña abertura como una lágrima del paisaje salgas afuera
Yorgos Kakulidis
Una partida de ajedrez con palabras, con Vaso Yeorga
“No saben qué hacerme.
Niño aún
lanzaba con fuerza mi cabeza
para salir a los musgos y al agua fría. Tres voces turbaron mi salida:
Mayakowski disparó a mi cabeza el aire coge mis palabras
todo se perdió.
Ola de mar estalló ante mí
y dejó un perro con cinco estrellas en el lomo. No saben qué hacerme, le digo.
¿tienes algo para mí? No, responde,
Fui negligente y lo seré”.
Yanis Tzanetakis
Los coches
No miréis los coches fúnebres
los coches nos prefieren con nuestras almas en rincones oscuros con una muchacha con un muchacho nosotros solos
buscan aquella tristeza
y si nos encontramos alguna noche acuchillados toman la pendiente
y ni siquiera dan
al hombre ya los buenos días.
Pandelís Bukalas
[Humo mis días]
Pero qué creen los no fumadores. / Cómo se corta tan fácilmente lo perdido
¿Quizás hipótesis de dedos y de costumbre? / ¿Cómo señalas con línea roja Un cigarro / Lo rodeas / Y limpias
Prohíbes excluyes destierras?
¿Dicen que fumamos hierba o papel? / Fumamos palabras. Cuantas nos fueron dadas íntegras para que hagan fiestas
Y cuantas permanecieron descoloridas. / E historias. / Tres, cinco historias Que conforman un hombre. / Besos y palabras. / Compañías risas anécdotas Canciones lamentos fúnebres / Vino y hollejo /Venenos
Recuerdos arrodillados / Calles cortadas / Sueños sedientos Sueños derrotados / Rostros que no se vuelven
El temblor del primer roce El miedo del último.
Dimitris Juliarakis
La caja negra
Quién encontrará la caja negra de nuestras vidas entre tristes despojos humeantes
quién los llevará cuidadosamente y después quién se inclinará sobre ellos entristecido para analizar las causas de la tragedia
Y si sucediera qué utilidad tendría porque fue ya lo que tuvo que ser puesto que pálidos en nuestra juventud
damos vueltas por el empedrado destrozado y ni siquiera conocemos ya a nadie
ni buscamos ya nada.
Mejor será que no se encuentre la caja negra de nuestras vidas,
mejor que se pudra perdida en los campos y que se extienda sobre ella la hierba muda hasta que la cubre por completo
y sólo quede una hinchazón en la tierra.
Yorgos Kozías
La partida
El crupier dio las cartas. La dama apareció a la izquierda, el as a la derecha. “¡Gana mi as!”, dijo el jugador.
“Su dama ha perdido”, respondió el crupier.
Corta, reparte cartas marcadas. Tres, as, siete. Números satánicos, insólitos lo atormentan en sus sueños. El 1
día sin pan, el dos ojo enigmático,
pelo cortado en la peluquería el 3, cárcel
triangular el cuatro, el 5 esfinge, comerciante el seis, barril vacío, horca el 7, el ocho cadena,
cero con cola el nueve.
En el manicomio Obukof, número 17, me dormí y soñé con la Dama de Pica.
Iró Nikopulu
Los gatos
Los gatos absorben nuestra tristeza bajo las almohadas
y sillones
con sus ojos eléctricos ordenan las corrientes de las habitaciones
Cuando se sacuden de silla en silla
sintonizan la presión de la sangre y del aire
Cuando hierve en nosotros el llanto cogen el pesado gorgoteo
así se evapora nuestra ira
en sus aterciopeladas caricias
El silencio les deja espacio
la indiferencia les provoca deseo Miran siempre desconfiados
a las visitas especialmente cuando les sonreímos
Defienden la casa mejor que todos Y nos toleran porque nos aman.
Ilias Layios
Dio a la hora del lobo
Este poema es Dio, comenzando por la base de Dio.
En este poema, Dio es la brutal hija de un lobo que aúlla.
Hija mía, te agradezco que me dieras tanto del gran resplandor. En otro poema, Dio fragmentaba la luz como un lobito.
Lobito, entonces. Así lo dije en otro poema (¿jamás lo escribí por algo? En vano).
Alguien, si yo lo tomara en serio, recordaría la fundación de Roma.
¿Dónde encontrar dinero para alimentar gemelos?
Remo, Rómulo, el lobito aúlla,
no tengo sangre y alma, no tengo rostro, no puede sacar nada de mí sino
un elemento de lágrima salada.
Mi señora loba corre buscando la perdición,
en el suelo perdición, más perdición, mía o tuya, indiferente para nosotros.
Stratís Pasjalis
Sin
En donde no existe drama Sino arcilla y aire únicamente Alas y ruidos de buen augurio
Papeles de blancura y banderas púrpuras No de asesinato o envidia
Sino de temor no nacido En donde las olas
Se independizaron de la lengua Los árboles de los poemas
En donde el código Limita graciosamente Y lo no escrito conoce El sentido del todo
En donde todo se vuelve sin Porque habla lo no dicho La mano de la muerte Jamás triunfa
Trauma definitivo
Vasilis Laliotis
Qué dijo Antinoo
Sólo tengo sentimientos por las piedras.
No tengo más amigos que mis cuatro paredes.
No tengo más sueños
que el corte de la memoria en mi cuerpo.
No tengo más luz
que la herida del sol en mi entrañas.
Es tiempo, entonces, de bajar al ágora para vender mi máscara nueva.
Así hablaba
Antinoo la última noche.
Sin embargo, nadie lo encontró en el ágora por la mañana.
Muchos siglos después (para su propia época)
ocupó también un sitio en el museo.
Vangelis Tasiópulos
Fedra
Hunde sus arrugas en le mercería subterránea. Su flácido cuerpo respira con violencia. Tiene una costumbre: ridiculiza a ambulantes y a muertos. Por amor, comentaron una vez los clientes regulares y, a partir de ahí, se olvidó el asunto. Hoy, mañana, quién sabe, -siempre lo tiene en el pensamiento- per- derá la llave y, suplicante, caerá en la ira de Epaminondas. El fraude la hará mayor de edad. Allí, en las islas limítrofes se entregará a desenfrenos por si consigue el resultado deseado. Aunque sea con la so- lemnidad que impone el instante, estando desnuda y viendo las estrellas fugaces, cuando transcurren poquísimos prodigios. Muchossonlosañosdelhermoso. Faltaban por completo las razones de esa ce- sión, sin embargo, otro era el amor, otra, la plegaria. Estaba legislada la diferencia en la tienda de re- puestos y cualesquiera desgastes desagradables. Por eso, Fedra se trastornó, viste linos ligerísimos y deja la llave como grano agudo en la mesa de la taberna. Retuerce pesadamente agosteño algodón y pide utzo.Háblame sobre tus propias costumbres, héroe, ahora que la luna tarda y mis muertos están en una línea recta in- terminable. Sus palabras no tuvieron respuesta: cuerpos relucientes, mitologizaciones y huellas de desen- frenos. Por las noches, siempre enciende el candil y cae desnuda en el letargo. En su húmedo subterrá- neo se resume lo que existe.
Yorgos Blanas
La vida nada como ballena desprevenida antes de la matanza
El amor alimenta la vida, la muerte penetra el amor.
Los deseos arrastran su ciego corazón a un lugar ciego, aumentando las sombras del tiempo, chillando una lengua cosechada
por la despiadada velocidad de la pasión. Arriba, oscuridad muda:
la carne del cetáceo, turbia,
y más arriba, en lo alto, la calma tendida al sol como gata preñada en las escaleras del Paraíso.
Stamatis Fifis
Nihilismo latente
Insoportable el futuro alineado cíclicamente dirían enrollado como serpiente,
no se embotelló como una avenida,
sin embargo he ahí que no hay sitio para detenerse. El mundo ríe conmigo y se burla.
¿Cómo resistir?
Una dosis de presa social, seducción instantánea.
Sonora “franja”
en el cuerpo señalado, y tú parándote
entre blancas visiones.
No faltan los acusados,
se transforman en acusadores. Ningún amigo,
ningún amor, ninguna presencia.
Andonis Skiathas
EL DERECHO DEL SENADO
A΄
Durante bastantes años
el senado da forma a los enemigos determina el ejército
viste los cuerpos con los colores de la naturaleza les regala la muerte.
Gesticula sobre la vida en mapas de los ecólogos,
politiquea sobre el mañana destruyendo el hoy.
El senado investiga huellas de muertos determinando a los adversarios
gana las batallas una tras otra
domina la montaña
conquista los lugares sagrados.
Durante bastantes años
el senado proyecta colonizaciones en la montaña,
aunque desconoce la montaña.
Kostas Rizakis
De nombre Sebastián
Preparado para las flechas porque la vida sostiene el martirio púrpura
Sus miembros clavan el cielo y lo apuntalan y no es pobre en la tierra
del arte que lo respeta como
nadie esculpe su belleza en el nombre desnudo sumiso, manos atadas, ojos avanza a la perdición y ni siquiera piensa
que mañana despertará santo humos entonarán la escena
y del aroma del que mana la respiración florecen hienas, florecen abejas
salvajes y salvajes anémonas los hombres lo que les dijo lo suspendieron con palabras en imágenes, en la columna que sostiene
su humilde muerte
En las flechas que lo acompañan en vida está prisionero el púrpura martirio.
Thanasis Jatzópulos
Sin título
Y como las cosas diarias
Cuando llega el momentohaciendo señas Pasan al poema
Entusiásticamente a través de las palabras
Así, en mis brazos, la cuerda más preciada Se tensa al hablar la más terrena
La más humana De las lenguas
Tu cuerpo teje el hilo a mi alrededor Y yo lo destejo
Y cuento el mito De su vida
En una canción
Cloe Kutsubeli
Helena
Buscas ininterrumpidamente a la hermosa Helena, perdida en la niebla de lo antiguo,
pálida y hermosa, con cabellos sueltos, dedos lirios,
y alta compostura,
llena de pasión por casarse con el hermoso Paris, por darse, por alegrarse,
cada vez tu Helena
consigue otro rostro, otro cuerpo, otra gracia, pero tú vives únicamente para ella
enamorado para siempre, con el jamás del tiempo, y sin embargo atrás, en siglos lejanos,
atrás del mismo tiempo
y más allá de los hombres, en una Troya lejana
con murallas abatidas
y cuerpos ensangrentados de jóvenes valientes, una muchacha llora en una arena solitaria
no es hermosa, no es fea, es tan sólo Helena,
que llora sola
por los hombres que amó y perdió.
Notas biográficas
C. P. Kavafis
Nació en 1863 y murió en 1933, el mismo día de su nacimiento (29 de abril), en Alejandría, en cuya ciudad vivió la mayor parte de su vida salvo algunos años de estancia en Inglaterra y en Constantinopla y salvo algunos viajes al extranjero, especialmente a Atenas, antes de su muerte. De familia de comerciantes, quiso dedicarse al periodismo y la política, pero sirvió durante 30 años, hasta 1922, como funcionario de un despacho dependiente del Ministerio de Obras Públicas de Egipto. Aunque publicó regularmente sus poemas, nunca llegó a editarlos en libro, sino en peque- ños cuadernos que él mismo enviaba a sus conocidos y amigos. Los 154 poemas que constituyen el cuerpo selecto de su obra fueron editados en Alejandría en 1935 y, al cuidado filológico de Y. SA- VIDIS, en Atenas en 1963. Sin embargo, Kavafis había sido dado a conocer en Grecia de la mano de Gr. Xenópulos en un artículo de la revista Panathinea de 1903. La poesía de Kavafis gira, a mi en- tender, sobre tres ejes principales: su homoerotismo, su prosaísmo (ausencia de elementos líricos) y su ocultamiento político detrás de los personajes paradigmáticos de la antigüedad, especialmente helenística. Sin ánimo de anotar aquí una bibliografía exhaustiva sobre el poeta, conviene decir que, en castellano, contamos con las traducciones y estudios siguientes: Veinticinco poemas, versión de
E. VIDAL y J. A. VALENTE (Málaga 1964); Poemas eróticos, L. SANTANA (Las Palmas 1970); Vein- ticinco poemas de Kavafis, J. FERRATÉ (Barcelona 1971); 75 poemas, L. SANTANA (Madrid 1973); Poesías completas, J. M. ÁLVAREZ (Madrid 1976); Cien poemas, F. RIVERA (Caracas 1978); 65 poemas recuperados, J. M. ÁLVAREZ (Madrid 1979); Poemas completos, C. CANTÚ y F. J. FÉREZ KURI (México 1979); Constantino Cavafis, L. DE CAÑIGRAL (Madrid 1981); Poesía completa, P. BÁDENAS DE LA PEÑA (Madrid 1982); Toda su poesía, M. CASTILLO DIDIER (Caracas 1983); Obra escogida, A. MANZANO (Barcelona 1984); Obra poética completa, A. SILVÁN (Madrid 1991); Poemas, R. IRIGOYEN (Barcelona 1994).
Entre los artículos dedicados en español a Kavafis: P. BÁDENAS DE LA PEÑA, “Poemas bizan- tinos de Cavafis”, Erytheia 1 (1982) 3-13, “Presentación de nuevos textos poéticos de Cavafis”, Erytheia 5 (1984) 39-51; M. CASTILLO DIDIER, “Kavafis, el último alejandrino”, Boletín de la Uni- versidad de Chile 71-72 (1964), “Algunos aspectos de la poesía de Kavafis”, Byzantion Nea Hellás 1 (1970) 56, “La fatalidad en Kavafis. Ensayo”, El Zaguán de invierno 2 (México 1976), “Aristas
del mundo poético de Kavafis. Ensayo”, Revista Nacional de Cultura 228 (1976), “Motivos clási- cos y postclásicos en la poesía de Kavafis”, Vetera et Nova 6 (1977), “Kavafis, evocación y destino. Estudio y selección de poemas”, Arte-Imagen (Maracaibo 1978), “Kavafis, decadencia y moral. Ensayo”, Suplemento sábado 94 (1979), “El arte en la poesía de Kavafis”, Revista Nacional de Cul- tura 255 (1984), “La amenaza oculta en la poesía de Kavafis”, Logos Helenikós 2 (1984), “Kavafis, poesía moral”, Kanora 32 (1993); A. TOVAR, “Cavafis y la tradición epigramática”, Erytheia 5 (1984) 23-35.
Apóstolos Melachrinos
Nació en 1880 en Rumanía. Residió en Constantinopla durante algunos años y dirigió la re- vista Zoí. En 1922 se traslada a Atenas y dirigió en la capital la revista O Kyklos. Tradujo buen nú- mero de tragedias clásicas (Hécuba, Electra, La Orestíada, Hipólito, Las bacantes, Ifigenia entre los tauros, Ifigenia en Áulide) y entre sus obras figuran: El camino lleva (1905), Variaciones (1907), Filtro de refranes (1935) y Apolonio (1938). Murió en Atenas en 1952.
Nikos Kazantzakis
Polifacético autor de poesía, teatro, libros de viajes, novelas y traducciones, nació en Iraklio (Creta) en 1883. A los 14 años, tras la sublevación cretense, se refugió con su familia en Naxos. Entre 1902 y 1906, estudió Derecho en Atenas y, desde 1907 hasta 1909, siguió sus estudios en París como alumno de Bergson. Alcanzó la Cátedra de Derecho con su exposición “Nietzsche en la Filosofía del Derecho y el Estado” (1909). Sin ser demasiado entusiasta de los ideales marxistas, participó en Iraklio en actividades comunistas y fue encarcelado. Fue voluntario a la Guerra de los Balcanes en 1912. De 1919 a 1920 se le nombró Director General del Ministerio de Asistencia y prestó ayuda a los griegos del Cáucaso. En 1928 fue subsecretario de Educación y, más tarde, ocu- pó un alto empleo en la UNESCO. Sólo escribió dos libros de poemas Tertsines y la Odisea, poema de tono épico de 33.333 versos escritos en demótico. Desde la revista O Kyklos, que se conserva hoy en la Casa Museo de Juan Ramón Jiménez, en Moguer, tradujo algunos poemas de Juan Ramón Jiménez, Machado y Unamuno. Murió en Alemania en 1957. En castellano pueden leerse, M. CAS- TILLO DIDIER, Odisea (Barcelona 1972) y Los tercetos a España, J.A. MORENO JURADO (Huelva, 1997).
Ánguelos Sikelianós
Nació en 1884 en Levkada, en donde pasó su infancia y adolescencia hasta 1901 en que mar- chó a Atenas para matricularse en la Facultad de Derecho. Ese mismo año participó en el movi- miento teatral vanguardista de C. Christomanos que se conoció por el nombre de Nueva Escena. Al año siguiente, 1902, comenzó a publicar sus poemas en la revista Diónysos. Desde 1902 hasta 1905 publicó un total de 32 poemas en revistas como Numás, Panathenea, etc. Contrajo matrimonio en 1906 con Eva Palmer, mujer de un talento excepcional que serviría al poeta de inmensa ayuda en sus ideales y proyectos futuros. En 1907, durante un viaje a Egipto, escribió su primer gran libro de poemas que tituló, siguiendo a Solomós, Alafroískiotos (El soñador) y que publicaría dos años des- pués, en Atenas, junto a sus Rapsodias de junio. En 1917 escribió su Himno Délfico que anticipaba, de alguna forma, las ideas que pondría en práctica años más tarde.
En efecto, desde 1927 hasta 1930, organizó, con la ayuda inestimable de Eva Palmer que cui- dó de la veracidad de los vestuarios, las Fiestas Délficas. Se llegaron a realizar dos fiestas. El mis- mo poeta se encargó de proclamar sus ideas por toda Grecia mediante artículos, charlas y conferen- cias, en las que intentaba enardecer el espíritu griego para volver a dar a Delfos el esplendor que tuvo en tiempos antiguos. Delfos, como centro del Humanismo, volvió a contar con una serie de representaciones teatrales en la que los hombres de todo el mundo se sintieran unidos en hermandad
y armonía. Se llegaron a representar dos piezas, Prometeo encadenadoy Las suplicantes de Esquilo, pero el matrimonio se arruinó bien pronto y las Fiestas Délficas no tuvieron continuidad.
Al poco tiempo, publicó Epinicios I, dedicados a los hechos nacionales de 1912 y 1913, y Afrodita Uranía. Entre 1915 y 1917 publica una gran obra poética que llevará el título de Prólogo a la vida y que incluye: La conciencia de mi tierra, La conciencia de mi pueblo, La conciencia de la mujer, La conciencia de la fe y La conciencia de la creación personal (escrito posteriormente, en 1943). Entre sus siguientes obras figuran: Madre de Dios (1917-1919), Pascua de los griegos (1918), Palabra délfica(1927), Epinicios II (1940-1941). Entre sus piezas teatrales destacan: Sibila (1940), Dédalo en Creta (1942), Cristo en Roma (1946) y La muerte de Diyenís (1947). El poema incluido en nuestra antología, titulado “Palamás”, fue leído por el propio Sikelianós en el entierro del poeta en 1943. Las obras de Sikelianós se reunieron en tres tomos que llevaban el título general de Vida lírica (Atenas 1946-1947). Con el mismo título aparecieron más tarde sus obras distribui- das en seis tomos, al cuidado de Y. SAVIDIS (Atenas, Íkaros, 1965). Sikelianós murió en Atenas en 1951. En castellano contamos con los trabajos de R. IRIGOYEN, “El ditirambo de la rosa. Seis poe- mas de...”, Calle Mayor 1 (1985) 128-140 y de P. MATEO, monográfico de Arrecife 21-22 (Murcia 1988).
KostasVárnalis
Nació en Bulgaria en 1884 y fue Doctor en Filosofía por la Universidad de Atenas. Se dedicó a la docencia y en 1918 obtuvo una beca para continuar sus estudios en la Sorbona, en donde adop- tó las teorías marxistas por las que el Estado griego le retiró su calidad de funcionario. Desde en- tonces se dedicó al periodismo. Entre sus obras poéticas figuran: Panales (1905), La luz que arde (Alejandría 1922) y Esclavos sitiados (1927). Sus obras se recogieron en el tomo Creaciones poéti- cas (Atenas 1956). Desempeñó una notable actividad como crítico y articulista. Murió en Atenas en 1974.
Myrtiótisa
Seudónimo literario de TheonisDrakopulu, nació en Constantinopla en 1885 y marchó a Ate- nas para estudiar Arte Dramático. Trabajó como actriz, durante un tiempo, en el movimiento teatral de Cristomanos, La Nueva Escena y fue profesora de declamación en el Odeón de Atenas. Fue lla- mada “la nueva Safo” y galardonada con el Premio Nacional en 1940. Entre sus obras figuran: Canciones (1919), Llamas amarillas (1925), Regalos del amor (1933) y Gritos (1939). Murió en Atenas en 1968.
Romos Filiras
Seudónimo literario de IoanisIkonomópulos, nació en Corinto en 1889 y estudió Derecho en Atenas. Publicó sus primeros poemas en revistas como Diáplasi ton pedon, Numás,Akritas y To tritomati(la más vanguardista de todas ellas). Entre sus obras figuran: Rosas en la espuma, Regre- sos (1919), Clepsidra (1921), Pierrot (1922) y Sacrificio (1923). Enfermo de sífilis, se volvió loco y, tras quince años en un hospital, murió en Atenas en 1942.
Kostas Uranis
Seudónimo literario de KostasNéarchos, nació en 1890 en Leonidio y murió en Atenas en 1953. Estudió Ciencias Políticas en Constantinopla, Ginebra y París, y entró a trabajar en el Cuerpo Diplomático. Durante un tiempo, fue director de la revista Elévtheros logos. Entre sus obras desta- can: Como un sueño (1917), Spleen (1912) y Nostalgias (1920). Sus obras se reunieron en un tomo con el título de Poemas (Atenas 1953). En castellano puede leerse R. BERMEJO LÓPEZ-MUÑIZ “Cas- tilla en Sol y Sombra de Costas Uranis”, Erytheia 10.1 (1989) 173-177.
Napoleón Lapathiotis
Nació en Atenas en 1893 y estudió la carrera de Derecho para terminar dedicándose a la mú- sica y a la poesía. Colaboró en revistas como Numás, Panathenea, Anemoni y en periódicos, como Ethnos, Elévtherovima y IkonografimeniEllás. Sólo dejó una selección de sus poemas bajo el título Poemas (Atenas 1936). Con el mismo título volvieron a aparecer bastante más tarde, al cuidado de Aris Dikteos (Atenas 1964). Se suicidó en enero de 1944 en Atenas.
T. K. Papatsonis
Nació en 1895 en Atenas y estudió Derecho en la capital griega y en Ginebra. Trabajó en el Ministerio de Economía y representó a Grecia en diferentes encuentros internacionales. El mismo poeta reunió su obra en dos tomos, Selección (Atenas 1962), que incluían La piedra (1919), Poe- mas (1934), Ursa Minor (1944) y otros títulos. Murió en 1976.
Kostas Kariotakis
Nació en Trípolis en 1896 y residió, de pequeño, en Levkada, Argostoli, Lárisa, Patras, Ka- lamata y Atenas, por los continuos desplazamientos de su padre en calidad de funcionario público. Empezó a escribir poemas a los 16 años y realizó su primera aparición en la revista Parnasós. Tuvo relaciones sentimentales con Ana Skordyli, pero, cuando era estudiante de Derecho en Atenas, supo que la joven había contraído matrimonio. Siguieron manteniendo, sin embargo, una comunicación especial que jugó un gran papel en la vida del poeta. En 1919, publica su libro de poemas El dolor del hombre y de las cosas, mientras dirige con su amigo AyisLevendis la revista satírica I Gamba, que sería prohibida por la policía. En 1920, obtiene el segundo Premio de Poesía Filadelfia con Canciones de la patria, algunos de cuyos poemas incluirá el año siguiente en su libro Nipenthí. Conoce, entonces, a María Poliduri con quien le unirá una entrañable amistad y una mutua influen- cia poética. En 1927 publica su último libro, Elegía y sátiras, pero la vida se le hace insoportable en su destino como funcionario en Préveza. La noche del 20 de julio de 1928 intenta suicidarse en el mar sin éxito. Lo consiguió, sin embargo, el día siguiente con una pistola. Kariotakis es el maestro indiscutible de la Generación de los años 20. La influencia de su obra, marcada por el desencanto ante la existencia y por la mediocridad de la vida urbana, creció desorbitadamente tras su suicidio en Préveza. A mi modo de ver, el poeta fue fiel reflejo del ambiente intelectual y social del momen- to, destrozado por el desencanto de la pérdida del Asia Menor en 1922 y, muy especialmente, de la Gran Idea, es decir, de la esperanzada énosis (unión) de todos los territorios históricos bajo una sola nacionalidad griega. En una nota escrita antes de su suicidio expresó claramente su intención: "Mi gran defecto ha sido tener una curiosidad desenfrenada, una imaginación morbosa, intentar conocer todas las emociones sin probar ni experimentar gran número de ellas. Todo lo real me es repugnan- te. Pago por todos los que, como yo, no han encontrado un ideal para su vida, y que consideran toda su existencia como un juego sin sustancia". De todas formas, Kariotakis fue imitado hasta la sa- ciedad y sus seguidores fueron agrupados de forma indefinida en un movimiento denominado Ka- riotakismo. Contra el espíritu de desaliento de todos estos poetas, más que contra el mismoKa- riotakis, reaccionaron algunos miembros de la Generación de 1930.
Yanis Skarimbas
Nació en 1897 en Santa Euthymía (Fócide) y pasó algunos cursos en la Facultad de Filosofía de Atenas, aunque terminó por abandonar los estudios para dedicarse a la literatura. Finalmente, fue funcionario de Aduanas. Se dedicó preferentemente a la narración, aunque llegó a publicar dos li- bros de poemas, Ulalum (1932) y Egoísmos (1952). Murió en Calcis en 1954.
Telos Agras
Seudónimo literario de Evánguelos Ioanis, nació en Kalamata en 1899. Estudió Derecho y fue funcionario de los Ministerios de Cultura y de Turismo. Comenzó a publicar sus textos en 1911 en la revista Diáplasi ton pedon. Entre sus obras figuran: Las bucólicas y los encomios (1934) en don- de se recogen sus poemas de 1917 hasta 1924; Diariamente (1940), con poemas escritos entre 1924 y 1940. Más tarde, K. STERYÓPULOS recogió el resto de su obra en Rosas de un día. Poemas de Te- los Agras (Atenas 1965-66). Realizó una obra crítica verdaderamente importante, especialmente en Nea Estía, y murió en Atenas el mes de noviembre de 1944 a consecuencia de las heridas provoca- das por una bala perdida.
I. M. Panayiotópulos
Nació en Etolikó en 1901. Estudió en la facultad de Filología de Atenas y se dedicó, a partir de 1923, a la Enseñanza Media para ocupar, más tarde, diferentes cargos de responsabilidad nacio- nal. Además de sus novelas, narraciones y críticas, escribió algunos libros de poemas, entre los que figuran El libro de Miranda (1924), Proyectos líricos (1933), Alcíone(1949) y Elcírculo del zodía- co (1952). Murió en 1982.
María Poliduri
Nació en 1902 en Kalamata y, aunque estudió en Atenas dos cursos de Derecho, su amistad con Kariotakis cambió su vida esencialmente. Incluso llegó a hablarse del “trágico idilio de dos agonizantes”. Perseguida por el mismo espíritu melancólico y desanimado de Kariotakis, se marchó a París en 1927 para cambiar su situación. Por lo demás, tuvo la intención de abrir una casa de mo- das. Sin embargo, en 1928, regresa a Atenas y, muy pronto, contrajo la tuberculosis. Kariotakis la visitó en el hospital antes de hacer su viaje definitivo a Préveza. Murió el 29 de abril de 1930. Entre sus obras figuran: Gorjeos que se apagan (1929) y Eco en el caos (1930). Sus Obras completas fueron publicadas con prólogo de L. ZOGRAFU (Atenas 1961).
César Enmanuel
Nació en Atenas en 1902, estudió Filología y ejerció su profesión de docente en colegios pri- vados. Fue poeta simbolista y traductor. Entre sus libros figuran: La flauta discordante (1928), Do- ce máscaras sombrías (1930), La dinastía de las Quimeras (1940) y Stillaesanguinis (1952). Murió en Atenas en 1970. Para la lectura en castellano de algunos de sus poemas, véase M. GONZÁLEZ RINCÓN, “César Enmanuel”, Erytheia, 7, año I (1986) 141-155. Murió en 1970.
Nikos Papás
Nació en Tríkala en 1906 y ejerció en la misma ciudad, durante algunos años, su profesión de abogado. Sus primeros poemas aparecieron en la famosa revista, y de larga trayectoria, Nea Estía en 1928. Durante 1931, metido en empresas editoriales, dirigió su propia revista Eparchía y publicó su libro de poemas Vanas palabras. Publicó crítica literaria y ensayos estéticos en el periódico Ka- themeriní desde 1935 hasta 1940. Entre sus obras destacamos: La sangre de los inocentes (1945), Noche de cuatro años (1946), Los cuentos del sonámbulo (1948), El diario de un bárbaro (1956), Los ángeles prisioneros (1958) y Monolito sin grietas (1961). Murió en Atenas en 1997.
Rita Bumi-Papá
Nació en Syra en 1906 y se marchó con su hermano a Italia en 1920. Regresó a Grecia en 1928 tras realizar estudios de Filología Italiana y Francesa. En 1930, en su ciudad natal dirigió la revista Cícladas y, en 1930, se instaló en Atenas. Publicó sus poemas en las revistas de la época y, al paso del tiempo, se propuso escribir una “poesía para el pueblo”. Entre sus obras destacan: Can- ciones del amor (1930), Las pulsaciones de mi silencio (1935), Atenas (1945), Hierba nueva (1949), La rosa de la Purificación (1960) y Brillante otoño (1961). Murió en 1984.
Pandelís Prevelakis
Nació en Réthymnos (Creta) en 1909 y se licenció en las Universidades de Atenas y París en Estética e Historia del Arte. Fue doctor en Filosofía por la Universidad de Tesalónica. Desempeñó, durante cuatro años, la dirección de la sección de Bellas Artes en el Ministerio de Educación y, desde 1939, fue profesor numerario de Historia del Arte en la Escuela Superior de Bellas Artes. Escribió tratados estéticos (El Greco en Roma, ElRenacimiento italiano), novelas (Crónica de una ciudad, El sol de la muerte, La cabeza dela medusa) y, entre sus escasos libros de poemas, figuran Poesía desnuda (1939) y La más desnuda poesía (1941).Murió en Atenas en 1986.
Melisanthi
Seudónimo literario de IviKuyia-Skandalaki, nació en Atenas en 1910 y estudió Filología francesa y alemana. Durante un tiempo, trabajó como periodista y como profesora de francés en escuelas privadas. Desde 1945 hasta 1955 fue colaboradora de la Radio Nacional griega. Entre sus obras figuran: Voces del insecto (1930), Profecías (1931), Zarza ardiendo (1935), El regreso del pródigo (1936), Hosanna y visiones (1939), Confesión lírica (1945), La época del sueño y del des- velo (1950), Forma humana (1960), El tabique del silencio (1965). Sus obras están recogidas en Selección 1930-1950 (1965), Los poemas 1930-1974 (1975), Los nuevos poemas 1974-1982
(1982) y Libro del viaje 1930-1984 (1986). Murió en Atenas en 1990.
LA GENERACIÓN DE 1930
Yorgos Seferis
Nació en la ciudad de Esmirna (Asia Menor) el 29 de febrero de 1900. Su padre, SteliosSefe- ríadis, ejerció la abogacía en Esmirna y en París y fue profesor de Derecho Internacional en la Uni- versidad de Atenas. En 1914, Seferis se traslada con su familia a Atenas y, a partir de 1918, estudia en París la carrera de Derecho que terminará en 1924. Ingresa, por las oposiciones de 1926, en el Ministerio de Asuntos Exteriores y pertenecerá desde entonces al Cuerpo Diplomático. Ejerció di- ferentes cargos en las Embajadas de Londres, Korçë (Albania), Johannesburgo, Oriente Medio, hasta ser nombrado Cónsul de la Embajada en Londres en 1957.
Con la invasión alemana, Seferis sigue el Gobierno griego en el exilio por Egipto, Oriente Medio e Italia para regresar a Atenas en 1945, en donde desempeñó el cargo de Director del Gabi- nete Político del Regente Damaskinos hasta 1846. Como defensor de los derechos de Chipre, parti- cipará en los debates de la O.N.U. en 1957 y se retira del servicio activo en 1962. En 1963, se le concede el Premio Nobel de Literatura. Fue nombrado Doctor Honoris Causa por las Universidades de Cambridge, Oxford y Tesalónica. Miembro de Honor de la Universidad de Princeton, rechazó una cátedra en la Universidad de Harvard como muestra de solidaridad con el pueblo griego, some-
tido al llamado Régimen de los Coroneles, al que se opuso públicamente en un manifiesto apareci- do en toda la prensa griega. Murió en 1971 y miles de personas acompañaron sus restos hasta el Primer Cementerio de Atenas, mientras entonaban uno de sus poemas musicados por MikisTheodo- rakis, “Negación”.Entre sus obras figuran: Strofí (Atenas, 1931); La Cisterna (Atenas, 1932); Mythistórima (Atenas, 1935); Cuaderno de ejercicios (Atenas, 1940); Diario de a bordo (Atenas, 1940); Diario de a bordo II (Atenas, 1945); El Tordo (Atenas, 1945); Poemas, que comprende todos los libros publicados por Seferis hasta el momento (Atenas, 19728); Cuaderno de ejercicios II (Atenas, 1976). En castellano puede leerse en: Poetas griegos del siglo XX, con traducción de M. CASTILLO DIDIER (Caracas 1981); Mithistórima y otros poemas, con traducciones de J. ALSINA, M. FERNÁNDEZ GALIANO, J. GARCÍA TERRÉS, R. IRIGOYEN, C. MIRALLES, G. NÚÑEZ, E. PACCIOTI y A.
TOVAR (Barcelona 1983); Yorgos Seferis. Poesía completa, con traducción DE P. BÁDENAS DE LA PEÑA (Madrid 1986); Yorgos Seferis, con estudio y traducción de J. A. MORENO JURADO (Madrid 1987) y Diálogo sobre la poesía y otros ensayos, con prólogo, traducción y notas de J. A. MORENO JURADO (Madrid 1989); Seferis íntegro, MIGUEL CASTILLO DIDIER (Santiago, 2016).
Anastasio Drivas
Nació en Molai en el año 1900, colaboró de forma asidua en las revistas ElinikáGrámmata, Símera, Nea Estía, Ta Nea Grámmata y escribió crítica para el periódico Kathemeriní. En 1931, publicó sus Pequeñas Elegías y, a partir del año 1936, comenzó una serie de composiciones con el mismo título, Un haz de rayos de luz en el agua, editadas siempre en Ta Nea Grámmata, durante los años 1936, 1937, 1938 y 1939. Murió bastante joven en 1942.
Andreas Embirikos
Primer hijo del gran armador griego Leónidas Embirikos, nació en 1901, en Rumanía, y per- maneció durante muchos años en distintos países europeos estudiando Psicoanálisis e investigando en las obras y el pensamiento de Freud. En 1924, se inició en el movimiento surrealista y fue el primer introductor en Grecia del movimiento francés, con una conferencia y una exposición de pin- tura surrealista en Atenas en 1935. La publicación, el mismo año, de su primer libro, Altos Hornos, supuso un gran escándalo en los medios literarios del país. Sirvió durante dos meses en el frente de Albania, en 1941, y, en 1944, fue hecho prisionero por los alemanes.Obra: Altos Hornos (Atenas 1935), aparecido más tarde en Ed. Galaxía, 1962; en Ed. Plía, 1974 y en Ed. Agras, 1980; Tierra adentro (Atenas 1945); Escritos o Mitología personal (Atenas 1960); La Calle (Tesalónica 1975); Oktana (Atenas 1980).
Y. Th. Vafópulos
Nació en Yugoslavia en 1903 en el seno de una familia de profesores y literatos. Creció y vi- vió en la ciudad de Tesalónica. A partir de 1923, se traslada a Atenas, pero regresará de- finitivamente a Tesalónica para trabajar, primero, como periodista y, más tarde, como director de la Biblioteca Públicadesde 1939 hasta 1963. Antes de su muerte, ocurrida en el año 1975, había publi- cado ininterrumpidamente libros de poemas, prosa y teatro. Se le concedió el Premio de la Ciudad de Tesalónica en 1963, por el conjunto de su obra, y el Premio Nacional de Poesía en 1968 por Mo- ribundias y sátiras. Obras: Las rosas de Myrtalis (1931); Regalos (1938); El regalo y los cantos de la resurrección (1948); El suelo (1951); La gran noche y la ventana (1959); Moribundias y sátiras (1966); Lo poético (1970): Nuevos ejercicios satíricos (1975) y Lo que sigue (1972).
D. I. Andoníu
De familia de navegantes, Andoníu nació en Mozambique en 1906, pero se traslada a Atenas en 1912 para terminar sus primeros estudios. En 1928, embarcó por primera vez en líneas mercan-
tes como suboficial y, más tarde, sería capitán en las líneas regulares del Egeo. Su barco, el “Klíos”, fue hundido por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía por su libro Haikus y Tangas (Atenas 1981). Murió en 1991. Obras: Siete poemas, en Ta Nea Grámmata, año II, nº 11, noviembre de 1936; Diez poemas, en Ta Nea Grámmata, año III, nº 8-10, octubre de 1937; Catorce Haikus, en Ta Nea Grámmata, Atenas, 1938; Indias (Atenas 1967). En nuestro texto hemos traducido la primera versión de esta obra, aparecida en Ta Nea Grámmata, año V, nº 7-12, julio-diciembre de 1939. Todas las referencias a Ta Nea Grámmata contenidas en este libro se refieren a la edición facsimilar de la revista publicada en Atenas en 1977.
Aléxandros Baras
Nació en Constantinopla en 1906 y trabajó en el Consulado general de la misma ciudad. Tra- dujo a algunos poetas turcos y franceses. Su obra completa, con el título de Compilación, fue publi- cada por la Editorial Kedros, Atenas, 1983. Todos los libros poéticos de Baras, cinco en su totali- dad, llevaron siempre el título de Composiciones y aparecieron en 1933, 1938, 1953, 1973 y 1984. Murió en Atenas en 1990.
Nikólaos Kalas
Pseudónimo literario de Nikos Kalamaris, nació en el seno de una familia acomodada en la ciudad de Lausana en 1907, aunque creció en Atenas, en donde estudió Derecho desde 1923 hasta 1927. Perteneció al “Grupo de Educación” y a la “Compañía Estudiantil” de la que formaban parte Yorgos Theotokás, uno de los grandes prosistas de la Generación, e IlíasTsirimokos. Colaboró en muchas revistas de la época con los pseudónimos de M. Spieros, NikolaosKalas y Nikitas Randos. En 1938, se instala en París y, en 1939, atravesando las fronteras españolas, llegará a Lisboa, en donde residirá hasta 1940 y quemará todos sus escritos originales. Desde entonces, vivirá y trabaja- rá en Nueva York. Se instala en París y, en 1939, atravesando las fronteras españolas, llegará a Lis- boa, en donde residirá hasta 1940 y quemará todos sus escritos originales. Desde entonces, vivirá y trabajará en Nueva York. Su obra poética, desde 1936 a 1966, se publicó en la Editorial Íkaros, Atenas, 1977, bajo el título de Calle deNikitas Randos, con un prólogo de Odysseas Elytis. El vo- lumen contiene: Cuadernos (1833-1936), Calle de Nikitas Randos (1945-1977) y Chanzas y Once y dos poemas, sus últimas composiciones escritas. Murió en Nueva York en 1988.
Yorgos Sarantaris
Nació en Constantinopla en 1906. Desde 1911 hasta 1931, en que se instala definitivamente en Atenas, Sarandaris vive en Italia y realizó estudios de Derecho, Filología y Arte en las Universi- dades de Bolognia y Mazzerata. Influido por las formas italianas, tradujo a Ungaretti y escribió poemas en italiano y en francés, hasta dedicarse por entero a la lengua griega. Se convirtió muy pronto en el centro indiscutible de los círculos jóvenes poéticos de la época. Sarandaris fue el pri- mero en descubrir la capacidad poética de algunos jóvenes, especialmente de Odysseas Elytis, y perteneció, como fundador, al grupo que se aglutinó en torno a la revista Ta Nea Grámmata, en la que realizó su primera incursión poética. Combatió en las primeras líneas del frente de Albania con- tra los italianos en 1940. Contrajo el tifus en la vanguardia y, después de ser trasladado a Atenas, murió en 1941. Toda su obra poética se publicó en Atenas en 1961. Se incluyen allí Los amores del tiempo (1933), Uranía (1934), Estrellas y Cartas a una mujer (1936), A los amigos de la otra ale- gría (1940).
Yanis Ritsos
Nació en 1909 en Monembasiá (región de Laconia), en donde vivió sus primeros años entre dificultades y desgracias familiares. Enfermo de tuberculosis a los 17 años, ingresa en diversos sa-
natorios desde 1927 a 1931. Sus ideales marxistas le llevaron a oponerse a la dictadura de Metaxás (1936), a la ocupación alemana, a los fascismos de la guerra civil y, más tarde, al Régimen de los Coroneles (1967-1974). Su obra, verdaderamente copiosa, se suele dividir en cinco etapas: a) fase de una temprana combatividad (1930-1936); b) fase de una combatividad madura (1936-1943); c) fase de la acción combativa (1943-1956); d) fase del diálogo con las cosas (1956-1960); e) fase de familiaridad con el destino (1960-1972). A todas estas etapas sería necesario añadir el último perío- do de su actividad creadora hasta el momento de su muerte en 1990. En 1956, se le concedió el Premio Nacional de Poesía por su libro Sonata al claro de luna. En 1975 se le nombró Doctor Ho- noris Causa de la Universidad de Tesalónica y, en 1977, obtuvo el Premio Lenin. Sufrió los tormen- tos de diversos campos de concentración y, más tarde, pasó gran parte de su vida en la isla de Sa- mos. Toda su obra está prácticamente editada por la editorial Kedros de Atenas, pero resulta mate- rialmente imposible incluirla en estas notas. Sólo dejamos constancia de sus libros más representa- tivos. Murió en Atenas en 1990.
Obra: Tractor (1934); Pirámides (1935); Epitafio (1936); La canción de mi hermana (1937); Sinfo- nía primaveral (1937); Marcha del océano (1940); Vieja mazurca al ritmo de la lluvia (1943); Tras la última frontera (1943); La Señora de las viñas (1954); Forma de la ausencia (1957); Tes- timonios I (1963); Testimonios II (1964); Ensayo general (1964); Piedras, Repeticiones, Rejas (1972); Dieciocho cantos dísticos de la patria amarga (1973); El ascensorista (1975); Sonata al claro de luna (1975). En castellano, sus poemas pueden leerse en YannisRitsos.Antología 1936- 1971, con traducción de D. PAPAGEORGÍU (Barcelona 1979) y en Grecidad y otros poemas, con traducción de HELINIPERDIKIDI, prólogo de M. FERNÁNDEZ GALIANO y grabados de D. PERDIKIDIS (Madrid 1979). Le dedicó un monográfico la revista Pio kontástinEllada 7 (Madrid 1991), con tra- bajos esenciales de P. STAVRIANOPULU, “Vida y obra de YannisRitsos (1909-1990)”, ibidem 17-26, y “El diacronismo histórico en la Romiosini de Ritsos”, ibidem 104-118.
Nikos Engónopulos
Nació en Atenas en 1910. Estudió pintura en la Escuela Superior de Bellas Artes de Atenas, bajo el pintor KostasPartzenis. Fue profesor de pintura y comenzó sus actividades literarias en la revista O Kyklos (El Círculo), dirigida por Melachrinós. Su adscripción al movimiento surrealista, tanto en sus actividades literarias como pictóricas, le atrajo la incomprensión de Melachrinós con quien rompió definitivamente sus relaciones. Es, junto a Embirikos, Gatsos y Elytis (éste en menor medida), el más puro de los surrealistas griegos. Murió en Atenas en 1984. En castellano puede leerse su Bolívar. Un poema griego, M. CASTILLO DIDIER (Caracas 1983, 19882). Algunos de sus poemas han aparecido recientemente, con traducción de J. A. MORENO JURADO, en Nueve maneras de mirar el cielo (Málaga 1996) 8-17.Obra: Prohibido hablar con el conductor (Atenas 1938; Los clavicordios del silencio (Atenas 1939); Bolívar (Atenas 1944); El regreso de las aves (Atenas 1946); Eleusis (Atenas 1948); El Atlántico, en la Revista Anglohelénica, 1954; En la florida lengua griega (Atenas 1957).
Nikos Kavadías
Nació en 1910 en Manchuria y pasó su infancia en El Pireo. Dedicado a la profesión náutica, sirvió en mercantes oceánicos y en líneas turísticas regulares por el Mediterráneo. Murió en Atenas en 1974. Su obra, muy escasa pero bastante leída en su tiempo, se desarrolla siempre a través de temas marinos y de viajes a lejanos países.
Obra: Marabú (1933), nueva edición de Ed. Kedros en 1975; Niebla (Atenas 1947); Travesía
(Atenas 1975).
Nikiforos Vretakos
Nació en 1911 en Krokeés (región de Laconia). Trabajó como periodista y publicó sus pr-
imeros poemas en 1929 con el título de Bajo las sombras y las luces. Fue galardonado dos veces, en 1940 y 1956, con el Premio Nacional de Poesía. Hombre de izquierda, Vretakos se muestra siempre independiente y objetivo y, aunque posee una verdadera disposición combativa, encierra también ciertas inclinaciones de tipo metafísico cristiano. Murió en 1991. Entre sus obras, se deben destacar Bajando al silencio de los siglos, La guerra, El viaje del Arcángel, Imágenes del atardecer, El Tai- geto y el silencio, y Autobiografía.
Odysseas Elytis
Pseudónimo literario de Odysseas Alepudelis, nació en la ciudad de Iraklio, Creta, el 2 de no- viembre de 1911. Hijo de comerciantes, la familia traslada sus fábricas a El Pireo en 1914. Estudia algunos cursos de Derecho en la Universidad de Atenas y sigue lecciones de Filosofía en la Sorbo- na. Aparece en las letras griegas a finales de 1935 en las páginas de Ta Nea Grámmata. Combate contra los italianos en el frente de Albania, pero a causa de una enfermedad que le llevó a las puer- tas de la muerte, es trasladado al hospital de Ioanina y, finalmente, a Atenas. Participó en la exposi- ciones de arte surrealista de la época y se entusiasmó desde entonces con la técnica del collage que nunca abandonaría. Desde 1946 a 1948 colaboró en el periódico Kathemerinícomo crítico de arte. Reside en París durante cinco años (1948-1952), desde donde viaja a Inglaterra, España y otros países, Durante algunos años fue director de programación de la Radio Nacional Griega y Presiden- te del Consejo Administrativo del Teatro Nacional. Tradujo a Jean Giraudux, BertoldBrech, Rim- baud, Lautréamont, Eluard, Juve, Ungaretti, Lorca y Mayakovsky. En 1960 obtiene el Premio Na- cional de Poesía y, en 1979, se le otorga el Premio Nobel de Literatura. Doctor Honoris Causa de diversas Universidades, murió en Atenas el día 18 de marzo de 1996. Obra: Orientaciones (Atenas 1940); El sol primero (Atenas 1943); Canto heroico y fúnebre por el subteniente caído en Albania (Atenas 1962); Axionestí (Atenas 1959); Seis y un remordimientos por el cielo (Atenas 1960); El árbol de la luz y la decimocuarta belleza (Atenas 1971); El Monograma (Atenas 1972); María Ne- feli (Atenas 1978); Tres poemas con bandera de oportunidad (Atenas 1981); Diario de un abril invisible (Atenas 1984); Las elegías de Oxópetra (Atenas 1991); Al occidente de la pena (Atenas 1995). En castellano pueden leerse: "Dos poemas", traducción de J. GARCÍA TERRÉS, Alacena (Mé- xico 1962) 100-103; "Un poema", traducción de J. GARCÍA TERRÉS, Revista de la Universidad de México (1964) 115; "Imagen de la Beocia y Canto heroico (fragmentos)", traducción de J. ALSINA y
C. MIRALLES, La literatura griega medieval y moderna (Barcelona 1966) 221-2; "Breve antología poética de Odiseo Elytis", MIGUEL CASTILLO DIDIER, Boletín de la Universidad de Chile 73 (1967) 53-57; "Doce poemas de Odiseas Elytis", traducción de M. R. GARBERO y V. HATZIGEORGUÍU, Cuadernos Hipanoamericanos 241 (1970) 77-86; Cincuenta poemas de Odyseo Elytis, traducción de L. DE CAÑIGRAL y D. PAPAGEORGÍU (Ciudad Real 1979); "La bondad en el sendero de los lo- bos", traducción de D. PAPAGEORGÍU y G. NÚÑEZ, Nueva Estafeta 13 (1979) 4-13; Poemas de Odysseas Elytis, traducción de J. A. MORENO JURADO (Sevilla 1979); "Elitis, Nobel de literatura", introducción y traducción de R. IRIGOYEN, Ere (1979) 50-55; Poemas, traducción DE M. CASTILLO DIDIER (Estado Miranda 1979); Canto heroico y fúnebre por el subteniente caído en Albania, tra- ducción de P. BÁDENAS, L. DE CAÑIGRAL y D. PAPAGEORGÍU (Ciudad Real 1980); Dignumest, tra- ducción de CRISTIÁN CARANDELL (Barcelona 1980); El sol primero, traducción de J. A. MORENO JURADO (Sevilla 1980); "Siete nocturnos de siete versos", traducción de J. A. MORENO JURADO, Cal 36 (1980) 15 y ss.; "Villa Natacha", traducción de J. A. MORENO JURADO, Peñalabra 37 (1980) 20- 23; Axionestí, traducción de M. CASTILLO DIDIER (Caracas 1981); Antología fundamental, traduc- ción DE M. CASTILLO DIDIER (Barcelona 1981); Odysseas Elytis, estudio y traducción de J. A. MO- RENO JURADO (Madrid 1982); Antología, traducción de A. SILVÁN RODRÍGUEZ (Madrid 1982); Lo digno, traducción de ELENA RUBER (Buenos Aires 1982); Seis y un remordimientos para el cielo, traducción de N. ANGHELIDIS y N. CÓCARO (Buenos Aires-Barcelona 1983); Poemas, traducción de
N. ANGHELIDIS (Buenos Aires 1983); "De Tres poemas con bandera de oportunidad", traducción de J. A. MORENO JURADO, ConDados de Niebla 1 (1984) 1-5; Oda a Picasso, traducción de N. ANGHELIDIS (Buenos Aires 1985); "Diario de un abril nunca visto", traducción de M. GONZÁLEZ
RINCÓN, Alor Novísimo 5 (1986) 16-17; "El Monograma", traducción de G. NÚÑEZ, Cuadernos de la Lechuza 3 (1986) 1-15; María la Nube, traducción de N. ANGHELIDIS y H. CASTILLO (Buenos Aires 1986); Calendario de un abril invisible, traducción de N. ANGHELIDIS (Buenos Aires 1988); Antología general, prólogo, traducción y notas de J. A. MORENO JURADO (Madrid 1989); Crónica de una década, prólogo y traducción de J. A. MORENO JURADO (Córdoba 1989); María Nefeli, tra- ducción y notas de J. A. MORENO JURADO (Madrid 1990); Orientaciones, traducción de R. IRIGO- YEN (Madrid 1966); "Amor y Alma", traducción de J. A. MORENO JURADO, ConDados de Niebla 17-18 (1966) 8-9.
Nikos Gatsos
Nació en Atenas en 1915. Estudia en la Escuela Filosófica de la Universidad de Atenas y co- mienza a publicar sus primeros poemas en las revistas Nea Estía y Ritmo, sin llegar aún a tener con- tactos con la vida literaria de la ciudad. En 1936 conoce aElytis y será desde entonces miembro asiduo de las tertulias literarias de la época, especialmente la del ya desaparecido Café de Lumidis. Gatsos publicó un solo libro de poemas, Amorgós (1943), vinculado estrechamente al surrealismo y a ciertos tonos de la poesía popular griega. Considerado como uno de los mejores libros surrealis- tas, influyó decisivamente en una nómina importante de poetas jóvenes. Con el tiempo, Gatsos pu- blicaría solamente tres poemas: “Elegía" (en la revista Anuarios Filológicos, febrero - marzo de 1946); “El caballero y la muerte" (en la revista Pequeño Cuaderno, enero de 1947) y “Canción del tiempo antiguo" (en el periódico Tachydromos, 2-XI-1963). En adelante se dedicaría exclusivamen- te a componer canciones que serían musicadas por compositores de la talla de Theodorakis y Cha- tzidakis, entre otros. Murió en Atenas en 1992.
Theódoros Dorros
Nombre verdadero o pseudónimo, Dorros es un autor cuya personalidad resulta comple- tamente desconocida para la crítica griega. Se acepta comúnmente que residía entre Nueva York y París, en donde publicó su único libro, En el agrado de la salvación (1930), que pasó bastante desapercibido en su momento. Sus poemas son considerados como un intento, no enteramente con- seguido, de abrir en Grecia nuevos caminos para la poesía. El libro volvió a publicarse en la Ed. Amorgós, Atenas, 1981. Se suicidó en París con su compañera en 1954.
PRIMERA GENERACÓN DE POSTGUERRA
Zoí Kareli
Seudónimo literario de Chrisula Aryiriadu, hermana del gran novelista N. G. Pentzikis, nació en 1901 en Tesalónica y realizó estudios de música. Murió en 1998. Publicó bastante tarde, en 1940, su primer libro de poemas y murió en 1988. Entre sus libros de poemas figuran: Camino (1940), Época de la muerte (1948), Fantasía del tiempo (1949), De la soledad y laarrogancia (1951), Jalcografías e imágenes (1952), El barco (1955), Casandra y otros poemas (1955), Leyen- das deljardín (1955), Antítesis (1957) y El espejo de medianoche (1958). En 1956 se le concedió el Segundo Premio Nacional de Poesía y fue distinguida por la Orden de las Palmas Académicas en Francia. Obtuvo el Premio Nacional en 1974 y en 1978 el Premio Uranis por el conjunto de su obra. En 1982 se le concedió el honor de ser la primera mujer miembro de la Academia de Atenas.
Minás Dimakis
Nació en Iraklio (Creta) en 1914. Allí trabajó como empleado superior del Banco de Grecia entre 1938 y 1943 y, en Atenas, entre 1943 y 1960. Combatió en Creta contra la Ocupación alema- na y, a partir de 1960, se dedicó enteramente a la literatura. Fue miembro del grupo editorial de las revistas Páginas cretenses, El círculo y Arte poética. Estuvo encargado de la página de literatura del periódico Noticias Cretenses y fue crítico de poesía del diario Mesimbriní. Le fueron concedi- dos el segundo (1957) y el primer (1961) Premio Nacional de Poesía y el Premio de la Academia de Atenas (1973). Se suicidó el 13 de julio de 1980. Entre sus obras figuran: Tierra perdida (1939); Quemamos nuestros barcos (1949); En la última frontera (1950); Paso oscuro (1956); El viaje (1960); La peripecia (1966) y Largo viaje a la noche (1977)
Takis Varvitsiotis
Nació en Tesalónica en 1916. Estudió en la Facultad de Derecho de la Universidad de Tesa- lónica y trabajó como abogado entre 1940 y 1968. Sus poemas de Epitafio fueron musicados por Hatzidakis. Entre sus libros figuran: Hojas de Sueño (1949); Solsticio de invierno (1955); El caba- llo de madera (1955); El peplo y la sonrisa (1963); La metamorfosis (1973); Humilde alabanza a la Virgen María (1977); Manos unidas (1980); Caleidoscopio ( 1983) y El sendero (1984). Murió en Tesalónica en 2011. Fue uno de los poetas más laureados de su época y, entre sus medallas y premios, figura el Premio Nacional de Poesía en 1985. Fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Atenas en 1999.
Aris Dikteos
Aris Dikteos nació en Iraklio (Creta) en 1917. Tras cursar algunos años de la carrera de Dere- cho, se dedicó por completo a la literatura y fue director de las Ediciones Fexis. Publicó en 1934 su primer libro, En las olas de la vida, del que renegó insistentemente. Entre sus obras posteriores destacan: Doce viñetas de pesadillas (1935); El hombre contradictorio (1938); Eloúsova (1945); Estado I (1956); Estado II (1958); Poemas 1934 - 1965 (1974). Se le concedió el Premio Nacional de Poesía en 1956 y, en 1977 el Premio de las Letras Metodio y Cirilo de Bulgaria. Murió en Ate- nas en 1983.
Nikos Karydis
Nació en Atenas en 1917 y cursó la carrera de Derecho. En 1943 fundó la Editorial Glaros que más tarde se convertiría en Íkaros. Karydis, en su calidad de editor, publicó la obra completa de Seferis, Elytis, Aristóteles Valaoritis, Ánguelos Sikelianós, etc. Entre sus libros mencionamos: Ca- lor (1944); El último mar (1945); La lluvia perdida (1947); Seis poemas (1950); Los colores (1957); Recuerdo (1971); Hasta la entrada (1981) y Humo nuestros días (1982). Murió el 13 de
diciembre de 1984.
Takis Sinópulos
Nació en Pyrgos en 1917. Estudió Medicina en la Universidad de Atenas. Sirvió como sar- gento médico en la Guerra de Albania y como ayudante médico en la Guerra Civil. Su obra es la siguiente: Tierra de nadie (1951); Cantos (1953); El conocimiento de Max (1956); Tierra de nadie II (1957); Helena (1957); La noche y el contrapunto (1959); El Canto de Juana y Constantino (1961); La poesía de la poesía (1964); Piedras (1972); Cena de muertos (1972); La crónica (1975);
Selección 1951 - 1964 (1976) y Selección II (1980). Murió repentinamente el 26 de abril de 1981 en Pyrgos.
En castellano: Inmensa luz negra, traducción de José Antonio Moreno Jurado, Ed. Renaci- miento, Sevilla, 2018.
Yorgos Yeralís
Nació en Esmirna en 1917 y se trasladó a Grecia tras la catástrofe del Asia Menor en 1922. Estudió Derecho y Filología en la Universidad de Atenas y trabajó en diferentes casas editoriales. Galardonado con diversos premios, escribió libros para niños, traducciones y es autor del Dicciona- rio ortográfico del demótico tomando como base la Gramática de Triantafylidis (1965). Entre sus libros de poemas figuran: Cisnes en el atardecer (1939); Paisajes líricos (1950); Sala de espera (1957); Los ojos de Circe (1961); Ídolos (1964); Jardín cerrado (1966) y Noche griega (1974). Murió en Atenas en 1996.
Miltos Sajturis
Nació en Atenas en 1919. Estudió la carrera de Derecho en la Universidad de la capital y fue uno de los más fervientes surrealistas griegos. Entre sus libros figuran: La olvidada (1945); Ab- surdos (1948); Con el rostro en el muro (1952); Cuando os hablo (1956); El paseo (1960); Los estigmas (1962); Sello o la octava luna (1964); El mueble (1971); Heridas de colores (1980) y Ec- toplasmas (1989). En 1956 obtuvo el Premio Nuevos Poetas Europeos, en 1962 el segundo Premio Nacional de Poesía y, en 1987, el Premio Nacional de Poesía. Murió en Atenas en 2005.
Yorgos Sarandís
Nació en Atenas en 1919. Estudió Ciencias Políticas en la Universidad de la capital griega y fue funcionario del Ministerio de Economía y Consejero Económico. Publicó: Soles del atardecer (1948); Lavrio (1949); Ciudad sin nombre (1954); Las calles que amamos (1958); ¿Quién fue Ale- jandro? (1970). Murió el 20 de febrero de 1978.
Mijalís Katsarós
Nació en 1919 en Kyparisía y ha vivido en Atenas desde 1945. Ha ejercido diferentes pro- fesiones y algunos de sus poemas han sido musicados por MikisTheodorakis, Aryiris Kunadis y Yorgos Markópulos. Poeta de la izquierda griega, entre sus libros figuran: Mesolonyi (1949); Con- tra los saduceos (1953); Oropedio (1956); Obra (1875); Ensayo y Odas, con un añadido de Manos Eleutheríu, (1975); Vestidos (1977) y Nombres (1980). Murió en Atenas en 1988.
Andonis Dekavales
Nació en Alejandría en 1920. Realizó la carrera de Derecho en Atenas y de Literatura Com- parada en la Universidad de Northwestern (Ilinois). Fue profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Fairleigth Dickinson, Madison (New Yersey). Entre sus obras figuran: Nimule Gondokoro (1949); Aguijón (1950); Oceánidas (1970) y Junturas. Barcos. Rescates (1976). Ha traducido a poetas de lengua inglesa (Eliot, Auden) y ha estudiado profundamente la poesía griega contemporánea.
Héctor Kaknavatos
Pseudónimo de Yorgos Kondoyorgis, nació en El Pireo en 1920. Estudió Matemáticas en la Universidad de Atenas. Entre sus libros se encuentran: Fuga (1943); Diáspora (1961); La escalera de piedra (1964); Cuatro números con la séptima cuerda (1971); Narración (1974); Calle de los Lestrigones (1978) y In perpetuum (1983). Algunos de sus poemas fueron traducidos al castellano por José Antonio Moreno Jurado en la revista digital Tinta China de Sevilla. Murió en Atenas en 2010.
Yioryís Kótsiras
Nació en Atenas en 1920, en donde estudió Derecho, Ciencias Políticas y siguió algunos cur- sos de Filología. Trabajó después como funcionario público, cineasta, empresario y abogado desde 1952 hasta 1964. Desde 1965 perteneció al Cuerpo de Notarios. Ha publicado, entre otros, los si- guientes libros: La tierra de los lotófagos (1948); Centinelas del silencio (1949); El asedio del tiempo (1955); Conversaciones con Sísifo (1958); Autoconocimiento (1959); Anatomía de un cri- men (1964); Mitología de las cosas (1968); Transformaciones (1974) y La alfa del centauro (1975). Murió en 1998.
Klitos Kyru
Nació en Tesalónica en 1921 en donde estudió Derecho para convertirse en empleado de la Banca griega. Entre sus libros conviene destacar: Búsqueda (1949); En primera persona (1957); Gritos de la noche (1960); Apología (1966). Murió en Tesalónica en 2006.
Tasos Livaditis
Nació en Atenas en 1921 en donde estudió la carrera de Derecho. Trabajó como periodista y fue deportado, desde 1947 hasta 1951, a los “reformatorios” (campos de concentración) de Mudros, Makrónisos y Ai - Stratis. Entre sus obras figuran: Combate en el extremo de la noche (1952); Esta estrella es para todos nosotros (1952); Sopla el viento en los cruces del mundo (1953), con el que consiguió el Primer Premio del Festival de Varsovia; El hombre del tambor (1956); Sinfonía nº 1 (1957); Mujeres de ojos de caballos (1958); Cantata (1960); La rapsodia 25 de la Odisea (1963); Los últimos (1966); Visitante nocturno (1972); El diablo del candelabro (1975); Violín para man- cos (1976); Manual de muerte anodina (1979), Primer Premio Nacional de Poesía; El ciego con la linterna (1983). Murió en Atenas, el día 30 de octubre de 1988.
Nanos Valaoritis
Nació en Lausana en 1921 y estudió Derecho en la Universidad de Atenas. Realizó, en Lon- dres, los cursos de Filología inglesa y, en París, los Altos Estudios de la Sorbona. Trabajó en la BBC y fue profesor de Literatura Comparada en San Francisco. Desde 1976 residió en París. Sus publicaciones más sobresalientes son: El castigo de los magos (1947); Pórtico central (1958); Poema anónimo (1974); Hogares de microbios (1977); La confesión de plumas (1982); Algunas mujeres (1982); Muy por debajo de la escritura (1984). En 1983 se le concedió el Premio Nacional de Poesía y, en 2006, el Premio Uranis de la Academia de Atenas al conjunto de su obra y la cruz dorada de la Orden de Honor de la Democracia Griega. Finalmente, obtuvo el Gran Premio de Lite- ratura en 2009. Murió en 2019.
Aris Alexandru
Nació en Leningrado en 1922. Vivió casi exclusivamente de su oficio de traductor. Fue de- portado a El Daba desde diciembre de 1944 hasta abril de 1955 y, más tarde, a los “reformatorios” de Mudros, Makrónisos y Ai - Stratis. Fue condenado por rebeldía y estuvo encerrado en las cárce- les de Averof, Egina y Yaros desde el mes de noviembre de 1952 hasta el mes de agosto de 1958. Publicó, entre otros: Aún esta primavera (1946); Línea estéril (1952); Rectitud de caminos (1959). Tras la dictadura se instaló en París donde murió en 1978.
Dimitris Papaditsas
Nació en Samos en 1922. Estudió Medicina en la Universidad de Atenas y realizó estudios superiores de su especialidad en Munich. Fue médico ortopédico. Publicó, entre otros libros: El pozo con las hormigas (1943); Entre paréntesis I (1945); Entre paréntesis II (1949); La aventura (1951); La ventana (1955); Nocturnos (1956); Esencias I (1959); Esencias II (1961); En Patmos (1964); Endymión(1970) y La incorpórea (1983). Murió en Atenas en 1987.
Aristóteles Nikolaídis
Nació en Mitilene en 1922, estudió Medicina en Atenas y se especializó en Psiquiatría. Tra- bajó durante veintidós años en Francia, Estados Unidos y Suiza. Fue hecho prisionero durante dos meses por los italianos durante la Ocupación alemana (1942) y durante tres meses por los ingleses en la Guerra Civil (1944-45). Escribió novelas y estudios, pero entre sus obras poéticas destacan: Gradaciones (1952); La experiencia y la hoguera (1960); Las diferencias del espectro (1964); Re- cuerdos sin tiempo (1966); Plaza pública (1973) y Reacciones de un período (1977). Murió en 1996.
Panos Thasitis
Nació en Mólybos, Mitilene, en 1923, pero desde 1930 reside en Tesalónica, en cuya Uni- versidad estudió Derecho. Fue miembro del Consejo de Redacción de la revista Xekínima (1944 - 45). Ha publicado: Sin arca (1951); Cosas (1957); Cosas II y Números (1962); Ekatónisos (1971); Teatro deplorable (1980) y Piedras desgarradas (1983). Murió en Tsalónica en 2008.
Dimitris Jristodulu
Nació en Atenas en 1924. Estudió Teatro en la Escuela Dramática del Teatro Nacional y realizó algunos cursos de Ciencias Sociales. Estuvo retenido durante tres meses en el campo de concentración inglés de El Dada, en Egipto, y vivió en París desde 1967 hasta 1972. Entre sus obras figuran: Guardias nocturnos (1954); Cuerpo a cuerpo (1957); Hogares de resistencia (1959); A lo largo de la frontera (1961); Delfos (1965); Pequeñas composiciones líricas (1966); Puntas (1967); Odysseas en la Plaza ( 1974); Discoteca (1982) y Viento de costado (1984). Murió en Atenas en 1991.
Yanis Dalas
Nació en Filipíada (Epiro) en 1924 y estudió Filología Clásica en la Universidad de Atenas. Se dedica a la enseñanza. Destacamos entre sus creaciones: Federico García Lorca (1948); Las siete heridas (1950); Intento de mitología (1952); Persecuciones en círculo(1956); Puertas de sali- da (1962); Anatomía (1971); El precio (1981); Aprendiz de oficio (1984) y El tiempo vivo (1985). Escribió numerosos estudios y artículos sobre literatura. En 1987 se le concedió el Premio Nacional de Crítica y Ensayo y, en 1999, el Gran Premio de Literatura. Murió el 24 de febrero de 2020.
Manolis Anagnostakis
Nació en Tesalónica en 1925 y en su Universidad realizó la carrera de Medicina. Se es- pecializó en Radiología en Viena. A fines de 1978 se instaló definitivamente en Atenas. Estuvo en la cárcel desde 1948 hasta 1951. Fue condenado a muerte por un tribunal militar en 1949 por su adscripción al EPON, pero la condena no llegó a ejecutarse. Publicó: Épocas (1945); Épocas II (1948); Épocas III (1951); Continuación (1954); Poemas, 1941 - 1956, que incluye Paréntesisy
Continuación II (1956); Continuación III (1962); El blanco (1970); Poemas, 1941 - 1971, novena edición de 1979. En castellano contamos con una selección muy significativa de su obra con tra- ducción de ALFONSO SILVÁN (Madrid 1996) y los trabajos de M. GONZÁLEZ RINCÓN, “Selección bilingüe griego-español”, Alor Novísimo 16, 17 y 18 (1988.1989) 89-93, y “Selección poética”, Fin
de siglo 11 (1985) 26-28 y 37-38. En 1986 obtuvo el Premio Nacional de Poesía y, 2002, el Gran Premio de Literatura. Murió en Atenas en 2005.
Dimitris Doúkaris
Nació en Atenas, en 1925, en cuya Universidad siguió la carrera de Derecho. Fue Consejero de Relaciones Públicas y perteneció al EAM. Fue deportado a Ikaria, en 1947, a Makrónisos, de 1947 hasta 1950, y a Spaton en 1955. Entre sus libros destacamos: Oraciones (1950); Palinodia (1951); Hermosísima Tera (1953); Intermediario católico (1955); Los personajes de la torre (1955); La tierra desnuda (1957); Poemas de la buena esperanza (1963); Migración I (1966); Mi- gración II (1969); Circunstancias y formas (1973); La otra estatua (1976); El rostro de piedra (1979) y Poemas del cuerpo (1980). Murió el 5 de abril de 1982.
Nikos Karuzos
Nació en Nauplio en 1926 y estudió Derecho y Ciencias Políticas. Entre sus obras destacan: El regreso de Cristo (1954); Nuevas pruebas (1954); Punto (1955); Veinte poemas (1955); Diálogo (1956); Poemas (1961); El ciervo de los astros (1962); La bolsa de los sueños (1964); Duelos (1969); Hendiduras de hierba (1974); Olvido recordado (1982) y Tumba antisísmica (1984). En 1988 obtuvo el Premio Nacional de Poesía. Murió en Atenas en 1990.
Thanasis Kostavaras
Nació en 1927 en Anakasiá de Volos. Participó, muy joven, en la Resistencia Nacional y fue herido. Se especializó en Odontología y trabaja en Atenas. Entre sus libros de poemas destacamos: Búsqueda (1956); Vuelta a la vida (1957); Salida (1957); Concierto (1958); El regreso (1963); De- pósito (1965); Doce cantos de amor (1971) y Poemas e Historia (1985). Murió en Atenas en 2007.
Titos Patrikios
Nació en Atenas, en 1928, en cuya Universidad se licenció en la carrera de Derecho. Desde 1959 hasta 1964, estudia Sociología y Altos Estudios en París. Militó en el EAM de los jóvenes entre 1942 y 1943 y, al año siguiente, en el EPON. En 1944, condenado a muerte, pudo librarse en el último instante de la pena capital. Fue deportado a Makrónisos y Ai- Stratis. Publicó mas de veinte poemarios y varios libros de ensayos: Camino de tierra (1954); Aprendizaje (1963); Situa- ción voluntaria (1975); Poemas I (1976); Mar prometido (1977); Impugnaciones (1981); Espejos opuestos (1988) y Deformaciones (1989). Μiembro de la Academia de Atenas, obtuvo el Premio Nacional de Poesía en 2008 y, en 2013, el Premio LiriciPea en Italia.
DE LA SEGUNDA GENERACIÓN DE POSTGUERRA A LA GENERACIÓN DE 1980
Kostas E. Tsirópulos
Nació en Lárisa en 1930. Estudió Derecho en la Universidad de Tesalónica en donde co- menzó a publicar sus primeros poemas bajo las orientaciones de Y. Z. Vafópulos. Instalado defini- tivamente en Atenas, se dedicó a la actividad de la Banca y pasó a dirigir, más tarde. la revista Euthini (Responsabilidad) y Las ediciones de los amigos. Entre sus libros figuran: Odeón (1962), publicado por primera vez bajo el título de Odeón para voces solitarias y con el pseudónimo de Kostas Evanguelu; Noches (1964); Conocimiento del mar (1965); Verano negro (1973); Los ánge- les (1977), con traducción española de JOSÉ RUIZ (Barcelona 1983, 2020); Cuaderno de alucina- ciones (1979); Semana Santa (1980); Eros, Hypnos, Thánatos (1985). Entre sus ensayos, El signo de puntuación apareció en Barcelona (1978) en traducción de V. FERNÁNDEZ GONZÁLEZ. Toda su obra poética está recogida en Textos completos, tomo I (Atenas 1995). Recientemente, algunos de sus poemas han aparecido, con traducción de J. A. MORENO JURADO, en ConDados de Niebla 17-18 (1996) 15-18. Entre sus premios figuran: Premio de los Doce (1964), Premio Nacional de Ensayo (1966), Premio Nacional de Narración (1979), Premio de Ensayo de la Academia de Atenas (1986 y 2003). Murió en Atenas en 2017.
Dinos Jristianópulos
Pseudónimo literario de Kostas Dimitriadis, nació en Tesalónica en 1931 y murió en la misma ciudad en 2020. Fue Doctor Honoris causa por la Universidad de su ciudad natal. Autor de algunas narraciones y de numerosos textos de ensayos, de crítica literaria, de crítica pictórica y, especial- mente, de investigaciones sobre la actividad cultural histórica de Tesalónica, ha publicado los si- guientes libros de poemas: Época de las vacas flacas (1950), Rodillas extrañas (1954), Poemas 1950-1955 (1957), Pena indefensa (1960), Poemas 1949-1960 (1962), El cuerpo y la carcoma
(1964), Poemas 1949-1964 (1967), Arrabales (1969), El cuerpo y la carcoma (1970), Poemas
1949-1970 (1974), Pequeños poemas (1975), Historias de agua dulce (1980), La queja eterna
(1981), Nuevos poemas (1981), Plaza muerta (1984), Poemas (1985, 19922). Algunos de sus poe- mas, en traducción de ANTONIO GARCÍA GUZMÁN, aperecieron en Nueve maneras de mirar el cielo (Málaga 1996). En 2011 obtuvo el Gran Premio de las Letras y, el mismo año, fue nombrado Doc- tor Honoris Causa por la Universidad Aristotélica de Tesalónica. Murió en 2020.
Nikos Alexis Arslánoglu
Nació en Tesalónica en 1931 y murió en Atenas en 1996. Pertenece literariamente a la Se- gunda Generación de Postguerra. Apareció en las letras griegas en 1952 con Mar y sincronismo (19912, Ed. Ýpsilon) al tiempo que colaboraba en revistas de Tesalónica. Tradujo al griego a Rim- baud (Atenas, Pandora, 1971 e Irídanos 1981) y a Zola (Atenas, Zajaropulos, 1981). Entre sus obras encontramos: Poemas para un verano (1963), La muerte difícil (1978) y Tres poemas (1987).
Byron Leondaris
Nació en 1932 en Nigrita de Serres y apareció en las letras griegas en 1954 con su libro de poemas Sensación general. Entre sus libros de poemas figuran: Posición vertical (1957), La niebla del mediodía (1959), Nueva ligazón (1962), Cripta (1968), Posición del alma (1972), Sólo por la pena (1976), De los confines (1986) y En tierra salobre (1996). Publicó también textos de crítica y de investigación literaria y fue miembro del grupo editorial de las revistas Martyríes (1962-1966), Protasis (1971) y Simiosis (1973 en adelante). Murió en Atenas en 2014.
Kikí Dimulá
Nació en Atenas en 1931. Apareció en los medios literarios con su poema “Sombra” de ver- sos tradicionales en la revista Nea Estía (tomo 551 [1950] 800) y más tarde, ya en 1952, hizo su primera aparición en verso libre. Entre sus libros de poemas figuran: Poemas (1952), Erebo (1956), En ausencia (1958), Sobre las huellas (1963), Lo poco del mundo (1971), Mi último cuerpo (1981), Nunca un saludo (1988) y Desertor (1991). En 2001 obtuvo la Cruz de Oro de la Orden de Honor de la Democracia Griega y, más tarde, en 2015, fue nombrada Doctor Honoris Causa por la Univer- sidad Aristotélica de Tesalónica. En 2017, fue Doctor Honoris Causa por la Universidad de Atenas. Murió en Atenas en 2020.
Rigas Kapatos
Rigas Kapatos nació en Cefalonia en 1934. Poeta, prosista, antólogo, periodista y traduc- tor. Estudió Filología (sin terminar sus estudios), lenguas extranjeras y música. Durante años viajó como marino. Vive en América. Se ha entregado sistemáticamente a la traducción de poetas y prosistas principalmente de lengua hispana, aunque también de lengua inglesa, fran- cesa e italiana, y también al cuidado de antologías. Ha publicado siete libros de poemas, ensayos, libros de narraciones, etc. Es miembro de la Asociación de Hispanistas de Grecia y miembro correspondiente del Instituto de Estudios Superiores e Investigaciones Perua- nas de la Universidad de San Marcos de Lima. En 2009, obtuvo el Diploma Cultural en grado de Comandante del Ministerio de Educación de Chile y la Medalla Gabriela Mistral. En 2013, junto a Pedro Lastra y Carlos Montemayor, compartió, por Antología de la poesía griega moderna (antología de 79 poetas contemporáneos griegos), el premio de la Sociedad de Traductores Griegos de Literatura al mejor libro griego en lengua extranje- ra.
Pródromos, X. Markoglu
Nació en 1935 en Kavala. Entre sus libros de poemas figuran: Elegidos (1962), Ni- velación (1965), Las olas y las voces (1971), El diente de la piedra (1975), Procedimien- to resumido (1980), Última promesa, 1958-1978 (1984) y Pasaje de Monastiríu (1989). Ha publicado también cuentos y narraciones. En 1998 obtuvo el Premio Nacional de Na- rración y, en 2004, el Premio de Narración de la Academia de Atenas.
Anestis Evanguelu
Pseudónimo literario de Anestis Papadópulos, nació en 1937 en Tesalónica. Aparte de escritos en prosa, como El hotel y la casa (1966), El hotel, la casa y otras narraciones (1985), y diferentes textos de crítica, ha publicado los siguientes libros de poemas: Des- cripción de un desalojo (1960), Método de respiración (1966), Sangría 66-70 (1971), Los
poemas 1956-1970 (1974), El recreo (1976), Desnudez (1979), La visita y otros poemas
(1987) y Los poemas 1956-1986 (1988). Murió en Tesalónica en 1994.
Tasos Falcos
Anastasios Arvanitakis conocido en el mundo de las letras neogriegas como Tasos Falcosnació en Tesalónica en 1937. Estudió Filosofìa en la Universidad Aristotélica de Tesalónica de la que fue profesor hasta el año 2004. Ha publicado numerosas investiga- ciones universitarias, cuatro libros de poemas, ocho obras de prosa y de teatro y un libro de ensayos literarios. Es fundador y dirige con su esposa la fundación Ydria de Tesalòni- ca. Entre sus libros de poemas figuran: Tres testimonios (1982), Los lobos (2010) y Ori- ginales y retratos (2016).
Manos Elevtheríu
Nació en 1938 en Hermúpolis (Syros) y bastantes poemas suyos han sido musica- dos por diferentes compositores griegos. A parte de sus narraciones, ha publicado los siguientes libros de poemas: Barrio (1962), Lecciones de música (1972), Exorcismos (1973), Noche de velada en la iglesia del profeta Eliseo por una tórtola oscura (1983) y Recuerdos de la ópera (1987). Obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 2005 y, en 2013, el Premio Costas Uranis de la Academia de Atenas. Murió en Atenas en 2018.
Tolis Nikiforu
Nació en Tesalónica en 1938. Estudió Dirección Empresarial y trabajó como em- pleado de la banca, traductor-intérprete y analista de sistemas en Tesalónica, Atenas y Londres. Al final de la dictadura, regresó definitivamente a Tesalónica ejerciendo el ofi- cio de consejero de organización de empresas hasta 1999. Hasta hoy ha editado un total de 36 libros, de los cuales 21 son de poemas y 15 de narrativa. Su colección de narracio- nes El camino a la Ciudad celeste (2008) obtuvo el Premio Nacional de Narración 2009. Sus poemas han sido traducidos a muchas lenguas y recogidos en antologías griegas y extranjeras. En castellano, El piloto del infinito, traducción de José Antonio Moreno Ju- rado, Ed. Padilla Libros, Sevilla, 2020.
Katerina Anguelaki Ruk
Nació en Atenas en 1939. Su obra ha sido traducida a más de diez lenguas y ha si- do incluida en numerosas antologías. Estudió idiomas extranjeros en Atenas, Francia y Suiza. Fue diplomática, traductora e intérprete. Tradujo, entre otros, a Pushkin, Maya- kovski y Shakespeare. Murió en 2020 y, 2014, se le concedió el Gran Premio de las Le- tras por el conjunto de su obra.
Kostís Nicolakis
Kostas (Kostís) Nikolakis (1940-2014) nació en Ekali del Ática. Trabajó, en primer lugar, como grabador de zinc. Paralelamente, se dedicó a la venta de libros, al principio en su famoso carro, en Monastiraki y en la calle Heiden, que era entonces una “librería informada” para los amigos y se convirtió en punto de referencia de personas interesadas en los libros (véase El carro: Historia de un carro que se convirtió en librería, Ed. Héca- te, 1998). En 1970 fundó las ediciones Cultura, en 1972 (cuando la Junta no le renovó el permiso de vendedor), la librería Hécate cerca de la Plaza Victoria (3 de septiembre de 1991, en un semisótano, y, en 1986, las ediciones Hécate. Como poeta, editó los siguien- tes libros: Inacción creativa (Odysseas, 1984), Lector de sueños a escondidas (Odysseas, 1997), Año dε alerta (Ideograma, 1999), Sonido de bronce (Hécate, 2011) y además la antología poética Poemas que amamos (Hécate, 2009), en colaboración de Yorgos Markópulos
Michalis Ganás
Nació en Tsamandás (Thesprótide) en 1943. Ha sido librero y encargado de emi- siones televisivas y radiofónicas. Ha publicado, entre otros: Cena de pie (1978) y Piedras negras (1980). En 1994 se le concedió el Segundo Premio Nacional de Poesía y, en 2011, el Premio de la Academia de Atenas al conjunto de su obra.
Manolis Patrikakis
Nació en Hierápetra (Creta) en 1943. Ha publicado: Poesía 1971-1974 (1974); Los falsificadores (1976); Libido (1978); Noche de parroquia (1980); El cuerpo de la escritu- ra (1982); Genealogía (1984) y La aparición real (1988). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía en el año 2003 y, 2012, el Premio Uranis de la Academia de Atenas al conjunto de su obra.
Yanis Kondós
Nació en Eyío en 1943 y estudió Ciencias Económicas. Ha publicado: Perimétrica (1970); Cronómetro (1972); Lo imprevisto (1975); Fotocopias (1977); En el dialecto del desierto (1980); Los huesos (1982) y De un monje anónimo (1985). Obtuvo en 1998 el Premio Nacional de Poesía y, en 2009, el Premio Uranis de la Academia de Atenas. Mu- rió en Atenas en 2015.
Argyris Xionís
Nació en Atenas (Sepolia) en 1943 y estudió en la Escuela Nocturna de Atenas. En 1966 apareció su primer libro, Tentativas de luz. Vivió en París y Amsterdan, aunque re- gresó a Grecia en 1977. Entre sus libros encontramos: Parajes interiores (1991), La voz del silencio (2006) y Lo que describo me describe (2010). Murió en Atenas en 2011.
Lefteris Pulios
Nació en Atenas en 1944. Entre sus libros destacan: Poesía 1 (1969); Poesía 2 (1973); El conversador desnudo (1977); La escuela alegórica (1978); En contra (1983) y Lo accesorio (1988). Ha colaborado en revistas como Aktí, Tram, Xronikó y otras. En 2009 obtuvo el Premio Nacional de Poesía.
Dinos Siotis
Nació en Tinos en 1944. Es periodista en el Ministerio de Prensa. Estudió Derecho en la Universidad de Atenas y Literatura Comparada en la Universidad de San Francisco (San Francisco State University). Ha editado, en griego e inglés, trece revistas políticas y literarias, 26 libros de poemas, una novela y una colección de narraciones. Es responsable de comunicación del World Poetry Movement con sede en Medellín de Colombia.
Nasos Vayenás
Nació en Drama en 1945 y ha sido profesor de la Universidad de Atenas. Poeta, crí- tico y ensayista, ha publicado en numerosos periódicos y revistas literarias. Entre sus obras figuran: La llanura de Ares (1974 y 1982); Biografía (segunda edición de 1980); Las rodillas de Roxana (1981); Vagabundeo de uno que no viaja (1986). Entre sus ensa- yos destaca El poeta y el bailarín (1979), sobre la obra de Yorgos Seferis. Obtuvo en 1980 y 1995 el Premio Nacional de Ensayo, en 2005 el Premio Nacional de Poesía, en 2009 el Premio Macedónico y el Premio Internacional de Poesía Circe Sabaudia. En 2012 se le concedió el Premio Uranis de la Acadamia de Atenas.
María Lainá
Nació en Patras en 1947 y estudió Derecho en Atenas. Ejerce funciones de traduc- tora, guionista y editora. Entre sus libros de poemas figuran: Cambio de paisaje (1972), Signos de puntuación (1979), De ella (1985) y Miedo Rosado (1992). Obtuvo en 1993 el Premio Nacional de Poesía, en 1996 el Premio de Poesía Kavafis y en 1998 el Premio Uranis de la Academia de Atenas. En castellano apareció recientemente en el volumen Nueve poemas (Málaga 1996) en traducción de O. CASTILLO, M. LÓPEZ VILLALBA y A. LUQUE.
Yanis Patilis
Nació en Atenas en 1947. Estudió Derecho y Filología Neogriega en Atenas. Ha trabajado como profesor en la secundaria y dirigió la revista Planodion. Es vicepresidente de la Fundación Takis Sinópulos. Ha publicado: El Pequeño y la Fiera (1970); Pero aho- ra, ¡cuidado! (1973); A favor de los frutos (1977); Monedillas (1980); Cálido mediodía (1984).En inglés, en 1997, traducido por Stathis Gourgouris, se editó su libro de poemas
Selected Poems (1970-1990), publicado en Quarterly Review of Literature, en Princeton. Fue coeditor de las revista Árbol, Isla, Crítica y Textos. En 2010 fundó, con la pintora y poeta Iró Nikopulu la revista digital Historias Bonsai. En castellano, puede leerse Lo roto es más persistente, traducción de JOSÉ ANTONIO MORENO JURADO, Ed. Renacimiento, Sevilla, 2018.
Kostas Mavrudís
Nació en Tinos en 1948 y estudió la carrera de Derecho. En 2009 obtuvo el Premio de la Revista Lector por su libro Cuatro épocas y, 2016, el Premio Nacional de Narra- ción. Desde 1978 edita y dirige la revista El árbol. Entre sus libros figuran: Logos dos (1973), Poesía (1977), Con pasaje de vuelta (1985), La deuda con el tiempo (1989). Al- gunos de sus poemas han aparecido en Nueve maneras de mirar el cielo, en traducción de
V. FERNÁNDEZ GONZÁLEZ (Málaga 1996).
Dimitris Kalokyris
Nació en Réthymnos en el año 1948. Estudió Filología Neohelénica en Tesalónica en donde fundó la revista Tram y una editorial homónima. En 1996 se le concedió el Premio Nacional de Narración y, en 2014, el Premio Costas Uranis de la Academia de Atenas. Ha publicado: Los Hiliádas cerca del mar (1967); La tarde (1969); El ave y las otras fieras salvajes (1972); La moneda o La parábola de la luna (1973): Las chimeneas fantásticas (1977); El cuerpo meteoro (1980); El muelle (1984), que cuenta con traduc- ción al español de NINA ANGUELIDIS-SPINIDI (Buenos Aires 1990); El mal aire (1988), Colores del animal líquido (1990) y Variada historia (1991). Ha traducido al griego, es- pecialmente, a Borges y a Lorca. Algunos de sus poemas aparecieron en el volumen Nue- ve maneras de mirar el cielo (Málaga 1966) con traducción de IOANNA NIKOLAÍDU y V. FERNÁNDEZ GONZÁLΕΖ.
Yorgos Jronás
Poeta y editor, nació en El Prireo en 1948. Fue fundador y editor de la revista lite- raria Odós Panós y de las ediciones Sigareta. Desde 1979 hasta 2011 realizó emisiones de radio en el Primero, Segundo y Tercer Programa. En 2011 obtuvo el Premio Internacional de Poesía Cavafis y, en 2013, fue condecorado por el Ayuntamiento de El Pireo por su aportación a las letras griegas.
Yorgos K. Karavasilis
Nació en Atenas en 1949. Terminó la escuela secundaria. Estuvo en la Escuela de De- recho de la Universidad de Atenas, sección Organismo General de Comercio. Estudió teatro en la escuela de Demetrio Pontani y, a su cierre, se licenció en la escuela de Gr. Vafiá. Apareció en la literatura en 1970 como poeta, traductor y crítico en revistas y en la prensa diaria ateniense (Kathimeriní, Vima, Proti). Como colaborador de ERT2, durante dos años y medio, tuvo una serie de emisiones sobre poesía amorosa y universal y sobre la primera generación de postguerra. Como colaborador/periodista, fijo ya, de EPT, per- teneció al cuadro de la EPT1, en la emisión Arte y Cultura. Fue miembro de la Sociedad de Escritores y de la Unión de Redactores de Prensa Diaria Ateniense.
Yanis Yfandís
Nació en 1949 en Raína de Etoloakarnania. Obtuvo el Premio Internacional Kavafis de poesía y mantuvo distintas emisiones en la Radio Nacional de Tesalónica. Entre sus obras se encuentran: Poemas bordados en la piel del diablo (1988), Templo del mundo (1996), Fuera del olvido (1997), El ideograma de la serpiente (2003) y Las metamorfosis de la nada (2006).
Xanthos Maidás
Nació en Atenas en 1950. Estudio Física en la Universidad de Atenas y fue profesor de Teoría de la Física en la misma universidad.Ha trabajado como investigador en el Cen- tro de Física Nuclear Democritoy en CERN de Suiza. Es presidente de la Fundación Takis Sinópulos desde el año 2011 hasta hoy.Ha publicado cinco libros de poemas y ensayos sobre la obra poética de Takis Sinópulos. Sus poemas han sido traducidosa tres idiomas. En castellano, Los caminos de Faittós, traducción de JOSÉ ANTONIO MORENO JURADO, Ed. Padilla Libros, Sevilla, 2019.
Yorgos Markópulos
Nació en Mesini en 1951 y reside en Atenas desde 1965. Ha publicado: Séptima sinfonía (1968); Ocho con uno fáciles trozos y la bandolería del mundo inferior (1973); La tristeza del arrabal (1976); Los pirotécnicos (1979); La historia del extranjero y la apenada (1987). Estudió Ciencias Económicas. En 1996 se le concedió el Premio Kava- fis, en Alejandría (Egipto), en 1999 el Premio Nacional de Poesía por su libro No cubras el río (Ed. Kedros, 1998) y, en traducción de Michel Volkovitch, se editó en francés una selección de toda su obra con el título general de Ne récouvrepas la rivière(Cahiersgrecs, París, 2000). En 2011, obtuvo otra vez el Premio Nacional de Poesía por su libro Cazador furtivo y, en el mismo año, fue honrado también con el Premio de la Academia de Atenas, por el conjunto de toda su obra, de la Fundación Kostas y EleniOuranis.
Ilías Kefalas
Nació en 1951 en Méligos (Tríkala, Tesalia) y desde 1969 vive y trabaja en Atenas. Como crítico de arte y literatura, es colaborador asiduo de periódicos y revistas como Diabazoy Neestomés. Ha publicado los siguientes libros de poemas: Los látigos (1980), Cambio a lo inesperado (1984), Las hojas del agua (1986), La Generación de la Visión Particular (1987), Imán oscuro (1989), El crepúsculo solitario (1992) y El domingo de los poetas (1993).
Nikos Jiladakis
Nació en Atenas en 1952 en donde murió en 2012. Fue editor de prensa local y perio- dista. Fundó y dirigió distintas emisiones radiofónicas y televisivas. Publicó tres libros de poemas: Poemas (Ed. Theoría, Atenas, 1986), Hicso o Hixo (Ed. Hecate, Atenas, 1966) Herético y erótico (Ed. Hécate, Atenas, 2006). Tradujo la Balada de la cárcel de Reading de Oscar Wilde (Ed. Hécate, Atenas, 1999) y las narraciones de viajes de Ebliá Tselepí del siglo XV Viaje a Grecia (Ed. Hécate, Atenas, 1992).
Dionisis Kapsalis
Nació en Atenas en 1952. Estudió Filología Clásica e Inglesa en los EEUU (1970- 1974) y Filología Neohelénica en Londres (1981-1984), en donde enseñó durante dos años. Ha editado libros de poesía, ensayos, traducciones, artículos y críticas en diferentes periódicos y revistas. Trabajó como responsable de ediciones en la Librería de Estía. Desde 1998 trabaja en la Sede Cultural del Banco Nacional y, desde 1999, ocupa el cargo de director.
Elías Gris
Nació en 1952 en Kréstena de Olimpia. Estudió Económicas y, desde 1975, ejerció el periodismo en diferentes Medios de Comunicación, principalmente en ERT. En 2014, la casa editorial Govosti editó su obra reunida, Letargo Mundo (1977-1987) y, en 2018, su libro Como otro Edipo.Una parte de la poesía de Elías Gris ha sido recogida en antologías y traducida a muchas lenguas. Circulan en tres países (Bulgaria, Italia, Albania). Es miembro de la ESIEA y de la Sociedad de Escritores.
Nikos Jiladakis
Nikos Jiladakis nació en 1952 en Atenas. Fue editor de prensa local y fundador y di- rector de estaciones radiofónicas y televisivas. Publicó hasta su muerte tres libros de poemas y tradujo La balada de la cárcel de Reading de Oscar Wilde (Hécate, Atenas, 1999). Presentó en griego una parte del Viaje a Grecia (Hécate, Atenas, 1992) del cono- cido viajero turco del siglo XV, Evliá Tselepí.
Andonis Fostieris
Nació en Atenas en 1953, aunque su familia procedía de Amorgós, y estudió Dere- cho en la misma Atenas e Historia del Derecho en París. Desde 1974 hasta 1976 editó la revista I Nea Píisi y, a partir del mes de enero de 1981, dirige la revista I Lexi. Además de sus interesantes traducciones, ha publicado los siguientes libros de poemas: El gran viaje (1971), Parajes internos o Los veinte (1973), Poesía en la Poesía (1977), Amor oscuro (1977, 1979, 1985), El diablo cantó correctamente (1981, 1985), El futuro y el presente de la muerte (1987, 1990) y El pensamiento pertenece al luto (1996).
Dímitra J. Cristodulu
Nació en Atenas en 1953. Estudió Derecho y Filología. Trabaja en la Educación media pública. Ha publicado trece libros de poesía, un libro de textos en prosa (Costa a la luz del invierno, 1944) y una traducción de poesía lírica antigua. Su poesía ha sido tradu- cida a diferentes lenguas. En 2008, se le concedió el Premio Nacional de Poesía por su libro Hambruna y, en 2014, el premio de poesía de la revista electrónica literaria Lector, por su libro El pequeñísimo pan de la conciencia.
Tasula Karagoryíu
Nació en Alejandría, Egipto, en 1954. Ha sido filóloga y consejera escolar de filó- logos (2007-2015). Ha publicado ocho libros de poemas, un libro de relatos líricos, una
colección de ensayos y traducciones de Safo y de la antigua poetisa Írinna. Con su libro El metro (Ed. Kedros, 2004) obtuvo el Premio Athanas de la Academia de Atenas. Su último libro es Soy tumba de náufrago, epigramas funerarios de la Antología Palatina (Ed. Gabriilidis, 2016). Es doctora en Filología y presidente de la Unión Panhelénica de Filólogos. Desde 2007 enseña poesía neohelénica en el taller de la Fundación Takis Sinó- pulos.
Sotiris Pastakas
Sotirios Pastakas (poeta, traductor, ensayista, editor) nació in 1954 en Larisa, don- de vive. Ha estudiado Medicina en Roma. Ha trabajado como psiquiatra durante treinta años en Atenas. El año 2004 fundó la revista digital de arte poética POIEN y, en el año 2013, la revista-editorial THRAKA. Ha publicado traducciones de poesía italiana, ensa- yos literarios y doce libros de poemas. Ha participado en varias reuniones y festivales internacionales de poesía (en San Francisco, Sarajevo, Izmir, Roma, Nápoles, Siena, Cai- ro, Estambul, Kosovo, etc.). Sus poemas se han traducido a once idiomas.
Yanis Varveris ,
Atenas 1955-2011, fue un poeta de la Generación del 70, crítico, periodista y traduc- tor. Estudió Derecho en la Universidad de Atenas y trabajó en el Ministerio de Exteriores. Publicó siete libros de poemas y traducciones de la comedia ática y de literatura extranje- ra. Fue Premio Nacional de Crítica y Ensayo y Premio Kavafis.
Yorgos Veis
Nació en Atenas en 1955. Estudió en la Escuela Jónica de El Pireo y en la Escuela de la Facultad de Derecho de la Universidad de Atenas. Siguió estudios de postgrado en la sección de Relaciones Internacionales en la Universidad de Columbia, Nueva York, y siguió la carrera diplomática, trabajando después en la Rama Diplomática del Ministerio de Exteriores. En 1989 consiguió el Premio Andreas Kalvos del Queens College de la Universidad de Nueva York por su apoyo, como cónsul, a la sección de estudios bizanti- nos y neohelénicos. Sus poemas han sido traducidos a lenguas europeas y al chino. Es miembro de la Sociedad de Escritores.
Stelios Karayanis
Nació en Samos en 1956. Poeta, ensayista y traductor, es Doctor en Filosofía por la Universidad de Yoanina con su tesis La crisis de la modernidad: cultura, tecnología y razón histórica en José Ortega y Gasset, en 2002, y, en 2005, Doctor por la Universidad de Granada con su tesis La evasión de Dédalo. Teoría y usos poéticos de la metáfora en José Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez y Yorgos Seferis. En 1992, obtuvo el Premio de Poesía NikiforosVretakos del Ayuntamiento de Atenas. Ha traducido libros de literatu- ra infantil, dos obras teatrales, poemas de Jorge Luis Borges, Juan Ramón Jiménez, Fran- cisco de Quevedo y de algunos poetas andaluces contemporáneos.Imparte clases de Lite- ratura Española Moderna en la Universidad abierta de Grecia. Es miembro de la Asocia- ción de hispanistas griegos, del Pen Club, de la Asociación Nacional de Escritores Grie- gos y académico correspondiente en Atenas de la Academia de Buenas Letras de Grana- da. En castellano, Mitos menores, traducción de JOSÉ ANTONIO MORENO JURADO, Ed.
Padilla Libros, Sevilla, 2019.
Vangelis Kasos
Poeta y ensayista, nació en 1956 en Karditsa y vive en Atenas. Estudió Derecho en Atenas y Derecho europeo en Estrasburgo. Entre sus obras figuran: Pequeñas corzas (1979, 1984), Nocturnas voluptuosidades de un emigrante (1981, 1984), En las faldas del silencio (1984). Ha sido traducido al inglés, al francés, al alemán, al español y al polaco.
Yorgos Kakulidis
Nació en Atenas en 1956. Apareció en la literatura en 1979 con su libro Liberty. En 1994 obtuvo en Alejandría el Premio Internacional Kavafis. En su calidad de pintor ha realizado exposiciones en Atenas en 2001, 2003 y 2010.
Yanis Tzanetakis
Nació en Kalamata en 1956. Desde 1975 vive en Atenas en donde estudió Ciencias Políticas y Económicas y, seguidamente, ejerció como periodista en la prensa. Ha editado nueve libro de poemas. En 2002 se editó en sueco una selección de su obra en traducción de Henrik Svan y Margarita Melberg, bajo el título de Alt ärväg (Todo es camino). Desde 1993, es miembro de la Compañía de Escritores.
Pandelís Bukalas
Poeta, articulista, escritor, traductor y periodista, nació en Lesini de Mesolonyi en 1957, pero pronto se trasladó a Atenas. Estudió Odontología. Desde 1990 hasta hoy, es- cribe e nel periódico Kathimeriní. Desde 1980, ha publicado, en Ediciones Alfa, libros de poesía, un tomo de ensayo y de crítica de libros bajo el título de Eventualmente. Situacio- nes en el arte griego y extranjero de la palabra, y dos tomos con el título de Hipótesis, con sus contribuciones al diario Kathimeriní de los domingos. Ha traducido, para la mis- ma editorial, multitud de textos griegos antiguos. En 2017 se le concedió el Premio Na- cional de Literatura.
Dimitris Juliarakis
Nació en Atenas en 1957. Estudió Ciencias Sociales y Periodismo en la Universi- dad deVarsovia y siguió seminarios de escenografía en la Escuela de Cinematografía de Lotz, en Polonia. Ha traducido prosa, poesía y teatro de linglés, polaco y turco.
Yorgos Kozías
Nació en Patras en 1958. Publicó poesía por primera vez en las revistas To Dendro y Evthinien 1983. Ha editado cinco libros de poesía. Sus poemas han sido traducidos y an- tologados en francés y en castellano, y musicados por Thanos Mikrútsikos.
Irὀ Nikopulu
Nació en Atenas. Estudió pintura y escenografía en la Facultad de Bellas Artes de Atenas y ha realizado muchas exposiciones de su obra pictórica en Grecia y en el extran- jero. Ha publicado cuatro libros de poemas y tres de cuentos. Dirige con el poeta Yannis- Patilis la revista digital Historias Bonsai y sus poemas se han traducido a seis idiomas. Es miembro de la Asociación de Pintores Griegos, de la Asociación de Escritores Griegos y del Círculo de los Poetas. En castellano, Acepciones de la mirada, traducción de JOSÉ ANTONIO MORENO JURADO, Padilla Libros, Sevilla, 2019.
Ilías Layos
Nació en Arta en 1958 y murió a causa de sus heridas en Atenas, en 2005, tras caer- se de su balcón. Entre sus libros de poemas figuran: Progresos en progreso (1981), Ejer- cicios I-IX (1984, con el seudónimo de Alexis Fokás), Las aventuras de Alexio y María (1990), Almuerzos (1991), El libro de Mariana (1993), Las veinticuatro horas de Dio (1998), Teatrología (2004). Colaboró en ediciones de diferentes libros.
Stratís Pasjalis
Nació en Atenas en 1958. Procede de Lesbos y estudió Ciencias Políticas en la Es- cuela de Derecho de la Universidad de Atenas. En 1977 editó su primer libro de poemas y obtuvo el Premio María Rali. Además, en 1994, se le concedió el Premio Kostas y Ele- niUranis de la Academia de Atenas, el Premio Nacional de Traducción en 1998 y el Pre- mio de Poesía de la revista Diabazo en 1999.
Vasilis Laliotis
Nació en Amaliada en 1959. Estudió Ciencias Políticas, realizó algunos cursos en la Universidad de Salamanca y ha traducido al griego significativas obras de la literatura es- pañola, como Poeta en Nueva York de Lorca (1993) y las Greguerías de R. Gómez de la Serna (1995). Recientemente ha traducido y estudiado a Luis Cernuda, Planodion 22 (1967). Entre sus libros de poemas figuran: Aprendizaje de la trama (1985), La canción del regreso (1989) y Friso (1994).
Vanguelis Tasiópulos
Poeta,ensayista y autor de literatura infantil, nació en 1959 en Meligalàs del Pelo- poneso. Estudió Pedagogía en la Universidad Aristotélica de Tesalónica y Cultura Neo- griega en la Universidad Abierta de Grecia.Vive en Tesalónica en donde trabaja como maestro en educación primaria.Sus poemas se incluyen en revistas literarias y en antolo- gías de la Generación del 80. Entre sus obras: La época de la primavera (1983), La lá- grima de Polifemo (1992) El recuerdo del silencio (1995). Recientemente ha editado Aqueronte, el mar, Ed. Gobosti. 2019.
Yorgos Blanas
Nació en Egáleo (Ática) en 1959. Estudió Ingeniería Eléctrica y Biblioteconomía. Trabajó como cartero, bibliotecario, empleado de libros y escritor de textos publicitarios. Ha colaborado en revistas políticas y literarias. Entre sus libros de poemas figuran: La vida nada como ballena desprevenida antes de la matanza (1987), Tu inevitable flores-
cencia (1990), Noche (1991), Anna (1998), Su respuesta (2000), Los poemas del siglo precedente (2004). Recibió el Premio Nacional de Traducción en 2014.
Stamatis Fifis
Nació en Atenas en 1961 y vive en Marusi. En principio, se dedicó a la música y al atletismo, pero empezó a editar sus obras a principios de la década de los 80. Entre sus libros figuran: Baladas de la derrota y de la soledad (1995) y El desfile de la inocencia (2016).
Antonis Skiathás
Nació en Atenas en 1960. Estudió Ingeniería en la Universidad de Patras en donde vive y trabaja. Escribe, además de poesía, reseñas críticas. Dirigió, durante la década de los 90, la revista literaria Elítrojos. Ha editado hasta hoy oncelibros de poemas que han sido traducidos aonce idiomas.Es miembro de la Asociación de Escritores Griegos y ha creado y dirige la “Oficina de la Poesía”.
Kostas Rizakis
Nació en la ciudad de Lamía en 1960. Tras una juventud difícil, abandonó sus estu- dios y apareció en las letras neohelénicas en 1983 en las revistas Nea Poría y Pneuma- tikíKypros. Desde 1986 publica y dirige la revista literaria Párodos y vive en Lamía dedi- cado exclusivamente a la escritura. Entre sus libros figuran: Mi abismo, las cosas (1985), A la manera de Eneas (1986) y Los siguientes lutos (1997).
Thanasis Jatzópulos
Nació en 1961 en Aliveri de Eubea, en donde vivió hasta 1978. Estudió Medicina en la Universidad de Atenas y se especializó en psiquiatría infantil. Es psicoanalista edu- cado en Atenas y en París, miembro de la Société de Psychanalyse Freudienne y de la International Winnicottian Association. En 2013 se le concedió el Premio de Poesía de la Academia de Atenas por el conjunto de su obra.
Cloe Kutsubeli
Nació en Tesalónica en 1962 y estudio Derecho en la Universidad Aristotélica. En poesía, ha editado: Relaciones de silencio (1984), La noche es una ballena (1990), El reti- ro de Lady Capa (2004), El lago, el jardín y la pérdida (2006), La zorra y el baile rojo (2009), En el mundo antiguo amanece antes (2012), Clínicamente ausente (2014), Los comensales de la otra tierra (2016) y La nota de la calle Desperé (2018). En novela: Murmuradoramente (2002), El ayudante del señor Clein (2017). En teatro: Orfeo en el bar (2005) y La divina vasija (2015). La revista Párodos le dedicó un número especial y ha colaborado en numerosas revistas literarias impresas y digitales. En la red circulan sus primeros cuatro libros de poemas y dos libros electrónicos Prohibida la circulación y La vida oculta de los poemas. Obtuvo el Premio Nacional de poesía en 2017 y ha sido traducida al inglés, italiano, búlgaro, alemán, francés y castellano. Es miembro de la So- ciedad de escritores de Tesalónica, de la Sociedad de Escritores y del Círculo de Poetas. En castellano, Antígona siempre olvida algo cuando se va, traducción de JOSÉ ANTONIO
MORENO JURADO, Ed. Padilla libros, Sevilla, 2020.
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